Si por literatura “actual” entendemos la producida a partir de finales de la década del 30 hasta el presente, entonces el entorno temporal coincide con otro período no mucho menos terrible para el país que los que ya han ocupado en la primera entrega de esta serie. Partiendo de la Guerra del Chaco Boreal con Bolivia (1932-1935), luego le sigue una década de «asonadas militares» (pugnas que desangraban al país desde principios de siglo y que no distaban mucho del proceso que el resto de los países de la región había sufrido a mediados del siglo anterior) y que desembocan en la guerra civil de 1947. Dice al respecto Josefina Plá:
“La guerra del Chaco primero, con su intensa repercusión al nivel popular; la agitada posguerra con la contingente movilidad demográfica; la inestabilidad política, la inquietud interna con sus alternativas en los años siguientes y la guerra europea que sobrevino a poco, apartando –entre otros factores importantes– contactos internacionales decisivos en múltiples sentidos; la guerra civil de Concepción, finalmente, aportan a este periodo elementos cuya influencia en la configuración de nuevos módulos de vida intelectual y social ha sido enorme. Tan diversas, complejas y opuestas circunstancias han contribuido a la desaparición acelerada de los módulos de vida tradicionales y la adopción progresiva de formas cosmopolitas, de las cuales –como es lógico en tales procesos– los primeros en adherirse son los aspectos superficiales, externos”.
El destierro como marco
En 1954, por medio de un autogolpe realizado por la fracción «democrática» del Partido Colorado, sube al poder el General Alfredo Stroessner. Su gobierno, respaldado por el imperialismo, las fuerzas armadas y el Partido Colorado se mantiene por 35 años hasta el 3 de febrero de 1989, en que es derrocado por un golpe militar, que a los pocos meses llamaría a elecciones por primera vez en la historia de este país. La situación político-económica y cultural resultante, así como también las censuras y autocensuras vigentes durante esta dictadura han afectado significativamente la producción literaria. Los arrestos arbitrarios, la persecución ideológica y la represión política imperantes en la dictadura llevaron al exilio a una gran parte de su población, entre ellos a muchos escritores y artistas. Debido a estos motivos, la literatura del Paraguay se construyó más con las aportaciones de los exiliados que con la de los escritores que vivieron en la patria. En efecto, tanto los dos novelistas como los dos poetas de mayor renombre internacional: Augusto Roa Bastos; Gabriel Casaccia; Herib Campos Cervera y Elvio Romero escribieron prácticamente toda su obra en el exilio, fundamentalmente en Buenos Aires.
Considerado el poeta más importante de la generación de 1940, Campos Cervera fue también uno de los cuatro escritores de dicho grupo (con Josefina Plá, Julio Correa y Augusto Roa Bastos) que mayor influencia han tenido en la literatura paraguaya contemporánea. Testigos todos —y participantes algunos– de la dolorosa guerra del Chaco, los integrantes de esta generación comparten un mismo afán de renovación literaria. Más tarde, a través de la labor fundamental de Josefina Plá, que nunca dejó el país, surgió una nueva camada de poetas que produjeron una poesía introspectiva, buceadora de lo íntimo. Es la generación del 60.
A fines de los 40 y comienzo de los 50, apareció en Buenos Aires un poeta crucial: Elvio Romero, que se transformó rápidamente en el poeta paraguayo más reconocido en el exterior. En esa misma línea se ubican las obras de otros escritores exiliados: Rodrigo Díaz-Pérez y Rubén Bareiro Saguier. Herib Campos Cervera publicó en vida su único libro Ceniza redimida y luego de su muerte, salió a luz una plaquette de poemas titulada Palabras del hombre secreto. Josefina Plá, la otra gran poeta del grupo, escribió La raíz y la aurora, Invención de la muerte, Los satélites oscuros, El polvo enamorado, Luz negra, Los treinta mil ausentes, entre otras. Romero dio inicio a su obra con Días roturados. Luego seguirían Resoles áridos, Despiertan las fogatas, De cara al corazón, El relámpago herido, Destierro y atardecer, La gran migración y El poeta y sus encrucijadas.
Roa Bastos, la generación del 50 y la revista Alcor
En esos años irrumpe la gran renovación de la narrativa. Dos nombres sacan al Paraguay del anonimato, Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos. Herederos ambos de la obra del anarquista hispano-paraguayo Rafael Barrett, producen una obra ligada a la terrible realidad que parece haberse encarnizado con este país. El primero es el responsable de dar el puntapié inicial con La babosa. Novela de gran valor en la que el autor se destaca como un gran creador de personajes, criaturas mezquinas y atormentadas por deseos insatisfechos que, alertas siempre a la curiosidad insana de la maledicencia, recorren las calles de Areguá (pueblito que orilla el lago Ypacaraí pero más que eso aldea mítica de su obra que en ella se transforma, a la manera del Yoknapatawpha de Faulkner, en un teatro del Infierno). De esta primera novela se desprende la saga de grandes novelas de Casaccia, que continúan con La llaga, Los exiliados, Los herederos y Los Huerta, su última novela, editada póstumamente en 1981 en Buenos Aires.
