Artículo
Dilemas de la organización y el partido
El pan del trotsko
Por: Mario Castells
Contra el teoricismo y “charquerismo”, Mario Castells propone retomar debates clásicos de la teoría marxista y la lucha de clases en Argentina, desde una posición firme pero amigable. Que pueda dialogar con bases sociales diversas, que recupere la vocación de poder, que reactive los fundamentos poéticos de la acción revolucionaria. Sin hundirse en la melancolía de izquierda que se refriega en los bronces, la propuesta parte de recuperar críticamente la obra de tres autores contemporáneos: Nahuel Moreno, Milcíades Peña y Daniel Bensaid.
marzo 13, 2024

La coyuntura política actual con su atmósfera desencantada y hostil salida de un repositorio neoliberal, apurada por la decadencia guerrerista de los yanquis y la OTAN con la Guerra de Ucrania estancada al gusto de la Federación Rusa, China posicionándose cada vez más como primer potencia mundial y el conflicto en Medio Oriente con Israel e Irán al borde de un enfrentamiento militar cuyas repercusiones podrían ser terribles para la humanidad entera, nos urge a recrear las armas de la crítica de forma más aguda que nunca. No podemos seguir haciendo balances superficiales y complacientes de nuestro fracaso histórico. La intención de este escrito no es plantear una lectura múltiple o totalizadora de la realidad actual, ni siquiera moderar el recorte al fenómeno de la ultraderecha asumiendo el poder en Argentina y gran parte del continente o del populismo y la centroizquierda, que han venido conteniendo exitosamente la lucha de los explotados por décadas, preparando el terreno para la reacción, sino pensar un poquito más subjetivamente en lo que los trotskos señalamos como una de nuestras “estrategias permanentes”. Yo, que en la lucha de clases sigo manteniendo acuerdos con el último grupo en el que milité pero en la teoría me alejo cada vez más de él, haré una fuerte crítica aunque sin renegar -eso que quede bien claro- de la importancia cabal del marxismo ni de los marxistas argentinos. 

Hace un tiempo, un grupo de conocidos de las redes, de mis talleres virtuales, gente muy entusiasta que se vinculó conmigo más por la lectura de mis libros y artículos literarios que por las boutades y micro debates que suelo plantear en posteos sobre la tradición de la que provengo, me dijo que quería leer y debatir conmigo sobre el marxismo argentino (fundamentalmente el trotskista) y sus expresiones políticas. Esto aconteció luego de dar un seminario sobre el Ensayo de Interpretación Nacional en tres autores marxistas: Liborio Justo, Luis Franco y David Viñas. Estos compañeros, todos con la mitad de años que yo, algunos filo-K, se sentían atraídos por mi perspectiva poco solemne e irreverente con mi tradición. Como si el hecho de ser bardero me indispusiera en todo con ella (lo que desde ya niego) y como si defenderla fuera lustrar un bronce, mentir un balance, tener obediencia debida y negar lo que cualquiera ve: sectarismo, mediocridad y unas cuantas mentiras. Aquella vez les dije que no lo haría por varias razones, la fundamental es que no era propicio el momento. Esta propuesta, sin embargo, es algo sobre lo que sigo pensando y replanteandome. Mi defección se debió sobre todo al tiempo que me requería darle un sentido certero a la tarea; se debió a una razón económica, es decir, de tiempo. Pas de espoir, pas de argent.

Hace mucho adquirí esa práctica de escuelita partidaria donde se daban de manera paternal y reproductivista los Conceptos políticos elementales, La visión marxista de la sociedad, el manual filosófico del Materialismo dialéctico y ciencias modernas o la relectura del Estado y la Revolución que hizo Nahuel Moreno con su autoproclamatorio libro en que polemiza con Mandel (Germain) y el otro que escribió con el seudónimo de Darioush Karim, bolaceando una cercanía a los acontecimientos de la revolución iraní. Un fumo, como dijera el sarcástico poeta neobarroso. 

