“Ahí viene Ramón” se escucha decir a alguien. Las cabezas giran buscando. Es un domingo de noviembre de 2022. Y ahí viene el hombre, con 95 años, de saco marrón abierto sobre la camisa roja, esta vez sin sombrero, con una sonrisa sutil y la mirada serena tras las gafas transparentes. Dos mujeres lo acompañan: a su izquierda, entrelazada a su brazo, María Teresa, su esposa. A su derecha, Naty Zonis, manager y productora. A paso lento, entre respetuosas muestras de cariño del gentío, desandan el camino hacia la primera fila de butacas del Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner. Pronto va a empezar El viejo río que va. Concierto para Ramón Ayala, quizás el mayor tributo que hasta aquí haya recibido. Las voces se acallan y se van apagando las luces del salón. Sobre el escenario, apenas se distinguen las siluetas de instrumentistas sinfónicos ante sus elementos de trabajo.
Desde la oscuridad total, emerge la voz en off de Ramón:
Mira la luz, goza la vida. Y el acontecimiento de existir
Una hora y varias canciones más tarde, las más de mil setecientas personas presentes, se ponen de pie y hacen tronar aplausos que se extienden durante minutos, dando paso a una ovación cantada, ya con las luces encendidas: Olé, olé, olé, olé olé… Ramón, Ramón…
Tierra de canoas
Mil novecientos veintisiete. De a cientos llegan al puerto de Buenos Aires familias europeas devastadas por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Muchas de ellas alemanas, ucranianas, polacas y suizas, arriban a un lugar que aún se llama Territorio Nacional de Misiones. Exhaustas y con sus trastos a cuestas, buscarán en esta nueva geografía, selvática, ardiente y misteriosa, la posibilidad de un hogar. También desde Brasil la gente cruza el río Uruguay para probar suerte en la tierra colorada, sumándose a la población indígena y criolla que ya la habita. “Hay que plantar tung y yerba”, resuelven.
Ese año, precisamente el 10 de marzo, hace su aparición en el mundo Ramón Gumercindo Cidade, primer hijo del correntino Gumercindo Cidade, panadero de oficio que llegó a ser Cónsul argentino en la ciudad brasileña de Sao Borja, y María Morel, paraguaya, cantora y guitarrera popular. El pueblo donde nace Ramón se llama Garupá, que en el dulce idioma guaraní significa “tierra de canoas”. Desde allí, tras la prematura muerte de su padre y junto a sus cuatro hermanos, la familia deambula por Posadas, donde vive en una casa -dicen- embrujada, pasa por Santa Ana y finalmente parte de ella se radica en Buenos Aires, en la zona de Dock Sud, donde el pequeño Ramón conoce el mundillo del trabajo infantil durante su temprana adolescencia.
Noventa y cinco años después de aquel nacimiento, tres músicos jóvenes y litoraleños, Homero Chiavarino, Julián Venegas y Joel Tortul, deciden formar un conjunto y bautizarlo Garupá, en homenaje al artista. En poco tiempo, graban su primer disco y se presentan dentro y fuera de Argentina. Dice Julián:
–Ramón Ayala es la historia viva del cancionero litoraleño. Un artista de antena grande y herramientas varias, que trasciende por transmitir una sensibilidad que va más allá de su origen y tiempo: cuando habla del trabajador y de su tierra, resuena en las injusticias de siempre y en la belleza de la tierra entera.
Por su parte, Joel afirma haber conocido la obra de Ramón ya en la adolescencia, cuando comenzó a frecuentar peñas folklóricas.
–Es un artista que dedicó toda su obra al río y el monte, pero también al hombre dentro de ese paisaje, con letras que son muy duras, que hablan del problema del hombre común, pero también de una manera muy bella. Eso es lo que tiene que tener una obra de arte, por más duro o trágico que sea aquello de lo que se esté hablando, tiene que tener esa belleza para que podamos disfrutarlo.
Desde su tierra de canoas la vida de Ramón parece signada por un espíritu nómade, marcando su obra por la añoranza y la perspectiva: “Alejarme permitió que el árbol no me tape el monte”. Basta mencionar que la icónica Posadeña Linda fue creada en la ciudad de Barcelona. Pero si nuestro canoero ha llegado lejos, a lugares más recónditos aún llegó su canción.
