Artículo
Apuntes para pensar la estética del capitalismo tardío
4 tesis sobre el horror
Por: Dante Sabatto, Catinga
El contexto contemporáneo de crisis climática global y aceleración del caos financiero nos enfrenta continuamente a visiones del espanto. Nos enfrentamos, cara a cara, con la lógica inhumana del Capital: ¿qué mejor herramienta para pensar que el horror? A través de cuatro tesis, se presentan algunas ideas sobre los discursos políticos presentes, los límites de la abstracción capitalista y qué hacer con todo esto.
diciembre 20, 2023

00 introducción: ¿qué es el horror?

Este es un ensayo sobre el horror, no como género literario o cinematográfico, sino como una estética que define la vida contemporánea. Es decir, el horror como experiencia y teoría de la experiencia, como forma de vida bajo el régimen sociopolítico del capitalismo tardío.

El horror se define por una combinación particular: la de lo sensible y lo impensable. El horror es una experiencia, es material y es sensorial, es accesible a los sentidos, y más aún: es coercitivo, se impone contra nuestra voluntad. Y al imponerse señala hacia un afuera desde donde proviene, con la condición de que ese afuera muchas veces parece estar adentro nuestro: posesiones demoníacas, rituales secretos de familia, cementerios bajo nuestra casa, todos tropos clásicos del terror que se construyen sombre esta ambigüedad. Y es esa situación de intimidad exterior la que signa lo impensable. Cuando este cruce entre lo sensible y lo impensable cobra la forma subjetiva del sufrimiento, el asco, el displacer, estamos ante el horror.

Esta definición, que arrojo para abrir la posibilidad del texto, toma como punto de partida las elaboraciones conceptuales sobre horror y terror que se han desarrollado en el campo de la crítica literaria. (Dentro de las artes, la literatura y el cine son los territorios privilegiados del horror, aunque con notables excepciones como el subgénero musical horrorcore). Pero, recientemente, la filosofía ha tomado crecientemente al horror como un objeto conceptual sui generis con un potencial especulativo inexplorado.

En el pensamiento contemporáneo, se ha avanzado más allá del clásico abordaje del terror como “representación de las ansiedades sociales vigentes”. Podríamos decir que se pasó de una lectura sociológica a una ontológica: el horror puede ser una categoría que permite ubicar algo del orden de la realidad en un punto de indeterminación de lo social. En otras palabras, puede hablarnos de una confrontación de la humanidad con algo que se encuentra más allá de ella.

El horror tiende a descomponerse en subgéneros, y es su vertiente cósmica, en clave lovecraftiana, la que ha sido privilegiada en estas lecturas. En una síntesis brutal, podríamos decir que el horror cósmico es aquel que intenta dar cuenta de la carencia absoluta de significado que tiene la existencia humana, y busca representar al universo desde una perspectiva no-antropomórfica. A diferencia de otros géneros, no se trata en este caso de un Mal absoluto o de un odio específico, sino de una indiferencia absoluta por parte de fuerzas y entidades que exceden a la humanidad inconmensurablemente.

Este problema de escala nos lleva de vuelta al dilema de lo sensible/impensable, y añade un problema nuevo: el de lo representable. En la medida que lo cósmico indica una dimensión absolutamente Otra, exterior y ajena a lo humano, ¿puede ser representada? El horror cósmico no tiene una respuesta a este problema, sino que lo encarna. En este sentido, la nueva aproximación sobre el horror parece proponer “tomarse en serio” su propuesta del encuentro con algo extremo, en lugar de reificarla bajo el signo de la locura. El delirio esquizofrénico o el brote psicótico ya no quedan del lado de lo psicológico, sino que son las únicas discursividades capaces de dar cuenta del caos que la realidad es.