Pero, sin dudas, lo peor de nuestra tradición es el anti-intelectualismo, un cáncer que se dispersó y forjó todo un «modo de hacer política». Hacia abajo de la estructura piramidal de las organizaciones ese modo devino un extraño charquerismo (graciosísima y contundente frase de la jerga morenista y perfecto sayo para su propia discursividad) que erradicó la crítica como factor determinante de la necesidad de politizar al partido y al activismo que lo sateliza, forjando una camada de esmerados repetidores. Siendo así la búsqueda e investigación teórica, incluso a “título individual”, un rasgo de escepticismo pequeño burgués para ellos. ¡Cómo vas a querer revisar la teoría del imperialismo de Lenin! ¡Cómo vas a plantear que China, Rusia o Brasil llevan adelante políticas imperialistas! Con esos límites a la creatividad militante es realmente una proeza que haya partidos trotskistas «tan grandes». Me acuerdo de un par de chascarrillos de mi época militante: «Vos charqueas con el AS», nos bromeábamos entre compañeros cuando alguno salía a guitarrear sobre cualquier cosa con esa seguridad típica del militante, que es muy graciosa por lo absurda. Como perfectos caballeros de la fe, primero, y después, con los años y las frustraciones, con ese patetismo de quienes se revuelcan gustosamente en la carroña. 

La propuesta de estos compañeros me interesó, claro está, al nivel de empezar a postular, de fijar en la escritura cuáles son mis convicciones actuales sobre este meollo de discursos y circunstancias que me atravesaron y siguen incidiendo en mis convicciones. Y me pregunté: ¿qué textos le haría leer a pibes inteligentes aunque ignorantes totalmente de nuestra tradición? Pensé en tres: la Introducción al marxismo de Milcíades Peña, Problemas de Organización de Nahuel Moreno y Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren de Daniel Bensaïd. ¿Por qué? Obviamente porque creo que la política es un arte y no un recetario y eso, con no ser suficiente, me alerta a la hora de encarar la totalidad de un saber amplio y complejo, cruzado de debates que están muy lejos de saldarse. Me interesa encararlo desde la política, desde un plano completamente subjetivo, puesto que la crisis del marxismo es una crisis política. Tres marxistas muy distintos pero que comparten una perspectiva no sectaria de la praxis política y la lucha de clases: tres intelectuales con contradicciones flagrantes, nunca a salvo del archivo y de la propia palabra, tres textos fallidos pero que nos acercan al dilema: la organización, el partido.

El texto de Moreno va directo al grano y obviamente a los aspectos técnicos de la labor: captar y politizar nuevos militantes adecuando las formas de organización que se da una corriente a los flujos y reflujos de la marea histórica. Nahuel Moreno afirma que la posibilidad del socialismo es resultado de un problema político. La lucha política, de este modo, asume un papel indiscutible como motor de la historia. Por lo tanto, si el devenir histórico se determina a partir de la lucha, este no es el corolario de una lógica histórica necesaria e inevitable sino el resultado contingente de las posibilidades suscitadas en un momento histórico específico. Es decir, que si la lucha es la determinante del proceder de la historia, no tiene inscripto a-priori ningún resultado (Conversaciones con Nahuel Moreno). En este sentido, Moreno reconoce que el problema de la organización es muy complejo, dado que encierra en sí mismo una contradicción. Toda organización –como toda estructura– tiende a volverse conservadora, porque evita transformar lo construido. El morenismo propone una organización que se encuentre en constante reorganización respondiendo a las necesidades de las distintas coyunturas socio-políticas. Pues, si aceptamos que la totalidad social presenta un desarrollo desigual y complejo en el capitalismo tardío, el partido debe ser parte de este análisis, reformularse y readaptarse a las nuevas formas que surjan en el sistema capitalista. De resultas, Problemas de organización más que un manualcito o una libreta de apuntes para la actividad militante, es un texto capital para entender el movimientismo trotskista argentino tan parecido a veces en sus errores a los que son aciertos del peronismo. Cuando Moreno plantea el problema lo hace en respuesta a un fenómeno nuevo y obviamente erróneo: una supuesta situación revolucionaria mundial disparada en 1979 por el triunfo del FSLN, lo que en Argentina se manifiesta con la caída de la dictadura y la apertura de una nueva etapa de, he aquí el vaticinio, frecuentes «revoluciones democráticas«, señalados como «febreros recurrentes« en la jerga morenista.