Selva, noche, luna
Sierra Maestra, Cuba, 1958. Tenue, la pequeña llama de un fogón ilumina los rostros de esos hombres barbados. Algunos fuman. Otros cubren sus espaldas con mantas crotas. Casi todos son campesinos que cambiaron el arado por el fusil, por convicción y necesidad. El canto de uno de ellos rompe el silencio nocturno del macizo montañoso:
Selva… noche… luna…
pena en el yerbal
el silencio vibra
en la soledad
y el latir del monte
quiebra la quietud
con el canto triste
del pobre mensú
Meses más tarde, el 1° de enero de 1959, aquellos y otros cientos de hombres del Ejército Rebelde, ingresan harapientos y victoriosos a Santiago de Cuba tras derrotar a las huestes del dictador Fulgencio Batista, inaugurando un nuevo tiempo en la historia de América Latina y el mundo.
Apenas tres años después, en 1962, el hombre que cantaba a sus soldados en la selva se encuentra en La Habana con el autor de aquella canción. Uno se llama Ernesto y ahora es Ministro de Industria de Cuba. El otro, Ramón Ayala.
-“Yo cantaba tus canciones en Sierra Maestra”, comenta el Comandante al estrechar la mano del joven artista.
El episodio está narrado, con ribetes literarios de thriller político, en La región prohibida, uno de los cuentos que compone el volumen autobiográfico “Confesiones a partir de una casa asombrada”, de 2014. Participaron de la reunión figuras como Rodolfo Walsh -rememorará el autor en una entrevista-, además de un por entonces destacado político chileno, de nombre Salvador Allende, y “una luchadora por los derechos del aborigen”, quien fuera Rigoberta Menchú, luego Premio Nobel de la Paz. Como esa gran cumbre próceres, la vida de Ramón es una gran ensoñación, fantástica, increíble, por momentos inaprensible. Su autobiografía atesora sucesos de los más diversos, donde la realidad es intervenida por la creatividad que aporta su autor al jugar con los recuerdos.
Una imitación magnífica del paisaje
¿Cuántos artistas contemporáneos ostentan la creación de un género musical? Muchos estilos, incluso, no tienen creadorxs identificables, sino que se van forjando al fragor de expresiones pretéritas, como una trama que se teje sobre una urdimbre ancestral, nutriéndose del color de territorios y pulsos autóctonos. A veces, de manera errónea, se atribuye a ciertos artistas el título de creadores de tal o cual ritmo. Por ejemplo, suele asignarse a Bob Marley la fundación del reggae, cuando exponentes anteriores se encargaron de popularizar el género en la isla de Jamaica. Lo mismo ocurre con el Rock and Roll y la frecuente atribución del género a Chuck Berry, pese a los registros que demuestran que algunos artistas ya ejecutaban esa música muchos años antes. Sin embargo, en el plano del folklore latinoamericano, el caso del gualambao no admite duda alguna. Esta invención de Ramón Ayala, configura el experimento de captar musicalmente las voces y sonidos naturales de ese territorio complejo, fronterizo y encantador que es Misiones.
–Todo nace de un estado de conciencia. La provincia de Misiones carecía de un ritmo que la representara esencialmente, con las características especiales de su geografía. Pensé en la Triple Frontera, un espacio único en el mundo. Tomé dos compases del ritmo de polka o chamamé. Es decir el 6 x 8, que significan 6 corcheas distribuidas en dos tiempos ternarios. Compases que transformé en cuatro, 4 tiempos ternarios convirtiéndose en el 12 x 8 de extraña fisonomía en el ambiente sudamericano. Es decir, tres corcheas en cada tiempo, formándose en una criatura singular. Una forma rítmica distinta de las demás, pero, de amplio espectro, comenzando por su conformación básica.
Así, el gualambao nutre su textura sonora del paisaje natural, resignificando una confluencia de elemento originarios guaraníes, ritmos embebidos desde Brasil, Paraguay y Europa, mientras su poética encuentra en la preponderancia de la selva, los pueblos y los cauces hídricos los epicentros de su vitalidad.
Para Juan de Dios Rivas, integrante de la Orquesta Sinfónica del Parque del Conocimiento (Misiones), y coordinador del espectáculo Gualambaos. Concierto Sinfónico para Ramón Ayala, “el gualambao y gran parte de la obra de Ramón, denotan una interpretación de todas esas características sonoras que aparecen en el monte, como una imitación magnífica del paisaje y las voces de la naturaleza”.
La propuesta estética del gualambao toma cierta distancia de otros géneros regionales previamente transitados por Ayala. En la interesante tesis de Lorena Krujoski y Daniela Rossi titulada Música y folklore en el contexto del Bicentenario: El Gualambao como tradición inventada, se menciona y analiza esta tensión reinante entre el gualambao y otros estilos regionales, en el marco de una especie de disputa por la “genuina representatividad musical” de Misiones:
“Los argumentos discursivos esgrimidos para distinguir y ponderar el gualambao por sobre los otros ritmos posibles de erigirse como géneros musicales representativos de la cultura de la provincia, trazan antagonías y oposiciones, ya sea al interior del folklore nacional: músico del noroeste / músico del litoral; con respecto al folklore de la provincia: galoperos – gualamberos / chamameceros”.
