Se ha vuelto una especie de moda hablar de fascismos, en medios de comunicación, en redes sociales. Se utiliza la carátula “fascista” para designar algún tipo de mal moral que nos aqueja, algún tipo de poder infame que tiende a constreñir la voluntad de las personas, un poder que desea sobre todo más poder y control; como quien diagnostica algún tipo de enfermedad que no entiende, resultan bastante confusas las acusaciones de fascismo tanto en grupos de izquierda como de derecha, al punto de que no queda claro a qué se refieren realmente cuando señalan a alguien o algo de fascista.
Se suele utilizar la categoría como acusación, designando algún tipo de infamia o vileza. Al parecer nadie se siente cómodo bajo el título de fascista, del mismo modo en que funciona la acusación de “nazi”. El principal problema para abordar el fascismo en la actualidad, más allá de su contenido histórico (que veremos a continuación), es la vaguedad, imprecisión y facilismo con el que se utilizan los términos, sirviéndose de las categorías como si fuesen caramelos, que sin embargo tienen la facultad de reconfigurar y disputar una concepción del mundo.
El fascismo eterno
Preocupado por definir de qué hablamos cuando hablamos de fascismo, Umberto Eco sostuvo que “Fascismo” se convirtió en una sinécdoque que se usa para distintas manifestaciones de totalitarismo, como escribió en un texto donde describe catorce características de lo que llamó el “fascismo eterno”, partiendo de que no es necesario que estén todas ellas, sino que basta con una sola para permitir que las demás se desarrollen y el fascismo tenga lugar. A saber:
1°) El culto a la tradición;
2°) El rechazo a lo moderno;
3°) El culto de la acción por la acción;
4°) El desacuerdo es una traición;
5°) Miedo a la diferencia;
6°) Apelación a la frustración social;
7°) La obsesión con una conspiración;
8°) La humillación por la riqueza y la fuerza de sus enemigos;
9°) El pacifismo es el comercio con el enemigo;
10°) Desprecio por los débiles;
11°) Todo el mundo es educado para convertirse en héroe;
12°) Machismo y militarismo;
13°) El populismo selectivo;
14°) El Fascismo Eterno habla una especie de neolengua.
El fascismo clásico
Ahora bien, retomemos desde el principio. El fascismo tiene su origen en Italia, con la fundación por parte de Mussolini del Fasci Italiani di Combattimento (fasces italianos de combate), el 23 de marzo de 1919, posteriormente conocido como Partido Nacional Fascista.
Tras la crisis seguida de la Gran Guerra, Mussolini soñaba con recrear en Italia el poderío del Imperio Romano, de ahí que el emblema de su movimiento sea el fascio littorio o haz de lictores, un antiguo símbolo de poder romano que representaba que un hombre tenía imperium, o autoridad ejecutiva.
Los fasces eran paquetes de varillas de madera de olmo o abedul, de un metro y medio de largo y un hacha, atadas con una cinta de cuero rojo, que los lictores llevaban recostados en su hombro y simbolizaba la unión en la fuerza. Esta es una primera cuestión central, el fascismo hace del poder y de la fuerza un culto. Una segunda cuestión, es que esta reverencia al poder por el poder mismo está sujeta a las condiciones materiales, históricas y concretas, que determinan las características y el acceso al poder real, de manera que el fascismo se adapta a las circunstancias y se define o delimita con relación a ellas; debido a que no tiene una ideología suya originaria y a que recoge sugerencias provenientes de diferentes doctrinas (el fascismo de Mussolini, por ejemplo, es políticamente deudor del nacionalismo de Corradini; y en el plano cultural, del irracionalismo y del futurismo de Tommaso Marinetti, con su nihilismo de apariencia innovadora, pero en la realidad confusamente reaccionario), sólo está sujeto a su ambición y a los contextos en dónde pueda desarrollarla, esto le brinda una capacidad de maniobra y variación prácticamente infinita, de forma que resulta más factible hablar concretamente de fascismos que de fascismo, abordándolos históricamente, poniendo atención al entramado de relaciones sociales en donde tienen lugar, tal y como hizo Antonio Gramsci.
