Se sabe: la represión con policías a caballo hacia las Madres de Plaza de Mayo, durante ese mediodía del 20 de diciembre, fue determinante para lo que pasó ese día. Y entre las y los jóvenes que enfrentaron la prepotencia policial poniendo el cuerpo, se encontraba Wado De Pedro, hijo de militantes detenidos-desaparecidos durante el terrorismo de Estado, miembros de la agrupación HIJOS que en los noventa vino a sostener el recambio generacional de los organismos de derechos humanos –y buena parte de la sociedad– en la lucha por Memoria, Verdad y Justicia, contra el olvido y el silencio, y también, contra la impunidad y los intentos de “reconciliación” entre verdugos y oprimidos.
FOTO/Santiago Oroz
Wado fue la figura que en esta coyuntura reciente sintetizó, bajo el lema de “los hijos de la generación diezmada” –como los viene nombrando Cristina–, o de la “generación de 2001” –como se empecina en aclarar Juan Grabois que él prefiere denominarla– un entusiasmo que llevaba en su precandidatura a la presidencia por Unión por la Patria para las próximas elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias que se realizarán el 13 de agosto, una cierta continuidad con la “Plaza de Cristina” (la movilización del 25 de mayo pasado, en el marco de la conmemoración de los 20 años de la asunción de Néstor Kirchner).
Grabois, en ese contexto, baja su candidatura, tal como había dicho en varias oportunidades que haría si así se configuraba el panorama electoral. Pero como sabemos, a las pocas horas Sergio Tomás Massa apareció como el “candidato de unidad” del peronismo y el dirigente del Frente Patria Grande salió a juntar avales de último momento, en el intento por poder sostener una determinada agenda de campaña, compitiendo en la interna en el rubro presidencia/vicepresidencia (junto a la socióloga Paula Abal Medina), pero acompañando el resto de las precandidaturas. Este gesto insumiso, desobediente, rebelde de Grabois, fue cuestionado por muchos en nombre de la “disciplina partidaria”, de la “unidad” y de las “reglas del juego”. El abogado y dirigente social respondió contundente: “arruinas una generación (de militantes políticos y sociales) si salís y decís de entrada que no nos queda otra que votar a Massa”.
Porque la “Generación 2001” es la que creció enfrentando la adversidad del Nuevo Orden Mundial Neoliberal que emergió tras la caída del Muro de Berlín. Y lo hizo viendo a las y los indígenas de Chiapas levantándose contra todo pronóstico de éxito para gritar “¡Ya basta!” a tanta prepotencia imperial, y en Argentina, protagonizando las puebladas que recorrieron de sur a norte la patria entera, desde Cutral Có y Plaza Huincul hasta Mosconi y Tartagal; la que parió el movimiento piquetero y la intersindical entre la CTA, el MTA y la CCC que tantas movilizaciones llevó adelante contra el menemato; la que acompañó a Norma Pla y esas columnas de jubilados que defendieron cada miércoles la dignidad frente al Congreso, como las Madres lo hacían cada jueves frente a Plaza de Mayo; la que defendió la educación pública contra la Ley Federal y la Ley Superior; la que escrachó a los genocidas tras las leyes de impunidad; la que comenzó a llevar las agendas feministas desde los Encuentros Nacionales de Mujeres hacia los barrios populares y los sindicatos; la que llevó las broncas y esperanzas en cánticos de hinchadas de fútbol y recitales de rock; la que pirateó señales de radio por todo el territorio nacional para que se escucharan otras voces; la que sacó fanzines y revistas y pegó cientos de carteles, y pintó montones de paredes y repartió miles de volantes mientras el descontento se iba haciendo masivo. ¿Cómo le decís a esa generación que se conforme con el mal menor?
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Trasvasamiento generacional y bastón de mariscal
En 2019 salió electa como intendenta, por primera vez en la historia argentina, una militante de los Movimientos Populares: Mariel Fernández, dirigente del Movimiento Evita, quien este año buscará la reelección. A fines de 2021, asimismo, Mariel se transformó en vicepresidenta del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires, desde entonces bajo conducción de Máximo Kirchner.
