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Las primeras huellas de Héctor Jaquet
Por: Sebastián Korol
El 30 de abril de 1967 nació en Posadas Héctor Jaquet: historiador, docente, cineasta, referente ineludible del pensamiento crítico contemporáneo en la provincia de Misiones. Con estas primeras líneas buscamos empezar a conocer su historia de vida. Nos aproximaremos a su familia, su niñez y adolescencia y llegaremos, por ahora, hasta 1985, cuando con 19 años ingresa a la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) como estudiante del Profesorado en Historia.
La Carlos #1

Era domingo y la cancha del Club Atlético Posadas desbordaba de público. El Decano jugaba el clásico contra Bartolomé Mitre. Con nueve meses de embarazo y acompañada por su esposo Jaqui y sus cuatro hijos, desde la tribuna techada del estadio Pablo Pedro Labat doña Chichita alentaba con entusiasmo.

En medio del partido comenzaron las contracciones y rápidamente emprendieron la retirada hacia el sanatorio. Esa festiva tarde del 30 de abril de 1967 nació en la capital misionera Héctor Eduardo Jaquet. Fue el quinto y último hijo de Elsa Beatriz Banacor (Chichita) y Oscar Anselmo Jaquet (el lobo o Jaqui). 

Chichita era posadeña e hija de posadeños. Se dedicaba principalmente a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos. Oscar había nacido en Santo Tomé, Corrientes, pero desde pequeño vivió en Posadas. Toda su vida fue empleado de correo, empezó de chico como mensajero y con el tiempo llegó a ser encargado. Se habían casado a mediados de los ‘50 y tuvieron cinco hijos: Oscar (“Coco”), Luis, Alicia, Ramón (“Toti”) y Héctor.

Jaqui y Chichita junto a sus cinco hijos. Héctor, el más pequeño, en brazos de su madre. Fotografía: gentileza familia Jaquet.

Héctor vivió sus primeros años en el barrio conocido como “El Decano”. La casa familiar se ubica a solo media cuadra del histórico Club Atlético Posadas, fundado en 1912, el más antiguo del nordeste argentino.

“El gordito”, “Gorito” o “el gordo”, como lo llamaban de gurí, dio sus primeros pasos en ese vecindario, delimitado por las avenidas Tambor de Tacuarí, Santa Catalina, Lavalle y Centenario de la capital misionera, donde las viviendas se habían construido alrededor del estadio.

El mayor entretenimiento de la familia era, sin dudas, asistir a la cancha y acompañar a su equipo. En paralelo, como socios del club, también intervenían en las actividades relacionadas con el funcionamiento de la entidad deportiva.

Héctor nació en esa cuna futbolera y su primera socialización estuvo marcada por el “Deca”: creció rodeado de camisetas y banderas de rayas blancas y negras, entre las movilizaciones de la hinchada y los cánticos de aliento al club.

A sus tres hermanos varones no solo les gustaba el fútbol con pasión sino que eran, además, virtuosos jugadores: Luis y Toti integraron importantes clubes y Coco supo destacarse como entrenador.

Jaqui, el padre de Héctor, se había hecho muy amigo de Bernardo “Tito” Cucchiaroni, el futbolista posadeño que había triunfado en Tigre, Boca Juniors y el Milán de Italia. Cuando se retiró del fútbol, a fines de los años sesenta, Tito formó en Posadas una escuelita de fútbol que funcionaba en la cancha de Mitre. Jaqui inscribió allí a Luis, el segundo de sus hijos, quien tenía un desempeño sobresaliente en el juego.

