Úrsula es otra chica más que muere en manos de un varón tras decenas de denuncias por violencia de género. Otra chica más que es asesinada por negligencia institucional, por inacción del Estado y de la Justicia. Otra más, igual a las miles y millones de asesinadas por la violencia masculina. Este caso reabrió otro debate social teñido de bronca, ira y hartazgo. Algo que ya vivimos antes, y no sabemos cuánto más vamos a seguir soportando.
Los discursos que circularon por estos días en las redes apuntaron hacia dos claros objetivos: el Estado y la autocrítica masculina. Nada nuevo, nada que no hayamos hablado antes. El feminismo de los últimos años puso el foco en el empoderamiento femenino, algo que es fundamental, y no tanto en el pedido de autocrítica hacia las masculinidades. No es que no haya existido ese pedido, de hecho siempre se habló del tema y por eso reaccionamos con tanto énfasis ahora. «Cuántas veces más vamos a tener que pedir que lo hablen», «Cuántas mujeres más tienen que morir para que hablen».
En una primera instancia, un amplio sector del feminismo argentino insistió en excluir a los varones cuando querían participar de alguna manera dentro del movimiento. De todos modos, estas acciones fueron fundamentales para que la militancia pueda construirse de manera sólida y así lograr que el cambio de paradigma social se materialice. Sin esa radicalización del feminismo hubiera sido muy difícil que la sociedad preste atención y que se ponga en evidencia la desigualdad y jerarquización de géneros.
Entonces las mujeres nos reunimos, buscamos espacios para estar solas, para desplegar nuestras perspectivas y, básicamente, planificar cambiar el mundo. Se sumaron también las disidencias y diversas identidades de género a la crítica de la sociedad homocentrada y heteronormativa. Fue esa instancia crítica del feminismo la que sirvió de punto de partida.
Ahora, el feminismo necesita evolucionar hacia un segundo momento que incluya también a hombres que son conscientes y autocríticos con estas desigualdades. La exclusión masculina del movimiento es inefectiva para materializar el cambio social justamente porque provoca el efecto contrario: que no opinen, que pasen de largo ante estas noticias, que no hablen, que no se «metan» en la lucha porque es «nuestra». Sí, definitivamente la lucha es nuestra, pero el cambio es colectivo.
Este tipo de discursos también son reforzados por las instituciones: en áreas gubernamentales se crean departamentos de género donde solo participan mujeres; charlas y debates impulsadas por organismos solo con disertantes mujeres; medios de comunicación que incluyen editoras de género (y por ende, quienes redactan en estas temáticas también son mujeres). En estos casos, el público femenino termina siendo el único interpelado y por lo tanto los discursos feministas que buscan amplificar el cambio social y político se quedan en ese nicho.
De hecho, cuando la sociedad observa a un varón impulsando alguna iniciativa bajo lo que conocemos como «perspectiva de género», se tiende a desacreditarlo y a exigir la presencia de mujeres para que la acción se legitime.
Si bien es cierto que el movimiento nos atraviesa a nosotras y por eso somos quienes impulsamos la crítica hacia la cultura homocentrada del mundo, necesitamos más hombres involucrados en el asunto. Todo lo referido a «géneros» es cosa de varones también, porque lo «masculino» también es un género, y ahora con mayor urgencia son los que necesitan acelerar el proceso de deconstrucción. Hacen falta más hombres criticando las estructuras de géneros y dejar de pensar que eso es solo un «asunto de mujeres».
Estas prácticas también son susceptibles de caer en la invisibilización de otras identidades sexuales y disidencias, reproduciendo y reforzando la lógica binaria. La violencia de género no solo recae sobre mujeres hetero cis, también sobre mujeres y hombres trans, sobre homosexuales y lesbianas y sobre un sinfín de identidades diversas.
