Unos días después del intento de asesinato a Cristina, un afecto/efecto incontrolable pobló mi casa de ominosidad. Un estado de incertidumbre me tomó el cuerpo, como si fueran las raíces de un árbol sólido. Una desgracia imparable dentro de mis venas. El peligro era inminente, cualquiera, en cualquier momento. Un instante, una eternidad. El cuerpo que asalta sin intermediarios. Estado de desestabilización. Lo desestabilizante dice algo sobre el mundo. Lo difícil a veces es poder escuchar.
¿Por qué escribir sobre la angustia? ¿Qué tiene que ver con lo político, con lxs otrxs, con nuestra comunidad? ¿Acaso la angustia como un más allá del cuerpo y del lenguaje, no comparte su viaje con el placer intenso? ¿Son la angustia y el placer intenso fenómenos de deslimite, desestructura, de interrupción? Y, principalmente: ¿se pueden pensar estos procesos de desestabilización como territorios de investigación y política colectiva?
Nuestros cuerpos hablan sobre la vida que producimos: nos alertan de lo que sí queremos y también de lo que no queremos nunca más. Nuestras desestabilizaciones son brújulas micropolíticas para poner un freno a lo invivible.
Vivencia de desarme. Experiencia de desestructuración. Presencia del cuerpo que irrumpe en estado total. Arrojo al límite de lo codificado. Acontecimiento fuera de sí. Las angustias y los placeres intensos también son procesos de insumisión. La ruptura de una forma da lugar a la creación de una nueva.
Aparece entonces la textura de lo que pulsa: velocidad de un río, la violencia del viento. Son éticas, en el sentido de la posibilidad de disponer y componer. Éticas de la conmoción. Lo que conmueve nos arroja a los bordes. Detiene a un pueblo frente a lo terrorífico de una gran crueldad o moviliza la fuerza de algo nuevo.
Ensayar el desarme es ensayar una y otra vez el surgimiento de lo no sabido. Donde somos puro afecto. Ensayar la fuerza que quiere dejar su marca desesperada en el mundo. Los fenómenos de borde esconden su verdad. ¿Nuestros bordes son lo más humano que tenemos? ¿O acaso, por lo contrario, donde nace nuestra anomalidad?
Conjurar los modos reactivos y conservadores de vida no es tarea fácil. No es solamente algo que podamos hacer de la boca para afuera. Más bien la boca que se abre y genera un agujero. Una desestabilización. Una angustia. Un gran placer. Una anomalidad. Ese agujero, algo nos puede llegar a decir. Sabe del mundo. Invita a producir.
Hay que confiar un poco en el delirio. Hay que confiar en esa fuerza que interrumpe. En ese gesto que intenta ser diferente. Y también hay que cuidarse. Hay que saber que la forma reaccionaria siempre intenta conservarse, reactivamente, bajo la misma forma. Y que entonces intentará destruir las fuerzas que quieran sublevarse. Una fuerza intenta desobedecer, la otra eliminar su desobediencia.
¿Acaso el arma en la cabeza a la vicepresidenta no fué también un mensaje fascista contra todo aquello disruptivo, desobediente? Una vida ética, que intenta brotar, expandirse, implica el despliegue, el alojamiento de esas fuerzas desestructurantes. No hay ética, clínica ni política insumisa que no incomode. Porque es la irreverencia del cuerpo que se anuncia. Que produce inestabilidad.
Hay una posibilidad en donde parecía que no había nada. En donde parecía que solo quedaba apaciguar, calmar. En los peores casos, negar o reprimir. Toda vida que brota irrumpe con riesgo y quiebra la estabilidad. Pero la potencia en el riesgo lo es en la medida que haya otrxs que alojen. Lxs otrxs como bordes que contienen y producen posibilidades múltiples. Como territorios que permiten que esa primera turbación devenga en llamado al motín, al movimiento, la producción.
Sin un plano de consistencia, de hospitalidad y amorosidad para lo insurgente, las angustias fuertes y los grandes placeres se transforman solo en terrores psíquicos. No permiten lo que adviene. No dan lugar a lo que aparece como exceso, movilizando las formas estáticas y conservadoras de la vida. Entonces, desarmarse para volver a armarse no es posible sin otrxs, sin cuidados colectivos.
Por eso, ensayar el acontecimiento del cuerpo como acontecimiento creativo, no se hace sin nuestras angustias, sin nuestros placeres, como micropolíticas de la desestabilización. Pero principalmente no se hace sin nuestros cuidados comunes y colectivos para la experimentación y la invención.