La previa
En el Uber camino del aeropuerto al hostel, el conductor pregunta de dónde somos y si venimos de vacaciones. Le contestamos que a cubrir el plebiscito.
– Claro, estamos siendo visitados por todo el mundo porque estamos por vivir un hecho histórico. Es muy importante una constitución para un país- dice, dando cierto margen a que le preguntemos cuál es su opción para el domingo.
– Y… muy a favor no estoy, pero menos a favor de seguir con la que tenemos.
Sonreímos sin saber lo clave del dato: el texto constitucional no terminó de convencer.
En la calle se percibe en qué día estamos: la gente habla de la Constitución, comenta, discute. Un grupo de chicas de secundaria van leyendo el libro mientras caminan. Están preocupadas por la continuidad de la educación privada: ¿De repente todas las instituciones van a pasar a ser públicas?, pregunta una. «Eso me preocupa».
Por el Palacio de la Moneda hay turistas que sacan fotos. Una pareja posa con la nueva Constitución en las manos, como mostrando que estuvieron en ese momento en ese país. Un joven intenta explicarle a una mujer, en un inglés rudimentario, los cambios que podrían producirse en el país en caso de ganar el Apruebo.
Postal 1: Mañana
Nos marea un poco la hora: hoy debería cambiarse al horario de verano, pero por una resolución, el gobierno decidió trasladarlo recién al 10 de septiembre para no interferir con las elecciones. Mientras desayunamos ponemos la tele de fondo: son las 8.30 de la mañana y el presidente Gabriel Boric ya fue a votar a su ciudad natal. Desde allí se armó una breve conferencia de prensa donde contó una anécdota ajena para responder al periodista que lo saludaba por ser el primer mandatario en funciones que votaba en esa región sur del país. Explicó que un mismo 4 de septiembre pero de 1970, Savador Allende intentó viajar a su región -también Magallanes- pero los transportes de la época no lo permitieron. Luego de nueve horas de viaje, llegó tarde a votar por él mismo.
Hay un solazo, pronostican 28 grados de máxima. Por la calle se ven los árboles florecidos, las hojas nacientes, los colores vivos de la primavera. Nos encaminamos al Estadio Nacional, y vemos mucha gente por todos lados. Carabineros nos reciben con sus armas largas colgando y un “buenos días”. El barbijo aún es obligatorio y nos tiran alcohol en las manos al ingresar. En el predio se respira una linda sensación; la gente se saca fotos, pareciera que va de paseo.
Hacemos algunas entrevistas y en su mayoría van por el apruebo. Un hombre asegura que se gana con el 70%, un joven nos habla de su harta esperanza, dos mujeres de mediana edad gritan eufóricas mientras se alejan del micrófono: “felices chiquilla! hay que cambiar toda esta mugre que tenemos en este país!”.
Algunos más cautos, prefieren no decir su opción, hablan de votar con tranquilidad, o expresan cierto temor; como el joven que vive su primera elección y va a votar “con miedo”, según nos dijo. Un grupo de estudiantes de derecho fueron categóricos a favor del rechazo: “nosotros sí somos voto informado”. El único varón del grupo deslizó un pronóstico que a esa hora parecía lejano: “vengo a votar con la certeza de que ganará el rechazo”.
Al mediodía y con el sol quemando, nos movemos al Instituto Superior de Comercio “Eduardo Frei Montalva” -a la vuelta del Bunker del Apruebo- en una ciudad donde todo es más cerca de lo que parece. El contraste es grande: un lugar más pequeño, un edificio señorial, donde reina la calma y el silencio.
Una señora muy mayor, que lleva un chaleco de lana y arrastra un carrito a paso muy lento, nos responde lo que para ella es importante. “Vine obligada, no iba a venir por ningún motivo; ando con dolores. Vengo de La Pintana, imagínese. Más de una hora, lo que se demoró con el metro”, dijo con voz cansada y se fue. La resignación de les que tuvieron que pelearla toda la vida, también entra en juego en esta elección. Y no siempre para el lado que una espera.
Postal 2: Tarde
Luego de almorzar en un restaurante peruano, vamos al búnker de los movimientos sociales, en la estación Cumming del metro. Llegamos, pero ahí sólo hay una Iglesia. Volvemos a chequear con nuestro informante y efectivamente el número era incorrecto. Avanzamos unos metros y damos con el supuesto centro: es la Casa del Maestro (convertida en hotel) o Colegio de Profesores, un histórico edificio colonial de estilo gótico construido a principios del siglo XX llamado Palacio Wightman Hoffman. Las puertas están cerradas, no hay nadie afuera ni tampoco se ve movimiento dentro. No parece un búnker un día de elecciones, más bien parece lo que dice su cartel: una casa de profesores un domingo.
