Artículo
Entre el conurbano estratosférico y la conquista del espacio
A Marte así
Por: Juan Stanisci
Multimillonarios soñando con escapar de la Tierra y fundar colonias en otro mundo. Suena como una película, no lo es. Los hechos y personajes de esa historia no son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es pura distopía. De Bradbury a Donald Trump. De las promesas espaciales de Elon Musk a las advertencias de la ciencia ficción. ¿Por qué se reactivó la carrera espacial? ¿Estados Unidos es el único país con Marte en la mira? ¿Para qué quieren conquistar otro planeta?

Amarte así
Así
Hasta morir
Ni la eternidad me alcanza
”.

Alejandro Lerner

 

Por el interminable desierto rojo caminan dos astronautas. Podría ser el comienzo de un chiste pero no. Una voz en off habla sobre la baja presión atmosférica y la falta de oxígeno. Un astronauta se agacha para tocar el suelo marciano. En eso, un balido quiebra la atmósfera rojiza. Uno de los hombres gira, sorprendido, esperando ver un marciano. El primer hombre en tener contacto con una especie alienígena. ¿Qué le diría? ¿Podrían entenderse? ¿Serían más fuertes o más débiles? ¿Tendrían forma humana o animal? A juzgar por el ruido, la forma debería ser parecida a una oveja. El astronauta gira sobre su eje esperando encontrar un ser de otro planeta pero se encuentra con una llama. Se observan. La imagen podría generar un nuevo dicho: desubicado como llama en Marte. En eso la voz en off: “La puna argentina es uno de los ambientes más parecido a Marte que tenemos en el Planeta Tierra”. La publicidad, que termina con los astronautas abrazados a la llama, fue realizada por la secretaría de turismo de la Nación en 2019. 

Seis años después, una agencia de turismo utiliza nuevamente a Marte como punto de partida para promocionar estadías en la tierra. Se basa en los dichos de Donald Trump y Elon Musk en la ceremonia de asunción del primero. La publicidad, que aparecía en Youtube al pobrerío que no paga el premium, decía algo como: todavía no podemos viajar a Marte, pero si a estos otros lugares. Según Trump y Musk, dentro de poco viajar a Marte no será solo un chiste publicitario.

Parado de costado, como quien comenta un partido o recomienda un número para la quiniela en la barra de un bar, Donald J. Trump da, por segunda vez, su discurso de asunción presidencial. Si el lenguaje corporal dice cosas, Trump se muestra como un tipo canchero, sobrado, el que recostado en la silla con las patas arriba del escritorio te maneja el mundo. El codo sobre el estrado, la boca torcida para apuntarle bien al micrófono. 

-Los Estados Unidos volverán a verse a sí mismos como una nación en crecimiento. Una que incremente sus ingresos y expanda su territorio. Que construya sus ciudades, aumente sus expectativas y lleve su bandera a nuevos y hermosos horizontes. Y perseguiremos nuestro destino hacia las estrellas, lanzando astronautas norteamericanos para plantar la bandera estadounidense en el planeta Marte. 

En primera fila, Elon Musk aplaude cual niño pasado de azúcar al que le dicen que irá a Disney. Algunas horas más tarde, el hombre que rompió Twitter sube al escenario del festejo para la “militancia” trumpista. Habla como si describiera un parque de diversiones, el tono yanqui de las charlas TED. En los menos de cinco minutos que está sobre el escenario, Elon muestra qué tan corrido está el horizonte de lo aceptable con su saludo filo nazi. Su discurso parece dicho en letras mayúsculas, marcando las palabras como si el auditorio fuera un jardín de infantes. En el pico de su pedo dice:

-¿Pueden imaginarse lo espectacular que sería tener astronautas estadounidenses clavando la bandera en otro planeta? ¿Lo inspirador que eso sería?

Luego da un paso al costado, junta ambas manos como si sostuviera un palo, toma impulso y clava su bandera imaginaria en la tierra roja de su marte imaginario. Si no fuera el tipo más millonario entre los millonarios,—además de Administrador del Departamento de Eficiencia Gubernamental de Estados Unidos y uno de los consejeros de Trump durante algunos meses— uno pensaría que tiene algo de Rapha, el hijo del jefe Gorgory de Los Simpsons. Los discursos de Trump y Musk suenan a una versión con cheddar y bacon de los viajes estratosféricos de Menem.