Para este reñido cierre de listas el Movimiento Evita no pujó por hacer valer su peso en las listas para Diputados Nacionales, sino que buscó expresar en la disputa institucional en los distritos –sobre todo del conurbano– el poder territorial y la capacidad de movilización que mantiene. De esas disputas, que dejaron unos cuantos heridos por distintos lugares, surgieron las precandidaturas del actual Diputado Nacional Leo Grosso en San Martín, de Patricia “Colo” Cubría en La Matanza, de Agustín Balladares en Lanús, de Lis Díaz en 3 de febrero (a quien acompaña el dirigente de Somos- Barrios de pie Daniel Menéndez, quien bajó su propia precandidatura para ser parte de esa lista) y Milagros Moya en Lobos, mientras que en Navarro y Marcos Paz, los precandidatos del Movimiento Evita Daniel Yuse e Ignacio Medina se presentarán con partidos vecinales. Ya en Jujuy, la misma organización había coronado semanas atrás a su militante David “El Turco” Abraham como intendente de la localidad de Yuto.
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Reñidas estuvieron las negociaciones para el Movimiento Evita en otros distritos como La Costa, donde el dirigente Martín Poustis, tras aquello que caracteriza como una “contundente derrota” en las pasadas elecciones legislativas, se dedicó en los últimos tiempos a impulsar un espacio (“Pensar La Costa”), con el objetivo de que el peronismo “renueve su vitalidad” y pueda “construir un nuevo horizonte”. En un comunicado público poblado de referencias a Néstor Kirchner y Cristina Fernández (sobre “la audacia” de ser fuerte frente a los fuertes y no frente a los débiles y a “usar bien la lapicera” para transformar la realidad injusta que atravesamos) denunció como “proscriptiva” la resolución de Unión por la Patria que les negó la posibilidad de adherir su boleta a la lista seccional y de gobernador. “Somos mujeres y hombres que, en estos años de lucha por la justicia social, creemos habernos ganado el derecho a ser respetados y competir en igualdad de condiciones, y como compañeros, nos sentimos desilusionados por esta decisión tan innecesaria”, puede leerse en la declaración. Algo similar, pero en términos personales e informales (por sus redes sociales), expresó Julián Aceituno frente a la negativa de que Natalia Peluso (que venía impulsando dentro del peronismo local el espacio “Enamorate Ituzaingó”) pudiera participar de las PASO: “Me niego a creer que para ser intendente haya que haber nacido en la casa de un intendente. Creo en la comunidad organizada que es muy distinto a la comunidad ordenada. En la organización uno es parte y participa. Sino, ¿cuál es el mensaje a las y los jóvenes y laburantes a los que nos cansamos de repetirles que participen en política?”, comentó el dirigente del Movimiento Evita de Ituzaingó, quien remató: “nosotros tibios no somos y a patadas en el culo no vamos a ningún lado” (tan es así que, al cierre de esta nota, nos enteramos que finalmente, y tras intensas disputas, la lista fue finalmente habilitada para competir en agosto).
Por su parte, La Cámpora buscará revalidar a Mayra Mendoza en su reelección en intendencia de Quilmes y Damián Selci (luego de haber sido intendente interino por unos meses en 2022), competirá en la interna de Hurlingham.
En Córdoba, la Corriente Martín Fierro –tras haber contado en su haber con el primer “Intendente Jipi”, Pablo Riveros, electo en 2019– renovó su mandato al frente de la Comuna Villa Ciudad Parque (obteniendo casi el 80% de los votos), aunque esta vez con Diego Ruiz encabezando la boleta, ya que Juntos por el Cambio buscó impugnar la lista, bloqueando la búsqueda de reelección de Riveros. La misma agrupación también salió triunfante este año, por primera vez, en otra comuna cordobesa, Villa Cerro Azul, con Natalia Di Pace. Por lo menos otras tres precandidaturas de la “Generación 2001” se dispusieron a disputar por primera vez este año contra el viejo aparato cordobesista: Mercedes Ferrero (por Comuna Esperanza), compitió recientemente por la Secretaría Comunal de Los Molinos, obteniendo el segundo lugar, mientras que Federico Fiumato y Mauricio Abda competirán en Capilla del Monte y La Rancherita.
