Hija de Jessico
Año 2001. Yo tenía seis años y estaba en una mega fiesta de fin de año del trabajo de mi mamá. No me acuerdo dónde fue pero sé que tocaron Turf y Memphis. Mi altura no me permitía ver el escenario, hasta que me subí a una silla. Fue en el momento preciso en que Adrián Dárgelos empezaba a cantar Deléctrico. Me acuerdo que me gustó muchísimo, que no lo entendía pero me imantaba. Cuando nos fuimos nos regalaron un CD de tapa roja con las canciones que se habían tocado durante la noche.
Me sorprendió pensar que Rubí de Walter Lezcano termina exactamente dónde yo empecé: en Jessico, ese disco lleno de un erotismo pomposo, con tiro bajo, humedad y plush, que eleva lo virtuoso del exceso por sobre lo correcto, que nos presenta la lujuria en bandeja de plata sin ser obsceno. Es en este sentido que el libro nos lleva a un lugar muy feliz y muy originario quizás sin pretenderlo, recurso, por cierto, muy babasónico. No sé si ha vuelto a pasar: sentarse a ver televisión por cable y que apareciera alguna de las versiones de los videoclips espejados de la canción Rubí constituía un infortunio si estábamos con mamá y era menester cambiar de canal, ir al baño o apagar la tele. Mirar la televisión era para nosotros lo que para los niños de hoy es el celular y encontrar ahí un estímulo inesperado era necesariamente algo para reprimir, para tapar o para compartir con otros, para charlar, para reírnos por lo bajo o solos. En la tele no pueden aparecer esas cosas. Y aparecían y sumaban curiosidad. En el libro de Walter Lezcano ya no es necesario esconderse: todo está dado para ser leído de un tirón.
Una visión particular
Despejando el panorama: Rubí no es una novela, ni una nouvelle, ni “una novelita sobre Babasónicos” como versa en el subtítulo. Es otra cosa. Bien podría ser un ensayo sobre la banda o una crónica sobre la conexión personal con su música. Aquello que pretende novelarse (los restos de una pareja que se diluye, la añoranza del pasado) no termina de construir trama ni de consolidar un perfil convincente acerca de los personajes. No sé si es una impertinencia del autor. Quizás se justifique por el hecho de que la escritura es un fluir de palabras durante una noche de insomnio, un lenguaje que se construye desde el desenfado de un evento sorpresivo. Lezcano parece saber que el hilo conductor de su escrito (esta historia de desamor que emparenta con el descubrimiento de Babasónicos) es algo que, finalmente, tanto no importa. Si pensamos que el libro tiene trama, es inevitable notar sus fisuras: Lezcano intenta página tras página compensar la información sobre Babasónicos y dar alguna información sobre su relación con su ex novia Poni. Intenta amalgamar y vincular sentidos, hacer un libro sobre la banda y también sobre una historia de amor. No consolida una unidad temática equilibrada. No hace ni una cosa ni la otra pero es desde esa ausencia genérica que se arma la estructura del libro. En algún punto podemos afirmar que desde su fisura, desde su punto de separación, ese momento en que todo cambia de sentido o lo pierde, la trama se arma. Una trama desde la fisura que encuentra en Babasónicos la cuna de palabras para poder explicar el nacimiento de su desastre, de la decepción, de la caída de sus paradigmas.
A su vez, es inmediato notar la contracara de libro: saca a relucir un acervo de conocimientos sobre el mundo del rock en general y sobre Babasónicos en particular. Lo atendible es el punto de enlace entre los dos temas de la obra: es inevitablemente amable a la lectura y al lector porque ¿a quién nunca le han roto el corazón?
Si en principio podemos decir que es un viaje a la redención luego de un duelo, también es un viaje a los 90, al renacer de la cultura luego de la última dictadura cívico militar. Los datos y las anécdotas que plagan el libro de Lezcano lo transforman en una radiografía. Nos permite hacernos una idea de que la época se encargó de una reconstrucción a gran escala: hacer de lo feo algo sensual, de la crisis algo delicioso, del terror algo placentero. Si bien el libro no abarca este período, una canción como “Vampi” de 2016 abraza muy bien esta idea “¿De qué me sirve ser inmortal si no se puede morir de amor?”. Nada más terrorífico y sexy que un vampiro. Nunca las tinieblas fueron tan lindas y nos llevaron tanto al goce como con Babasónicos. Lezcano hace bien y los pone en una de las cumbres del rock nacido de este período. Los ubica como los músicos del futuro que supieron cómo iba a sonar el nuevo milenio: desde los noventa, con amor, para la nueva era.
No necesariamente es un libro para fans de Babasónicos. Pero sí es importante saber que es el resultado de la experiencia de una época. Querido lector, querida lectora, este libro puede ser para usted si gusta leer acerca de música. Rubí conmueve. Funciona como una conversación, como un testimonio, como algo que se cuenta y que no tiene un remate pero que nos deja con la sensación de haber vivido algo nuevo o con la sensación de haber revivido un tiempo en que todo fue, desde lo oculto y con todo lo incómodo que era, hermoso.