Previously on Ofelia
Es martes 24 de agosto de 2010 y son las 19:02 de la tarde. La Presidenta de la Nación se dispone a dar una importante conferencia desde la Casa Rosada que será transmitida por cadena nacional. Se presentará el Informe «Papel Prensa, La Verdad», encargado por el Secretario de Comercio Interior. Es el año en que sale a la cancha la flamante Ley de medios, del “casco o guantes”, del Programa Conectar Igualdad, la Ley de Matrimonio Igualitario y la fiesta del Bicentenario. También será el año de la muerte de Néstor.
En el barrio de Caballito, una niña de 10 años está sentada junto a su prima en el sillón de su casa con la merienda lista. Van a mirar Casi Ángeles mientras toman la chocolatada. Pero, apenas a su inicio, el programa se interrumpe abruptamente. En la pantalla aparece ondeando una bandera argentina y la voz en off de una locutora dice: “Conforme a lo establecido por el artículo 75 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual…”. A la nena se le corta la novela, pero sigue degustando su aperitivo. Su prima patalea. La nena, en cambio, mira y escucha a esa señora de la misma manera en que pretendía ver a Lali Espósito hace un instante. Siente que la señora le habla a ella, quiere entender lo que dice, queda fascinada.
Un par de años más tarde, la nena llega al colegio Carlos Pellegrini para empezar la secundaria. Inmediatamente su vida se puebla de reuniones de delegados, lecturas políticas, asambleas, sentadas, vigilias y marchas al Consejo Superior. Las cadenas nacionales seguían y con ellas el hartazgo de parte de la población. Esa misma que se quejaba de los estudiantes en protesta porque “a la escuela se va estudiar”. La señora venía de ganar las elecciones del año anterior con un aplastante 54% de los votos. En la escuela, la nena -ya una jovencita- además de hacer amigos, gana compañeros.
La primera escena de esta biopic está basada en hechos no del todo corroborados. Si bien Ofelia declaró haber sido interpelada por Cristina a través de una cadena nacional mientras miraba Casi Ángeles con su prima, nunca pudo recordar su contenido. Se non e vero e ben trovato. Es una hipótesis. Aunque todo indica que se trató de ese día preciso. Por la coincidencia de horario de la conferencia con el programa y porque sería por demás coherente haberse iniciado en el compromiso ciudadano con ese mensaje: uno de sus primeros logros políticos sería cambiar la fecha de vuelta del viaje de egresados de la primaria y así poder estar en la movilización del 7 de diciembre de 2012, el famoso «7D», en el que vencía la cautelar que impedía la aplicación de la “Ley de medios”, una causa que Ofelia seguía enérgicamente a través de sus redes sociales.
Más grande que el amor a la libertad
Algunos creen recordar su salto a la fama en los cruces con Feinmann en C5N. No fue tan así. Ya había sido entrevistada en TV y para una nota publicada en el suplemento feminista de Página 12 a principios de 2016. Pero su primera gran irrupción ocurrió el día que se plantó frente a un panelista de TV que le dijo “chiquita” en el marco de una entrevista telefónica en un programa de la tarde conducido por Pamela David.
“No me digas chiquita”, fue la piedra fundacional de eso que hoy todo el mundo entiende cuando alguien dice Ofelia. Militante de la agrupación La Emergente fuera del cole, traía una trayectoria desde los 13 años luchando contra las medidas de recorte presupuestario en su escuela. Era septiembre de 2017, en plena campaña electoral de cara a las legislativas de ese año.
La explosión mediática de Ofelia se desató, en ese contexto, con un reclamo del estudiantado frente al ascenso de un preceptor acusado de múltiples hechos de violencia. Habían pasado dos años del Ni una menos de 2015 y el concepto de interseccionalidad no se había difundido todavía más allá del feminismo académico. En su discurso reivindicativo gremial Ofelia pronunció palabras que conectaban con el clima de época: sororidad, feminismo, patriarcado.
Para terminar de bosquejar sus orígenes políticos hay que tomar nota de lo que fue la experiencia de la izquierda independiente, devenida en izquierda popular. Si bien la “Ofelia trosca” nunca existió, como se dijo por ahí, sus primeros pasos en la militancia escolar la llevarían a enfrentar al kirchnerismo, convirtiéndose a los 15 años en la presidenta más joven de la historia de su centro de estudiantes y a los 16 en la primera en ser reelecta.
