Juan Carlos Jiménez Rufino nació el 11 de enero de 1951 en una casa de un ambiente, propiedad de su abuela, Lola Santillán, en el barrio Alta Córdoba. Sus primeros años los vivió en una vivienda de un solo dormitorio y sin baño, hasta que a los seis su familia obtuvo su propia casa de tres habitaciones, baño y patio ubicada en el barrio Luz y Fuerza de la zona norte de la ciudad de Córdoba.
Carlitos es hijo del tucumano, Ricardo Clemente Jiménez y de la salteña, Esilda Rufino Santillán. También es padre, abuelo, socio y exesposo de Juana Delseri y máximo referente del cuarteto.
Su apodo “La Mona” surgió en su tierna niñez, cuando aún creía en los reyes magos. Se trepó al árbol ubicado al lado su casa, apuntó con un arco a una pareja que estaba a puro chape y, tras dar en blanco, les exclamó: “Yo soy Tarzán, el rey del barrio”. El chico de la pareja le respondió mientras le tiraba un ladrillazo: “Más que Tarzán, vos sos una Mona Chita”, apodo que al principio le generó angustia, pero que le terminó por forjar su identidad, aunque siempre prefiere que le digan Carlitos.
Su padre escuchaba tango, de manera amateur tocaba la guitarra y era trabajador de EPEC, la empresa de energía eléctrica de la provincia de Córdoba que otorga muchos beneficios para sus trabajadores en remuneración y posibilidades de ingreso a familiares. Al morir su padre, cuando Jiménez era un preadolescente, no quiso saber nada con ese trabajo porque su sueño era cantar y bailar.
«Mi papá trabajaba en EPEC. Yo tenía un hermano mayor que se llamaba ‘Tito’. A los 18 años, entró a EPEC. Al fallecer mi papá, yo tenía que entrar al mismo trabajo. Y le dije a mi mamá: ‘No voy a entrar ahí, yo voy a seguir cantando y voy a triunfar’. Ella me respondió: ‘Hijo, vas a andar pasando la gorra en las peñas’. Pero le dije: ‘No, estás equivocada, voy a ser un cantante ganador'», contó el músico en 2020 a La Peña del Morfi.
Es que son pocas las personas que se atreven a romper la barrera hereditaria y lo logran. Si bien su padre cantaba y tocaba, nunca vio en ese talento la posibilidad de ganarse la vida. Quizás la clase social, el sexo, la región, la época, el edipo, la patria, los ancestros, el género y las creencias hacen díficil torcer centímetros de nuestro destino en la única vida que tenemos. Hacerlo es casi una quimera. Cuándo dejó el taller mecánico y se fue a cantar con Berna, Carlitos Jiménez cambió el rumbo de lo que el mundo tenía preparado para él.
La Mona eligió la música y dentro de la música encontró al cuarteto como su espacio natural, como si el género hubiera sido inventado para que él se luzca. Así, como cuando vemos videos de Maradona y pensamos que el objetivo del fútbol fue encontrar esa relación entre Diego y la pelota, podríamos decir que pasó lo mismo con el cuarteto y la Mona: fueron hechos uno para el otro.
El marginal
“Zapateo bien, soy buen bailarín, pero no creo que vuelva a tocar la guitarra porque se me endurecieron los dedos. Canto. Canto desde siempre, desde que tengo uso de razón. Y soy negrito. Y por cantar y ser negrito me marginaron: las madres de las chicas que me gustaban, mis amigos de la infancia, mis propios parientes”, aseguró a La Voz del Interior en 2010.
Al principio Jiménez cantaba y bailaba folklore, tango, rock and roll y cualquier género que se le cruzara en excursiones junto a su padre por diferentes cabarets, hasta que un sábado a las dos de la tarde escuchó por LV2 al Cuarteto Leo y su vida cambió para siempre. “El Cuarteto Leo me enamoró. Sentía que era algo distinto a lo que yo escuchaba”. Más tarde, a los 13 tomó por costumbre escaparse de su casa para ir a asaltos a bailar cuarteto o asistir a bailes de La Leo, en los que conoció el mundo marginado por el resto de la sociedad: prostitutas, gente de la noche y de los suburbios.
Luego, cuando cumplió los 16, se probó en el Cuarteto Berna, hasta ese momento instrumental, para sumarse como cantante. En los ensayos hacían algunos temas de La Leo a pedido de algunas prostitutas de la vecindad que miraban el ensayo por la ventana. Hasta que un domingo del año 1967 tuvo su ansiado debut como cantante. Fue en el Festival del Éxito conducido por Carlos del Solar.