El horror juega un papel central en gran parte del pensamiento contemporáneo. Se lo entiende como un concepto estético especulativo que nos permite teorizar sobre lo liminar y lo radical, sobre los puntos extremos y las alteridades absolutas. El terreno que abre es, al mismo tiempo, el de la ontología y el de la política, pero ya no en el sentido de la “construcción social de la realidad” sino bajo la forma de un nuevo materialismo que no separa lo social y lo real.

El horror permite concebir al Capitalismo como una forma social que materialmente altera la realidad y las temporalidades y que nos confronta con lo Inhumano. En este sentido, el horror no es sólo un régimen de representación de la realidad, sino una vía de acceso a ella. No sólo trae la realidad “ante nosotros” sino que nos lleva a nosotros hacia ella.

Estas tesis son un intento de usar el concepto “horror” como una herramienta para especular sobre los posibles horizontes políticos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI. Inmersa en una crisis climática sin precedentes, sometida a una mercantilización radical de todos los aspectos de la vida en común, la humanidad se encuentra más que nunca en una situación horrorosa. Quiero ofrecer cuatro claves para pensarla.

Fragmento de Disasters of War IV, de Jake and Dinos Chapman (usada como portada de Fanged Noumena, de Nick Land).

01 el horror es la estética del capitalismo tardío

Partimos, entonces, del pensamiento aceleracionista, que postula el colapso como un futuro que el Capital viene a producir y deriva de ello un abanico de estrategias tecnopolíticas. Un concepto clave de esta tradición es el de hiperstición. Una hiperstición es una narrativa que construye ficcionalmente las bases para su consecución real. Es un meme que deviene verdad, un discurso que abandona su mera materialidad textual para convertirse en una existencia empírica. Una hiperstición funciona porque existen lazos que unen lo ficticio y lo verídico, bajo la forma de loops de retroalimentación que pueden ser explotados.

La hiperstición más importante de esta década es la de “capitalismo tardío”. Similar a “Antropoceno”, este meme define una era histórica desde su interior. Su circulación popular, masiva, ha ayudado al retorno del término “capitalismo” al lenguaje cotidiano. Lo importante, sin embargo, es el adjetivo “tardío”, que parece designar un final, un límite, un después. No es, sin embargo, lo único que denota el concepto.

Vivimos bajo el capitalismo tardío porque vivimos bajo un régimen de colapso. Porque los mecanismos de reterritorialización de la maquinaria global pierden eficiencia. Porque la cultura muestra una incapacidad constitutiva para absorber y procesar el malestar sistémico. Porque hay un decrecimiento de las alternativas de escape internas al Capitalismo. Porque, en síntesis, la abstracción capitalista ha acelerado hasta un punto de quiebre.

Abstracción y horror son términos vinculados. Nick Land ha teorizado, específicamente, al horror cósmico como un horror abstracto. Lo abstracto es lo que no puede ser recuperado: es un exceso que permanece como exceso. La abstracción es el proceso cibernético por el que el Capital es precisamente capaz de devorarlo todo, sin dejar por fuera ningún exceso. Las consecuencias técnicas y ambientales de esto son evidentes.

No hay una contradicción en este punto, sino que es necesario pensar en términos de perspectivas. El capitalismo tardío es, efectivamente, crecientemente capaz de captar e incorporar toda resistencia, toda contingencia, todo existente que se rige por una lógica no-mercantil. Este proceso, la abstracción, funciona cíclicamente y se alimenta de la crisis. Desde la perspectiva del Capital, su aceleración final (la que lo define como tardío) apunta al final de este proceso: a la inexistencia de excesos o resistencias que no hayan sido ya abstraídos. 

Desde la perspectiva humana, en cambio, todo se convierte en exceso.

Los seres humanos siempre hemos lidiado con alteridades, entidades liminales, realidades que superan la escala de lo concebible. La experiencia de lo cósmico, y específicamente del horror, no es original de esta fase histórica. Sí lo es su omnipresencia. Si la tesis fundacional de la sociología y la antropología modernas es que la religión es una adoración desviada de las sociedades hacia su propia potencia en la medida en que supera la de sus individuos sumados, hay algo de orden teológico en el horror cósmico.