El 2018 será el año clave en la transición entre la dirigenta estudiantil y la referenta política. Pero entre medio hay un mar -o una marea- de distancia, mucho glitter y un color: verde. La audiencia pública previa al debate sobre la legalización del aborto del 29 de mayo en la Cámara de Diputados es uno de los hitos más importantes de su recorrido. Se preparó meses, esperó su turno y, entre cientos de exposiciones a favor y en contra durante sesenta días, brindó uno de los discursos más potentes:
“Este pañuelo es nuestro uniforme en las escuelas… Deberían saber que tenemos nuestro propio ejército y es el que está en Avenida Rivadavia gritando aborto legal… Pero una sociedad más justa no la voy a construir hablando de mi misma, la voy a construir militando la libertad de los otros y las otras. Y lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita.”
El mes siguiente asistió a una charla debate organizada por la revista Crisis en la que participaron Myriam Bregman, Axel Kicillof y Juan Grabois. Cuando escuchó a este último descubrió sintetizada su propia posición: una trayectoria de izquierda y un fuerte apoyo a la figura de Cristina, su legado y su defensa en el contexto de su persecución, todo a pesar de su alineamiento con el Papa.
Paso a paso, Ofelia se convertía en la espada más filosa del feminismo sub-20. Llegó a tener una columna en un programa de Futurock, pero antes condujo un ciclo con amigues en la radio La Colectiva que se llamaba Sobre las cartas la mesa. Una vez le tocó llamar a Juan para pedirle una nota. “Hola, ¿sos la hija de la revolución de las hijas?”, contestó Grabois, antes de aceptar la invitación. Se conocieron el mismo día de la entrevista y pegaron mucha onda. Después del programa, y entre risas, el abogado y dirigente social motivó informalmente a Ofelia a convertirse en legisladora. Iba en serio. Entre todos los que se pueden arrogar el mérito de descubrir su potencialidad, Grabois se lleva el galardón de haber convertido en tiempo récord al embrionario fenómeno comunicacional que era Ofe en un alfil político institucional gravitante.
Muy pocos días más tarde se lanza en Mar del Plata el Frente Patria Grande, donde Ofelia se luce como una de las oradoras. En el acto, desarrolló el concepto de “Pedagogía de la crueldad” de la intelectual Rita Segato en el mismo discurso en el que pronunció la célebre frase “la tibieza de la burguesía me seca la concha”. Sus detractores se quedaron con esto último, pero ella logró incorporar un concepto teórico al habla corriente de un dirigente como Grabois, que no se reconoce especialmente feminista y mira al sector social que hegemoniza ese movimiento con mucha desconfianza.
En el evento, el líder del FPG propuso dotar a la nueva fuerza política de una co-conducción femenina. Su candidata era Ofelia. Tiempo más tarde, Grabois declararía a esta misma revista que fue imposible, porque la idea no tuvo quórum.
En noviembre, Ofelia ya estaba compartiendo line up con figuras internacionales del pensamiento crítico de la talla de Álvaro García Linera, Boaventura Sousa Santos y Manuela D’Ávila en el foro de CLACSO, donde también habló Cristina convocando a la unidad entre pañuelos verdes y pañuelos celestes en contra del macrismo, y con quien Ofelia mantendría una reunión en la que la líder peronista se mostró abierta para aprender de feminismo con ella, de cara a una actualización doctrinaria que llevaría a la ex presidenta a cambiar su posición respecto del aborto para la posterior votación de la Ley en el Senado.
Mientras solidificaba su vinculación con movimientos sociales, Ofelia pasó a ocupar un lugar comparable al de jóvenes referentas internacionales como Gretha Thunberg, Alexandria Ocasio-Cortez o Camila Vallejos dentro del movimiento de mujeres argentino. Aunque sería erróneo encorsetarla, pues su ascenso político no se explica solamente por la marea verde.
Recientemente, en el marco barilochense del 36° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No binaries se definió: “…primero como hija de la democracia, segundo como hija de los gobiernos de Néstor y Cistina… y tercero, y en un lugar fundamental, como hija del movimiento feminista”. “Más cristinista que kirchnerista”, precisó alguna vez.
La Messi de la comunicación en política
El modelo Ofelia de comunicación es objeto de tesis de grado y posgrado. Atravesó el cursus honorum de la política local con un temprano y meteórico despegue que la convierte en una especie de Messi en su rubro. Apenas iniciada en la función pública ya tenía más seguidores en las redes que el Jefe de Gobierno y mucha gente se enteró durante los años de su gestión qué se debatía en una cuasi ignota legislatura a través de sus videos.
Así como un puente que introduce a les jóvenes en el lenguaje de la política y a la política en la gramática de la juventud, oficia de cadena de transmisión entre los conceptos del feminismo teórico y la militancia popular. Ha sido convocada a dar una charla TED y destacada por la revista TIME, invitada a la Universidad del Partido Podemos de España y a importantes actos en Chile, además de presentar y escribir prólogos de diversos libros.
