Crónica de una madrugada en el Congreso
Son las 7:20 de la mañana del 11 de diciembre del 2020. Está caluroso y gris. La calle se tiñe de expectativa, de incertidumbre. Aunque en cierta manera ya se sabe que el resultado será satisfactorio, cuando los golpes fueron varios se tiende a desconfiar. Todas las miradas van hacia las pantallas gigantes ubicadas en las veredas, que la Campaña del Derecho al Aborto acomodó durante el día para que nadie se quede sin saber.
Las personas llegaron por Callao hasta la Avenida Corrientes, que queda a más de 500 mts del Congreso. Eran miles parades o sentades sobre el asfalto, firmes o en fila, como quienes emprenden una batalla o esperan un gol desde la tribuna.
Hace dos años sólo habíamos tanteado la felicidad. Para empezar, el dictamen había sido mucho más ajustado a diferencia de este año. Según un informe de la Cámara de Diputados, en el 2018 las firmas a favor fueron 64, mientras que hubo 57 en contra y ninguna abstención. En porcentajes, eso equivale a un 58% de apoyo y un 42% de rechazo; muy por debajo de lo que vivimos en las jornadas previas a la votación de este año: 77 firmas a favor, 30 en contra y 4 abstenciones. Es decir que este 2020, representó un apoyo a la IVE como dictamen de mayoría en un 69% versus un 27% que no lo apoyaba. Esta diferencia quedaría reflejada en el recinto.
Si pensamos cualquier proceso de lucha para la obtención de un derecho, generalmente parten de utopías. “Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar” escribía Eduardo Galeano hace ya bastante tiempo. Pero cuando el horizonte se amiga con nosotres, de pronto la tensión se nota en la piel, las arterias presionan, el corazón se dilata. La necesidad de verse con otres, de charlar cuadra a cuadra sobre lo que está pasando, de gritar fuerte. Una sinergia que nos obliga a movernos y encontrarnos durante dos días enteros.
Los wsap se llenaron de informaciones posibles. Que se vota a las 2 am (“¿qué hacemos con la vigilia?”) que a las 5, que a las 8. Otra vez la espera. Sin embargo estos dos años nos hicieron entender que a veces no se gana la copa de una, sino que hay que entrenar más para pelearla en el próximo mundial. La calle se había teñido para lxs vecines de música, bullicio y fiesta. Si algo también nos dio el 2018 -y todos estos años que venimos desde los feminismos conquistando espacios de a poco y en todos lados- es que los varones comenzaron a acompañar sin ser protagonistas.
Durante toda la noche se escucharon frases disonantes que ya son meme. «Si tanto les molesta Dios, saquenlo de la Constitución» disparó la diputada Dina Rezinovzky del PRO y muchos asentimos con ganas; qué buena idea no? Aún los discursos que aseguraban no tener contenido religioso, mantuvieron en su mayoría una fuerte carga de dogma y moralidad. No siempre se necesita nombrar a Dios, o la Biblia, para entrever una adoctrinamiento a los cuerpos propio de algunas creencias. Se llama subtexto y opera en nuestra forma de ver el mundo.
A las 7.30 se escuchó el resultado final: “137 a favor, 117 en contra”. Un llanto al unísono, el salto de miles, el grito desenfrenado de alegría. Se cantaron las canciones del repertorio ya popular sobre el derecho a decidir. Los cuerpos comenzaron a aflojarse.
A las 9 de la mañana la calle ya estaba vacía y sólo caminaban por las veredas quienes iban a trabajar de manera presencial. Por la pandemia, la circulación es menor y hace nueve meses que Buenos Aires es otra ciudad. Se siente raro haber estado entre miles la noche anterior, abrazades y sin dormir, y verla ahora así otra vez.
Un paréntesis en el tiempo, un recreo al distanciamiento. Parecía como si hubiésemos subido al Delorean para mejorar el futuro: ese que nos espera el 29 de diciembre con el pañuelo verde, la utopía, el deseo, el goce y la elección en el puño.
Fotos: Azul Verzura, Cecilia Garzón, Emiliano Palacios, Lucía De la Torre, Ivanna Kislo, Flavia Paredes.
Texto: Lucía Sabini y Paula Rojo