Artículo
Crónicas mentales de Julián Cano
Todo está en su lugar
Por: Julián Cano, Natalia Aguerre
Imágenes de la descomposición subsisten en palabras repetidas, incitando el como sí de un castigo, la Verdad Redentora y su Final.
noviembre 24, 2022

Con Male, tenemos, obvio, una pareja abierta. Digo obvio, digo abierta y, al decirlo, activo el check in: Adentro. Pase Julian, por favor. Por aquí, siéntese. Miro y saludo por la ventanilla con algo de pesar -pero considerable alivio- a los amigos de casi 40 caídos, a los que no les dio el cuero, el culo, el pito, o lo que fuere. A los cancelados. A los imbéciles. A los que tuvieron cinco pibes con la novia de la escuela y ahora tienen una perimetral. Adiós: adiós muchachos. Con Male tenemos una pareja abierta.

La conocí en mardel, en el Festival de Cine, en realidad a las afueras del mismo en ese bowling pueblerino que la snoberia porteña de la que soy agente (o doble agente, no lo sé), toma por unas semanas para despejarse, hacer sociales paja y beber alcohol, luego de tanta peli y charla pelotuda. Ella vestía un enterito verde a cuadros y unos borceguies martens negros, mientras jugaba con su grupo de amigas para luego bailar y entregarse a las canciones de Luis Miguel que yo mismo inducía en la rockola. Me miraba. Nos fichamos, alcoholizados, reímos y nos pedimos el Facebook, no mucho más. Nada del otro mundo. A la vuelta: cita en La Fuerza, charla mega obvia con puntos de conexión en base a una bibliografía básica y predecible, y luego, en mi PH, un Fabré malbec abierto, lista de Spotify preparada para la ocasión; y listo, a coger. Pum: cuatro años de relación. 

Debo aclarar que el actual contrato post-monogamia no existía de entrada. Simplemente no estaba problematizado, como casi todo en la vida cis previo a la Victoria Verde. Por eso, todo marchaba con relativa y aburrida normalidad hasta que su viaje a un encuentro de mujeres, lesbianas y trans, donde la cagaron a palos y a gases, la devolvió a su ph de Saavedra, como era de esperar, algo exaltada en sus posiciones. Allí, al parecer, descubrió que gustaba de una amiga con la que compartió la carpa y de otra amiga trans, con la que también compartió la carpa. Ok, Male…

Recuerdo esa tarde, fue en su casa, estaba nublado, lloviznaba y de fondo sonaban canciones indie, estimo que las Ligas Menores, o algo así; a su living, más ordenado que otras veces, se lo notaba preparado. El puf, la alfombra de mimbre alrededor de la mesa ratona de vidrio y madera, el olor ahumado del incienso de yuyos sosteniendo la escena de mate, termo y un budin de algarroba feteado y dispuesto previamente por ella; como cada uno de los detalles de esa merienda “para charlar algunas cosas”, que flotaban en el aire: cambio de rules, sinergias del nuevo orden. 

Yo estaba en otra. Absorbido por la dinámica de quilombos con Chuli por un presupuesto que nos habían rebotado en el Incaa y sumido en las pelotudeces de siempre; aunque, si mal no recuerdo -tal vez en algún plano submental- era claro que la venía venir. Siendo justos: se podía percibir la densidad de un asedio. Tenaz, riguroso en sus interpelaciones que apuntaban -permanentemente- a todo el abanico de mis conductas, bajo un tono grave y tensado, en un viejo castigo de masas; revancha ancestral, pacientemente masticada en cada generación de mina sometida, en forma de un gulag doméstico, invisible, fríamente envolvente, que instiga a una reforma sin medias tintas: el Ojo de Dios, el Ojo de Cristo, permeando con su iris de Justicia cada una de las conversaciones habituales que manteníamos; sumado a la responsabilidad afectiva, esa dulce triquiñuela, que sonaba en sordina -sin necesidad de ser verbalizada- como un alegato final, una sentencia tácita que ya de por sí guarda el sentido último de las cosas: responsabilidad, Julián, responsabilidad ante todo, y sobre todo, aquello que incluso no tengo ni por asomo un poco de control.

Debo decir que todo ese flash, todo ese auto examen del Alma, con el tiempo, me comenzó a resultar bastante sexy. Me inquietaba esa nueva y vieja apelación ilustrada a la conciencia, ese vestigio de siglo XX remasterizado en formato de quejita impotente y sobria, mixeada con el típico reto pedagógico femenino que busca -al fin- cambiar y mejorar a su Hombre; ya que en el fondo en él -lo sabe y lo decide- hay bondad. Solo necesita la Palabra Justa y el castigo ejemplar para descubrir un nuevo ser dentro de él; en este caso, yo mismo y mi caterva de cacas mentales flotando en falopa y globulitos homeopáticos toleradas por su paciencia, bajo la prometeica promesa de ser, ahora sí, un Gran Hombre. Un nuevo y renacido Príncipe Verde, criado en la Letra de la Equidad; dando paso a una nueva soberanía del Alma, como si fuera un viejo Infante a cuidar y reformar para sí, por su Bien, en los brazos de Male, siempre juguetón. Grrr.

