Como mujer soy IMPENSABLE, como poeta – sólo soy natural. – ¡Y ésta es -(¡demasiado tiempo abjuré!) – de una vez y para siempre – mi única medida!
Marina Tsvietáieva, 28 de julio de 1919
Querida Virginia:
Para masturbarse, ¿hace falta tener un cuarto propio? En mi casa, de chica, era imposible, compartía la pieza con mis dos hermanitos. Pero a falta de cuarto tenía baño, un baño común para 5 personas. En ese baño me hice escritora.
Cuando el mundo se volvía triste y yo veía la terrible verdad que a los 12 años un pariente desagradable me había gritado –¿vos vas a cambiar el mundo? me hacés reír– me encerraba en el baño y llorando contra la puerta escribía versos rabiosos y rebeldes, versos de una tristeza propia. Una tristeza barroca.
En ese bañito de la casa de la calle Espinoza, una mañana de noviembre, antes de ir al acto que marcaba el fin de séptimo grado, me puse espuma para afeitar en las piernas, me pasé la gillette y me despedí de mis piernas de caballo, y de las medias blancas que usaba hasta la rodilla para taparme los pelos que crecían negros y fuertes. Con dos heridas que me sangraban, una en el tobillo y la otra en los pliegues de la rodilla, salí del baño y me puse el guardapolvo por última vez. Me dieron un diploma y una medalla; un discurso sobre el futuro que me hizo llorar.
En el baño, todo: preguntas que no me animaba a hacer, lugar para pensar lo que dolía y lo que amaba, lo que tenía y lo que perdía. Para llorar las muertes que incomodaban, para planear las fugas necesarias que me iban a salvar.
Pero a los 13, 14, 15 años yo no me masturbaba, ni en el baño ni en ningún lugar.
Una tarde vino Tamara, ella tenía 11 años y yo 12. En la escuela se decía que su mamá le teñía el pelo para que sea rubia, de un rubio casi blanco ¿será cierto? Mi mamá la cuidaba por las tardes, por ende nuestra amistad era de compromiso. Un día trajo una revista de su papá. Nos escondimos detrás del sillón, un sillón de pana de los de antes. La revista estaba en italiano y tenía fotos de mujeres desnudas y algo que nunca había visto. Qué raro que fue. Tamara iba a italiano, así que me tradujo lo que decía. Memorizamos algunas frases y agarramos las páginas amarillas, elegimos el rubro mueblerías y empezamos a llamar por teléfono. Nos atendían y nosotras decíamos las frases, todo rápido y bajito y nos quedábamos esperando las respuestas. Mi mamá en la cocina planchaba, fumaba y escuchaba la radio. En una de esas llamadas, un señor nos dijo de ir a un albergue transitorio. Entonces, al rato, le pregunté a mi mamá qué era. Me acuerdo que me dijo: “un lugar donde va la gente rica”.
La primera vez que me masturbé, vivía en pareja, trabajaba, me depilaba regularmente. Era una chica grande, muy grande. Tampoco tenía cuarto propio, y el baño era compartido.
Pero los orgasmos y los poemas son lo único propio. Con esto quiero decirte, Virginia, que estabas en lo cierto y a la vez no. ¿Cómo hacemos las chicas sin cuarto? Hay que escribir igual, sin plata y sin cuarto. Y masturbarse en el baño. Porque el verdadero cuarto propio de poeta, su emancipación, siempre fue la escritura Virginia, se haga dónde se haga, como se pueda. Con lo que se tenga a mano, en un mundo sin derechos ni garantías o con conquistas sociales.
PD: Esto es una promesa, una promesa de escritora.
De ahora en más te voy a llevar de la mano a recorrer la saga más galante de escritoras pornográficas. Ellas no conocen un siglo, se leen sin separación, son todas contemporáneas. Son la comunidad pornógrafa ignorada, no están en los libros que recopilan historias de la literatura erótica o pornográfica, permanecen en sus archipiélagos. Quizás en este momento estén ignorando a Ulises, como bien supo Kafka. Se las cita por separado, y si se las junta es para compararlas en lo obvio. Se burlaron durante años, quizás siglos, de tener un nombre propio, confundieron con seudónimos.
No responden a un género literario; en las cartas, los diarios, la poesía, en sus obras que santificaron y en la que ocultaron, son la fruta deliciosa con la que alimentarnos.
Eso sí: hay que despedirse de los amantes viejos, esos amantes que nos presentaron cuando éramos jóvenes y que nos parecían que tenían un fuego eterno: adiós mi querido Bataille, mi terrible Sade. No porque no causen placer-invitan con la carne -sino por lo que no conocemos y apenas sospechamos. En eso, tenés que reconocer, tengo un buen punto. Y en un punto puede caber el infinito, el clítoris.
Atentamente, las que escriben sin cuarto,
desde un baño perdido en Buenos Aires.