Sitges nos dio una alegría, y no por sus chongos: Cuando acecha la maldad, dirigida por Demian Rugna, se llevó el premio del festival de cine reconocido internacionalmente. La sorpresa no fue sólo porque una película argentina ganó el premio, sino porque, desde su estreno, no dejó de llenar salas tanto en Argentina como en el exterior.
Digámoslo: nuestro país no tiene una gran tradición en cine de terror. Existe un archivo menor, un murmullo para el Gaumont o los especialistas. Esto no quiere decir que el terror falte en nuestras narrativas: ya Julio Cortázar reconoció un gótico rioplatense con estética y lenguaje propios, línea que decanta en el amplio arco de autores que van de Charlie Feiling a Mariana Enríquez.
Existe una hipótesis recurrente cuando se aprecia terror. Stephen King la formula en la introducción a The Shining También se la escuché decir a Mariana Enríquez. El terror genera un lugar retórico novedoso en la medida en que generalmente habla de otra cosa sin redundar en la metáfora. Esto quiere decir: el terror aborda alguna temática social, como puede ser la enfermedad mental, o el abuso, pero sin que por ello la metáfora lo agote.
En su entrevista con Tomás Rebord, Enríquez da justamente el ejemplo de The Shining: el texto, o película, trata sobre violencia intrafamiliar. Desde el comienzo sabemos que Jack golpeó a su hijo, tuvo problemas con el alcohol, violentó a un estudiante de la escuela donde trabaja. Ahora bien, este hecho no quita que, en el contrato ficcional que se nos propone, hay fantasmas en el hotel Overlook. Existen, y quizás sea la violencia de Jack la que los despierta. En otras palabras: se habla de una problemática específica, sin que esto coopte la totalidad del hecho estético.
Lo mismo sucede con Cuando acecha la maldad. Tenemos violencia, repulsión, y miedo, pero todo eso quizás nos hable de algo más. Se nos propone un mundo donde un “embichado” contamina a un pueblo entero. Se arma entonces una constelación: el terror, la sociedad, y la violencia. Uno no puede evitar volver al padre de la filosofía política moderna: esto es, Thomas Hobbes.
El leviatán no llegó al campo
El argumento de la película es, brevemente, el siguiente: Pedro, habitante de un pueblo rural, descubre que un demonio está incubando en el cuerpo del hijo de su vecina. Quizás por primera vez en mucho tiempo, una posesión demoníaca se representa sin tener que apelar al clásico El exorcista: nada de cabezas y miembros girando, ni voces distorsionadas. La posesión se sigue asociando a la enfermedad, pero el “embichado” tiene su cuerpo inflado, deformado, segregando fluidos. El contagio necesita ser evitado. El único capaz de lidiar con el embichado tiene que ser un emisario de sanidad, alguien capacitado y con las herramientas necesarias para hacerlo.
Descubrimos rápidamente que ese emisario nunca llegó. O peor: fue interceptado y cortado a la mitad. Y eso desencadena la secuencia de terror y violencia que escala a través de la historia de un padre desesperado por alejar a su familia lo máximo posible de la maldad.
Con estos elementos sobre la mesa, estamos listos para que Thomas Hobbes entre en escena. Autor de Leviatán, es considerado uno de los padres de la filosofía política moderna. Y esto quiere decir que es uno de los primeros en confrontarse con el problema de que el cuerpo político, la comunidad, es un artificio, y no algo dado por naturaleza, o por un capricho divino.
Si la comunidad política no existe porque Dios así lo quiso: ¿cómo justificar que los seres humanos obedezcan a un soberano? Todo el objetivo de Leviatán es construir un argumento que legitime la soberanía y, por ende, la obediencia de los súbditos. Y para ello, Hobbes propone la siguiente estructura argumental:
- Los seres humanos, en estado de naturaleza, tienen derecho a todo. Debido a la escasez de bienes, este derecho decanta necesariamente en la guerra de todos contra todos. De ahí la famosa frase: “El hombre es el lobo del hombre”.
- En determinado momento, por miedo a una muerte violenta, o por desear tener una vida más tranquila, el ser humano decide voluntariamente someterse a un contrato social, dentro del cual cada quien renuncia a su derecho a toda cosa con tal de que el resto así también lo haga, y cede ese derecho a una sola entidad, el soberano, o leviatán.
- De allí sale la República, el cuerpo político, en donde existe una sola espada: la del soberano.