Augusto Roa Bastos es el escritor paraguayo más importante del siglo XX. Su obra, gestada totalmente en el exilio, ha conseguido renombre universal. Tanto que en 1989 le fue concedido el Premio Miguel de Cervantes, máximo galardón de las letras en lengua española. Cronológicamente, su obra empieza con el volumen de cuentos El Trueno entre las hojas, al que luego le siguen Hijo de hombre, El baldío, Moriencia hasta llegar a Yo, el Supremo, obra cumbre de la literatura latinoamericana y excelsa reflexión sobre el poder en la que abarca la totalidad de problemática paraguaya y conosureña, revestido en la encarnadura fabulada del Supremo Dictador José Gaspar Rodríguez de Francia.
La obra de Roa Bastos, siempre cruzada por la historia y cultura de su país, llega a su cima en esta novela magistral. En ella, el mismo autor se nos propone como “compilador”, de manera acertada puesto que como él mismo define, sólo los libros que crean los pueblos para que perduren en la memoria de los mismos tienen asegurada una longeva originalidad. Dejando de lado la maravillosa nouvelle El sonámbulo, la saga continúa con novelas deficitarias: La vigilia del Almirante, Contravida, El fiscal, Madama Sui y Los conjurados del quilombo del gran Chaco, su última novela, que trata sobre la guerra de la Triple Alianza y fue escrita en colaboración con otros tres escritores de nacionalidad uruguaya, argentina y brasilera respectivamente.
Otro prosista importante es José María Rivarola Matto con Follaje en los ojos. En el ámbito del teatro, aparecen nuevos dramaturgos importantes como Roque Centurión Miranda, Luis Ruffinelli, Ernesto Báez; Mario Halley Mora, Julio César Troche y el ya mentado José María Rivarola Matto.
A partir del impulso de la revista Alcor surgió otra generación de escritores. Como vemos, esta periodización es tentativa y no pretende catalogar las generaciones de escritores y poetas ni efectuar una gondolización de la literatura. Las tramas de la literatura no son sólo superficiales y unívocas sino que son vivas, responden a múltiples significados y estímulos. En estos años, casi de manera anónima y recluida, un etnólogo autodidacta aunque erudito y esforzado, León Cadogan, editaba en Saõ Paulo el libro que, aun siendo un texto etnológico, renovará la literatura paraguaya contemporánea: Ayvu Rapyta. El fundamento de la palabra. Textos míticos de los Mbya guaraní del Guaira. Rubén Bareiro Saguier, la cabeza del grupo, sería uno de los escritores más atentos a esta renovación estética y en 1980 integraría esta producción a una antología fundamental editada por la Biblioteca Ayacucho: Literatura guaraní del Paraguay, en tanto que por esos años escribe textos importantes de diversos géneros. Los cuentos de Ojo por diente, los poemas de Biografía de ausente, A la víbora de mar y otros artículos de crítica literaria que reuniría en De nuestras lenguas y otros discursos.
La generación del 50 destaca también a otros dos poetas: José Luis Appleyard, autor de Entonces era siempre y El sauce permanece y Ramiro Domínguez, autor de Salmos a deshora. Domínguez destaca, sin embargo, como gran ensayista en dos libros fundamentales: El valle y la loma y Nuestra gente. Otros miembros prominentes de la generación del 50 son Rodrigo Díaz-Pérez, José María Gómez Sanjurjo, autor de El gallego del almacén, Luis María Martínez, Ricardo Mazó, Elsa Wiezell y Julio Cesar Troche, dramaturgo y cofundador con Bareiro Saguier de Alcor. Gran baluarte de esta generación será también Carlos Villagra Marsal, poeta con Guarania del desvelado y El júbilo difícil pero sobre todo gran narrador con una novela corta y un relato: Mancuello y la perdiz y “Arribeño del norte”, para muchos considerado el mejor relato corto de la literatura paraguaya.
Los años 60 y 70
En la generación del 60 surgieron escritores como Esteban Cabañas (seudónimo del extraordinario artista plástico Carlos Colombino), Miguel Ángel Fernández, Francisco Pérez-Maricevich y Roque Vallejos. Estos escritores preconizan, en general, una poesía política y socialmente significativa. Sus obras, como la de otros poetas coetáneos, aunque no incluidos en la promoción del 60, (entre ellos, Ovidio Benítez Pereira, Osvaldo González Real, Raquel Chávez, Jacobo Rauskin, Mauricio Schvartzman y Rudi Torga) reflejan una aguda conciencia de los problemas político-económicos del país expresados en forma clara y concisa.
