“Los argentinos ya aprendimos que, cuando no impera la ley, llegan las tragedias. Yo lo viví, y siento que la Argentina aprendió mucho de eso. Yo aprendí que la única manera de hacer política en serio es en paz y en convivencia, y todo lo que sucedió fue una tragedia que nunca más puede suceder en la Argentina. Por eso, elegí el camino del Estado de derecho y lo digo de frente, porque todo el día están diciéndome que yo usé la violencia. Yo no la usé. Yo fui de una organización juvenil y siempre, siempre, lo dije. (…) Por otro lado, decir que esa tragedia tan brutal, hoy tiene que ser reconocida tanto para los muertos de la dictadura como los muertos de las organizaciones armadas”.
Patricia Bullrich, durante el primer debate presidencial de 2023
La acumulación de poder ha sido un principio rector en la carrera política de Patricia Bullrich. Forjada al calor del peronismo revolucionario de la década del setenta, su último paso por la gestión pública fue su designación al frente del Ministerio de Seguridad durante la presidencia de Mauricio Macri. Más allá de su devenir personal, hablar de la historia de “la Piba” es hablar del último medio siglo de la política argentina, de la cual Bullrich conoce como pocos sus recovecos.
Su camino desde la guerrilla hasta su mandato al frente de la cartera de Seguridad de la Nación, una de las gestiones más virulentas que se hayan visto en democracia, estuvo compuesto por un sinfín de pequeños pasos que la fueron llevando lentamente hacia su completa conversión. Vale la pena repasar algunos de esos mojones que constituyen la larga trayectoria de Patricia Bullrich, el personaje más polifacético del grupo con chances de llegar a la Casa Rosada el próximo 10 de diciembre.
Balada para un Loco
Las peripecias de Patricia Bullrich no pueden ser comprendidas si no se las analiza en relación al estrecho vínculo que estableció con Rodolfo Galimberti, quien ofició como su cuñado y, más importante aún, como su padrino político, durante buena parte de su vida. “El Loco”, como se lo conocía en esa época, llegó a ser uno de los referentes de la Juventud Peronista a principios de los setenta, años en que el retorno de Perón y el fin de la proscripción comenzaban a materializarse.
Galimberti había tenido un rápido ascenso dentro del justicialismo. Fundador de la Juventud Argentina para la Emancipación Nacional (JAEN), una agrupación pequeña pero intensa, en 1971 visitó a Perón en Puerta de Hierro, gracias a la gestión del empresario Diego Muñiz Barreto. El General le tomó cariño y lo designó como Delegado de la Juventud en el Consejo Superior Justicialista, la junta consultiva del Partido. Desde ese lugar, el Loco organizó a la juventud peronista en una estructura nacional y adquirió cada vez mayor relevancia.
Fue gracias a otra gestión de Muñiz Barreto que Galimberti trabó relación con la aristocrática familia de doña Julieta Estela Luro Pueyrredón, particularmente con sus dos hijas. Así conoció a Julieta Bullrich, la mayor, con la cual inició una relación amorosa. Su hermana menor, Patricia, también se volvió inseparable del Loco, como cuñada y como aprendiz en política. Por ese entonces tenía apenas 16 años. La incorporación de ambas al peronismo fue inmediata.
Esta escena y varias más se encuentran retratadas en el libro Patricia. De la lucha armada a la Seguridad, del reconocido periodista de investigación, Ricardo “Patán” Ragendorfer. En él, el autor reconstruye no sólo la biografía y la carrera política de la candidata a la presidencia de la Nación, sino que se remonta a principios del siglo XIX para narrar los orígenes de la aristocrática familia Bullrich Luro Pueyrredón.
Con integrantes de prosapia como Honorio Pueyrredón, que se desempeñó como canciller y ministro de Agricultura de Hipólito Yrigoyen, y Adolfo Jacobo Bullrich Rejas, fundador de la casa de subastas que eventualmente llegaría a ser el Patio Bullrich, el linaje de la ex ministra de Seguridad de Macri es ciertamente patricio. Esta marca de nobleza fue uno de los motivos que incentivaron a Galimberti a trabar relaciones con la familia. Y que también podrían explicar dos rasgos de la forma de hacer política de Patricia Bullrich: su vocación de mando y su lealtad a su clase social.