Poco después llegó una delegación de las inferiores de Boca Juniors, que entrenaban en La Candela, el predio juvenil que funcionaba en la localidad de San Justo, Provincia de Buenos Aires. De sesenta niños misioneros que se postularon quedaron solo dos y uno de ellos fue Luisito Jaquet, que por entonces tenía doce años. Días más tarde Luis viajó a Buenos Aires, hizo la prueba y fue seleccionado. Fue un acontecimiento mayor: uno de los Jaquet había sido fichado en Boca. La expectativa familiar era inmensa. Inmediatamente Jaqui pidió su traslado como empleado del correo a Buenos Aires. Primero se fue él y hacia 1972 se sumó el resto de la familia.

Compraron un terreno en el barrio Parque Alvear, en la localidad de Villa de Mayo, partido de Malvinas Argentinas, provincia de Buenos Aires. Fueron de los primeros pobladores en ese lugar. Con la ayuda de los vecinos construyeron una pequeña casa con escombros, ladrillos y baldosas usadas. La situación económica era ajustada. Chichita llegó a trabajar en cinco lugares, como cocinera y empleada doméstica.

Foto actual de la casa donde vivió la familia Jaquet durante los años 70 en el barrio Parque Alvear. Fotografía: gentileza Olga Martínez.

 Héctor tenía entonces cinco años. Comenzó la primaria en la Escuela Nº 48 “General Sarmiento”, en el turno tarde.

Cuando transitaba el cuarto o el quinto grado cayó gravemente enfermo y fue internado en el hospital de Villa de Mayo. Tenían que intervenirlo quirúrgicamente y para ello la familia necesitaba una importante suma de dinero. Coco relata que, en medio de la desesperación, llegó una inesperada solución:

“Un vecino amigo, un muchachito, Canelo, que iba al grado con Héctor, era un ladronzuelo. Y no sabemos cómo pero consiguió el dinero. Vino de repente y le dijo a papá ‘Tomá Jaqui, vamos a llevarle al Héctor a que le operen’. Y gracias a eso finalmente le operaron en el sanatorio Güemes, de Buenos Aires. Héctor y Canelo eran muy amigos, todo el día andaban juntos. Y Héctor le enseñaba a él”.

Claudia Martínez, amiga de la infancia de los Jaquet en Parque Alvear, comenta que vivían en frente y tenían con los Jaquet una excelente relación de vecinos, que con el tiempo se convirtió en una bella amistad. Y comparte un recuerdo especial con “el Gordito”:

“Te voy a contar algo que me quedó muy grabado en mi mente y en mi corazón. Un día yo tenía que ir a un desfile con el colegio al Palomar. Tenía que ir con zapatos colegiales pero yo no tenía, y la verdad era que mis padres no me lo podían comprar en ese momento. Y el gordito, con esa generosidad que lo caracterizaba, me prestó sus zapatos para que yo pueda ir al desfile. Eso es algo que jamás pude olvidar, hoy tengo 57 años y cuando recuerdo ese gran gesto se me eriza la piel. Ese era el gordito: su humildad, su generosidad, un ser muy dulce (considero que en ese pequeño gran gesto te lo describo de cuerpo entero). Te juro que cierro los ojos y me parece que fue ayer y me invade una emoción muy grande que me lleva hasta las lágrimas”.

Olga Martínez, otra de las vecinas, destaca que los Jaquet eran solidarios y futboleros y menciona que “nunca faltaba en su mesa ese platito, como le decíamos nosotros ‘el platito de Dios’, para quien llegara de imprevisto a su casa, ya sea los amigos de sus hijos, siempre había un lugar en su mesa”. Agrega que “siempre eran de compartir todo lo que tenían, eran muy atentos, para dar una mano a los vecinos, compartir un mate, una charla”.

El barrio Parque Alvear estaba poblado por familias de condición humilde. Muchos trabajaban con los carros, juntando cartones y todo lo que sirviera para vender y sobrevivir. “Había una unión muy grande entre los vecinos. Los fines de año se cerraba la cuadra y se juntaban los vecinos a compartir la cena de año nuevo. Eso es lo que generaba la familia Jaquet”, cuenta Olga.

