Escribo tras una serie de acontecimientos. La muerte de Theodore John Kaczynski, mejor conocido como Unabomber, quien vivió “de manera tan vigorosa y espartana” en su cabaña en Montana como un Henery David Thoreau devenido terrorista. Unabomber fue autor de numerosos atentados con bombas durante las décadas del 80’ y 90’ bajo la doctrina de su manifiesto abocado al “fin de la sociedad industrial”, un ejemplo paroxístico del ejercicio de un pensamiento extremo sobre el ambiente: extinguir vidas humanas para sanar y salvar el sentido de la vida humana diluido por el poder alienante de la tecnología y la industria. La extrema antinomia. En esta misma serie, incluyo los episodios del escándalo de YPF tras la difusión de un documento del equipo de marketing de la empresa que grupos ambientalistas han denunciado como una estigmatización del activismo ecologista y parte de un plan de “saqueo y depredación ambiental”. Tercero, la visita de James Cameron al país, bajo el paraguas del éxito de Avatar, su llamado a que los argentinos “evitemos un poco la carne” y la advertencia por su consumo excesivo, que coinciden, curiosa y pavorosamente, con el lanzamiento de su empresa Verdient Foods, de proteínas veganas. Por último, la salvaje represión en Jujuy frente a la reforma constitucional la cual afectaría profundamente la explotación del litio.
Vivimos en una época de crisis de los modelos de producción. Los dilemas globales se traducen localmente en la antinomia desarrollo industrial-ambiente. En este punto de enardecimiento de las oposiciones, es posible que se abra también una ventana para pensar la posibilidad de un desarrollo industrial y tecnológico nacional en armonía con el ambiente. Sugiero pensarlo desde una estética ya existente, una forma para esta idea del desarrollo: la propuesta Solarpunk. ¿Por qué Solarpunk? Porque es una estética y una forma de pensar el optimismo –indispensable y motorizador. El oxímoron de una utopía practicable. Solarpunk es la clave para una política del equilibrio: tecnología y ambientalismo es su mantra. Y de todos los escenarios alternativos para el futuro de la Argentina, parece ser una apuesta correcta contra el desaliento.Una excusa para pensar.
Aclarémonos. Para quienes crecimos en los 80’s y 90’s, sobre todo dentro del vasto espectro de la juventud, oscilamos entre la sensibilidad artística y un cierto desagrado postural ante el presente, la verdad del punk nos hablaba con elocuencia al corazón. Romper todo, sí, claro, pero también había toda una literatura proliferando bajo ese afecto. Diversas corrientes con el sufijo punk, con ese nombre letal y seductor que nos recuerda la necesidad contracultural del cambio radical. Las corrientes del steampunk, el dieselpunk, cyberpunk, etc. recorrían (y recorren) circuitos estéticos bastante heterogéneos, pero que coinciden en un gesto singular: dar vida a las ruinas de la imaginación del pasado. Rescatar el futuro que soñó el pasado o modificar el presente ante un futuro distópico, lo que produce un imaginario de complejas operaciones temporales. La literatura punk era un regreso que volvía al futuro del pasado, casi un oxímoron, una ucronía: desarrollar un presente narrativo partiendo de un punto en que la historia divergió su rumbo hacia otra parte. Y dentro del género es donde hay que situar la propuesta del Solarpunk, que sólo recientemente obtuvo un nombre para sí, en 2008.
Cada una de las corrientes del género punk toma su estética del diseño imperante en un tramo del desarrollo tecnológico histórico y ficcionaliza las consecuencias que hubieran sido o serán. Pero además, el sufijo que reúne a esta literatura significa también un cuerpo común de valores y motivos espaciales: sobre todo la crítica cultural, política y económica como principio.
Si bien el Solarpunk también reproduce el gesto de regreso a una fuente energética de tecnologías antiquísimas (el origen del reloj solar se remonta a 1500 A.C.), imprime respecto a todo el género una diferencia vital. El motor imaginativo de la corriente (que cuenta con su propia revista está menos marcado por el planteo de un mundo alternativo que determinado, en cierto modo, por las circunstancias del desarrollo tecnológico contemporáneo proponiendo una mirada optimista. Son los propios flujos de la economía y la ecología del mundo moderno los que están en la base del imaginario del movimiento: la escasez próxima de las energías fósiles, las repercusiones ambientales de sus usos, los avances en tecnologías “verdes” o incluso la autosuficiencia energética. Por eso, en lugar de operar una deconstrucción del pasado actualizando sus visiones de futuro, el Solarpunk apunta directamente al porvenir para colocar todas sus luces y esperanzas. En síntesis, las historias solarpunk no se desenvuelven en distopías producto de los desarrollos técnicos del pasado, sino que comprenden al presente como una distopía de la que se escapa en el futuro por las posibilidades existentes hoy por hoy, reales y potenciales.