El Chango Spasiuk, otro ícono musical misionero de proyección mundial, señaló en una entrevista concedida en 2017: “Admiro mucho la poesía de Ramón Ayala, pero esa idea de que él puede definir cuál es la identidad del misionero no la comparto. Él tiene su postura y yo la mía”. Este debate, que tuvo diferentes fases, fue perdiendo fuerza en los últimos años, dando lugar a perspectivas más conciliadoras.
Poeta, cronista, pescador del misterio
Ramón Ayala, cronista de la vida fue el título elegido por Ana Zanotti para su largometraje sobre el artista estrenado en 1991. Es que la lírica ayaliana, desplegada en sus más de 300 composiciones musicales, se expande hacia temáticas que exceden ampliamente el universo descriptivo de la naturaleza asombrosa de Misiones, apelando en todo momento a la calidad literaria como valor irrenunciable para abrazar un espectro que amplifica esa geografía originaria y retrata un cúmulo sentimientos, episodios y territorios enunciados desde herramientas narrativas que exhiben dotes de cronista preciso y, a la vez, se enraízan en una fertilidad poética tan dúctil como original.
–Pienso que la poesía es el arte de atrapar la vida con una red de palabras, y la música el arte de tocar el misterio con una melodía única, sintetizó alguna vez.
Los paisajes de Ayala no evaden –sino todo lo contrario- a los sujetos humanos que habitan en ellos. En su pluma abundan personajes cuyos oficios se caracterizaron, especialmente en las primeras décadas del siglo XX, por la rudeza y el sacrificio, emparentados con una subsistencia dependiente del entorno natural (Retrato de un pescador, Pan del agua) y por un extractivismo incipiente que sólo ofrecía miseria e injusticias (El Mensú, El cachapecero, El jangadero, El cosechero, entre otros). Y aunque quizá no se ajusten estrictamente a la vetusta noción de “canciones de protesta”, se trata de composiciones que encuentran en la poesía la herramienta más idónea y contundente para atestiguar condiciones brutales que subyugaban a los hombres y mujeres de esos tiempos.
Esta impronta lo llevó a formar parte del Movimiento Nuevo Cancionero, colectivo compuesto por exponentes de la música, la literatura y la danza que irrumpió para “representar la voz del pueblo” a través de obras con contenido social y proyección latinoamericana, que tuvo entre sus principales impulsores al poeta Armando Tejada Gómez y la cantante Mercedes Sosa y se presentó en sociedad en 1963, con un concierto en Mendoza. Para entonces, el derrotero artístico de Ramón Ayala ya había transitado por diferentes formaciones de las cuáles la más importante fue el trío chamamecero Sánchez-Monges-Ayala, fundado en la década del cuarenta por el artista paraguayo Amadeo Monges. Si bien Ayala abandonaría el grupo en 1960, de la mano de este trío logró plasmar un chamamé de su autoría que se transformaría en un clásico del género correntino, El Moncho:
A mi me llaman el Moncho
correntino bien caté
no hay guayna que se resista
si le canto un chamamé.
Y cuando llego a algún baile
no respeto ni al patrón
con mi pañuelo bordado
pido cancha a la reunión.
En 1963, el sello uruguayo Carumbé lanza Viaje vegetal, un exquisito LP que en 2022 fue rescatado y digitalizado. Este disco, de 9 piezas musicales, incluye la consagratoria canción El Mensú.
–Crear una canción que abarque al ser de la tierra misionera, hablar de sus distintos oficios, de sus alegrías, de sus angustias, respetarlo, sentirse parte del cuerpo vital del ser, en el conglomerado humano. Arder con su corazón por los obrajes, las fábricas, las angustias, los sueños, la injusticia, los derechos del trabajador, transitando la historia. Eso fue en lo que pensé cuando compuse El Mensú.
En su trabajo Paisaje social, trayectoria artística e identidad política: el caso de Ramón Ayala, la investigadora del CONICET, Fabiola Orquera, observa que “como (Atahualpa) Yupanqui, Ayala piensa en el hombre como proyección de la tierra, de acuerdo a la cosmovisión india –kolla en un caso, guaraní en el otro–; y como Yupanqui, también, niega cualquier posibilidad de alejamiento o desprendimiento personal del paisaje”.