Como Enríquez, creo que el terror no redunda ni se agota en sus metáforas. Asimismo, Cuando acecha la maldad abunda en referencias y capas de sentido que permiten distintas lecturas. Pero, con Hobbes en la mano, hay un primer elemento que llama la atención del espectador: ¿por qué no matan al embichado? ¿Por qué no meterle un tiro, y listo? La ontología de la película nos da una respuesta clara: porque hacerlo va a desencadenar a la maldad, no a reprimirla. Confirmamos esto en una escena emblemática donde, tomado por la emoción, el dueño de la tierra decide dispararle a una cabra donde la maldad se había alojado. Inmediatamente recibe un hachazo por parte de su esposa, que luego se suicida dándose golpes contra la cara, en el cuadro que sirvió de póster para la película.
Entonces: matar a la Maldad, ejercer violencia entre pares, sólo la hará crecer. Nos reenvía, directamente, a la guerra de todos contra todos de Hobbes. La maldad no puede ser combatida con violencia equidistante, sino con la mano de un autorizado, un Leviatán que cuente con los instrumentos y el conocimiento necesario para restaurar el orden. Un Leviatán que, como dije, nunca llegó a destino. En efecto, todo el problema se desencadena por el abandono del Estado, porque el funcionario que debía usar la espada no llegó a hacerlo.
Miedo a lo otro; miedo al otro
Sin una espada común que ponga fin a las riñas particulares, y opere de tercera instancia en los conflictos, el caos se desata. Pedro, nuestro protagonista, no logra hacer la denuncia a las autoridades locales. Los policías no le creen. La escena en la comisaría nos muestra, nuevamente, el fracaso del cuerpo político. El Leviatán no quiere hacerse presente. Por ello, Pedro da por muerto el pueblo y decide buscar a su familia. Es decir, sale del ámbito público y regresa al privado. Allí, es su propia iniciativa la que condena a su familia: por un descuido, él lleva la Maldad a la casa donde vive su exmujer con sus hijos.
Esa es, quizás, la segunda escena que nos hace levantarnos de nuestras butacas. El perro huele la ropa de Pedro; minutos después, ataca a la hija de la familia. El perro mata a la hija, el padre mata al perro; por ende, el padre también enloquece, debido a la propiedad transitiva de la Maldad que a esta altura ya conocemos. La escalada de violencia en tiempo récord nos muestra el horror de la guerra de todos contra todos.
Pero, además, en este punto descubrimos algo nuevo: no es tan sencillo distinguir a quienes están tomados por la Maldad de quienes no. La nena, a la que damos por muerta, reaparece, recibe el abrazo de su madre, y con voz dulce le dice a su mamá al oído que su papá está viniendo a asesinarla. Cuando eso sucede, vemos a la nena saltando, feliz, en uno de los cuadros más impactantes de la película.
Es fundamental que aquéllos tomados por la maldad parezcan humanos. Tienen lenguaje y motivaciones. No son zombis deshumanizados; no hay ningún hongo poseyéndolos. Son la persona que fueron, hablan como él, comparten la memoria del difunto. Solamente quieren asesinar. Poco después, la ex mujer de Pedro, ya convertida en una emisaria de la Maldad, le va a reprochar por teléfono todos los rencores de su matrimonio fallido. Es decir: el miedo es a un otro inefable, la Maldad, pero también contra otros de carne y hueso, que se comportan como el ser humano que fueron.
Otra escena que muestra acabadamente esto es la negativa de Pedro a abrirle la puerta de su casa al vecino. Ya Hobbes decía que poner un cerrojo todas las noches es la prueba más contundente de sus hipótesis filosóficas. No es diferente en la película: sin que aún hayamos vivido la escalada de violencia en el pueblo, el hermano del embichado pide asilo, y Pedro se lo niega. No sabe, ni puede saber, si la Maldad ya habita dentro del pibe que le está pidiendo ayuda. La película va a terminar dándole la razón.
Hobbes sostenía que el miedo es la pasión política por excelencia. Es decir: existe la política porque existe el miedo. Nuestras ansias de escapar de la posibilidad de morir a manos de un par nos hace agruparnos y construir comunidad. Y Hobbes era muy consciente de que, de fallar esa comunidad, el terror se reinstauraría. En definitiva, eso es lo que cuenta Cuando acecha la maldad. La falla de un emisario del Leviatán, hace que un embichado infecte a un pueblo entero, y desencadene una odisea de violencia y horror que desgaja los cimientos de todo el cuerpo social.