A raíz del femicidio de Úrsula, pedimos fervientemente que todos los hombres hetero cis se comprometan y con urgencia empiecen a hacer autocrítica. Entonces también hay muchos varones confundidos: no saben qué hacer ni en qué posición quedarse. ¿Comparto o no comparto la noticia en redes? ¿Participo? ¿Esta vez sí puedo ir a las marchas o todavía no soy bienvenido?
Si exigimos un cambio, queremos que intenten hablar, que se tomen el trabajo de crear conciencia entre sus amigos, entonces no les demos mensajes contradictorios, no los confundamos, no los excluyamos más.
La cuenta de @leylabecha una joven politóloga que agita a las nuevas generaciones a discutir sobre la actualidad social, abrió el debate en sus historias de Instagram. Primero, reconoció que “hubo una evolución en nuestro discurso (del feminismo) porque primero los queríamos matar, ‘pija violadora a la licuadora’, no queríamos que fueran a las marchas, ahora solo les estamos pidiendo que se deconstruyan”. Y es ese el punto exacto donde hay una contradicción en nuestros discursos y exigencias de cambio social.
El problema acá es que hay otro sector de varones al que se dirigen nuestros cuestionamientos y, lamentablemente, son la mayoría. Para mostrar esto de una forma más clara, Leyla preguntó a los hombres cis “¿con qué obstáculo principal se enfrentan cuando tienen que hablar de machismo con sus amigos?”. Las respuestas fueron diversas, pero todas con relatos/experiencias/discursos en común: hombres cis que no tocan el tema, que discriminan y reproducen homofobia, que siguen humillando y violentando mujeres y disidencias, que encubren a sus amigos violentos y potenciales femicidas, ridiculizan y se burlan del amigo que intenta hablar sobre estas cosas y dejan de invitarlo a las reuniones, etc.
En la cuenta del cordobés @muypute se abrió el mismo debate y las respuestas fueron iguales. Así que sí, lamentablemente son mayoría.
Es exactamente eso lo que nos llena de bronca y por eso pedimos por favor que de una vez por todas impulsen el proceso de deconstrucción. Porque son mayoría, entendemos que todavía nos queda un largo y extenso camino por recorrer, y eso nos duele. Nos hace pensar que en todos estos años no avanzamos nada, por eso hay bronca, hartazgo, angustia e impotencia. Entiéndanlo.
Es cierto que, en el caso de Úrsula, el Estado y la Justicia tuvieron un rol importante, al igual que muchos otros femicidios anteriores y que, en ese sentido, se podría haber evitado. Pero es por eso justamente que empezamos a pedir que el cambio empiece desde lo cotidiano, reconfigurando maneras de pensar, modificando acciones diarias que se traducen en violencia simbólica, psicológica, verbal, física, y de tantas otras maneras.
Es esta posición jerárquica entre géneros la que desencadena tanto en femicidios como en la inacción y encubrimiento de la policía ante la presentación de denuncias. Desencadena también en los acosos sexuales y abusos de poder, en jueces juzgando a las víctimas y liberando criminales que después terminan matando, en violaciones en manada y seriales, en violencia obstétrica, en acciones homofóbicas y discriminatorias, en presiones y exigencias estéticas, y un infinito etcétera.
Todo surge desde el mismo lugar, y por eso pedimos que, como punto de partida, se comience con una charla entre amigos, con comentarios en el almacén del barrio o en un asado familiar. Entendemos que no es algo tan sencillo, forma parte de una estructura normativa que nos envuelve a todos y todas por igual. Es complejo arrancarse concepciones epistémicas que constituyen nuestra identidad como sujetos sociales: la desigualdad entre géneros todavía forma parte de algo profundamente naturalizado.
Si hay tantos varones que todavía minimizan o invisibilizan la situación es porque no quieren perder su posición de poder en las relaciones sociales de géneros. Por eso nos da bronca, a quienes ya comenzamos el largo camino de deconstrucción, a quienes lo estamos intentando, quienes hace rato lo venimos hablando. Por eso pusimos el grito en el cielo y vamos a hacer vibrar a toda la Argentina tras el femicidio de Úrsula.
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