Es específicamente la dominación de lo mercantil sobre todos los dominios de la vida, y la consecuente confrontación de las personas con la demanda plenipotenciaria e impersonal del Capital, lo que define la experiencia del horror contemporáneo. Es en este sentido que el horror es el programa estético del capitalismo tardío: define el régimen de lo sensible a partir del encuentro con una potencia irrefrenable e inhumana, la del Capital.

Los Mitos de Cthulhu, por Alberto Breccia.

02 el humanismo ya no existe

¿Qué es la inhumanidad del Capital? ¿En qué sentido y en qué medida es el Capital inhumano, si el capitalismo es una construcción humana?

Una famosa cita de Marx dice que los seres humanos hacen la historia, pero no libremente sino bajo condiciones y circunstancias que les son impuestas. Marx pensaba en términos históricos: “la tradición de las generaciones pasadas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”, pero la lectura aceleracionista del marxismo propone radicalizar la lectura (y no perder de vista la palabra “pesadilla”). Este pasaje sugiere que hay algo exterior a la Humanidad capaz de condicionarla, demandarle, imponerle cursos de acción.

Hoy, el capitalismo financiero en proceso de liberación total de su potencia destructiva, nos enfrenta cotidianamente a esas demandas. Los mercados quieren cosas, dicen, cual oráculos, sus intérpretes bursátiles, que están por fuera de cualquier economía a escala humana. Aquello que el capitalismo determina como financieramente asequible no tiene por qué ser deseable, eficiente o incluso sostenible desde un punto de vista humano.

La vida cotidiana, bajo el imperio del capitalismo tardío, nos fuerza a confrontar continuamente estas demandas mercantiles. Las decisiones políticas que coordinan nuestra vida en común se encuentran crecientemente informadas por una lógica de lo financiero que demuestra ser autojustificada y autónoma respecto a los deseos humanos. Algo similar ocurre con la gobernanza algorítmica sobre los espacios digitales en los que continuamente nos vemos obligados a movernos. 

Como decíamos previamente, es posible pensar los procesos sociotécnicos en los que la humanidad se ve inmersa como procesos que la superan, que no se reducen a su consecución teleológica de fines. Tanto el capitalismo como la técnica tienen una parte humana, hemos influenciado en su despliegue histórico, incluso podemos decir que somos indispensables para su génesis. Pero siguen una lógica propia, con requerimientos propios, que exceden nuestro control.

Es con ese exceso con el que nos encontramos cada vez más seguido bajo el capitalismo tardío. Podemos pensar que hay procesos que funcionan como espirales, no como loops cerrados sino como procesos cíclicos de retroalimentación positiva que pueden escapar a su terreno de origen: así funciona el Capital, así funciona el Algoritmo. Es por eso que hallarnos en un mundo dominado por estas fuerzas implica el encuentro con potencias inhumanas.

Es por eso que decimos que el horror hace imposible el humanismo.

Muchos discursos surgen en el mundo contemporáneo bajo la forma de pensamientos estratégicos para la época contemporánea. Hay posiciones tecnoutópicas, cibermilenarismos que prometen, por vía de un determinismo algo burdo, que la tecnología traerá con ella la salvación. Pero esos discursos no pueden no ser, hoy, transhumanistas: proponen una transformación de lo humano, una fusión cyborg con la máquina (la ciencia ficción no puede ser hoy sólo un género literario, siempre debe ser también una política).

Una alternativa opuesta es el pesimismo, principalmente bajo la forma de una imagen de colapso planetario que no puede ser aún evitado (el postapocalipsis es el subgénero sci-fi adecuado para este caso). Este discurso tampoco puede ser, hoy, un humanismo ingenuo: adquiere más bien la forma de un posthumanismo, que imagina una deconstrucción de los límites entre la humanidad y otras especies para un futuro común.