Al infinito y más acá

En épocas de fragmentación o falta de representatividad, la carrera espacial parece el asunto favorito de las naciones del primer mundo para generar un sueño colectivo. En la década del 60, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Estados Unidos proyectaron la Guerra Fría en Vietnam y el universo. Los soviéticos arrancaron ganando el partido: la perra Laika fue el primer ser vivo en orbitar la Tierra, mientras que Yuri Gagarín fue el primer humano en ver nuestro mundo desde afuera. Pero Estados Unidos lo dio vuelta: 20 de julio de 1969, un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad. Neil Armstrong, alunizaje y después. En los años siguientes, otras cinco naves llegaron a la Luna. Solo doce personas pudieron caminar su superficie, todos hombres estadounidenses. Hoy hace más de cinco décadas que nadie pisa suelo lunar. En la década del 70, se fue apagando la exploración espacial. La Unión Soviética se desmoronaba lentamente. Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos se rendía en Vietnam y ponía el ojo de mordor en los Black Panthers, los apagones de Nueva York y las dictaduras sudamericanas. Los albores del neoliberalismo, incluso en Estados Unidos, eran incompatibles con los millones de dólares necesarios para surcar el espacio. La NASA perdió financiación. Recién en la década del noventa volvieron a concretarse los proyectos de exploración espacial.

En los dos mil, se enviaron a Marte unos autitos robots —tres metros de largo, dos de alto y dos y medio de ancho— llamados rovers que llevan nombres muy tiernos: Opportunity y Spirit. Su misión era recorrer la superficie marciana, tomar muestras y enviar imágenes a la Tierra. Las muestras eran almacenadas hasta el día en que los humanos llegaran a Marte y pudieran traerlas para ser analizadas. Las imágenes pueden verse en Google o Youtube —sin ánimos de ofender a la comunidad científica, las fotos, como decía la publicidad de la secretaría de turismo, parecen tomadas en Salta—. Opportunity y Spirit ya no funcionan. En 2011, se lanzó un nuevo rover: Curiosity. El robot todavía manda selfies que la NASA publica en su cuenta de Twitter (@marscuriosity). Un robot que manda selfies para publicar en una red social, se puso rara la exploración espacial. Curiosity llegó a Marte el 6 de agosto de 2012, dos meses después del fallecimiento de Ray Bradbury -el autor de Crónicas Marcianas, entre otras genialidades-. El 22 de agosto de 2012, llamaron al cráter donde aterrizó Curiosity: Bradbury Landing. 

Con el nuevo milenio, aparecieron SpaceX (2002) y Blue Origin (2000). Como en Alien, la exploración espacial empezó a estar a cargo de las corporaciones. El futuro cada vez más parecido a una película de James Cameron. Spoiler alert: las personas pierden el control y la hegemonía de la fuerza. En Terminator y en Alien la curiosidad mató al humano. La tecnología se vuelve lo suficientemente inteligente como para comprender nuestra estupidez. Entonces, las máquinas tiran bombas nucleares o crean seres imposibles de matar. Ya no estamos solos, qué mal.

Un conurbano estratosférico

Si bien los viajes a Marte todavía parecen lejanos, la exploración del universo es una de las mayores industrias a nivel mundial. Alemania, India, Pakistán, China, Austria, entre muchos otros países, mandan satélites a la órbita y entrenan astronautas para el futuro. Son más de cien las empresas en el mundo que buscan desarrollar y economizar los costos para dejar la Tierra atrás. La carrera espacial está afinada a esta era: ya no es exclusiva del Estado, ahora intervienen capitales privados. 

Las dos personas más ricas del mundo quieren expandir sus millones al universo: Elon Musk con SpaceX y Jeff Bezos con Blue Origin. Ambos, claro, estuvieron en primera fila durante la inauguración de Trump. Turismo espacial. Especulación inmobiliaria lunar. Minería de asteroides. Desde hace algunos años, tanto Musk como Bezos venden viajes a la órbita de la tierra, pero no se quedan ahí. En abril de este año, la cantante Katy Perry, la escritora Gayle King y otras tres mujeres salieron de la órbita terrestre en un cohete de Blue Origin. El viaje, puro ocio para flotar en la gravedad cero y sacarse selfies con La Tierra de fondo, fue promocionado como la primera expedición espacial tripulada solo por mujeres. Progresismo estilo Benetton. Al margen de las propagandas, el primer viaje espacial tripulado por una mujer, sin hombres, fue hace más de sesenta años y, claro, lo realizó la Unión Soviética. El 16 de junio de 1963, Valentina Tereshkova orbitó la superficie terrestre. Aunque esto a Katy no le debe importar demasiado.

