El asesinato de Máximo Jerez, de 11 años, y la internación de otrxs tres niñxs con heridas de balas, tras un conflicto entre bandas narcos, generó una pueblada de los vecinxs de un barrio del noroeste rosarino contra los bunkers de la zona. Ante la ausencia del Estado, las organizaciones territoriales se convirtieron en el único sostén social de lxs pibxs del barrio. Pero casi nunca alcanza. Dos semanas después, ya casi no circulan periodistas ni gendarmes, pero los narcos siguen allí: ¿Cómo se crece entre “cuerpos a tierra” y el sonido de las balas?