Por qué leer a Gramsci
La lectura de Gramsci es ineludible, no sólo porque es probablemente el mejor y más lúcido analista de tal fenómeno político, siendo el observador contemporáneo de mayor agudeza durante su origen y evolución, sino y sobre todo también porque Gramsci fue una víctima fundamental del fascismo italiano, al punto de que sus denuncias acerca del significado del fascismo provocaron su encarcelamiento y muerte, días después de haber sido liberado.
La principal virtud del análisis gramsciano es que jamás simplifica su objeto de estudio, lo pone en situación con todos sus matices, no cae en fórmulas ni en reduccionismos, no se deja llevar por prejuicios o irracionalismos, ni por la esperanza ni por el terror. Gramsci pone su atención en el contexto histórico, en las condiciones materiales y en las dinámicas culturales precisas que dan lugar a los acontecimientos. Su mirada sigue vigente en los análisis políticos, más aún cuando los fenómenos parecen reeditarse bajo nuevas formas y figuraciones para muchos insospechadas, sobre todo porque nos pone en situación y nos ofrece una lectura más profunda y criteriosa del panorama, lejos de simplificaciones.
Un proyecto de dominación de clase
De acuerdo con Gramsci, el fascismo es, en primer lugar, un proyecto de dominación de clase; luego las características particulares que exprese se adecuarán al contexto histórico concreto en donde tenga lugar. De tal manera, podemos estar seguros de que el fascismo actual no es igual al que existió tras la Primera Guerra Mundial. Por ejemplo, se suele decir que el fascismo se caracteriza por el rol autoritario del Estado, a partir de la famosa frase de Mussolini (“Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado”), de forma que posiciones pretendidamente liberales o antiestatales no podrían ser consideradas fascistas.
Ahora bien, esto es un error, dado que la principal característica del fascismo es el culto al poder que, en el modo de producción capitalista se refleja en el capital; no es la primacía del Estado, sino la primacía del capital, es un proyecto reaccionario de expansión y acumulación del capital, en favor de su concentración y centralización y, como contrapartida, en favor de la desposesión y el sometimiento de los trabajadores y marginados; si se apoya en el Estado o se sirve de él, de su aparato ideológico y coercitivo, de su rol fundamental en la forma y en la dinámica que adquieren los conflictos sociales, como lo hizo durante la experiencia italiana de los años ’20, lo hace simplemente porque le sirve al desarrollo del capitalismo en su fase imperialista.
Partamos de que para Gramsci el Estado es todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados; de tal manera el Estado es un complemento más, un actor importante en la configuración de las relaciones sociales de dominación, más no pierdan de vista que todo Estado se desarrolla sobre la base de relaciones sociales de dominación concretas. En resumen, cuando el Estado, con las características concretas que posea, no le sea útil al desarrollo del capital, el fascismo reaccionará contra él, ya modificándolo desde dentro, ya enfrentándose a él desde fuera, en fin, limitándolo donde le es inconveniente y potenciándolo donde le sirva de vehículo para la expansión de sus intereses concretos, la acumulación de poder.
La novedad del fascismo
En su lectura de los entramados sociales, Gramsci no consideraba a la burguesía y a su modo de producción como un bloque homogéneo, sino como un bloque social dominante donde existen diferenciaciones y contradicciones, por lo que el nacimiento y afirmación del fascismo no ocurre ‘limpiamente’, ni se trata simplemente de una reacción contra el proletariado. De acuerdo con Gramsci, la novedad del fascismo es que interpela masivamente a partir del énfasis en un aparato de propaganda nunca antes visto, dirigiéndose directamente a los individuos en tanto que individuos, sirviéndose de la creación de un enemigo común a erradicar, culpable de todos nuestros males, capaz de nuclear a la comunidad como una masa indiferenciada y temerosa; el fascismo se apoya en un segmento de la población, para controlar al resto. De ahí la analogía gramsciana de que todo fascismo comienza como cesarismo, o bien, como propuso Marx en el 18 brumario, como bonapartismo; de ahí también su condición paradójica de ser al mismo tiempo reaccionario y popular.