“En el año 67 debutamos con Berna y en esa época los bailes eran típicamente rurales, bailes de pueblos en los que, a veces, ni siquiera había luz eléctrica. Teníamos que tocar con un equipo de sonido a batería de auto o grupo electrógeno. Generalmente tocábamos en pistas abiertas, muy pocas veces en lugares cerrados”, cuenta Daniel Franco, compañero en Berna y acordeonista de La Mona como solista.
“Los instrumentos eran los originales del cuarteto: un piano -no había piano eléctrico-, una guitarra criolla que hacía el bajo -no había bajo eléctrico-, acordeón, un violinista, Carlitos Jiménez en la voz y un locutor. Arriba del escenario éramos seis”, dice Franco.
En la vida de La Mona hay muchos cosquilleos al destino: el primer disco de Berna, “El Ritmo del Guarasón”, se publicó al año siguiente, el 1 de julio de 1968 y al tiempo falleció su padre, quien lo había iniciado en la música. “Tuve sexo en el velorio de mi viejo con una mina de la barra del famoso ladrón de bancos, Hugo Yamboni”, confesó La Mona a La Voz del Interior en 2010.
El cantante ya tomaba vuelo propio, pero el formato tan característico de Berna no le permitía explotar sus dotes de performer y bailarín. Entonces, en 1971, tras cinco discos publicados, se fue del grupo. El esposo de su tía, Coquito Ramaló -un reconocido boletero del ambiente- lo convocó para integrar las filas del Cuarteto de Oro.
El Cuarteto de Oro fue uno de los denominados “cuatro grandes” de la década del 70, junto a La Leo, Carlitos Rolán (quien sugirió el nombre Cuarteto de Oro a su primo, Coquito) y Berna. Integrado por Carlitos Jiménez y Ramaló, en voz; Edmundo Suárez, en piano; Gerardo Daher, en acordeón; Raúl Rosell, en bajo, Abel Lizárraga, en violín; y la locución del “Pato” Lugones (luego creador del grupo Chébere) la agrupación rápidamente fue fichada por el sello Phillips y grabó su primer LP “Póngale Cadenita”, en 1972.
El sonido del cuarteto aún no estaba definido tal cual lo conocemos ahora. De hecho, gran parte del repertorio de esta agrupación eran adaptaciones de folklores y tangos a su ritmo característico. “La Mona anima la creación y el alumbramiento del cuarteto en los años 70; en los años anteriores era como una especie de folclore en que la gente bailaba pasodoble, foxtrots o valsecitos. La gente empieza a bailar cuarteto tomado de la mano, no tomado de la cintura como antes”, analiza el periodista, crítico musical y escritor, Luis “topo” Gregoratti en referencia al verdadero nacimiento del cuarteto, que es, según él, cuando aparece el baile de la gente tomada de la mano. En eso Jiménez fue fundamental.
Fundamental también fue la aparición en su vida de Juana Delseri, a quien conoció en el 28 de diciembre de 1973 y con quien contrajo matrimonio y tuvo tres hijos: Natalia, Carli y Lorena. «Como matrimonio no funcionamos, pero como socios fuimos grandiosos», expresó Juana en 2021 al programa Cuarteteando. Claro, de ella surgió una de las características más identitarias de La Mona: la vestimenta colorida y brillante. Juana también se encargó de trazar el camino de Carlos hasta convertirse en ídolo popular.
El Cuarteto de Oro, no tenía la mejor orquesta de la época, ni vendía tantos discos, pero fue el grupo que dejó el máximo hit cuartetero de la década: “Cortate el Pelo Cabezón”. Luego llegó la dictadura con sus sablazos y la escena se diluyó. Más tarde, cuando volvió la democracia, Juana hizo abrir los ojos a Carlos de que su futuro estaba en ser solista, que se tenía que ir de ahí. Así, tras más de una década con la orquesta, Carlitos “La Mona” Jiménez se lanzó como solista.
El tunga tunga
Es frecuente escuchar decir: “La Mona es rock”. Hay una búsqueda por legitimar al músico desde otro estilo, pero esa frase niega al cuarteto como género y como cultura. Se podría trazar un paralelo entre el término antropológico “eurocentrismo” -una tendencia a considerar los valores culturales, sociales y políticos de tradición europea como modelos universales- con el concepto de rock y traducirlo como “rockcentrismo”: una visión musical que parte siempre desde el rock. Es que en la Argentina del siglo XXI, el rock funciona como una sinécdoque (la parte por el todo): el día del músico argentino es el día del nacimiento de un rockero argentino, el genial Luis Alberto Spinetta; el día del baterista argentino es el día en que murió un baterista pionero de nuestro rock, el gran Oscar Moro; y el día del guitarrista argentino es el día en que nació un inmenso guitarrista de rock, Norberto Pappo Napolitano, sólo por nombrar algunos ejemplos.