Los Jaquet tenían una relación muy cercana con la familia Falcón, que vivía al lado de su casa. Entre ambos terrenos no había muro, cerco ni alambrado. “Éramos como una sola familia”, dice Luis. Héctor era el que más tiempo pasaba con ellos, ya que allí podía mirar la televisión, que no había en su casa. Roly Falcón, Pocho, recuerda:

“Lo que tenía el Gordito es que muy pocas veces salía a jugar. Le interesaba más un libro que salir a jugar. Ayudaba a muchos con las tareas y estaba en un mundo aparte al de nosotros, que éramos más de salir y no darle tanta bolilla al estudio. Él iba mucho a la biblioteca del colegio y tenía una buena conducta para estudiar”.

Héctor junto a la familia Falcón en el barrio Parque Alvear, en los años ochenta. Fotografía: archivo familia Jaquet.

Héctor aprendió a leer y escribir en aquel barrio bonaerense. Fue por esos años que su hermano Luis se casó con Nancy Claudia Molina, quien se sumó al hogar de la familia Jaquet. Cuidó a Héctor desde pequeño y lo acompañó en sus tareas escolares. Fue una de sus más cercanas amigas y mantuvieron la relación a lo largo del tiempo.

El pequeño Héctor no participaba de las conversaciones y actividades futboleras. No era algo que le llamara la atención. Su sobrepeso le impedía tener un rendimiento óptimo en la cancha y jugaba poco. Prefería quedarse en casa a leer, escuchar la radio, mirar la televisión.

Tal vez fue su primera rebeldía. Inocente pero rebeldía al fin: mantenerse al margen de la pasión futbolera que se palpitaba a su alrededor. No obstante, cuando le insistían, admitía Héctor, convencido, que se sentía “hincha” del Decano y de Boca Juniors.

“Sabía de fútbol y tenía su ideología, pero no era fanático, de ir a la cancha y esas cosas”, aclara su hermano Luis.

A finales de los años setenta Coco, el hermano mayor, dirigía un equipo infantil esponsoreado por las tiendas comerciales Calzado Eva y Calzado La Patita. Estaba integrado por niños del barrio El Decano, El Tajamar y alrededores. Ante la insistencia de la familia Héctor accedió a participar de las prácticas. Tenía en ese momento alrededor de diez años y era alto y corpulento, más grande que los otros niños de su edad.

Jugaban fútbol de salón en la Dirección de Deportes, por la calle Córdoba de Posadas. En aquel momento eran de madera las paredes de los aros de básquet, que se encontraban por encima de los arcos de fútbol. Coco recuerda una situación insólita que se vivió durante un partido contra “los chicos del centro”:

“Todos mis hermanos jugaban bien, pero Héctor era seco y quedaba siempre en el banco, al lado mío. Entonces se ponía ansioso y preguntaba ¿cuándo entro? ¿cuándo entro? Una vez le dejamos entrar y le dimos para que patee. ¡Pateó tan fuerte y alto que la pelota golpeó en el aro y cayeron las maderas! ¡El arquero del equipo rival no murió de pura casualidad nomás! Entonces, a partir de ese momento, en los siguientes partidos, cuando él iba a patear disparaban todos!”

En 1978 Chichita regresa a Posadas junto a cuatro de sus hijos. Solo quedaron en Buenos Aires Jaqui y Luis. Héctor concluye la escuela primaria en el Instituto Superior Santa Catalina, establecimiento religioso donde habían estudiado sus hermanos. En la familia eran católicos practicantes: todos estaban bautizados, habían recibido la Primera Comunión y la Confirmación, y los domingos iban a misa en la Iglesia Beatos Mártires.

