La mala de la película
Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta, senadora y actual vicepresidenta, le dijo a Luis Novaresio en una entrevista a Infobae en plena campaña del 2017: “A mí me han llegado a decir yegua, puta y montonera”.
Eso, y mucho más: la han mostrado con una soga al cuello o en carteles pidiéndole a Néstor Kirchner (su marido y expresidente de la Nación, fallecido en 2010) que se la lleve con él. Incluso el expresidente Mauricio Macri -estando en funciones- le pidió a la oposición que no se dejen llevar “por las locuras” de una mujer. Cristina le contestó por redes sociales: “típico de machirulo, tratar de loca a una mujer”.
Sufrió hostigamiento, insultos, y ahora, intentos de asesinato. Es que ser mujer, peronista y con un piso único de votos no es gratis: todo lo contrario.
Dentro de las discusiones que los feminismos ponen sobre la mesa, está la desestimación intelectual de la que muchas veces somos víctimas. Nos dicen la bruja, la loca, la desquiciada, con tal de bajarnos el precio. “Debe estar en sus días” o “le llegó la menopausia”; todas explicaciones hormonales o psiquiátricas que buscan no respetar nuestras decisiones. Desestimar es una forma de evadir al adversario; sobre todo cuando no se tienen mejores argumentos.
Según Mónica Macha, diputada nacional por el Frente de Todxs, este tipo de comentarios hacia la figura de CFK configuran un tipo de “violencia política”, difundida adrede desde algunos medios de comunicación. Hay un discurso instalado que señala a CFK como la reina de todos los males. Los discursos de odio y señalamiento permanente generan “contextos simbólicos” violentos, y permiten que algunas personas sientan la “impunidad” de actuar porque creen que “tienen en sus manos la posibilidad de cortar con esa situación” que escuchan o leen por la televisión, radio o redes sociales.
Otra diputada nacional consultada, Florencia Lampreabe, sitúa el debate en el mismo lugar. Según ella, hay un incremento de los discursos de odio; tan así, que se han vuelto recurrentes en los medios de comunicación al tiempo que se retroalimentan con las redes sociales. El fenómeno de “lawfare” corrió por el mismo carril: una persecución judicial y mediática sin pruebas fehacientes terminaron señalando a CFK como máxima responsable de diversas tramas de corrupción y -prácticamente- de la debacle del país. Estos son, de algún modo, discursos habilitantes para pasar a acciones más directas.
Y allí los resultados: la mano de Fernando Sabag Montiel no titubeó a la hora de sacar una Bersa calibre 32 y apuntar hacia la cara de la vicepresidenta, aún cuando estaba rodeada de militantes peronistas que gritaban “Te amo Cristina”. El arma no solo le apuntó a ella; sino que gatilló contra la noción de democracia y contra el seno mismo de las organizaciones políticas, sociales y feministas. Esos discursos de odio tocaron su propio techo el primero de septiembre pasado.
El intento de magnicidio no se concretó: algunos hablan de un milagro, del espíritu de Néstor cuidándola frente a una mano que empuña un arma. Hay respuestas técnicas y respuestas esotéricas; pero la realidad es que se estuvo demasiado cerca.
Una peronista aguafiestas
Sarah Ahmed, académica y filósofa inglesa, reflexiona en su libro “Vivir una vida feminista” (editado por Caja Negra en 2021) sobre el concepto de las feministas aguafiestas: mujeres que se posicionan y logran contrarrestar los roles patriarcales y machistas que sufrimos cotidianamente. La feminista “aguafiestas” es aquella que viene a arrebatarle la diversión al otro, cuando esa diversión es el acoso, el sexismo o el racismo. Y a eso vino Cristina Kirchner: a aguarle la fiesta a unos cuantos y que esos cuantos no se la lleven fácilmente. Con el peronismo como bandera, desde un punto de vista económico, logró cortarle la diversión a los grupos hegemónicos, a los grandes capitales que venían enfiestándose hace años con el dolor de un pueblo.
CFK no es una mujer fácil de domar, porque no es una yegua. A los grandes poderes económicos nunca les gustaron las mujeres peronistas: ya vivimos hace décadas el ataque feroz hacia Eva Perón y los grafitis de “Viva el Cáncer”, apostando a su muerte. Ahora, lo volvemos a ver contra la ex mandataria. Pero, ¿qué representa Cristina hoy? ¿Al movimiento obrero, al movimiento de mujeres y disidencias, a los movimientos sociales, a los pueblos originarios, a los sectores más vulnerables, a los pobres, a los nadies?
Eva Perón tuvo que romper con sus propios mandatos e imponerse dentro del movimiento y dentro de la nación. Disputó poder, generó amores y odios. Ambas mujeres han seguido un dogma patriarcal en sus comienzos dentro del peronismo, pero también han logrado con sus improntas -y a partir de un profundo deseo- irrumpir con una arenga feminista dentro del movimiento mismo.