Para leer a Moreno es condición sine qua non perdonarle su pragmatismo y su déficit en la elaboración teórica sistemática (nada más cotejar la línea que tuvo de apoyo a la Guerra de Malvinas y la que siguió con 1982: empieza la Revolución); creo que estos aspectos son en fondo y forma el dibujo de sus errores políticos pero, al contrario de la ceguera y el celo dogmático que desplegaron otros dirigentes de la izquierda argentina, debemos reconocerle al menos la actitud abierta con que enfrentó muchos problemas planteados por la lucha de clases. Creo que el déficit del morenismo hubiera sido menor si la misma pasión por construir un aparato que desplegó su líder se hubiera equiparado con el afán de formar una dirección democrática que fortaleciera la elaboración política y una tradición intelectual que tolerase el disenso.

En ese sentido, la figura y la obra de Milciades Peña es en sí misma una denuncia delnarcisismo con que actuó Nahuel Moreno durante toda su vida. Espécimen de intelectual paria que avanzó en soledad por un territorio inhóspito ya sin siquiera contar con el cúmulo de certezas brindadas por el partido, los problemas y preocupaciones que lo asediaron fueron los mismos que había fraguado en los años de militancia. Peña rompió con el POR (así se llamaba entonces el partido morenista) pero no con la forma de concebir y plantearse la tarea intelectual. Por los temas, los ademanes, los interlocutores o los núcleos problemáticos que manejó, toda su indagación histórica se recortó en una constelación de urgencias políticas. Su obra no se construye a partir de una preocupación cognitiva, no es un mero deseo de desenterrar verdades; sus búsquedas históricas, básicamente, se anudan, se funden a una preocupación política. Peña era un defensor acérrimo de la máxima alberdiana que sostenía que la falsa historia es el origen de la falsa política”.

Una de mis citas preferidas de Peña es:Los hombres que conocen la sociedad y la historia son los mismos que hacen a la sociedad y la historia. Y por lo tanto el conocimiento de la vida social y la historia no es ciencia sino conciencia. Por eso, toda separación de juicios de valor y juicios de hecho, toda separación de la teoría y la práctica, del conocimiento de lo que es y de la aspiración a lo que debe ser, es irrealizable cuando se trata de la comprensión de la historia de la sociedad (Introducción al marxismo). Milcíades Peña también planteó que “la superación de la división entre teoría y práctica debe hacerse no en las palabras, sino en la acción (…) Si por las noches se escucha a un profesor marxista dar lecciones sobre El Capital o la Lógica de Hegel, y el resto del día se concurre a repartir periódicos en la fábrica o a fomentar piquetes de huelga (…) se está combinando, yuxtaponiendo exteriormente una enseñanza teórica tradicional con algunas tareas prácticas. Pero teoría y práctica continúan siendo extrañas entre sí…” (Obras completas de Milcíades Peña). Muchos podrán creer que la política del primer morenismo de proletarizar a sus cuadros fue un acierto político del líder. Hoy es casi un mito sagrado y fundacional: Villa Pobladora y los frigoríficos de Avellaneda. Pero el mismo Peña es testimonio de su “falla”, de su error político. Ni como escuela empírica de formación ni como modo de construcción partidaria la proletarización es necesariamente correcta: hay sectas que vegetan dentro de las fábricas y son inoperantes y clandestinas para la clase.

El intento de recrear la teoría es algo muy persistente en los mandelistas, el de dar respuesta a las nuevas situaciones y fenómenos en los morenistas. Estos desafíos no se resolverán a través del estudio y la acción sino que requerirá también de una nueva educación sentimental en los militantes revolucionarios, una reeducación en la cultura de la fraternidad. En 2004, un joven del Mayo Francés, viejo dirigente de la LCR y del Secretariado Unificado de la IV Internacional mandelista, el filósofo francés Daniel Bensaïd tomaba esta premisa y sacaba a la luz su texto Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren. En este texto que más de una vez me sirvió para debatir con compañeros ganados por el espíritu de la época o sus modas: marxismo occidental, culturalismo, decolonialismo, etc. Bensaïd, fiel seguidor de la premisa de la Tesis XI sobre Fehuerbach, un peleador en las sombras, declaraba: 