El objetivo de Elon Musk es una “especie multiplanetaria”, cuyo primer paso sería colonizar Marte. Él sería Isabel La Católica, solo resta saber quién será el Cristóbal Colón que cruce el Atlántico universal. Cuatro meses tardó Cristóforo Colombo en llegar a Puerto Rico, estiman que se necesitan entre dos y cinco más para llegar al planeta rojo. A ese mundo que es todo desierto colorado como los Valles Calchaquíes. Si Musk parece salido de un cuento de Ray Bradbury, Jeff Bezos está más cerca de Phillip Dick. El fundador de Amazon se proyecta un poco más acá. Su sueño mojado son grandes cápsulas orbitando alrededor de la Tierra en las que vivan millones de personas. La gentrificación del universo. Un conurbano estratosférico. El Polo Industrial orbitando la Tierra. ¿A dónde va papá? A la fábrica espacial de Volkswagen. 

La clave para el desarrollo de la exploración espacial es construir cohetes reutilizables. Es decir, no tirar cientos de millones de dólares al espacio cada vez que se quiera poner un satélite o una nave en órbita. Space X lo logró en 2015. Blue Origin recién pudo hacerlo el año pasado. Un avance que no solo permite ahorrar plata, sino también basura. La órbita terrestre tiene toneladas de chatarra espacial. Los multimillonarios ya contaminaron hasta la estratósfera. El problema, al margen de la contaminación, es que los pedacitos de chatarra giran alrededor de la tierra a miles de kilómetros por hora. Si un cachito de metal impacta contra un satélite puede tirarlo abajo y dejarnos sin GPS, whatsapp o datos móviles. Ese es nuestro dilema, más aplicaciones o comodidades tecnológicas implican más satélites que derivan en más contaminación. En una de esas, en algunos años tendremos nuestro propio anillo, ¿Quién te conoce Saturno?

El anuncio de Trump y Musk tiene un destinatario: China. Guerra fría 2.0. China anunció hace unos años su proyecto Marte 2040, quién mejor que ellos para llegar al planeta rojo. Para concretarlo, las pruebas con naves no tripuladas deberían comenzar en los próximos diez años. Aunque Xi Jinping y compañía tienen un objetivo más cercano: la Luna. Antes de 2030 deberíamos tener chinos alunizando. Chinos lunáticos, buen nombre para una banda indie de La Plata. La Luna dejaría de ser patrimonio exclusivo estadounidense. Suenan las alarmas del nacionalismo yanqui. Además de la competencia China, Trump parece entender que su país necesita volver a los grandes relatos. Make America Great Again. “Nuestro destino hacia las estrellas”, dijo en la asunción. “¿Se imaginan lo inspirador que sería?”, se preguntó Musk el mismo día. La vida no es una moneda, es una charla TED donde siempre hay que inspirar a alguien. Hablando en serio, ¿qué mejor manera de unir un país que siendo el primero en llegar a Marte?

Musk no leyó a Bradbury

A finales del Siglo XIX, el astrofísico Giovanni Schiaparelli cartografió Marte por primera vez. Schiaparelli confundió los cráteres con canales de irrigación y dedujo que los había hecho una especie alienígena. Nacían los marcianos. Ray Bradbury tenía doce años cuando vio, maravillado, unos dibujos de Marte. En 1946, a los treinta y cinco años, más de dos décadas antes de los saltitos de Armstrong en la Luna, publicó Crónicas Marcianas. Una excusa interplanetaria para pensar problemas humanos: las relaciones de pareja, la soledad, la gentrificación, la esclavitud, las normas morales, la literatura, el humano como destructor de su entorno. Bradbury proyectó en su libro que el primer cohete terrestre aterrizaría en Marte en febrero de 1999 y que, para diciembre de 2005, los humanos ya habrían ido, poblado y retornado a la tierra para matarse a bombazos nucleares. En 1971, se realizó en Estados Unidos el congreso “Marte y la mente del humano”, faltaba poco tiempo para la llegada de la primera sonda —una nave espacial no tripulada— a la órbita del planeta rojo. Bradbury dijo que solo esperaba ver una cosa: un marciano sosteniendo un cartel que dijera “Bradbury tenía razón”.