Con toda energía, el Solarpunk se adelanta a un nuevo agenciamiento del mañana; se vuelve una máquina ecológica de circulación de enunciados y de mezcla de cuerpos (físicos, tecnológicos, industriales) en previsión de un agenciamiento que aún no existe en la realidad. Ese agenciamiento que permitiría otra disposición social de los cuerpos, de las máquinas, de la producción material y simbólica. Para retomar la nomenclatura de Deleuze y Guattari, la literatura punk puede ser pensada como recorriendo una línea de fuga de todo territorio y código imperante para denunciar sus brechas de escape: la labor creativa, deseante, del devenir del humano, de la máquina y la naturaleza. Recordemos que la palabra “humano” proviene etimológicamente de humus: tierra; el que proviene de la tierra. Una síntesis que tiene correlato bíblico: Adán fue creado con el polvo y el barro del planeta en el que habitamos. Toda tecnología es el resultado de la intervención del hombre en la materia de La Tierra.
Se puede definir al Solarpunk por sus dos lexemas: Solar. La energía solar como fuente principal y símbolo de la vida. La alternativa energética a la de recursos no-renovables. Aquello que nos antecedió y lo que va a permanecer junto a la humanidad hasta el fin. La energía solar es el recurso a emplear de manera sostenible y compartida para poder sobrevivir. La voluntad utópica que (literalmente) las granjas esperan promoviendo un modo de vida conectado con la naturaleza. La luz del día, la luz por la que optamos, por oposición a los paisajes lluviosos, claustrofóbicos y post-urbanos de escenarios distópicos. Y Punk. Los gérmenes históricos de la práctica de la rebelión, la insubordinación o la contracultura ante mecanismos dominantes de opresión. Rechazo del modelo productivo contemporáneo, en abierto contraste con la vida y la vitalidad, humana y no sólo. También la reacción contraria a la narrativa distópica, que ya no proporciona herramientas para reaccionar positivamente y deviene en conservadurismo o en extincionismo.
El Solarpunk es un destino posible, una causa de futuro, un sino esperable y deseable: por lo pronto, es preciso dar los pasos en esa dirección, para un desarrollo nacional Solarpunk.
Es inquietante la celeridad con que ciertas discusiones sobre el ambiente y el ecologismo arriban a puntos muertos absolutos, a oposiciones tajantes o irreconciliables. De este modo, se construyen discursivamente trabas insalvables aparentes para el “desarrollo”, la generación de riqueza y, por ende, para el bienestar social general. Para peor, ese es un carácter que ha marcado hasta la médula el debate sobre la minería nacional y la extracción offshore, como vimos. Sin embargo, en el nudo central de la argumentación eco-ambiental existe una verdad indiscutible: la producción industrial “ha infligido graves daños al ambiente” y a la vida tanto humana como no-humana. Si bien no es el propósito de este artículo intervenir en esa discusión, sí pretendo atenuar algún grado de pesimismo imperante en lo que hace al futuro del desarrollo industrial y tecnológico y sus efectos ambientales. La propuesta del imaginario Solarpunk como valor y apuesta de futuro, es un gesto en esa dirección. La actualidad nos da la excusa a quienes hemos preferido optar –lo que no comporta una traición a nuestros entrañables pasados punk– por el optimismo. La Argentina está en condiciones de encarar un futuro Solarpunk: un futuro de sustentabilidad y desarrollo tecnológico nacional que sea capaz de dar en el clavo de la imbricación armónica de la industria avanzada con el cuidado del ambiente sin caer en las trampas de la hegemonía tecnológica de las potencias. Tal posibilidad está, de hecho, doblemente determinada por factores de orden interno y externo, nacionales e internacionales.
Entre los factores de orden interno, el desarrollo de órganos y empresas de investigación y producción tecnológica como la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) o ARSAT (y sus hazañas espaciales) demuestran una indudable potencialidad de cara al futuro de las energías renovables. Sólo para ilustrar la afirmación, no hace mucho se anunciaba el desarrollo de la primera celda solar nacional para uso espacial. No se trataba de ninguna novedad absoluta: la CNEA ha estado fabricando paneles solares para satélites artificiales desde 1995. Sin embargo, lo que distingue a este nuevo proyecto es el objetivo de autoabastecimiento de los paneles solares utilizados en las misiones espaciales de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. Y la producción de estos refinadísimos artilugios es, aparentemente, enteramente nacional.