Como guerrillera mediática, ninguna trinchera le es ajena. Un programa de radio con Oscar González Oro a la mañana, un vivo de Instagram con Santi Maratea a la tarde. Así de ancho es el espectro de la audiencia que la mira, la observa, la analiza y la respeta. Pero donde se desenvuelve como pez en el agua es con actores del campo de la cultura que forman una especie de constelación: Pedro Rosemblat, Ángela Torres y el destacado trapero WOS han sabido rodearla.
Para 2019, el Frente de Todos pretendía ampliar las bases y mostrar diversidad. Así se sumó al armado que derrotaría a Macri el Frente Patria Grande, que consagraría además de a Ofelia legisladora, a Itai Hagman, Federico Fagioli y Natalia Zaracho -primera diputada cartonera de la historia- como congresistas nacionales. Figuras como Pino Solanas o Victoria Donda, otrora fuertes críticas del gobierno de Cristina, jugaron ese mismo rol.
Durante la campaña, Ofelia lideró la iniciativa “Este año les ganamos”, que emprendió con su amigo Pedro -y a quien acompañaría luego en su truncada postulación como casi precandidato a Jefe de Gobierno porteño en 2023. Consistió en una serie de eventos, festivales y audiovisuales que buscaban convocar a una parte de la ciudadanía independiente de los partidos políticos que podría inclinarse a participar. La experiencia no estuvo exenta de tensiones hacia el interior de su espacio, acostumbrado a algunas lógicas de izquierda más tradicionales. Ofelia reflexionó sobre cómo vivió ese proceso en una entrevista en España:
“…con Pedro dijimos: tenemos que armar un dispositivo que permita que toda esta gente que militaría una campaña pero no va a pararse a repartir volantes en una sombrilla, ni asumirse en los términos tradicionales de la orgánica, de rellenar la grilla militante… milite la campaña de todas formas, en vínculo con los partidos pero en otra lógica, menos disciplinada… Yo pasaba mucho tiempo con esos dispositivos y en mi organización un poco me reprochaban: ´Mirá, no estamos sumando militantes´. Y yo les digo: ´Es que no sé si vamos a sumar militantes´. ”
“Volver mujeres” había sido la consigna, y la mismísima Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, integraba la misma fuerza que Ofelia dentro del Frente Patria Grande. Pero, para 2021, parte de la organización que conformaban rompe con Grabois en el contexto de un gobierno nacional que crujía sus diferencias promediando el mandato. Entonces la joven legisladora permanece dentro del FPG, declarando luego que nunca terminó de sentirse cómoda en la orgánica de aquel sector, ni de participar en instancias de decisión, ni de identificarse con sus posiciones, más bien alejadas de la figura de Cristina. Nunca se expidió sobre esta ruptura a través de comunicados políticos tradicionales, lo explicó con muñequitos en El Método Rebord.
Lo que puede parecer una estrategia de comunicación que envidiarían los equipos profesionales, finalmente solo es una chica parada frente a otres chiques pidiéndoles que la escuchen, con un discurso preponderantemente pedagógico. Muestra, crea, provoca, satiriza, pero fundamentalmente explica. En una época en la que el lenguaje político ha aumentado su carga emotiva y reducido su poder esclarecedor, Ofelia construye sus edificios argumentales sin sacar los pies del barro de las emociones.
“¿Cuándo te diste cuenta que tenés tanto o más elocuencia que Cristina?”, le preguntaba un amigable Luis Novaresio a la recién electa legisladora, en una época en que casi todos y todas todavía esperábamos algo del gobierno de Alberto. Una experiencia frente a la que Ofelia tiende a posicionarse desde una distancia crítica: le reprocha a su tocayo de apellido su concepción de la política como administración y su debilidad por el consenso.
Se trata de una expresión alternativa en un sentido amplio. Dentro del movimiento de mujeres y disidencias, contra el feminismo liberal, mainstream o “blanco”, Ofelia despliega y conceptualiza el feminismo popular. En el terreno de la comunicación, elige medios no tradicionales sin dejar de ocupar todos los espacios que se le conceden. En la política institucional se vincula con partidos pero a partir de movimientos y grupos activistas que impulsan una política de nuevo tipo; y hasta busca la innovación en la relación con su electorado, con el que mantuvo un vínculo epistolar durante su gestión redactando un newsletter en coautoría con su perra Biti.