Según Donald Trump y Elon Musk, en 2026 estarán enviando naves tripuladas a Marte. Seguramente no haya marcianos ni carteles, solo frío, polvo y desolación. El plan suena aventurado, el rover Curiosity, lo más cerca que estamos de Marte, lleva recorridos unos treinta kilómetros de la superficie del planeta en más de diez años. El camino de Curiosity en Marte es más corto que el trayecto del 53 de La Boca a José C. Paz. Los planes originales de Musk preveían la llegada de humanos a Marte recién para 2028. Y que en 2035 se formaran las primeras colonias terrícolas en otro planeta. Los primeros habitantes, más allá de los astronautas, serán aquellas personas que viajen para construir los invernaderos que generen alimento y las máquinas para que el exceso de dióxido de carbono marciano se transforme en oxígeno. Recién ahí llegarán los multimillonarios escapando del planeta tierra. Como en la película No mires para arriba, donde los millonarios logran escapar de un meteorito que impactó contra la Tierra y establecerse en un nuevo mundo. Después de muchos años, aterrizan en un planeta desconocido. Desnudos, los hombres y las mujeres descienden de la nave. La presidenta de Estados Unidos, interpretada por Meryl Streep, se acerca a una especie de avestruz gigante para acariciarlo. El bicho no acepta el mimo y se la come en dos bocados. 

La colonización de Marte ya fue imaginada por Bradbury: “Los hombres de la Tierra llegaron a Marte. Llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados, porque se sentían como los Peregrinos, o porque no se sentían como los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía una razón diferente (…). Venían para encontrar algo, dejar algo o conseguir algo; para desenterrar algo, enterrar algo o abandonar algo. Venían con sueños ridículos, con sueños nobles o sin sueños”. Bradbury describió hasta las sensaciones que puede atravesar un grupo de personas cuando se adentran en el espacio exterior: “Enfermaban de soledad, porque cuando uno ve que su casa se reduce al tamaño de un puño, de una nube, de una cabeza de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela de fuego, uno siente que no ha nacido nunca, que no hay ciudades, que no está en ninguna parte, y solo hay espacio alrededor, sin nada familiar, solo hombres extraños. Y cuando los estados de Illinois, Iowa, Missouri o Montana desaparecen en un mar de nubes y, más aún, cuando los Estados Unidos son solo una isla envuelta en nieblas y todo el planeta parece una pelota embarrada lanzada a lo lejos, entonces uno se siente verdaderamente solo, errando por las llanuras del espacio, en busca de un mundo que es imposible imaginar”.

Lo que también fue imaginado por Bradbury en Crónicas Marcianas, es qué haría la humanidad con ese nuevo planeta. Lo mismo que hacen los hombres como Elon Musk con el actual: romperlo. Jugar a ser dioses que pueden hacer y deshacer a fuerza de tweets y bitcoins. Destrozar la Tierra para luego pensar futuros interplanetarios a los que solo acceda el uno por ciento de la población mundial. Dice Michel Nieva en su libro Ciencia Ficción capitalista: “(…) la ciencia ficción capitalista se edifica sobre una irresoluble aporía: que el mismo capitalismo puede solucionar con más capitalismo las mismas crisis que el propio sistema provocó, y puede colonizar otros planetas con las mismas tecnologías que destruyeron este”. En el cuento “Aunque siga brillando la luna”, la cuarta misión terrestre a Marte se complica cuando Spender, uno de los tripulantes, empieza a asesinar a sus compañeros. El personaje comprende que ellos son el primer eslabón para la destrucción del planeta. “Usted oyó los discursos en el Congreso antes de que partiéramos. Si todo marchaba bien, esperaban establecer en Marte tres laboratorios de investigaciones atómicas y varios depósitos de bombas. Dicho de otro modo: Marte se acabó, todas estas maravillas desaparecerán. ¿Cómo reaccionaría usted si un marciano vomitase un licor rancio en el piso de la Casa Blanca?—le dice Spender al capitán de la expedición— Estoy solo contra todos los sinvergüenzas, codiciosos y opresores que habitan la Tierra. Vendrán a arrojar aquí sus cochinas bombas atómicas, en busca de bases para nuevas guerras. ¿No les basta haber arruinado un planeta y tienen que arruinar otro más?”.

Author

  • (CABA)
    Es librero, escritor y editor. Fundador y director de Lástima a nadie, maestro, donde coescribió y editó tres libros: Crónicas Maradonianas (2021), Fuegos de junio (2022) e Ilusión eterna (2023). También editó y coescribió para para Meta Ediciones los libros: Semilleros, historia de los campeones del mundo en sus clubes de barrio (2023) y Diegologías, miradas sobre el universo maradoniano (2024). Dicta talleres sobre diferentes temáticas como: periodismo, literatura o deporte.

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