Esta última, según explica Ragendorfer, no fue tal en los inicios de su carrera. “Desde luego que, en sus primeros años, sus intereses políticos no estaban demasiado alineados con los intereses de su clase social. Aunque a partir de un determinado momento, esa militancia empieza a alinearse con los intereses de la clase a la que pertenece”, explica.
Ese pragmatismo oportunista es probablemente una de las enseñanzas que Patricia aprendió de Galimberti, hábil en el arte de ocupar posiciones. Con una pequeña diferencia: “La zanahoria detrás de la cual corre Patricia es la acumulación de poder. Para Galimberti fue el ascenso social y, fundamentalmente, la guita”. La sentencia de Patán puede parecer dura, pero hay hechos que la respaldan.
El Loco cayó en desgracia durante la primavera camporista, cuando un llamado a organizar “milicias populares” en el marco de un acto partidario le costó la conducción de la Juventud Peronista Regionales, el principal frente de masas de la organización Montoneros. A partir de allí, los acontecimientos se sucedieron con una violencia irrefrenable: la masacre de Ezeiza, la renuncia de Cámpora, el asesinato de Rucci, la expulsión de la Plaza, la muerte de Perón, el asesinato de Rodolfo Ortega Peña, la escalada de violencia de la Triple AAA, el pase a la clandestinidad de Montoneros.
Al calor de los acontecimientos, a principios de 1974 Galimberti fue reincorporado por la Conducción Nacional de la “Orga”. Al poco tiempo desembarcó en la Columna Norte de Montoneros, una subdivisión de la Regional I que abarcaba los partidos de Vicente López, San Isidro, San Martín, General Sarmiento y Tigre. En su derrotero lo siguieron su novia, Julieta, y su cuñada, Patricia Bullrich, que por aquel entonces respondía al nombre de “Cali”.
La actual presidenta en licencia del Pro siempre niega su paso por Montoneros (reconoce haber sido parte de la JP), pero varios son los testimonios que la ubican participando de algunas acciones guerrilleras, sin llegar a tener un lugar jerárquico en la estructura de las fuerzas armadas peronistas.
Los años siguientes fueron muy duros. La clandestinidad y el exilio que atravesaron Galimberti y sus seguidores, entre los que se encontraba Patricia, transcurrieron entre muertes, desapariciones y operaciones frustradas. Los primeros novios de Bullrich (José Manuel “Cacho” Puebla y Ernesto “el Gallego” Fernández Vidal) fueron desaparecidos por los militares y el único hijo de la ex montonera, fruto de su relación con Marcelo «Pancho» Langieri, nació en la absoluta clandestinidad.
Ya desde la ruptura con Montoneros en 1979, los intereses de Galimberti habían virado hacia otros de tinte económico, particularmente, la enorme suma que “la Orga” había conseguido cinco años atrás con el famoso secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born, unos 60 millones de dólares. Estirando al máximo sus principios, el Loco se volvería socio y amigo de Jorge Born durante el menemismo, con el fin recuperar parte del dinero del rescate que había quedado en manos de la familia Graiver.
Galimberti moriría en 2002 a la edad de 52 años, por problemas cardíacos vinculados a su mal estado de salud. En el medio, se convirtió en un empresario afín a los negocios ilegales y llegó incluso a tener una agencia de seguridad con dos ex agentes de la CIA. El vínculo con Patricia se había roto hace mucho, allá por 1986. Con el retorno de la democracia en 1983 y ya de vuelta en el país, la Piba comenzó a acercarse a las filas de la Renovación Peronista, encabezada por Antonio Cafiero, mientras todavía reportaba a las filas de “Galimba”.
Pero la incorporación de éste al Peronismo Revolucionario, la versión para la democracia de Montoneros, significó el fin de su alianza, algo que ni siquiera logró la muerte en 1983 de su hermana, Julieta Bullrich, en un accidente automovilístico. El auto que chocó a gran velocidad era conducido por el Loco.