Maestro mayor del alma
Hay algo inherente a la obra musical de Ramón Ayala, que tiene que ver con el impacto de sus canciones en sus colegas. Esta huella se ve plasmada en registros grabados y presentaciones en vivo. Desde artistas de talla internacional y figuras reconocidas del folklore argentino, pasando por –parafraseando a Joselo Schuap- “musiqueros de las sombras”, muchas canciones emblemáticas de Ayala fueron versionadas a través de los años. La referencia inmediata es la gran Mercedes Sosa, adoradora del repertorio ayaliano, quien ya en la década del sesenta grabó versiones inolvidables de El jangadero, El cachapecero y El cosechero.
Otra ferviente admiradora que plasmó canciones de Ramón es la entrerriana Liliana Herrero, quien incorporó a su disco doble Litoral (2005), nada menos que cinco canciones del misionero en versiones personalísimas e invitó al propio Ayala para el recitado del tema Antiguo barracón. Dice Liliana:
–Además de tener grandes canciones, él usa palabras que a mí me conmueven, y eso hace que yo las cante.
Con la cantante Charo Bogarín al frente de la aventura de fusionar folklore con sonidos electrónicos, el dúo Tonolec grabó El cosechero en su álbum Plegaria del árbol negro (2008). Sostiene Charo:
–Yo siempre digo que canto con el cuerpo y no con la garganta. Y eso es algo que también aprendí de Ramón. Él le aportó mucho a mi formación lírica. Es un artista que transmite autenticidad porque es un hombre auténtico. No hay muchos, no hay muchos músicos que logren la síntesis perfecta en sus canciones, entre el ritmo, la armonía, la melodía y la poesía. Ramón es un ícono del canto popular argentino.
Este impacto en la crítica especializada y sus propios colegas le valió a Ramón premios tan importantes como el Cosquín de Oro (2011), el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Misiones (2013), o el galardón otorgado por el Centro Cultural San Martín en el ciclo Maestros del alma, conducido por Juan Falú, del año 1994.
Trinchera ardiente
La guerra de la Triple Alianza o Guerra Guasu (1865-1870) fue el hecho maldito que casi destruyó al Paraguay, diezmando su población en más de un 40%, poniendo a la Nación de rodillas ante intereses foráneos y dando paso a un periodo de fuerte desarticulación social y pobreza extrema. Miles de familias huyeron y muchas de ellas terminaron radicándose en Misiones.
María Morel, madre de Ramón Ayala, era paraguaya y como tal, hija de esa guerra, heredera de esa herida. El pequeño Ramón creció escuchando aquellas historias y, desde temprana edad, elaborando la empatía no sólo con su madre, sino con el pueblo paraguayo ante su tragedia.
En su labor artística esta faceta se cristaliza ya no sólo en la música (con la proclama Paraguay libre, del álbum Monte adentro) sino en una de sus obras literarias más celebradas: Las trincheras ardientes del Paraguay (2015). Presentado en forma de poema épico y escrito en décimas, este libro aborda aspectos de la guerra, valiéndose en gran medida de las memorias de su madre y depositando en esa lírica popular el peso político de su mirada.
La Triple Alianza con miles
de dientes en sus tres bocas
era de metal y roca
era de los tres países
Un Brasil de imperio y níquel
Un Uruguay subalterno
Una Argentina de enfermo corazón en el estuario
llevando en secreto pacto
bandera inglesa en el ceño
El que volvió de la muerte
Hablar de la dimensión política e ideológica de Ayala requiere subrayar algunas cuestiones. Una de ellas, su afiliación durante la juventud al Partido Comunista, su amistad en Misiones con el militante anarcosindicalista Marcos Kanner y su vinculación con la Revolución Cubana (que lo llevó a viajar dos veces a Cuba), entre otros aspectos.
Ramón Ayala figuraba en las “listas negras” de la dictadura, tituló un artículo del diario El Territorio del 8 de noviembre de 2013, en el cual se brindan detalles acerca de la inclusión de su nombre en un listado que fue hallado, entre otros documentos, en un sector abandonado de la sede de la Fuerza Aérea en la Ciudad de Buenos Aires, días antes de la publicación del diario misionero. Fechada el 6 de abril de 1979, esta lista incluía a más de trescientos artistas e intelectuales bajo la categoría «Fórmula 4» que, según los militares, registraban «antecedentes ideológicos marxistas».
A pocas semanas de hacerse público el hallazgo de este archivo, Ramón Ayala escribió un poema que nunca se publicó en ninguna parte, pero que una mañana en la plaza 9 de Julio de Posadas, el propio Mensú recitó para el canal de Youtube de la ya extinta Cooperativa Superficie. Se titula El que volvió de la muerte y esta es la primera vez que se transcribe:
Entre tantos oropeles con que me ha honrado la vida
el que me ahonda y me crispa, es el que anuncia mi muerte.