En los casos más delirantes, la adoración del colapso capitalista es tal que conforma, explícitamente, un antihumanismo. En este punto el horror cósmico vuelve a ser simple terror religioso, aparición del Mal.

Pero la potencia absoluta del Capitalismo inhumano ha hecho imposible retornar a un programa simple de gobernanza humana. Ya sabemos que eso no es posible, que siempre se escapa de nuestras manos, que tenemos que tener otras formas de lidiar con fuerzas mayores que nosotrxs.

Como veremos más adelante, ninguno de estos discursos va lo suficientemente lejos. Sin embargo, ambos atestiguan algo que se ha perdido: la posibilidad de una política lo humano-puro, sin residuo. La emancipación caótica del Capital demuestra que lo humano siempre tiene un resto, que nuestra especie carga consigo un germen inhumano.

Videodrome, de David Cronenberg.

03 todo tiene un límite

Retomemos. El horror señala algo que viene de afuera, que se impone sobre el mundo, que aterroriza, que hace nacer el caos. En este sentido, es parecido a otra palabra: ruido. No sólo el ruido en su sentido habitual, sino también, y más específicamente, el ruido como concepto cibernético.

Muy resumidamente, la cibernética postula que aquello que no es información, ordenamiento, sentido, es ruido. Ruido en tanto desorden, en tanto aquello que no puede ser descifrado porque no contiene código alguno, es pura aleatoriedad arbitraria y contingente. La entropía conduce al ruido, como proceso termodinámico básico: en un sistema cerrado, la energía total permanece estable y la entropía, esto es, el desorden, crece continuamente hasta un estado de caos total.

Ahora bien: si el capitalismo es una máquina cibernética, que funciona en bucles recursivos transtemporales, debería ser capaz de captar y procesar la contingencia. Estos procesos son cruciales para que el caos no consuma el todo. El carácter cíclico del capitalismo ha demostrado su inmensa, cuasi-infinita capacidad de adaptación y supervivencia.

Pero todo se agota cuando llega a un punto de saturación preciso. La etapa de liberación masiva de las fuerzas de recodificación y pacificación que atraviesa el capitalismo señala que las demandas de aceleración (el programa inhumano del capital) apuntan más lejos, hacia límites materiales evidentes.

Esta es la narrativa que la hiperstición “capitalismo tardío” enhebra. Lo que dice es que el horror, los horrores que enfrentamos en el capitalismo, son síntomas de la incapacidad del sistema contemporáneo para continuar captando y recuperando sus excesos. Este es el punto, también, donde se encuentra con esa otra hiperstición, el Antropoceno, porque la catástrofe climática que está teniendo lugar es el punto exacto del colapso capitalista.

Como humanidad, somos parte de un todo cibernético que excede al programa acelerante del capital. Lo planetario, Gaia, es también una serie de sistemas complejos, entre ellos la evolución, del que nosotrxs no somos más que un accidente. Lo humano no es una necesidad racional, es más, el horror nos revela que la Razón no es más que una ilusión. Como dice Thomas Ligotti, la idea de que la existencia de la humanidad es buena, preferible siquiera a la inexistencia, es absurda.

Es por esto que lo humano tiende siempre al encuentro con alteridades y a la confluencia con programas ajenos (el género sci-fi correspondiente a esto es, por supuesto, el horror alienígena): porque siempre hemos sido inhumanos. Por ello podemos formar parte de ensamblajes que tienden al colapso, incluso, de lo humano y lo planetario. Pero también, por eso mismo, somos capaces de plantear otras estrategias, que no produzcan abstracciones totales catastróficas sino que permitan pensar encuentros más productivos con lo Otro.

Paisaje Biomecánico, de H. R. Giger.