Patricia comenzaba a aplicar las enseñanzas de Galimberti. Cafiero venía con el viento de cola a favor y Bullrich comenzaba a dar sus primeros pasos en la política partidaria, mientras trataba de dejar atrás su pasado como parte de la juventud revolucionaria. Si bien no rompió su relación con el Loco, el padrinazgo político estaba terminado. La revolución había devorado a sus hijos y era hora de pasar de página.
La renovación permanente
“Mirá cuando te toque hablar desde el balcón de la Rosada…” le habría dicho Galimberti a Patricia Bullrich, en la madrugada del 25 de agosto de 1984. Según cuenta Ragendorfer, la piba, ya con 27 años, acababa de dar hace unas horas su primer discurso político en público, un acto en el Luna Park que juntó a cerca de 20 mil personas. Ahora en la pizzería Imperio del barrio de Chacarita, repasaban los detalles de la primera convocatoria masiva del peronismo desde 1974.
Patricia había conocido a Antonio Cafiero en 1982, cuando él preparaba el lanzamiento del Movimiento Unidad, Solidaridad y Organización (MUSO), su propia línea dentro del justicialismo. Después de perder la interna presidencial con Ítalo Luder en 1983, Cafiero fue adquiriendo un rol cada vez más importante dentro del movimiento como uno de los líderes de la Renovación Peronista, junto con Carlos Grosso y Carlos Menem, por aquel entonces gobernador de La Rioja.
Ya en democracia, Bullrich intentó el relanzamiento de la JP, diezmada y fragmentada desde el golpe de Estado. Un experimento que le duró poco. Para 1985, por orden de Galimberti, se había unido al Frente por la Justicia, la Democracia y la Participación (Frejudepa), el espacio de Cafiero que se contraponía al de Herminio Iglesias al interior del PJ de cara a las elecciones legislativas de noviembre.
Poco tiempo después, ante la pérdida de influencia cada vez más marcada de Galimberti, Patricia daría por cerrada su etapa como militante revolucionaria y se volcaría de lleno a la política partidaria. En esa misma época, en un encuentro casual con la abogada Alicia Olivera, Bullrich le diría que “los radicales tienen una política espantosa hacia las Fuerzas Armadas”. Fue de las últimas ideas que le copió a Galimberti, el cual comenzaba a tener trato con militares que participaron del plan sistemático de exterminio.
El Loco concluiría tiempo después que la represión ilegal había sido, en realidad, “una guerra fratricida, impulsada por Martínez de Hoz”, de la cual tanto la guerrilla como las Fuerzas Armadas fueron el chivo expiatorio. Una idea que Patricia, en su propia versión, replicaría en los años siguientes ante quien quisiera saber sobre su paso por la lucha armada. El nombre de “Cali” había pasado al olvido.
Desde su salto a la Renovación Peronista, Bullrich se volvió la sombra de Cafiero, una práctica que se volvería insignia en su forma de hacer política: estar siempre al lado del ganador de turno. Pero el ascenso del nuevo líder del peronismo tuvo un parate en seco cuando, sorpresivamente, perdió la interna para las elecciones presidenciales de 1989 contra la fórmula Menem-Duhalde. La hiperinflación se llevaba puesto al gobierno de Raúl Alfonsín y Bullrich, fiel a su pragmatismo a prueba de balas, ya arrimaba su bote hacia las costas del menemismo.
El Turco ganaría los comicios y lideraría durante una década una de las reformas más profundas que ha atravesado nuestro país, un plan de privatizaciones que sostuvo todo lo que pudo la ficción de la Convertibilidad. Patricia se había acercado al riojano a través de Julio Bárbaro y de José María Menéndez, un lobista que trabajaba para el grupo económico Bunge & Born.
Así llegó a ser parte del Grupo Olleros, un grupo de presión compuesto por personajes como el “Tata” Yofre, Luis Barrionuevo y Jorge Triaca (padre). Ellos fueron los responsables de acercar a Menem a los representantes de las empresas más importantes del país, como Franco Macri, Martín Blaquier y Carlos Bulgheroni. Así, la alianza neoliberal entre el Estado y el empresariado estaba sellada.