Siempre respeté la altura y el valor del uniforme
pero no al pavo real, al ser de cabeza hueca,
el que procede y no piensa, porque igual que el animal es un ser,
un pobre ser, andando bajo un uniforme vano
lejos del arte y sus leyes,
siento piedad por los seres que van cual buey en el barro.
Yo, que he hecho de vivir un aporte a la cultura,
iluminando penuria de la explotación más vil,
como el mensú en el latir de la selva inmensurable,
como el que por el río grande lleva los troncos abajo,
me veo hoy señalado entre tantos muertos graves
y una cantidad de seres
cayendo por el abismo de la noche hacia el gran río
solo por ser diferentes, por no comer del mantel de la dictadura apátrida
que en componendas grávidas con potencias extranjeras
hacen del horror la senda, arrojándolos a las aguas.
Un Plan Cóndor de asesinos, con dictadores extremos,
un Pinochet de excrementos humanos, con traje y brillos,
un Stroessner con el filo de la muerte en la mirada,
mandatarios de la nada.
Brasil, Uruguay, Argentina,
para derramar la vida del pueblo en su flor innata.
Entre tantos oropeles con que me ha honrado la vida
el que me ahonda y me crispa es el que anuncia mi muerte.
La dimensión pictórica
Eclipsada por la potencia de sus canciones y el reconocimiento constante a su poesía, la de pintor tal vez sea la veta menos explorada por el gran público, en lo que respecta al cosmos artístico y existencial de Ramón Ayala. Pero lo cierto es que esta faceta es abrazada con idéntico compromiso estético por el artista. Desde que fue expuesta por primera vez en el Salón Municipal de Avellaneda, en 1954, su obra recorrió galerías y espacios de arte de América Latina, Europa, Asia y África, continentes que Ramón visitó durante una aventura inolvidable de siete años, que empezó en 1967 y culminó, con su regreso a Argentina, en 1976.
–Empecé a dibujar en la primaria. Mientras el maestro explicaba algo, yo dibujaba algo relativo en mi cuaderno. Me pasaba el día dibujando, obsesionado con las cosas, con los rostros humanos, intentando aprender cada vez más.
Confeso admirador del postimpresionismo de Vincent Van Gogh y del paisajismo portuario de Quinquela Martin, podría afirmarse que sus cuadros denotan una técnica personal que linda con el cubismo y que en cuanto a temáticas, abrazan la misma agenda que sus canciones, ligando a la tierra y sus personajes.
–Cuando el pintor se vuelve un pensador y empieza a andar por los caminos en que va su pintura, se da cuenta que está caminando por un lugar singular en su vida; y que esos instantes que contempla nunca jamás volverán. Esta conciencia de la materialidad pasando ante su tiempo, ante sus ojos por vez única, es lo que lo vuelve un artista.
Ahí va
Su obra circuló con éxito por todo el mundo. El Cosechero, por ejemplo, llegó a ser traducida al japonés e interpretada por la Filarmónica de París. Su figura es reivindicada por los más grandes artistas nacionales y valorada por los públicos más diversos. Incluso el empresario Gustavo Grobocopatel -“Rey de la soja” y amante del arte-, posee cuadros de Ramón Ayala en su sala, y libros de El Mensú -junto a obras de Steve Jobs-, en su biblioteca. Sin embargo, parte de su inmenso trabajo está siempre esperando a ser descubierto y, desde una universalidad que se reconoce fielmente latinoamericana, guarda una singular emoción para el pueblo misionero, quien puede reivindicarlo propio.
Laura Cáceres, referenta de la Asociación Misionera de Difusores de Folklore, observa que “Ramón enamora a quien ni siquiera conoce Misiones, con esa pluma privilegiada, que además de romance y paisaje místico, nunca dejó de mirar la realidad del campesino, la realidad, el dolor, la ausencia, el silencio de todos esos trabajadores y trabajadoras de nuestra provincia”. Según ella, el legado de Ramón representa también un desafío para las nuevas generaciones de folkloristas del Litoral. Seguramente ese compromiso tenga que ver con mantener viva la música y la poesía del territorio, exaltando sus paisajes y misterios pero sin olvidar los pesares de su gente.
Aunque consciente del volumen y magnificencia de ese legado, Ramón no pide demasiado a cambio. En una entrevista le preguntaron qué reconocimiento esperaba recibir de su pueblo.
–Sólo deseo que la gente, en mi tierra, en Misiones, cuando me vean digan: “ahí va nuestro Ramón”.