Fue por esos años que Héctor conoció la Biblioteca Popular Posadas, institución con la que mantendría una vinculación especial a lo largo de su vida. En 2013, cuando se cumplieron cien años de su fundación, Héctor escribió que, a partir de ese aniversario, trataba de recordar:

“(…) las veces en que yo me senté en esas largas mesas cuando era niño y adolescente para leer algún libro de historia o geografía y cumplir con la tarea que me encomendaba algún profesor; o me devoraba alguna novela juvenil quitándole horas a la obligación escolar. Aunque las bibliotecarias de aquel entonces no eran nada serviciales ni simpáticas, me gustaba ir a disfrutar, en ese templo silencioso, del mágico mundo de los libros”.

En la casa de los Jaquet no había biblioteca. Héctor, recuerdan sus hermanos, era el único que se interesaba por la lectura y conseguía los libros a través de la biblioteca de la escuela. Dice Coco:

“Él no encuadraba con nosotros. Desde ahí ya se notó que él iba a ser distinto a nosotros, en todo sentido. Nosotros los quilomberos, los futboleros siempre son quilomberos, y él ya no se daba con nosotros ¿viste? Y a veces lo teníamos que cuidar, porque esa era la ley de antes, el hermano más grande le tiene que cuidar al chiquito. Yo creo que la cabeza del Héctor estaría llena de tongos, porque le llenábamos de tongos, porque él no encuadraba con nosotros. Y desde ahí ya se notaba que él iba a ser distinto. Era silencioso en sus cosas, muy responsable en sus cosas. Y después, cuando empezó a estudiar, ahí nos dimos cuenta de que el pibe estaba loco: nosotros por ahí nos íbamos de vacaciones y él nunca quiso ir. ¡Se encerraba a estudiar anticipadamente los contenidos del año siguiente! Y se enojaba cuando sacaba 8 o 9 en los exámenes, porque él siempre estudiaba para 10. Él era distinto a todos nosotros”.

En ese sentido, Luis expresa:

“Era un tipo fuera de lo normal, ya de chiquito. Estudiaba mucho, leía mucho, cualquier cosa leía. Era lector. Y le gustaba enseñar, ya desde gurisito: cuando vivíamos en Don Torcuato se formaban rondas de estudio y él le enseñaba a los otros chicos del barrio. Chicos de más edad que él venían a casa para pedirle que les enseñe. Y él le buscaba la vuelta y les ayudaba. Como que jugaba a ser profesor: un montón de chicos se sentaban a su alrededor y Héctor les enseñaba. Él nació ya con ese don. Ese fue su don: estudiar y enseñar”.

Cuando terminó la primaria, Héctor se inscribió en la Escuela Normal Superior Estados Unidos Del Brasil, donde cursó todo el secundario. Allí se graduó en 1984 con uno de los mejores promedios de su promoción. Años después volvería a ese establecimiento para trabajar como docente en el Instituto Superior de Formación Docente (magisterio).

Patricia Martínez Segovia, amiga de Héctor y de la familia y docente de Lengua en esa escuela, observa:

“Héctor era cero deportes. Era el raro, porque la mamá y el papá eran re fanáticos del Deca. A un verdadero hincha de Atlético Posadas le mencionás a Chichita o Jackie y no hace falta que le digas todo su currículum, automáticamente saben bien quiénes fueron. Todos iban a la cancha, menos él. Él siempre fue del estudio. Nunca lo vi en la cancha. Él era el raro en la familia. Nosotros viajábamos a todos lados, íbamos a la cancha, y él no. Siempre se respetó esa decisión. Su hobby era leer. Siempre fue de estudiar. No obtuvo el mejor promedio porque sus calificaciones en Educación Física no eran buenas. El gordo nunca fue a un boliche, a nada. Nunca una fiesta. Nunca lo vi tomar, ni fumar. Siempre era de la gaseosa, del agua. No era de salir, ni de formar barras y esas cosas. Siempre se juntaba con gente más grande que nosotros, pero de otros ámbitos”.

Héctor en el patio de la casa de sus padres, en el barrio El Decano de Posadas.