FOTO/Prensa FPG
En Rosario, la izquierda municipalista de Ciudad Futura, apoyada por el Movimiento Evita de Santa Fe (que cuenta con Lucila De Ponti como diputada provincial) y con el respaldo de Juan Grabois y el Frente Patria Grande, compitieron en la PASO peronista con el actual concejal Juan Monteverde por la precandidatura a la intendencia y la ganaron. Este panorama electoral se desarrolla en el contexto de un período en el que los Movimientos Populares contaron con seis Diputados Nacionales (Itai Hagman –economista, ex dirigente de la FUBA–, Federico Fagioli –militante social– y Natalia Zaracho –trabajadora cartonera–, quien tiene altas probabilidades de renovar su banca, por el Frente Patria Grande; Juan Carlos Alderete –histórico dirigente de la Corriente Clasista y Combativa–; Leo Grosso y Eduardo Toniolli del Movimiento Evita –este último proveniente de la agrupación HIJOS–); dos Diputadas Bonaerenses (Patricia Cubría del Movimiento Evita y Lucía Klug del FPG), una Legisladora Porteña (Ofelia Fernández, del FPG), alrededor de cincuenta concejales en distritos de la provincia de Buenos Aires (en su mayoría del Movimiento Evita y media docena de FPG) y varios funcionarios nacionales, entre quienes se destacaron Emilio Pérsico al frente de la Secretaría de Desarrollo Social de la Nación y Alex Roig como presidente del INAES (M. Evita), Fernanda Miño (hoy precandidata a diputada bonaerense) al frente de la Secretaría de Integración Socio Urbana y Gabriela Carpineti como directora Nacional de Promoción y Fortalecimiento para el Acceso a la Justicia (FPG).
La mayoría de los nombres mencionados son personas que se incorporaron a la militancia enfrentando al neoliberalismo en los noventa y el 2001 (o que siendo más jóvenes se identifican con ese proceso) y quienes se entusiasmaron luego de 2003 con la idea de recrear una perspectiva nacional-popular (democrática y feminista) para el siglo XXI.
Por eso la “Generación 2001” ve en los planteos de la fórmula Grabois- Abal Medina su agenda programática. “Somos la contracara de esa pandilla que llevó a nuestro país al punto de mayor indignidad nacional y mayor miseria social de nuestra historia… Promovimos a Wado y a Axel porque entendíamos que eran los dos candidatos más competitivos de esta generación que los enfrentó a ellos”, dice Grabois en el video en el que anuncia que baja su precandidatura, y reafirma esa dupla en tanto son personas formadas junto a Cristina, a quien caracteriza como una líder popular “ineludible aunque no infalible”, y subraya que de ella nunca dijimos ser “soldados”, como tantos que sí lo hicieron y sin embargo se ablandaron por el “calor de las estufas de las oficinas” y terminaron abdicando de un pensamiento crítico y de “creatividad política” para contar con la iniciativa necesaria para sostener un “programa transformador” que priorice la agenda de “Tierra, Techo y Trabajo” y una representación parlamentaria “que incluya a los excluidos de siempre, a los descamisados del presente y a las nuevas camadas de militantes que son ajenas a la política tradicional”.
FOTO/Igor Wagner
Desde abajo y las periferias…
… hacia el arriba de los centros de poder
Suele identificarse con el 2001 a la comunidad imaginaria de militancias cuyo signo distintivo se encuentra en el espíritu insurreccional de la jornadas del 19 y 20 de diciembre que pusieron fin, a través de la movilización, al gobierno del presidente Fernando De La Rúa, pero que más allá de ese episodio –fundamental para esa coyuntura– cerró a través de la rebelión popular el ciclo de ofensiva neoliberal abierto en marzo de 1976 con la dictadura genocida que no en vano se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional”.
El 2001 partió en dos la posdictadura, gestando las condiciones para el inicio de esa “contratendencia” que tiempo después tomó el nombre de kirchnerismo, que arrebató al peronismo del entramado neoliberal menemista en el que se encontraba, dándole un reinicio en el nuevo siglo. Con ese acontecimiento se identificaron –mayormente– tanto las jóvenes militancias de todas esas experiencias que en Argentina emergieron desde abajo, en medio del paciente trabajo social y cultural de los años noventa, como quienes se politizaron en esos meses, semanas, días, horas incluso, y desde entonces recorrieron diversos caminos.
Pasadas dos décadas de 2001, leído mayormente como “infierno” por la “clase política” –incluso en la versión progresista que hegemonizó el movimiento popular durante los años siguientes– ese “hecho maldito” retorna como lo reprimido de un proceso que dejó sus huellas, y se hace carne hoy –bajo otras condiciones– en el ejercicio de pujar por una agenda popular para reimaginar la nación, no desde la rebelión sino desde la disputa institucional, anclada en construcciones territoriales que apuestan por sostener un poder popular estratégico para poder pensar cualquier país con justicia social, y toda reconfiguración latinoamericana sustentada en la integración y la soberanía.