Recordemos que su objetivo es el poder y la continuidad del mismo, el control; de forma que tratará de cooptar cualquier vínculo de comunidad que escape a su control, esto es, erradicar asociaciones que puedan significar algún tipo de contra-poder, conducir a los individuos a que se vinculen en su sometimiento, con reglas previstas, ya sea por el Estado o por el mercado.
Para Gramsci el fascismo está estrechamente relacionado con la debilidad de las clases dirigentes, con su incapacidad de dar respuesta a los conflictos sociales y de lograr consensos necesarios, con los límites de la unificación política y de la modernización económica. En 1920 advirtió que la contraofensiva de las clases dominantes, más allá de barrer la lucha política de los trabajadores, apunta a su absorción, en el interior del Estado burgués, de las instituciones de asociación económica y social de las clases explotadas.
En el artículo L’unità nazionale, publicado por “L’Ordine Nuovo” el 4 de octubre de 1919, dice que la historia puede forjar contextos en que, de una clase espiritualmente saludable y unida, surjan individuos “políticamente desagregados”, despegados de cualquier realidad económica concreta. En este punto podríamos trazar una analogía con la actualidad, tomando como punto de referencia al candidato a presidente por La Libertad Avanza, Javier Milei, y a Gabriele D’Annunzio, emblema del subversivismo reaccionario, a quien una parte significativa de la burguesía italiana idealizaba en contraposición a la autoridad y disciplina legal del gobierno central, así como para la organización armada contra el gobierno de Fiume (ciudad reivindicada por Italia después de la Primera Guerra Mundial y luego ocupada militarmente por los legionarios de D’Annunzio); en ambos casos, podríamos decir, ocurre lo que Gramsci llama la “transformación de un gesto literario en un fenómeno social”, la integración de personajes carismáticos y aparentemente marginales o ajenos al reducido mundo de la política, a las líneas de avance de las fuerzas reaccionarias.
La base social del fascismo
Respecto de la base social del fascismo, el artículo aparecido el L’Ordine Nuovo (2 de enero de 1921), titulado después como: “El pueblo de los monos”, en referencia a un relato del Libro de la Jungla de Kipling, ofrece valiosas coordenadas para una posible y renovada caracterización de las expresiones del fascismo contemporáneo. En él, Gramsci describe la trayectoria de la pequeña burguesía italiana desde los años ochenta del siglo XIX hasta el nacimiento del movimiento fascista, y dice “es como la proyección en la realidad de un relato de la jungla de Kipling: el relato de Bandar-Log, del pueblo de los monos, el cual cree ser superior a todos los demás pueblos de la jungla, poseer toda la inteligencia, toda la intuición histórica, todo el espíritu revolucionario, toda la sabiduría de gobierno, etcétera, etcétera.”
De acuerdo con Gramsci, con el fascismo, la pequeña burguesía “ha mostrado su verdadera naturaleza de esclava del capitalismo y de la propiedad latifundista, de agente de la contrarrevolución. Pero también ha demostrado ser fundamentalmente incapaz de desempeñar una misión histórica cualquiera: el pueblo de los monos ocupa las páginas de sucesos, no crea historia, deja rastros en los periódicos, no ofrece material para escribir libros…”. El autor italiano sostiene que con el desarrollo del capitalismo financiero esta clase perdió su función en la producción, volviéndose “pura clase política”, especializada en el “cretinismo parlamentario”. A la degeneración de la pequeña burguesía le sigue la del Parlamento, convertido en un escenario para las discusiones demagógicas y los escándalos, y un lugar fértil para el parasitismo.
Un Parlamento corrupto que inspira desconfianza y pierde progresivamente prestigio entre las masas populares, sumado a la desmovilización de la guerra y la retórica de una victoria mutilada, la crisis económica, el fenómeno de la proletarización de las camadas medias, serían las causas del desasosiego de la pequeña burguesía durante y después de la guerra, bien como los orígenes del llamado subversivismo reaccionario, que encontró en el nacionalismo de D’Annunzio y en el fascismo de Mussolini la razón de su expansión.
¿Por qué son políticos los discursos antipolíticos?