Hemos iniciado entonces el peligroso tránsito de una época a la otra y nos encontramos en el medio del río, con el doble imperativo de no permitir la pérdida de la herencia y de estar dispuestos a recibir lo nuevo a inventar. Nos encontramos entonces comprometidos y con una doble responsabilidad: de transmisión de una tradición amenazada por el conformismo, y de exploración de los contornos inciertos del futuro. A riesgo de parecer chocante, me gustaría encarar esta terrible prueba con un espíritu que calificaría como de «dogmatismo abierto». «Dogmatismo», porque, aun si esa palabra tiene mala prensa (según el sentido común mediático, siempre vale más ser abierto que cerrado, light que pesado, flexible que rígido), en toda teoría, la resistencia a las ideas en boga tiene sus virtudes: el desafío a las impresiones versátiles y los efectos de modas exige plantar serias refutaciones antes de cambiar de paradigma. «Abierto», porque no se trata de conservar religiosamente un discurso doctrinario, sino de enriquecer y de transformar una visión del mundo ensayando prácticas necesariamente renovadas.”

Ya en los 90, Bensaïd se había convertido en una especie de “lenguaraz” entre diferentes tradiciones políticas. Eso se debió a que, sintiéndose liberado de la carga de tener que defender una tradición política, herencia percudida por las históricas capitulaciones de su corriente, inició un diálogo horizontal con intelectuales académicos como Alain Badiou, Jacques Derrida y otros. Como si este diálogo fuese una especie de salvataje mediante la inscripción a la nueva realidad del mundo, Bensaïd trató de superar la brecha entre el trotskismo que se concentraba sobre todo en la economía y la política, y el marxismo occidental, que tradicionalmente se refugiaba en la filosofía y la estética. Gracias a él, el trotskismo comenzó a fusionarse con otras corrientes de pensamiento crítico, desde la sociología de Bourdieu hasta la Escuela de Frankfurt. No es mi intención defenestrar la labor de Bensaïd, como tampoco la de Löwy, pero cuesta no ver en el gesto del intelectual orgánico de la LCR el apego a una tradición díscola que salta de moda en moda. Algo que no podríamos negarle al mandelismo, sin embargo, fue el esfuerzo por no osificar el discurso, intentar salir del saludo a la bandera y del rezo cotidiano del sectarismo.

Propongo entonces, a modo de ejercicio, cinco teoremas de la resistencia a las ideas en boga cuya forma subraya deliberadamente el necesario trabajo por la negativa:

  1. El imperialismo no se disuelve en la mundialización mercantil. ¿Pero qué imperialismo?

¿El de la teoría de Lenin de 1916, heredera de la de Hobson?

  1. El comunismo no se disuelve en la caída del stalinismo. Creo lo mismo, sin embargo no

se ha recompuesto de su derrota. La última revolución social en el mundo fue la del Sandinismo.

  1. La lucha de clases no se disuelve en las identidades comunitarias. Sin dudas, pero este

aspecto se hace patente al interior de nuestras organizaciones debido al sesgo patriarcal y

heteronormado que tienen.

  1. La diferencia conflictiva no se disuelve en la diversidad ambivalente.

  2. La política no se disuelve en la ética ni en la estética. Pero si no tenés ética y estética

como seguros andamios para construir la política, si la forma no es el fondo que remonta a

superficie, tenes morenismo degradado, tenés charca mandelista.

¿Por qué no los clásicos? Porque prefiero una mediación cercana en tiempo y espacio a nuestra realidad y porque es mi manera de salir de la cripta de nuestra tradición que siempre apeló a los santos bolcheviques. Para no hacer más profusa mi propia melancolía de izquierda (me encantó el libro de Enzo Traverso, lo admito, pero ese enunciado «melancolía de izquierda» como el de «marxismo romántico» de Michael Löwy me hacen mucho ruido). Y porque es mi propia tradición la que podría mejor interpelar: esos tres libros proponen, para mis fueros internos, uno, un fundido, otro, un padre ajusticiado y el último, un vecino malicioso y cizañero super interesante. Quizás podría sumarle como lecturas guías Las tres primeras internacionales de George Novack et al y El Partido Bolchevique de Pierre Broué. 