En este interregno de generaciones aparece la obra poética y narrativa de Carlos Martínez Gamba. Esta obra ratifica la jerarquía de la literatura de expresión guaraní como apuntalamiento para la reconstrucción de una cultura que ha sido ultrajada de todas las maneras posibles por el terror colonialista. Poeta, etnólogo, gestor cultural, narrador guaraní, sobre todo militante de la lengua y defensor de la memoria oral comunitaria y campesina, el poeta articuló en su exilio argentino signos de la poesía y de la praxis material de la letra impresa en libros protocartoneros. Documentó y recreó el folclore oral a través de la poesía, imaginó los escenarios heroicos y sangrientos de la Guerra Guasú y escribió cuentos modernos en guaraní. El libro que cuenta los principales acontecimientos bélicos de la Guerra contra la Triple Alianza (1864-70) Ñorairo ñemombe’u gérra guasúro guare… narra esta historia batalla por batalla a lo largo de 16 mil versos, desalambrando géneros discursivos y campos categoriales y le valió al autor la obtención del Premio Nacional de Literatura.
A fines de la década del 60 y comienzos de la del 70, dentro del marco temporal de los movimientos estudiantiles contestatarios del 68, apareció un grupo de poetas y prosistas conocido como el grupo Criterio, nombre adquirido a partir del de la revista que los nucleaba. La mayoría de los miembros de este grupo (José Carlos Rodríguez, Adolfo Ferreiro, Juan Manuel Marcos, Emilio Pérez Chávez, René Dávalos, Nelson Roura y otros) escribieron una poesía política de reivindicación social y, prácticamente todos, fueron victimas de la represión y el terrorismo de estado. Adheridas a la del grupo Criterio sin ser parte de la mentada revista, otros escritores del mismo entorno generacional, como Jorge Aiguadé, Jorge Canese, autor de Paloma blanca, paloma negra, Víctor Casartelli, Augusto Casola, Alicia Campos Cervera, Lourdes Espínola, Renée Ferrer de Arréllaga, Víctor Jacinto Flecha, Pedro Gamarra Doldán, Miriam Gianni, Nila López, Guido Rodríguez-Alcalá, autor de las novelas de ambiente histórico y un exacerbado (perdónese el oxímoron) revisionismo liberal Caballero y Caballero Rey, y Aurelio González Canale siguieron pautas estéticas más o menos parecidas.
La represión política de los setenta y la preponderancia del Paraguay en la concreción del Plan Cóndor en el cono sur, amenazaban con convertir al país en un desierto. La paz de cementerio reinante en el Paraguay, manifestaba su total desgarradura en los escritores exiliados. Como ya señalé, desde mediados de los 50, cuando la publicación en Brasil de la compilación de los cantos sagrados de los Mbya guaraní del Guaira hecha por León Cadogan, un grupo importante de etnólogos nativos y extranjeros rescató estas maravillosas perlas poético-filosóficas de las garras de la muerte, las trasladó desde el interior de las selvas y las puso en el ojo del debate cultural latinoamericano. Esto es muy importante de señalar pues sería determinante en la generación de los 80. Los textos más significativos de esta generación nos lo brindan, sin duda, los poetas reunidos en torno al Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero, agrupamiento que se cobijó bajo el amparo jurídico del Centro Cultural de España en Asunción, el “Juan de Salazar”. Estos escritores compartieron entonces la triste suerte de haber nacido y crecido durante los duros años de represión dictatorial, pero también la alegría de haber presenciado su fin y el restablecimiento democrático en 1989. Entre otros tantos, participantes de este taller fueron: Mario Rubén Álvarez; Moncho Azuaga, Lisandro Cardozo, Mario Casartelli, Amanda Pedrozo, Víctor Suárez, y los renovadores de la literatura paraguaya en lengua guaraní: Ramón Silva, autor de Tangara tangara, libro emblema de su generación, Miguelangel Meza, autor de Ita ha’eñoso/ Ya no está sola la piedra, el poeta mayor de este grupo, Zenón Bogado Rolón y Susy Delgado, autora de gran cantidad de libros maravillosos que obtuvo el Premio Nacional de Literatura y de quien recomendamos su antología Kirirĩ ñe’ẽ joapy. Échos du silence, antología trilingüe guaraní, español y francés.