En la actualidad es común oír que el éxito de Milei se debe a un “discurso del odio”, que capitaliza la bronca. Sin embargo, se prejuzga este discurso, se lo simplifica y no se lo toma con la seriedad que amerita. El éxito de Milei se debe a que su discurso es ante todo político, capaz de interpelar y aglutinar a multitudes desdichadas, desesperadas, decepcionadas, que no encuentran respuesta a sus problemas por los medios habituales. Reúne elementos claramente fascistas, desde el desprecio a los débiles a la creación de un enemigo común, causa de todos nuestros males: los políticos, la “clase política” o la “casta”, a los que insulta y llama “parásitos”.
“La verdadera grieta es entre los que laburamos y nos rompemos el lomo generando riqueza, y los parásitos de la política”; “Si el país se separara entre los que producimos de un lado y del otro lado quedara la mierda de los políticos, los sindicalistas, todo este conjunto de parásitos, se hunden, se mueren”; “En realidad los que no pueden vivir sin nosotros son ellos, viven a costa de nuestro esfuerzo”; “El verdadero enemigo es el político”.
Dirán que Milei es fascista por ser antipolítico, pero la verdad es que, aunque su contenido pueda ser “antipolítico”, su discurso es plenamente político. Ya decía Carl Schmitt que una manera particularmente típica e intensiva de hacer política consiste justamente en calificar al adversario de político y a uno mismo de apolítico. El enemigo político en el discurso de Milei es siempre simbólico, no real, se trate de la “casta” o de los “zurdos de mierda”, el enemigo simbólico te da margen para maniobrar, reciclar gente, atacar a unos y defender a otros, participar del juego de amigos y enemigos de la política como en el juego de los inteligentes de Felisberto Hernández: “los despejados juegan a las esquinitas y aprovechan la confusión general para quedarse con una esquinita”.
El propio Gramsci dedicó unas páginas de los cuadernos de la cárcel al “apoliticismo”, en las que sostiene que es un rasgo que, en las masas populares o clases subalternas explica el deterioro de los partidos políticos, que se produce por un efecto de derrame de un sesgo de la ideología dominante, dado que, en los estratos superiores, el “apoliticismo” corresponde a un modo de pensar “corporativo”, sectario, ligado a la defensa de los intereses económicos; de manera que como extracto de la ideología dominante, el discurso “apolítico” contribuye a la dominación, en la medida en que condena o reprueba el plano de disputa y conflicto de poder y de legitimidad que significa lo político.
La ontología liberal
El proyecto de Milei es fascista por otras razones, en primer lugar porque representa no sólo el culto al poder irrestricto del capital, subordinando todo lo demás a las reglas del “libre mercado”, que es lo mismo que decir “la ley de la selva”; no sólo una reacción de la clase dominante que busca aumentar y concentrar la acumulación de capital a costa de la desposesión y el sometimiento de los más débiles, despojándolos de sus derechos conquistados políticamente, sino también porque, enfatizando las redes de propaganda masivas interpela masivamente a los individuos como mercancías, despojándolos de su condición humana, recreando la paradoja fundamental del fascismo: su condición de ser al mismo tiempo reaccionario y popular.
El discurso de Milei es ultraliberal y pareciera hallarse cómodo en las contradicciones. Para entenderlo mejor hay que situarlo en medio de la ontología liberal, esa concepción del mundo y de la existencia que está regida únicamente por el mercado, que pretende subsumir todas las relaciones sociales a la órbita del mercado, por medio de la cual se entiende que todo puede comprarse o venderse, en donde no hay terreno para lo innegociable y nada es gratuito.
¿A quién se dirige el discurso fascista?
Ahora bien, ¿Por qué Milei le habla a los trabajadores? Porque los necesita para ganar la elección. ¿Por qué los trabajadores se sienten atraídos por el discurso de Milei? Eso es más difícil de responder. El discurso de Milei no se dirige a los trabajadores como personas, los interpela en tanto que individuos y consumidores que buscan validar su identidad en el mercado; desestimando cualquier otro vínculo de comunidad que no tenga una referencia narcisista (Yo) como parámetro de verdad.