Pero para poner en claro las cosas, poniéndome a mí mismo en situación, empezaría por decirles con total sinceridad (una palabra abominable) que no concibo en la realidad actual que haya posibilidades de revolución social en el mundo. Y sin revolución no hay revolucionarios. Algo sobre lo que vengo discrepando desde hace una década, desde que leí a Victor Serge. De allí que, para mí, no haya hoy más posibilidades que ser socialdemócratas, más posibilidades que ser un obrero clasista o un intelectual de izquierda. Ese es el límite que nos impone la realidad a la extrema izquierda actual. Como los marxistas anteriores a la Revolución Rusa pero sin aquella esperanza en el futuro que tenían en tiempos de la Segunda Internacional. La chicana sectaria que define al FIT-U como una variante juanbjustista del trotskismo no es del todo cierta; esta realidad de la que las corrientes trotskistas actuales se desentienden, huyendo hacia adelante, es una de las razones de la osificación de la teoría y el antiintelectualismo imperantes en la militancia. Hemos demostrado una falta de vocación de poder que nos cretiniza y a la vez somos los mayores tenedores de la verdad en la escena parlamentaria y mediática del país. Razón por la cual no doy dos monedas de un peso por el centralismo democrático y sus rituales perimidos; me parece fundamental empezar a revisar las distintas teorías socialistas de partido. Todo eso diría para desterrar las mentiras y avanzar.

Mis críticas al “partido leninista” no están imbuidas del rencor penitente del francotirador ni del oportunismo ramplón del adaptado al régimen. Miedo y plata nunca tuve, no me interesa adecuarme a los aparatos. Tampoco soy consejista ni autonomista ni nada que se parezca. El régimen de partido actual es una de las principales razones disuasivas del vínculo entre el activismo y los partidos de izquierda. Soy frentista, aunque el FIT-U ha demostrado tener más limitaciones que aciertos: su acierto fundamental, que no es poco, es mantenerse unido. En el transcurso de su evolución he acordado alternadamente con cada uno de los partidos que lo conforman pero nunca del todo con ninguno; es de necesidad y urgencia extender el polo democrático en la organización política de los marxistas y construir un partido de masas con múltiples tendencias que pueda tolerar el disenso y deje de ser el claustro de un par de «ancianos» infalibles con poluciones nocturnas.

Siempre que quiero leer correctamente la realidad me asisto más con las herramientas críticas de la ficción que con las de las ciencias sociales y sus berretines de ciencia dura.

La inoperancia de los cientistas sociales de raíz positivista con una educación sentimental filistea, inmunes a la poesía, los minusvale en su discurso. La poesía tiene hambre de realidad, no se equivoquen. El afán por caracterizar de los trotskistas es una virtud que eventualmente se convierte en una trampa; caracterizar es parte de una pasión de tipo filatelista que suelen desplegar los compañeros: no se conforman con ver y describir la realidad. Ven una mariposa, comprueban que existe pero necesitan archivarla, aprehenderla, la ensartan en un alfiler y la guardan en un cuaderno. Que yo crea que no se avizoran revoluciones sociales no significa que no sigamos planteandolas y que todos nuestros esfuerzos deban dirigirse en ese sentido. Pero mientras en nuestra praxis haya una separación tan tajante entre discurso y acción difícilmente salgamos del terreno de la mentira. Necesitamos un lenguaje vivo, ir al encuentro de los usos y significados primeros, porque el lenguaje, como la realidad misma, existe dentro de la acción. El pan nuestro no puede ser duro ni rancio, es una necesidad que brote el humito de su reciente cocción. No se hace política con caracterizaciones. Y es necesario, para salir del adocenamiento a la democracia burguesa, repostular las premisas estéticas de nuestra violencia.

Autor

  • Mario Castells

    Tigre
    Nació en Rosario en 1975. Escritor y traductor. Forma parte del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP-UBA). Publicó Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal, en 2010 (con Carlos Castells); Fiscal de sangre, en 2011; El mosto y la queresa, en 2012; Trópico de Villa Diego, en 2014; Lenguajes, poesía en idiomas indígenas americanos (con Liliana Ancalao, Juan Chico y Lecko Zamora) en 2016; Aparatchikis en 2017; Bala pombero, en 2018; Diario de un albañil, en 2021; La selva migrante. Carlos Martínez Gamba y el exilio de la lengua guaraní, en 2022. Resumen identitario: “No soy un aculturado”. Kurepiwayo, troskotelúrico e hincha de Newell’s.

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