04 otro horror es posible

El aceleracionismo de izquierda, el del Manifiesto por una Política Aceleracionista, el de Mark Fisher, ha hecho una crítica lacerante a su versión de derecha. La idea del Capital como un ente que viene del futuro a producir el colapso planetario, para traer consigo su Imperio, la idea de la Singularidad como una emancipación antihumana de las Máquinas, todas estas ideas no van demasiado lejos. Confunden velocidad con aceleración. El capitalismo todavía es demasiado humano.

Como suele ocurrir con la izquierda, el diagnóstico es certero y arrollador, pero allí se queda. No se ha propuesto un Futuro Otro más alienígena y más transformador, uno que verdaderamente supere los límites de esta vida humana tan llena de angustias.

Pero volvamos al horror. Volvamos a lo que la filósofa argentina Silvia Schwarzböck llama, partiendo de Lucrecia Martel, “los espantos” de la posdictadura. Volvamos a las pesadillas del Capital. Volvamos a los horrores, esos instantes en que vislumbramos la carencia absoluta de sentido del cosmos, la escala colosal e inhumana en que se mueven el tiempo y el espacio, y los mil y un colapsos por venir.

¿Es eso lo único que puede producir el horror? Si así fuera, estaríamos bajo el influjo del antihumanismo, del cual sólo podríamos salir (muerto el humanismo antiguo) por las vías que mencionamos antes: transhumanismo utópico, posthumanismo apocalíptico.

Pero quizás deberíamos detenernos en la ambivalencia que habita a todo espanto. Nadie puede negar que existe un goce en el terror, que si el horror es un régimen estético entonces algo del orden de lo placentero se debe jugar allí. Antes decíamos que la ciencia ficción (la fantasía, el weird, etcétera) no puede ser sólo un género artístico, sino que necesita hoy ser parcialmente una estrategia. Eso es cierto, pero nunca puede abandonar su existencia estética: si lo hace, se convierte en un panfleto.

Toda la filosofía ha pensado esta ambigüedad entre el sufrimiento y el placer: lo sublime en Kant, la jouissance de Lacan, lo abyecto de Kristeva. En un libro sobre Lovecraft, Graham Harman dice al pasar que así como existe el horror cósmico debería existir la erótica cósmica.

Hoy, nos hallamos frente a las pesadillas de un Capitalismo que más que nunca acelera su tendencia abstractiva, su potencialidad de engullir y explotar todo lo que se encuentra más allá de sí. Pero si soñamos con otro ordenamiento del mundo, uno que tome en cuenta lo inhumano que somos para construir nuevos lazos, nuevas formas de estar en el cosmos, modalidades que tengan más que ver con la justicia, esos sueños tendrán también sus delirios. Ningún programa que apunte a algo nuevo, verdaderamente Nuevo, estará exento de lo que hoy vemos como horrores.

Pero el horror puede convivir con la belleza.

Retomemos una palabra que hemos empleado ya, el ruido: ¿no es el ruido una posible herramienta musical? ¿No ha sido usado una y otra vez, en la música atonal, en el blues, en el punk, en el glitch?

Otro horror es posible. Por eso siguen teniendo potencias las exploraciones estético-estratégicas en el campo de la ciencia ficción especulativa, el nuevo weird, la teoría-ficción, lo hipersticional, lo liminal.

Quizás no estemos en un momento donde el pasaje de la especulación a la acción esté demasiado claro. Pero hoy sabemos que las intervenciones de la palabra en el mundo también son actos, también mueven, disponen, ejecutan, construyen.

Autores

  • Dante Sabatto

    CABA
    Sociólogo. Investiga sobre aceleracionismo, nuevos materialismos y otras formas de pensamiento contemporáneo que cruzan la filosofía, la política y la técnica. Además, escribe ensayos sobre música, internet, y otros temas inclasificables.

  • Catinga

    Mendoza
    Dibujante lanunesense radicado hace años en Mendoza. Se dedica a hacer historietas, humor gráfico, ilustración y retratos.

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