En su despacho colgó dos cuadritos con frases, regalos de Grabois en la primera vez que la visitó. En uno de ellos, se lee: «Acá arriba mandan los de abajo / Acá adentro mandan los de afuera». En el otro: “Por el pueblo pobre, la Patria Grande, y los que vienen atrás, no te olvides de quién sos, a quién servís, por qué luchas”. Junto a esos mini manifiestos, fotos del Che o de Marielle Franco marcan por donde pasa su estrategia política, y no solo su táctica electoral.
Su capacidad intelectual al servicio de políticas radicales la posiciona ambiguamente entre las élites y las masas. Una influencer, diríamos aggiornadamente. Pero su rol ya tiene nombre en la teoría política: Ofelia es una intelectual orgánica del movimiento popular. Con fuerte presencia en redes pero también en barrios, movilizaciones y eventos, se meció durante estos años entre la banca y la Bresh, atravesando el mundo de la política sin dejar su juventud en la puerta de los palacios y desenvolviéndose en los circuitos juveniles sin parar de militar. En sus ratos libres, brindó clases de doma en Twitter. No pocos gerontes de la política fueron alcanzados por el rayo ofelizador.
Una argentina humana
Ahora estamos en diciembre de 2019 y Ofelia tiene 19 años. Lleva puesto un vestido rojo y tiene el cabello platinado. Es la más llamativa del salón y está a punto de convertirse en la legisladora en funciones más joven de la historia. No será la última vez que llamará la atención. Levanta el puño en alto, ese en el que lleva el pañuelo verde de brazalete, y dice: “Por el futuro de mi generación en toda América Latina, sí, juro.”
Lo que siguió no fueron solamente aplausos. Inmediatamente, pasó a ostentar records de hateo. Dicen que los nombres marcan y Ofelia viene con la prosapia dramatúrgica de Hamlet y un apellido que suena a grieta. Sus habilidades dramáticas y su personalidad espontánea le sirvieron para conseguir seguidores como para convocar detractores, posicionando su figura en antagonismo respecto de una porción de la sociedad que, cuando no es ajena, es enemiga declarada de todo lo que representa.
Si algún día se escribe la historia del odio político en Argentina, su caso sin dudas ocupará una buena página. Según un informe especializado, es una de las políticas más atacadas. Con el diario Página 12 reflexionó: “…reúno todas las condiciones para que la gente más violenta de este país me odie: soy mujer, tengo 19 años, soy parte de la clase política, la banco a Cristina y tomaba colegios. Tengo el peor currículum del mundo. Ser una piba en sí mismo no es un problema, sino que depende de a qué sos funcional desde ese lugar.”
Desde entonces es la política más operada y tergiversada mediáticamente después de CFK, con la que comparte incluso el tipo de ataques mediáticos que recibe. Noticias falsas acerca de que no terminó el secundario, cuestionamientos sobre su idoneidad y su salario, sexualización de su imagen, críticas de su cuerpo y su modo de vida, mentiras sobre supuestas malversación de fondos, denuncias truchas por incumplimiento de los deberes de funcionaria pública y hasta una perversa operación contra su mamá, sugiriendo que había sido parte de «La ruta del dinero K». Todo en cantidades industriales.
Es difícil sopesar el impacto de las campañas en su contra, aunque algo se pueda inferir, por ejemplo considerando que se vió obligada a abandonar Twitter durante un buen tiempo. El hostigamiento virtual masivo es un fenómeno que va más allá de las viejas calumnias e injurias. Como con procesos naturales como la ebullición del agua a altas temperaturas, lo cuantitativo se vuelve cualitativo cuando suficientes toneladas de pequeñas noticias falsas pueden hundir a cualquier personalidad. Algunos teóricos de la criminología han desarrollado el concepto de lapidación mediática.
Y aunque es lo menos «casta» del mundo, terminó siendo uno de los blancos preferidos del discurso libertario contra la clase política. Ante toda la artillería cibernética puesta al servicio de su desprestigio, desde las usinas de trolls macristas primero hasta las hordas virtuales de libertarios luego, Ofelia responde con militancia, sin engancharse demasiado en esos intercambios: “No se trata de mi… La manera de ganar esos debates no es debatirlos, sino seguir avanzando.”
Para otro amplio sector, es una especie de heroína justiciera y rockstar del siglo XXI, que se enfrenta a quienes representan todo lo que está mal. Así, la emotividad aparece por una doble vía: desde su fragilidad, que no disimula, y su pasión, que no dosifica, genera y promueve empatía. Más allá del contenido lógico-racional de su mensaje, su tono comprometido hasta las tripas tiende a ponernos de su lado ante las injustas repercusiones de las palabras que elige pronunciar.