De modo que se figura al sujeto aislado y rodeado al mismo tiempo, vinculándose con los demás sólo a través del mercado, por medio de comparaciones que cuestionan su propia identidad, aprendiendo a nadar en medio de lo que Marx llamaba “las aguas gélidas del cálculo egoísta”. Este tipo de discursos (deshumanizantes) se inyectan entre la multitud desvalida, que puede identificarse rápidamente y abre un terreno fértil para los viejos espectros del fascismo donde el otro es un enemigo que pone en cuestión mi identidad y mi verdad.
Para entender la consolidación de estos discursos totalizantes hay que prestar atención a los síntomas. La aparición de personajes aparentemente esporádicos y capaces de canalizar las más bajas pasiones de la multitud, son síntoma de un malestar en la cultura. Los discursos de odio tienen lugar en medio de conflictos sociales de raigambre conocidos, germinan y se propagan entre grupos humanos descontentos, dolidos, resentidos, en medios sociales marcados por profundas enemistades, entre grupos marginales o desatendidos, en fin, crecen en medio de la desigualdad social y pretender encarnar algún tipo de venganza.
El fenómeno libertario es fundamentalmente irracional y dogmático, implica una lucha moral que se ajusta a la desesperación de la gente que está harta y cansada y sobre todo quiere creer, de ahí el mesianismo, la teatralización y el espectáculo.
En “El Estado y el problema del fascismo” (1930), de George Bataille, se sostiene que la expansión del fascismo se explica por representar a los descontentos para ser la expresión política de una comunidad que se piensa acabada y homogénea. De acuerdo con Bataille, el sentimiento de pertenencia a una comunidad cerrada protege al individuo de aquello que amenaza su propia integridad: el contacto con lo otro, con lo extraño, con lo desconocido. Bataille plantea que el motor que nuclea al fascismo es el temor del individuo a su propia muerte, a perder su identidad en la confusión indistinta con todos los otros seres; angustiado ante la pérdida de sí, trata como enemigos a cuantos no forman parte de su propia comunidad política. De acuerdo con Bataille, el fascismo sólo logra constituir una “comunidad para la muerte”.
¿Qué podemos esperar del fascismo?
De acuerdo con Hanna Arendt, el fascismo tiene una tendencia totalitaria, en la medida en que desea la dominación total sobre todos los aspectos íntimos de la vida humana, eliminando cualquier residuo de potencia de oposición, hasta finalmente eliminar la espontaneidad como expresión del comportamiento humano y transformar a la personalidad humana en una simple cosa, primero matando a la persona jurídica, luego destruyendo a la persona moral, y por último desapareciendo la autonomía individual. Para ello se sirve, entre otras cosas, de la instalación de un cierto tipo de lenguaje político y de un cierto tipo de lenguaje económico/mercantil; que pretenden convertirse en el único lenguaje, llevando a su terreno y haciendo responder de acuerdo con su lógica y su juego a los otros modos, irreductibles, del lenguaje y de la vida.
Desarrollado el fascismo, se ampara en la legalidad que le procura el poder y busca destruir cualquier tipo de pluralidad y diferencia, para destruir con ello cualquier tipo de disidencia. La masa supone un conjunto de individuos indiferenciados y prescindibles, un tipo nuevo de sujeto, incapaz de asociarse o distinguirse, que configura su identidad a partir de la pertenencia a la masa y es potencial adherente a una dinámica totalitaria, dado que en la euforia de su vida uniforme la gente no ve el uniforme que lleva.
El desafío ante estos discursos consiste en romper con el individualismo y los lazos meramente mercantiles. Lograr que el sujeto no solo se enfrente ante su propia crueldad, sino ante la crueldad deshumanizante de la cultura dominante. Para ello, configurar una ética insobornable que contemple la diferencia y la convivencia con lo diferente/inasible. Necesitamos vínculos de hospitalidad innegociables, vivir en un estado de fuga permanente respecto de la identidad de nuestro mundo, aceptar al otro tal como ha surgido, que nos interrumpe con su presencia y molesta y es preciso que moleste, dado que, sin la inconveniencia de su presencia, no habría ética.
Diseño de portada: Lucas Bullones