La participación de Bullrich en este acercamiento le valió un lugar en el nuevo gobierno. Su primer rol fue como jefa de campaña del candidato a senador nacional, Avelino Porto. No fue la mejor manera de comenzar. El peronista perdió contra el, por entonces, diputado radical, Fernando De la Rúa. Un nombre que tendría reverberancias mayúsculas en el futuro de Patricia. La derrota de Porto, sin embargo, no impidió que ejerciera una de sus prácticas favoritas: asomar en todas las fotos.
Al año siguiente lograría su primer cargo, como diputada nacional por la Ciudad de Buenos Aires. No llegó a completar su mandato dentro del peronismo. Las denuncias de corrupción del gobierno y la renuncia de Domingo Cavallo, que se enfrentó públicamente con Alfredo Yabrán, aceleraron el salto de Bullrich, que abdicó de su banca en 1996. Según cuenta Patán, esto le valió un cruce con el diputado Varela Cid, su ex compañero de fórmula. “¡Tu negocio es la acumulación de poder!”, le espetó el legislador peronista en un pasillo.
Un año antes, Bullrich tuvo la grandeza de aportar a la lucha por la protección de las y los niños. Según un informe que la Piba elaboró, en 1994 las y los chicos argentinos fueron expuestos a 14.235 escenas violentas en programas infantiles. Esto incluía, por ejemplo, al ratón Jerry golpeando a Tom con una sartén. Sin embargo, si de contabilizar violencia se trata, Bullrich dejó su gestión como ministra de Seguridad de Mauricio Macri con un total de 1.875 personas asesinadas por el aparato represivo estatal, según los registros de la Coordinadora contra la represión policial e institucional (Correpi). Un muerto cada 18 horas, un récord más letal que cualquier dibujito animado.
Sustitución de lealtades
Los próximos tres años se sucederían con velocidad. Tras su salida del PJ menemista, la Piba se iría tras el ex ministro del Interior, Gustavo Béliz, hasta que rompió por diferencias con él y tomó la decisión de jugar por su cuenta por primera vez. Fundó el partido Unión con Todos y se presentó a las elecciones legislativas de la Ciudad de Buenos Aires de 1997.
Su mala experiencia en solitario la obligó a retomar la vieja práctica de ocupar posiciones, esta vez sin estar del lado de los ganadores sino de quien estuviera dispuesto a recibirla. Estos años Ragendorfer los definió como de “sustitución de lealtades”, una conducta política que fue llevando a Bullrich hacia la decisión más jugada de su carrera: abandonar el peronismo. Luego de un pequeño paso por las gestiones de la intendencia de Hurlingham y de la provincia de Buenos Aires, Patricia Bullrich decidió romper con el espacio que la formó y cobijó políticamente durante 27 años. Con todos los casilleros agotados, era hora de cruzarse de bando.
Gracias a la gestión del entonces vicejefe de gobierno porteño, Enrique Olivera, la Piba se sumó a las filas de La Alianza como secretaria de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Este fue su primer cargo en Seguridad, la que se volvería su supuesta área de expertise. Una vez más, pensaba, volvía al bote ganador.
A la par que la situación del país empeoraba, Patricia comenzó a endurecer su discurso, particularmente contra un actor social que terminaría siendo uno de sus enemigos predilectos, el sindicalismo. Una elección muy simbólica, pues se trataba del que había sido el corazón del peronismo durante sus primeras tres décadas: el movimiento obrero organizado.
-No te hagas la patriota, Patricia. Si nos conocemos todos- le lanzó Moyano.
-Sí, nos conocemos todos y yo también conozco bien a los dirigentes sindicales- respondió la Piba, enardecida.
-¿Qué te querés hacer, la Vírgen de Luján?- ironizó el dirigente gremial.
-Yo no soy virgen pero yo no robé nunca.