La exposición de su propia fragilidad plantó un mojón no suficientemente anotado. Un recambio generacional pero también sensible que pasa inadvertido mientras seguimos observando la política dentro de los tradicionales marcos folclóricos, futboleros y patriarcales.
Si al tiempo en el que se incorporó a una fuerza vinculada con la figura del Papa y un líder que se pronunció en contra de la legalización del aborto se convirtió en una de las máximas referencias de la ola verde, el arco narrativo de la primera temporada de su carrera cierra simétricamente con el salto de la figura de Grabois a la política electoral como pre-candidato a presidente bajo la bandera de Una Argentina humana, mientras Ofelia se baja momentáneamente de la experiencia institucional en un contexto de cierto repliegue de los movimientos populares, feminismos incluídos. Un hecho al menos notable, que invita a hacerse algunas preguntas.
No sabemos bien (¿lo sabrá ella?) a qué se va a dedicar a partir de ahora. Por qué decidió no disputar otro cargo, cuánto tuvieron que ver las operaciones en su contra, o si dió un paso al costado por voluntad propia o fue desplazada por el sistema político. ¿Se hartó, se quemó? Similares preguntas podrían hacerse en torno a las decisiones de Cristina.
Autora de 229 proyectos durante su mandato, su trabajo giró en torno a temas como la Ley Micaela, subsidios para protectores solares y la alimentación escolar en la ciudad, además de interesarse por agendas como la situación de la vivienda y el precio de los alquileres, la responsabilidad parental y la cuota alimentaria, y la denuncia de casos de represión y violación de Derechos Humanos con iniciativas como el Mapa de la policía o con intervenciones vinculadas a la investigación sobre el atentado contra la ex presidenta.
En su periplo del héroe (de la heroína), según las reglas de la narrativa, le toca el turno del gran viaje. Por lo pronto, en un tiempo de auto-militancias decidió generosamente ocupar un lugar en la primera línea de la campaña, saliendo a convocar a la juventud de todo el país en masivos actos en diferentes provincias. Primero, con el tridente legislativo que compuso junto a Lu Cámpora y Maru Bielli y luego mostrándose junto a Grabois y Kicillof de cara a las elecciones generales de octubre, cuando el gobernador habló de la necesidad de “componer una canción nueva”, lo que le valió múltiples críticas.
Y si de canciones hablamos, ningún aporte más alto al último proceso electoral que el fenómeno de la “Fábrica de Jingles” producido por Gelatina, que culminó con un importante festival en el que la referenta tuvo una participación especial y donde insistentemente se coreó “Ofelia presidenta”. Su leyenda sigue creciendo en territorios variados. El día del balotaje, en la escuela en la que le tocó emitir su voto se encontró dentro del aula con un trabajo práctico en forma de afiches dedicados a su figura.
Seguramente los primeros días de diciembre juntará las cosas de su oficina, se reunirá a cenar con sus jóvenes asesores y asesoras y se despedirá, agradeciendo el camino transitado. Luego, todo es un misterio. Quizás vuelva al mundo de la actuación. Es muy difícil suponer que renuncie a la intervención pública. Se sabe que tiene propuestas desde diferentes rincones del mundo. Después de todo este trayecto, todavía no tiene edad legal (25) para ser, por ejemplo, Diputada Nacional.
Nuestro país está atravesado por una lucha entre el orden del capital, en el que todo es mercantilizable, y el orden de la palabra, en el que todo es discutible. De un lado, reina la fe pragmática, del otro la razón mítica. Hay dos grandes oradoras y las dos tienen el mismo apellido. Comparten, además, haber sido objetivos predilectos de la violencia política de los últimos años. Y, en no pocas personas, su futuro genera comparables niveles de ilusión.
El promedio de edad en Argentina ronda los 32 años y Ofelia es la única representante política importante por debajo de ese umbral. Su figura está en el vértice de una bisagra histórica. En ese pliegue, que rechina la necesidad de un relevo generacional en todos los planos, también está Cristina -quizás en su ángulo opuesto. Y con ellas, todo lo que el feminismo ha venido a decir, incorporando el dato social de las desigualdades de género a la crítica sobre el malestar en la política. Es lógico -aunque no sea justo- que esa bisagra se tuerza sobre sus cuerpos.
No serán equiparables, pero están indudablemente ligadas. Una porque ascendió a la altura de mito, desde donde se reserva un diálogo privilegiado con la historia; la otra, porque tiene línea directa con el futuro, desde donde la historia se reserva sus propios planes. Alguien lo subrayó alguna vez: antes de Cristina las niñas querían ser princesas, ahora pueden soñar con ser presidentas. Imposible suponer que esta historia no continuará.