Con cierta desorientación, nos mudamos al búnker oficial de la opción “Apruebo”. La manzana está cerrada con vallas y solo ingresan personas que tengan cartelitos, identificaciones o credenciales. Rebotamos en todas las entradas por no estar inscriptas hasta que un mensaje logró lo que parecía imposible.
Adentro hay puros medios: cámaras chicas, grandes, camionetas, periodistas empilchados, mujeres con tacos, la rubia de la CNN Chile que escuchamos esta mañana en vivo. Parece que somos el único medio argentino que logró entrar a este reducto: un colega nos confirmó que él había intentado inscribirse pero no le dieron acceso porque ya había “muchos medios anotados”. Nosotras accedimos por la única ley que le gana a todo formalismo y rige universalmente el orden de las cosas: los contactos.
En la esquina de París y Londres, dentro del vallado, está el local del Partido Radical. Arriba nos ofrecen agua, café y bocaditos. Hay una tele gigante, sillones cómodos y otros no tanto. La gente circula de un lado al otro con el fin de que pase el tiempo.
A las cinco comienza el recuento de votos en Punta Arena, donde tienen una hora adelantada: el apruebo pierde por goleada. No es significativo: la wea estará en la zona Metropolitana, se escucha. De repente alguien vitorea a lo lejos y todos se ponen de pie nerviosos; algo bueno pasó, ¿habrán mejorado los números? Hay sonrisas y cierto optimismo, parece que no todo está perdido.
Los números no mienten, las expectativas sí. Son las 19 hs y los primeros conteos oficiales que arrojaban algo parecido a un empate, comienzan a quedar lejos. Con un 22% de las mesas escrutadas la tendencia parece irreversible. «Según me informan distintos asesores, están dando por perdida la votación. No habrá vocerías«, dice al aire un periodista de televisión mientras todes escuchamos sin saber bien cómo reaccionar. El silencio inunda las oficinas, pero también la calle, donde todes esperamos que alguien se asome. Media hora después vemos sus caras tristes, decepcionadas, cruzar el pasillo angosto que los llevará a la tarima preparada para leer el discurso de la derrota. Algunos militantes intentan mantener la moral en alto: “Chi-chi-chi-le-le-le, Chile, partido radical de Chile” gritan sin conmover a nadie.
Sin margen para la espontaneidad, se lee un documento y no hay preguntas para la prensa. Los discursos de los voceros circulan sobre algunas ideas concretas: se agradece la participación, se resalta el compromiso de encauzar la escritura de un nuevo texto y respetar la voluntad del plebiscito del 25 de octubre. Una hora después también hablará en vivo el propio Boric desde el Palacio, con traje, corbata, y un estilo mucho más acartonado que su aparición de la mañana. Hay que disimular el desánimo y preparar el terreno.
Les militantes no superan las 200 personas. Un hombre entrado en años que sostiene una de las banderas comenta en voz alta: “La juventud va a aprender con este resultado a votar bien.”
Queremos irnos de este velorio institucional; en la calle la juventud -la que moviliza un país entero desde hace dos años- estará haciendo su duelo.
Postal 3: Noche
En el Metro anuncian por altoparlante que la estación Baquedano (ex Plaza Italia, rebautizada Plaza Dignidad) está cerrada y no podrán descender pasajeros. Un compañero nos avisa que los carabineros se están desplegando por la Alameda.
Nos bajamos en la estación anterior y no vemos ningún milico. En realidad, solo se estaban acomodando mejor y no lo sabíamos. En las cuadras para llegar a la plaza hay de todo. Unas chicas venden chelas bien frías, bicis y motos circulan de lado a lado, unos pibes arrojan rollos de papel tipo tickets a las palmeras. Los rollos se desarman en el aire, arman rulos y parece que volaran. Nos recuerda a un dibujito animado yankee donde tiran papeles higiénicos a los árboles en Halloween para decorarlos.
Se respira tristeza. Nos acercamos a la esquina de lo que alguna vez fue un monumento y sacamos nuestros equipos para intentar concretar algunas entrevistas. «No quiero hablar, estoy muy triste«, nos dice una chica en nuestro primer intento. Dos muchachos mancos en bicicleta deciden respondernos, aunque se les nota que no tienen ganas. Son cordiales, se miran entre ellos y contestan parecido: “Estamos tristes. No esperábamos este resultado pero hay que aceptar porque el pueblo habló, como a todo el mundo le gusta decir.”
Nosotras entendemos que prefieran tomar cerveza, hablar entre elles y pasar el rato. Mientras nos alejamos un pibe se esfuerza y con gesto de complicidad levanta los dedos en V gritando “Aguante Cristina”.