Cada género tiene sus propios códigos, sus propios valores, su propio lenguaje, sus propias costumbres, su propio sonido, su propia armonía, su propia melodía y su propio ritmo que lo hace único e incomparable con otro. Por eso, La Mona es cuarteto.
El cuarteto es un género músical que se inició durante la década del ‘40 en las zonas semirurales y en las colonias cercanas a la ciudad de Córdoba, aunque tal como lo conocemos en la actualidad surgió entre los años 72 y 75.
Su música es heredera del pasodoble español y la tarantela italiana, aunque también tiene raigambre afro y fusión con géneros tropicales de Sudamérica. Su nombre viene de los cuatro instrumentos que lo conformaron inicialmente: piano, acordeón, contrabajo y violín, y existe un debate sobre si es parte del folklore argentino por ser un género de raíz o si es citadino, ya que fue de la urbe hacia la ruralidad.
“Hay innumerables rituales: desde la seña de los barrios -que él fue implementando para que cada uno tenga su seña- los tatuajes, las banderas, la gente que se sube en los hombros de otra persona y quieren que los nombren”, comenta Daniel Franco.
A esos rituales podríamos agregarle las quinceañeras que se suben a celebrar con La Mona arriba del escenario, los bailes en ronda tan característicos del género y hasta sus propias bebidas: desde el pritteado hasta el Fernet con Coca.
Un muchacho de barrio
Con el regreso de la democracia se abre un nuevo panorama de expresión para que la Mona haga de las suyas. Aquí aparece la versión definitiva de La Mona: sus canciones, sus temáticas (marginalidad, noche, prostitución, etc), sus destrezas como bailarín y su implacable look brillante. Juana fue quien le dio el empujoncito que faltaba para abrirse paso solista, y así crearon la dupla más potente de la historia del cuarteto.
En 1984 publica su primer disco solista “Para Toda América” y con él un hitazo total: “La Flaca La Gasta”. En este comienzo se produce un nuevo romance, el de Jiménez y el Sargento Cabral. El ahora mítico club de barrio San Vicente, que por entonces no tenía pista techada, albergó al cantante cuando nadie apostaba por él.
“Soy un muchacho de barrio que no tiene horarios cuando hay que cantar / soy uno más de la esquina de esa barra querida” (“Muchacho de Barrio” – 1985 ), es la declaración de principios con la que el músico muestra sus credenciales. Así dejó en claro quién es, de dónde viene, a quién le canta y cuál es su filosofía.
“Se empieza a ver un nuevo sonido con mucha más importancia de los sintetizadores en detrimento del violín (hasta su desaparición). Van sumando más instrumentos de percusión, pero sin la presencia que tendrá posteriormente. Y su voz en su mejor momento. Algo que muchas veces es criticado desde el desconocimiento, sobre todo de esta etapa”, destaca Nicolás Garay, fundador del proyecto de cuarteto con sonidos electrónicos, Una Cebolla.
El interés por Jiménez fue in crescendo y el 27 de enero de 1988 se produce otro hito: toca en el Festival Nacional de Folklore de Cosquín ante 15 mil personas en la Plaza Próspero Molina. Afuera quedaron 80 mil personas que desbordaron el lugar. Por dicho problema el músico cantó cuatro temas y debió abandonar el escenario, a la vez que Canal 7 cortó la transmisión. El país habló de La Mona y su popularidad se afianzó aún más. De hecho fue convocado al prime time televisivo por Gerardo Sofovovich, quien le hizo una nota en La Noche del Domingo por Canal 7 ante los ojos de todo el país.
La consagración total llega en la década del ‘90 con decenas de canciones populares que cautivaron a nuevas generaciones y profundizaron la búsqueda sonora del artista en discos como “‘Buscavida’ (1993), ‘Raza Negra’ (1994) y ‘El Marginal’ (1995). La importancia de la percusión puesta en primer plano, con patrones rítmicos latinoamericanos adaptados al cuarteto, la sección percusiva del merengue más los timbales y batería electrónica”, comenta Garay.
Hacia fines de la década La Mona ya es definitivamente una leyenda reconocida por pares, por sus devotos fans, por la prensa y por referentes de otros géneros. Además cierra la década con dos discos exitosos “Beso a Beso” (1998) y “Bum Bum” (1999), a los que se suma su desembarco en el estadio Monumental (2000). Sí, La Mona y Los Redondos llegaron a River el mismo año. Jiménez tocó para el ciclo Argentina En Vivo, junto a Kapanga y Los Auténticos Decadentes.