La nueva escena y el futuro de la lengua guaraní
Lo cierto es que la literatura escrita en lengua vernácula se integró mejor a la producción del cancionero popular y una circulación masiva a través de revistas y festivales. Esta rica vertiente cuenta entre sus mejores cultores a Emiliano R. Fernández, Teodoro S. Mongelós, Manuel Ortiz Guerrero, Narciso Ramón Colmán, Félix Fernández, Darío Gómez Serrato o Carlos Federico Abente; uniendo cursos con los textos míticos guaraníes estas dos poéticas dieron un ímpetu nuevo a la de las nuevas generaciones, El puente más claro entre estas dos vertientes está dado en la obra de Félix de Guarania, poeta, traductor, militante del guaraní exiliados muchos años en Buenos Aires y la Unión Soviética. Así también podemos sumar a Juan Maidana, autor de Mita rerahaha, Rudy Torga, Papi Rivarola Matto, Feliciano Acosta Alcaráz, Tadeo Zarratea, autor de Kalaíto pombero, la primera novela escrita en lengua originaria de América y Carlos Martínez Gamba, autor de los volúmenes de cuentos Jagua Ñetu’o y Amangy yvyty ári. Intentando romper estos compartimentos diferenciados que produjo la diglosia, el atrofiado bilingüismo paraguayo, por su parte, Margot Ayala de Michelagnoli escribió la primera novela en jopará (variante muy popular del guaraní paraguayo, marcado por su avanzada castellanización a nivel del léxico): Ramona Quebranto.
“Todo lleva a creer que los poetas en guaraní hayan encontrado la modernidad en su propia lengua sin inspirarse directamente en las vanguardias europeas o latinoamericanas. Consiguen una modernización “desde dentro” y no por imitación, tal como se lo recomendó por ejemplo Alejo Carpentier a los escritores latinoamericanos hace más de 30 años. Para Carpentier la búsqueda de nuevas formas y contenidos en los “contextos” inmediatos era precisamente la única forma de superar el provincialismo y alcanzar un mayor grado de universalización. Con la poesía actual en guaraní tal vez haya venido el momento de poner un pero a tantos augures que han previsto el inevitable sacrificio del guaraní en aras del universalismo.”
Poco podemos decir de la generación de fin de siglo. La obra de los escritores de los 8o prevalece; algunos autores destacables son Joaquin Morales (seudónimo de Lito Pessolani), autor de Historias de Babel, Jorge Montesinos con Tré la tré María, Andres Gutierrez Colmán con El último vuelo del pájaro campana, no mucho más. Sin embargo, este interregno daría paso durante la primera década del nuevo siglo a la generación actual. Hoy nos encontramos con una camada de escritores surgida al calor del “estado de derecho” y la democracia neoliberal —unificada por la aparición en Argentina de la antología Los chongos de Roa Bastos y el golpe de estado parlamentario al presidente Fernando Lugo. Con el empuje de Jorge Canese, autor de La conjura de los ginecólogos y de Cristino Bogado —editor cartonero, polemista errático — podemos señalar la presencia de una literatura que intenta ser parricida.
“La nueva escena literaria paraguaya, etiquetada como “portunhol salvaje o porouñol, ha hecho un impredecible iniciático viaje al pasado para fundamentar su humus generatriz. Desde el guaraní, jesuita, inventado por la compañía de Ignacio, pasando por el yopará nacionalista de los poetas populares del periódico de guerra «Cabichui» de 1870, pasando por la oralidad predominantemente guaraní monolingüe, y la invasión brasilera de las fronteras empujada por el proyecto Marcha hacia el Oeste del Estado Novo imperialista del siglo XX hasta los autores de vanguardia que sin rubor gustan de coctelear lenguas y naciones para mayor gloria de la escritura contemporánea. Es esta escritura, que ha abrevado en la memoria inconsciente de la lengua, la que queremos presentar aquí, la de Douglas Diegues, Jorge Kanese, Edgar Pou, la del ficticio Remigio Costa (creación del poeta y cuentista Christian Kent). No hay nunca “deforestación lingüística”, idea victimista de la lengua (originaria sobre todo) del jesuita Meliá. Hay sí una especie de “recombinación genética”. Esa es nuestra teoría que explicaría la génesis monstruosa de la escritura del porounhol paraguayo actual” (Bogado 2017).
No obstante, corridos de las huellas de este incomprendido nuevo chamán de las letras, otros escritores co-generacionales vienen madurando su obra por otros andariveles no tan divergentes pero tampoco tan embrollados.
Recomendamos indistintamente a: Damián Cabrera, autor de Xirú, novela plurilingüe y multicultural; Manual de esgrima para elefantes, volumen de relatos de exótico ambiente africano de Javier Viveros; Falsete de Ever Roman; Chico bizarro y las moscas, Novela B de Mónica Bustos; El rubio de Domingo Aguilera; Las lámparas del lenguaje de Blas Britez; El Superpalo y Gil Wolf de Humberto Bas. En la serie del guaraní tenemos un avance de la novela y una repentina quietud de la producción poética. Destacan las novelas Pore’y rape y Kerecha’a de Hugo Centurión y Tatukua de Arnaldo Casco. Y Feliciano Acosta que, después de habernos convidado una obra poética destacada, editó su primera novela Pyhare pytu, Elena.