De a poco, la gente parece dispersarse y van quedando quienes se asumen más radicales. El ambiente se espesa. Algunes jóvenes rompen postes de bus, golpean las paredes con piedras, queman tachos de basura. Mientras hacemos la que resultó ser nuestra última entrevista -una parejita muy joven, con los ojos llorosos y la bronca a flor de piel- dos lujosas camionetas cruzan la avenida Alameda (que estaba en modo peatonal) a toda velocidad, agitando banderas chilenas y gritando por las ventanillas: eran provocadores del Rechazo. Una horda de pibes y pibas con palos, piedras y todo tipo de objetos se les va al humo. De pronto, una mini batalla campal entre las dos posiciones del plebiscito se desata: unos a pie, otros arriba de una 4×4. Una postal ideológica, pero también de clase.
De fondo comienzan a sonar sirenas, mientras las camionetas huyen como pueden. Seguimos en esa misma dirección, donde parece que va la gente. Pero a una cuadra nos frenamos: de ese lado están viniendo los pacos y la gente comienza a correr. Una piba vestida íntegramente de negro, con una capucha que no deja ver su rostro y un palo en la mano, se aleja de su novio mientras le manda besitos con las manos: «Mi amor, te amo. No me esperes, por si no vuelvo», dice. Él se queda parado y le contesta con el mismo gesto.
Amagamos con ir hacia atrás pero parece que también vienen desde allá. Mejor doblemos a la derecha y tomemos esa calle que se abre. Le preguntamos a un pibe por dónde conviene irse: sonríe, se da cuenta de nuestra inexperiencia. Nos explica que por esa calle también vienen, que los pacos aparecen por todos lados, que te los cruzas y quizás te agarran, y ya, po.
Seguimos caminando con el instinto como único GPS. Doblamos a la derecha por una calle pequeña que parece tranquila, en una noche todo menos tranquila. Les trabajadores de un local estaban entrando sus mesas y sillas, acostumbrados a que a esa hora comience el agite. Le preguntamos a la muchacha para dónde nos conviene ir. “Sigan los autos por esta calle y, después de la curva, doblen a la izquierda”, dice super tranquila. De los nervios, a los tres metros habíamos olvidado las únicas dos instrucciones que nos dió.
Igualmente la jugada sale bien y desembocamos en callecitas donde el peligro no parece tal. Nos cruzamos a los carabineros más de una vez, pero no estaban en posición de ataque; sólo se exhiben, muestran su fuerza, irradian miedo. Nosotras, como forma de precaución, nos dejamos las cámaras de fotos visibles, los carnets de prensa adelante y caminamos lento.
A las pocas cuadras le compramos una cerveza a una mujer que llevaba bebidas en un carrito de supermercado. Nos pide que escondamos la latita: no está permitido tomar en la vía pública y si había algo que sobraba en los alrededores, eran policías. Nos sentamos a tomarla en el borde de una casa hasta que el gas pimienta nos tapó la garganta: habían tirado no sabemos a cuántas cuadras y hasta ahí llegaba la sensación de ahogo. Se nos ponen los ojos rojos, tosemos sin parar. Les transeúntes parecen acostumbrados a las sirenas, a taparse la cara para no respirar, a caminar sin mirar demasiado.
En la intersección de calles desfilan autos flameando banderas de Chile por la ventanilla y tocan frenéticamente sus bocinas. Jóvenes de a pie por la vereda les gritan fachos culiados y algunos se acercan a putearlos a la cara. A simple vista, los autos parecen del rechazo y las calles del apruebo. No tienen miedo a enfrentarse, pareciera que es la manera de expresarse, o la única que los representa. Se miden, se cuerpean, van al frente. La política no cobija a les jóvenes, los códigos institucionales no seducen a nadie. La violencia también es una forma de decir que no.
Los resultados sorprendieron: ¿qué tenía este texto que no gustó? Una punta de análisis. Lo que sí sabemos es que la semana arrancó con los sectores políticos de derecha más acomodados, más seguros de sí mismos. Una semana difícil para el gobierno de Boric, que este martes presentó ya un cambio de gabinete dejando atrás su círculo político de confianza y dando entrada formal a la centroizquierda tradicional en su gobierno. Una joven gestión que inició golpeada y ahora está obligada a llamar a un Proceso de Acuerdo Nacional con la oposición, como ya se comprometió a hacer.
Una elección obligatoria en la que más del 85% de la población se acercó a las urnas, se distancia del casi 51% que lo hizo en la instancia de entrada, allá por octubre de 2020. ¿Pero dónde estaban?, ¿por qué no los vimos? Se trata quizás de una marea silenciosa de gente, que sin ser les ganadores del sistema, no buscan cambiar tanto las cosas; por miedo, por costumbre, por indiferencia, por descreimiento. Por falta de instancias para comprender el nuevo texto, por una dictadura que no tuvo su Nunca Más.
Fotos: Florencia Antueno y Lisandro Concatti (Nox News)