Canonización
“Hay un grupo de público que son inherentes al cuarteto, y hay un gran público que están fuera del cuarteto. Y ese es el público que lo ha llevado a ser ícono”, explica Gregoratti en cuanto a la devoción por el Mandamás. “Por un lado están los que bailan sus temas y escuchan sus discos: los bisnietos del público original, que eran los miembros más marginales de la ciudad, y la gente del interior que iba a los bailes y que no era como la de Córdoba, era gente clase obrera; por otro lado está la gente del rock y del pop, que lo ha hecho suyo al artista y que va al baile desde otro lugar”, ejemplifica.
Es en el nuevo milenio cuando el público termina de construir a La Mona como un ícono al mismo tiempo que el artista. Luego de trabajar durante toda su trayectoria con discográficas decide el camino de la independencia.
Los viernes del Sargento se transforman en un clásico para sus fans y en una parada obligatoria para cualquier turista que desembarca en la ciudad de Córdoba. Más tarde, en 2021, se produce una especie de institucionalización del género cuarteto al ser declarado Patrimonio Inmaterial del País. Antes, dos de sus máximos referentes (Rodrigo y Jiménez) son homenajeados con una estatua en el lugar más hype de la ciudad: El Paseo del Buen Pastor.
El cuarteto trasciende a todas las clases sociales y en esa ola, La Mona desembarca en España, toca en el Lollapalooza de Argentina para más tarde crear su propio festival (“El Bum Bum”) -con line up que incluyen artistas de diferentes géneros y generaciones-, su propio museo “Museo Bar La Mona” emplazado en pleno Cerro de Las Rosas -su barrio-., su propia tienda de merchandising “Universo Jiménez” y hasta su propio vino “El Mandamás”.
“Hay una canonización en vida, que es lo más raro. Aunque a él no le gusta mucho porque es muy creyente. Entonces no le gusta cuando lo comparan como un Dios. Incluso hay gente que le reza”, explica Sofía Nicolossi, curadora del Museo Bar La Mona Jiménez.
“El cuarteto es un género a descubrir por Europa y por el resto del mundo. Imposible no mencionar a Rodrigo y a Carlitos Jiménez que lo llevaron a niveles extraordinarios y populares como el tango, Redonditos de Ricota o el fútbol”, dice Andrés Calamaro.
En cuanto a su idilio con el público, Peni Franconi, creadora del festival GRL PWR subraya: “Es parte de nuestro ADN. Significa mucho para todos los sectores -sobre todo hoy porque había una etapa dónde era representante de la marginalidad- a partir de su festival en el que convoca a todo tipo de artistas y al que asiste todo tipo de públicos”.
En este proceso, como ocurre con todo artista popular, aparecen ciertas críticas a Jiménez por sus pronunciaciones partidarias, ya sea por la foto junto a Horacio Rodríguez Larreta antes de su show en el Obelisco, como por su aparición en el cierre de campaña de José Manuel de La Sota en 1999, su apoyo implícito al cordobesismo, sus entrevistas a medios hegemónicos o su falta de pronunciación partidaria hacia el progresismo. Muchos de quienes lo critican tal vez no sepan que El Cuarteto de Oro tocó en el cierre de campaña de Héctor Cámpora en Córdoba en el año 1973.
La cuestión partidaria es secundaria en cualquier artista, lo que importa es la obra y en su obra Jiménez tiene un compromiso social y político: sus canciones representan a la gente más postergada y marginada de la sociedad. “Sus letras tienen una impronta política y social, no partidaria”, destaca Gregoratti.
En este sentido, Garay dice: “Uno quiere que sea Fela Kuti, que tenga un pensamiento crítico social, que no transe con la política ni los medios hegemónicos, pero el doble valor de La Mona es que es un tipo cómo usted, lleno de contradicciones. ¡Y usted no ha hecho esos temazos!”.
Para esto viene a bien recordar el planteo de Babasonicos en “Fan de Scorpions”: “La música no tiene moral”. Y, lo que siempre le interesó a la Mona fue la música. Desde meterse de joven a una prueba de sonido de Sui Generis cuando se despidió en el club Juniors de Córdoba hasta asistir a un show de Astor Piazzolla en el Chateau Carreras, pasando por tocar con Jairo en el Teatro del Libertador. En el medio múltiples anécdotas y miles de juntadas con próceres del rock y el tango argentino.
La historia puso las cosas en su lugar y hoy La Mona Jiménez es un ícono de la cultura popular argentina. En su camino se cruzó con el cuarteto, género que le calzó justo, que lo transformó y que defiende en cada intervención pública. Además hoy cumple 73 años en plena vigencia y conecta con cuatro generaciones. El arte, la alegría y el pueblo le deben varios monumentos al Mandamás. ¡Salud, Carlitos!