En el epílogo de “Eva y las mujeres: historia de una irreverencia”, Julia Rosemberg lo explica de este modo: “Cada presente estiró el significante Eva, dándole nuevas aristas, y esto es una característica propia del peronismo: si su signo distintivo fue el de la irreverencia ante el status quo en diversos órdenes de la vida pública, también habilita el gesto irreverente para con su propia tradición”.
Durante el gobierno de Cristina se lograron el matrimonio igualitario y la ley de Identidad de género: le aguó la fiesta a los movimientos homofóbicos y trans odiantes. Llevó adelante el plan PROCREAR permitiendo que miles de familias tuvieran su casa propia: ahí le aguó el negocio inmobiliario a más de un especulador. Implementó la Asignación Universal por Hijo/a y la clase media/alta saltó de furia porque el Estado se hacía responsable de la precariedad de miles de invisibilizades, posibilitando un futuro a todo un pueblo y no solo a unos pocos. También llegó el plan Qunita, desarmado y olvidado después por los odiadores de siempre. Además, nunca le soltó la mano a la lucha por los derechos humanos y los juicios contra los asesinos de la dictadura, lo que hizo trinar de bronca a las cúpulas militares; como fue expresado por la boca del mismísimo Jorge Rafael Videla y se tradujo en una famosa frase: el peor momento “llegó con los Kirchner”.
Y así, podría seguir enumerando unas cuantas razones más por las que CFK es la feminista aguafiestas, o mejor dicho, la peronista aguafiestas.
Ser mujer y disputar liderazgo: ¿no será mucho?
Adriana Carrasco trabaja como periodista del suplemento Soy de Página 12. Se presenta como militante feminista, lesbiana y peronista no orgánica; y aclara que “fui orgánica en mi temprana juventud, antes de pasar al feminismo”.
Consultada para esta nota, nos dio su perspectiva: “Sentí estupor pero no me pareció descabellado que se produjera el atentado”. Adriana remarcó que previamente se observaba una escalada de violencia a partir de varios sucesos: la colocación de las vallas en el perímetro de la cuadra con la intención de “acorralar” a Cristina; o la acción de la policía de la Ciudad, marcando la detención del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y de Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidenta y actual diputado nacional. Para ella, el rol determinante es el del pueblo, quien determina cómo se organizan en definitiva esas lealtades: “La vicepresidenta llegó elevada en esa jerarquía por el pueblo y es el pueblo el que no tiene problema en enfrentar a quien intentó despojarlo de sus derechos”.
El abogado de CFK, Gregorio Dalbón, anunció en distintos medios que intentarían cambiar la carátula de la causa por “intento de femicidio”. Para Carrasco esa posición es errada: «Un intento de magnicidio no puede ser tratado como delito en términos del código penal. Fue un atentado contra la líder del movimiento popular de masas de la Argentina, la persona que encarna la corriente popular histórica del Río de la Plata”.
Pero a su vez, tampoco es casual ni un dato menor, que sea una mujer la disputa en cuestión: “Después del hito más alto de Evita y del papel de las mujeres en el movimiento de los Derechos Humanos y de las organizaciones políticas, no podía ser un hombre el que ocupe el lugar de liderazgo” aseguró la periodista.
Para Macha tampoco hay casualidades: “Hay una misoginia en algunos sectores que son muy conservadores, que frente a una mujer que se planta y se defiende, [se vive como algo] muy provocador. Tiene un vínculo con el intento de magnicidio y femicidio”.
Cristina evidencia un problema político pero también de su representación social de género: en el primer punto el objetivo es “callarla y sacarla de la escena política”; y en el segundo, actúa como “una forma de disciplinamiento para todas”, al ser una mujer en la que muchas se sienten representadas o identificadas, y sientan en ella un modelo a seguir.
Para la diputada Lampreabe, también hay un sentencia de género en su figura: «Hay un componente machista en lo que ocurrió con la imagen de Cristina que no le ocurrió a ningún otro presidente de la Nación; por su doble condición, de mujer y de disputa de poder”.
Pareciera ser que la carga de odio que atraen las mujeres con liderazgo y peso dentro de los sectores populares o los movimientos de trabajadores y trabajadoras, tiene una dosis extra. La violencia irracional que emanan tanto hombres como mujeres con un discurso de enojo y hartazgo, son la fiel representación de un odio de clase, de los sectores dominantes, de los grandes poderes económicos, eclesiásticos y militares.
Tanto Evita como Cristina están llenas de contradicciones, pero incluso desde la incomodidad, se ganaron un lugar recuperando y haciendo propias políticas profundamente irreverentes contra el poder. Pero no las dejemos solas.