Una administración supuestamente “prolija” y una habilidad política para capturar y desactivar la conflictividad social, generan una idea de orden y progreso. Pero mientras tanto, las protestas producto de la desigualdad y las necesidades desatendidas provocan múltiples episodios de represión ilegal. La “Tierra sin mal” que soñaron las comunidades Mbya, se convirtió, especialmente desde la pandemia, en un reguero de prácticas antidemocráticas que conducen a un régimen cada vez más autoritario.