Por otra parte, en el plano internacional, la necesidad del suministro creciente de energías sustentables se sitúa hoy en el pináculo de los intereses dominantes: es un objetivo prioritario de la política energética internacional contemporánea, desde Joe Biden hasta Xi Jinping. Tal es así que existe ya la sospecha de que estemos en vísperas de un Green New Deal global. Y así, de hecho, ha titulado Le Grand Continent su artículo sobre el reciente discurso de Jacob Sullivan en la Brooking Institution. Sullivan (a quien se puede atribuir algún grado de implacabilidad y omnisciencia, puesto que, en el último tiempo, parece haberlo dicho todo en cuanto al presente y futuro del planeta), Consejero Nacional de Seguridad de EE.UU., sentó, en su discurso del 27 de abril, las pautas rectoras de la gestión Biden, su orden simbólico-imaginario (me extiendo -críticamente- sobre las implicancias de este discurso en un trabajo titulado “La cocina del nuevo consenso de Washington”). Entre las definiciones en materia de defensa y geopolítica, son igualmente enfáticas las referencias a las energías sustentables y la imprescindibilidad de su desarrollo. Sullivan es claro en cuanto a la agenda ecológica de Biden: son impostergables la estabilidad, asequibilidad y abundancia del suministro de energías limpias para garantizar la seguridad energética (considérese lo que ha significado para Europa el conflicto de Ucrania) y el ritmo sostenido del crecimiento económico. Y ese mismo tono augurante de un porvenir green caracteriza, a su vez, al statement conjunto Biden-Von Der Leyen del marzo pasado. Vinculando, no caprichosamente, la guerra de Ucrania con la necesidad de energías renovables, el statement reza:
“Reconfirmamos nuestro compromiso con la seguridad energética de Europa y con la aceleración de la transición mundial hacia una energía limpia. La seguridad y la sostenibilidad energéticas para la UE y Ucrania son esenciales para la paz, la libertad y la democracia en Europa. La UE ha confirmado su objetivo de alcanzar la independencia del gas ruso mucho antes del final de la década, al tiempo que trabaja para garantizar un suministro energético fiable, asequible y limpio a los ciudadanos y las empresas de la UE y sus países vecinos. Estados Unidos tiene la intención de colaborar con la UE en estos esfuerzos.”
Puesto a explicitar las pautas que servirán de guía al sendero de sustentabilidad energética, Sullivan expone un verdadero apólogo a la potencia de la inversión pública para una transición energética “limpia y justa”, y un crecimiento económico sostenible. La política de mayor inversión pública posee también la esperanza de, en el camino, “crear buenos empleos”, como promesa arrojada al aire para la clase media norteamericana.
En términos concretos, las definiciones políticas de Sullivan anticipan un escenario internacional con mayores volúmenes de inversión en energías sostenibles y una creciente evolución de las tecnologías para su explotación. Lo cierto es que cada vez más la abundancia de energías limpias representa un objetivo forzoso para la política de seguridad norteamericana y europea. Sea todo esto inmediatamente relevante, como parece, o un anticipo demasiado ansioso, hay otro trend Solarpunk que no se debe perder de vista de cara al debate: evitar a toda costa la credulidad y el optimismo iluso. En toda trama Solarpunk, se representa un conflicto entre las fuerzas del viejo orden y los salvadores que luchan por la imposición de la nueva realidad eco-tecnológica. Para no hacer un traslado mecánico y sí metafórico: que las condiciones internacionales señalen la hora de la transición energética no augura necesariamente nada bueno sobre la distribución de las tecnologías requeridas ni de los flujos de fondos. No se trata, sin duda, de la vida color de rosa. Pero sí se prevé la línea de puntos sobre la que se pueda escribir un porvenir tecnológico y sustentable, sin dicotomías industria-ambiente, para la Argentina.
El Solarpunk es la forma de dejar atrás todo razonamiento dicotómico que oponga el desarrollo industrial y tecnológico nacional al cuidado ambiental. El futuro de las tecnologías y la tendencia mundial a la sustentabilidad nos autorizan a pensar de este modo. Es hora de que el ambientalismo comprenda que el desarrollo de tecnologías sustentables también es una industria, y que los industrialistas entiendan que, sin la sostenibilidad de un modelo productivo comprensivo de la calidad de vida humana, carece de sentido el desarrollo nacional. Y esa posibilidad de síntesis es la que ha estado vedada hasta ahora. Nuestro Solarpunk es el imaginario que pregona el progreso de las tecnologías que aseguran autosuficiencia, independencia económica y poder geopolítico como vía industrial adecuada para el desarrollo nacional.
La Argentina Solarpunk es una consigna que ahora descubro del más pesimista optimismo: una causa posible y no un devenir necesario, con el paralelismo simbólico del Sol, que siempre estuvo en nuestra bandera.