Después de la lectura, el pasatiempo preferido de Héctor era mirar televisión. En la casa había una pequeña tele en blanco y negro. Muchos años después diría que, en esa experiencia, había nacido su interés y vocación por el cine. “Era el que más usaba la tele, el que más miraba. Nosotros no le dábamos mucha bolilla”, comenta Luis.

“Esta cuestión de hacer cine fue una pasión mía de pequeño. Estoy hablando de fines de los setenta y comienzos de los ochenta y más a partir de la apertura democrática. Teníamos un solo canal, que era el canal público [LT-85 Canal 12], en blanco y negro, entonces yo me quedaba horas hasta que aparecía la señal de ajuste, a mirar el bodrio que sea, o sea, la película que sea. Y yo me quedaba y tenía que poner muy bajito porque mis padres dormían. Y siempre me pregunté después por qué yo tenía esa cuestión de quedarme a ver películas, a veces eran unos bodrios españoles ¡lo que venga!, pero siempre como que tenía esa pasión”(Héctor Jaquet, entrevista con UNaM Transmedia, 2017).

Con diecinueve años, Héctor fantaseaba con la idea de estudiar cine. Pero la situación económica familiar no permitía solventar los altos costos que implicaba la elección de ese tipo de carreras:

“Cuando llega el momento en que terminé la secundaria y decir: ‘Voy a poder estudiar una carrera vinculada con el cine’. Bueno, acá no había y había que trasladarse. Y no habían recursos económicos, mis padres no podían. Así que mi viejo me dijo ‘¿Sabés qué? Yo dentro de poco voy a tener un dinero (pobre mi viejo, era una fantasía que él tenía) y te voy a poder solventar eso. Buscate algo en Misiones, algo que esté dentro de las posibilidades y que te sirva de algún modo’. Entonces yo vi las posibilidades y dije, bueno, también me gustaba la historia y eso y dije, ‘bueno, voy a estudiar historia, como una manera de, me va a servir de cultura general’.” (Héctor Jaquet, entrevista en UNaM Transmedia, 2017).

A principios de 1985 Héctor ingresa a la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones, en la carrera Profesorado en Historia. 

En ese ámbito, junto a quien fue su gran maestra, Ángela “Lele” Perié de Schiavoni, iniciará una brillante carrera como investigador y docente. Como historiador sentará las bases de una nueva historiografía local, crítica, rigurosa y comprometida con la “otra historia”: la de los excluidos e invisibilizados de los relatos hegemónicos.

Deberían pasar otros veinte años para que pudiera cumplir su sueño mayor de ser cineasta. Y a eso se dedicará, con inmensa pasión, los últimos años de su vida, conjugando el documentalismo con la docencia y la historia.  

Autor

  • Sebastián Korol

    Posadas
    Lic. en Comunicación Social (UNaM), periodista e investigador (FHyCS-UNaM). Colabora con medios como @crisis_revista revista y @elcoheteluna. Entre 2009 y 2014 co-dirigió, junto a Sergio Alvez, la revista de investigación periodística Superficie. Le interesa la historia reciente, en particular las experiencias de militancia popular y el terrorismo de estado en Misiones y la región. Desde 2014 investiga junto al sociólogo Gabriel Kessler sobre los "crímenes del poder" ocurridos en la provincia. Se considera un cocinero profesional de reviro y chipa amasada.

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    Lic. en Comunicación Social (UNaM), periodista e investigador (FHyCS-UNaM). Colabora con medios como @crisis_revista revista y @elcoheteluna. Entre 2009 y 2014 co-dirigió, junto a Sergio Alvez, la revista de investigación periodística Superficie. Le interesa la historia reciente, en particular las experiencias de militancia popular y el terrorismo de estado en Misiones y la región. Desde 2014 investiga junto al sociólogo Gabriel Kessler sobre los "crímenes del poder" ocurridos en la provincia. Se considera un cocinero profesional de reviro y chipa amasada.

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