FOTO/Abby Protto
Resulta obvio que cada generación reactualiza sus lecturas a partir de las propias urgencias y preocupaciones, desde sus propias preguntas que, aun siendo similares a las de generaciones precedentes, cambian cuando el contexto es otro. Algo de eso sucedió al interior de esta comunidad que hemos dado en llamar “Generación 2001”. Porque si “no hay nadie, de la vida cultural y política, que no haya sido alcanzado por el meteoro kirchnerista” –como sostuvo Horacio González en su libro Kirchnerismo: una controversia cultural–, nosotrxs, quedamos afuera de ese alcance, en el momento que haya sido (¿En 2004 con la recuperación de la ESMA? ¿En 2005 con el No al ALCA en Mar del Plata? ¿En 2008 frente a las patronales agropecuarias? ¿En 2009 con la “Ley de Medios”? ¿En 2010 con la “Ley de Matrimonio igualitario”? ¿Ese mismo año con el fervor de los festejos del Bicentenario de la patria o el dolor por la muerte de Néstor? ¿En 2015 frente a la amenaza de retorno del neoliberalismo? ¿En 2019 con el armado de un frente electoral antineoliberal pivoteado por Cristina pero más amplio de que lo que hasta entonces había sido el kirchnerismo? ¿En 2023 incluso, como lectura de lo que la derecha pudo hasta acá, y no pudo la izquierda, en el contexto de una suerte de pan-kirchnerismo que profundizó la desigualdad social y la dependencia nacional?
Así como el trabajo territorial y el entramado comunitario, la lógica asamblearia y de la acción directa marcaron a la “Generación 2001” durante el “ciclo de luchas desde abajo”, entre 1994 y 2003 (del alzamiento zapatista en México a la guerra del gas en Bolivia), luego resultó fundamental para esta experiencia generacional –o al menos para gran parte de ella– todos los avances populares que se produjeron en Venezuela en el marco de la radicalización de la Revolución Bolivariana (tras el golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002) y el despliegue de la estrategia de poder de los Movimientos sociales que con Evo Morales y Álvaro García Linera a la cabeza transitaron el proceso de cambio en Bolivia (de 2000 a hoy). Esos procesos contribuyeron a repensar el Estado de otro modo, menos unilateral, más complejo, en el marco de una práctica militante en el movimiento social y en la reelaboración teórica que no hubiese sido posible sin los “pasos de avance” del “movimiento real”. Movimiento que, atendiendo a una larga historia nuestraamericana, combinó un carácter plebeyo, de protagonismo en las calles, con ese jacobinismo típico de los liderazgos de estas tierras.
En medio del horizonte ideológico devastado de inicios de este siglo, se asumió el desafío de transitar senderos de incertidumbre, pero encontrando algunas pequeñas certezas que fueron surgiendo al calor mismo del avance de los pueblos, al menos en sus bloqueos a la prepotencia imperial, y en los ensayos por conquistar márgenes de soberanía nacional y efectivizar políticas de reparación social y simbólica frente a una experiencia vital profundamente dañada por el retroceso acelerado y generalizado de las décadas anteriores (luego de las dictaduras del “Plan Cóndor”).
Tomando como punto de partida el ánimo de ruptura del período anterior al ciclo de gobiernos progresistas de la región, la “Generación 2001” tiene hoy otro vínculo con la autoridad política. Un poco porque como generación nos vimos marcados por una ausencia (la de una generación diezmada por la dictadura y silenciada –como proyecto– por los “consensos democráticos” de los ochenta y los noventa), y entonces tuvimos que inventarnos sin mayores tutelajes, otro poco porque la crudeza misma de la época nos enseñó a temerle menos a la crisis, y por eso tal vez es que hemos aprendido que en estas hay todo un potencial de saberes populares que en ellas se despliegan, cuando las estrategias de sobrevivencia terminan gestando una serie de prácticas y subjetividades capaces de asumir el desafío de reimaginar otros modos de vida. En este sentido la narrativa del “país normal” es de lo que menos interpela a esta generación, “nacida y criada” en un contexto donde el estado de excepción ha sido la regla.
Por eso, en medio de un franco retroceso generalizado del proyecto popular, esta generación sale así y todo a transpirar la camiseta, a bancar al equipo hasta en el último minuto, a cantar desaforadamente hasta la última canción, a ponerlo todo incluso a sabiendas de que “estamos mal”… y que podemos incluso estar peor. Pero ese ya no es sólo un saber generacional, sino intergeneracional de la clase oprimida: el saber que siempre se puede estar peor, y sin embargo, que de esa adversidad se pueden sacar las fuerzas necesarias para resistir. Porque al fin y al cabo, una generación que resiste es una generación que existe: para sostener la antorcha encendida hasta que otras manos lleguen para llevarlas, ahí sí, como banderas hacia la victoria.