Este famoso cruce se dió en el programa “Hora Clave”, del periodista Mariano Grondona. Patricia, que por entonces estaba al frente del Ministerio de Trabajo, se trenzó en una discusión con el dirigente camionero, Hugo Moyano. Exaltada, pero con la mirada esquiva, le espetaba acusaciones de “corrupto”, “colaboracionista” y “ladrón” al sindicalista, mientras Moyano le respondía señalándola de oportunista y de ser una de las responsables de la crisis económica. Más adelante en el programa y con la situación más calma, Bullrich se despacharía con la frase “A mí lo que me molesta es la hipocresía”.
La dureza de los conversos
Los hechos siguientes son harto conocidos. En octubre del 2000 asumió como ministra de Trabajo de La Alianza y aplicó el infame recorte del 13% a los haberes de jubilados y trabajadores estatales, además de dejar el cargo un año después con la desocupación en torno al 18%. No le saldría barato. Poco antes del estallido de diciembre de 2001, Bullrich renunciaría a su cargo de ministra de Seguridad Social y quedaría en la historia como una de las funcionarias responsables de la crisis.
La experiencia en la administración de De la Rúa casi la condena para siempre al ostracismo. Prácticamente sin ningún aliado político, en 2003 se presentó junto con el neoliberal Carlos Manfroni a las elecciones a jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El espacio también lo integraba Ricardo López Murphy, otra de las caras más recordadas de La Alianza. No llegaron a los 10 puntos. De cualquier manera, durante la campaña aprovechó para dejar en clara su opinión sobre Mauricio Macri.
Dos años después, el 2% alcanzado en las legislativas con su partido Unión por Todos parecía dar por terminada su carrera en la política, después de 30 años de actividad. Fue Lilita Carrió quien le dio un aire más, que ella no desaprovechó. En 2007, el partido de la Piba se alió con la Coalición Cívica de Carrió. Ese mismo año, Bullrich encabezó la lista a diputados nacionales, banca que ganaría y renovaría hasta 2015. Con Macri como Presidente, asumió como ministra de Seguridad de la Nación, una de las pocas del gabinete que cumpliría los 4 años del mandato. Una vez más, se sentía en el equipo ganador.
Desde ese lugar se encargó de llevar adelante una política de mano dura que tendría como casos paradigmáticos la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado y el asesinato por la espalda de Rafael Nahuel, dos crímenes de las fuerzas represivas que fueron amparadas en la llamada “Doctrina Chocobar”, cristalizado en el protocolo que habilitaba a las fuerzas federales a disparar sin dar la voz de alto.
De cara a las elecciones generales del 22 de octubre, Bullrich ha demostrado una capacidad como pocos para acomodarse a los vientos de cada época. Dada por muerta política en más de una ocasión, ha sabido reinventarse para transitar desde la lucha armada hasta el más demagógico punitivismo. Para dar este salto ideológico y resultar creíble, se vio obligada a sobre representar su papel.
Tal es así que su figura pública en los últimos años se ha construido en torno al más acérrimo antikirchnerismo y a un rechazo absoluto a su propia historia. En una aséptica editorial publicada el 24 de marzo del año pasado, Bullrich adhirió sin vueltas a la teoría de los dos demonios, igualando lo actuado por las Tres Fuerzas a las actividades de ex compañeros y compañeras, e incluso de sus parejas detenidas-desaparecidas.
“Una persona que cambia tantas veces de lugar debe mostrar una fortaleza ideológica que corresponda a su nuevo departamento. Es la dureza de los conversos”, ensaya Patán para poder explicar el alto nivel de cinismo que implica el pragmatismo permanente de Patricia Bullrich. La embanderada de Juntos por el Cambio ha vuelto del oportunismo un arte, que le ha permitido ir subiendo escalones hacia la cita que imagina con la Historia: el sillón de Rivadavia.
A lo largo de su carrera, muchas veces se le achacó que tenía fotos con todos los políticos habidos y por haber. Nobleza obliga, es la única de todas las personas en esas fotos que sigue viva y en los planos mayores de la política. La Piba, como siempre, se juega a todo o nada.