No estuvo mal la charla. Solvencia de argumentos por su parte y solemnidad en la escucha en lo que a mi respecta; pero, ciertamente, todo me resultaba poco creíble y al límite de lo bizarro. Obviamente, al sentirme acorralado, con señalamientos más que sensatos y bajo la sospecha de que salgan a la luz conductas aún más deplorables que ella desconocía  pero que asomaban en forma de indicios cuando intentaba defenderme, caí en la cuenta de que lo mejor era salir de ahí, de ese lugar defensivo infértil: oponer mínimas resistencias, eso sí, pero combinadas con concesiones calculadas en miras a un resguardo estratégico de lo fundamental. Además, en el terreno más llano de sus expectativas de piba sub 30 de Saavedra recientemente politizada, no había mucho más que modificar; y de hecho no lo había: esa era la verdad. La insulsa y pálida verdad. 

Nunca fui un gran ganador previo a la Victoria Verde como para justificar una gran gesta de transformación intra vincular. Mis privilegios, mis privilegitos, eran perfectamente canjeables por otros, bajo una semiosis discursiva mínimamente  articulada con las palabras precisas a modo de una contraseña que la haga sentir tranquila, que la haga sentir en casa. Con lo cual, muy rápido pude entender que no tenia sentido volverse un cruzado anti piba, cual incel yanqui, en defensa de un cadaver; como lo es la eterna liga de chabones cis descompuestos que, a mi juicio, ya era hora que los liquiden en el paredon radfem más pertinente. Pero tampoco la boludez, tampoco bordarse los galones y terminar embanderado en una causa en línea de ser su «compa» y toda esa costra discursiva cuyo alcance no iría más allá de lo que un Estado de Derecho, periférico y populista, tarda en metabolizar cuando lo tensan un poco en la calle y los discursos. Sobre todo si a este le ofrecen algo así como un nuevo horizonte de legitimidad por parte de una clase semi media, semi ilustrada, cuyo glitter justiciero vale tanto como un commodity en tiempos de vacas flacas.

Además, ahora sí, debo ser honesto -porque al final del día las cositas simples, prosaicas y cercanas, son las que de verdad cuentan-: me daba escozor; todo ese nuevo universo verborrágico de Male; me inundaba  un no-sé-qué raro en la piel al ver a todos esos sujetxs saltando y cantando sus consignas maximalistas. Por eso me ocupé sin demasiada destreza de que Male -una Male en plena mutación- mantenga ese mundo bien alejado de mi, jugando el impecable argumento de «no voy a invadir tus espacios». Porque, en el fondo, solo buscaba resguardar en extremo mi preciado capital visual de un deterioro más que probable si caía cerca de esas banderas, esas reuniones con telas para flacos a las que Male me inducía a que participe, o esas polleras de colores, esas latas de Quilmes tibias, todo ese pachamanismo violeta sobrecargado de insignias de una radicalidad inverosímil, que planea bien lejos del hecho concreto de haber nacido, al fin y al cabo, como el primer gran movimiento liberal ciudadano del siglo XXI por derechos civiles elementales, bien elementales, más allá de la existencia de becarias fofas del conicet disfrazadas de piqueteras agitando una épica colorida. 

Acepté, sin más, las condiciones de la nueva etapa, tras una sensata evaluación de la correlación de fuerzas; ya que en algún punto sabía que la clave era saber retirarse a tiempo y esperar; esperar un poco y encontrar nuevos beneficios de la legalidad vigente: algo así como acumular créditos para cuando la cancha se de vuelta, aparezca otra bamby cinéfila y ¡zas!: win-win. Pero la imagen titilante en mi mente, sorda, sin aire, tonta y puta, de ella -hermosa- temiblemente garchada, hundida en pijas enormes, monstruosamente firmes y bellas, con cuerpos impunemente superiores al mío, impregnaban en mí un temor extraño, aunque suave, una gélida amenaza tribal que, a su vez, se mezclaba de un alivio confuso y deseado, de no estar permanentemente en el centro de su mirada. Que se la garchen, que se la garchen entera, sin paz, sin tiempo, sin orden, a un ritmo fuerte y sostenido hasta que pueda escurrirse en cada nuevo temblor, diversificando, prolongando -lejos, muy lejos de mí- su plácida neurosis de niña bien cuidada que acaba de descubrir las travesuras.

Es largo el porvenir, y todo está en su lugar. El objetivo, siempre, es sobrevivir, pero sin olvidar el cuidado de los detalles.

Segunda parte acá.

 

Autores

  • Julián Cano

    CABA
    Guionista y productor de cine y televisión. Dirige en Sociedad una productora de contenidos audiovisuales y escribe cuentos y otro tipo de relatos cuando puede. Ama las plantas y la naturaleza.

  • Natalia Aguerre

    CABA
    Diseñadora Gráfica e ilustradora. Es docente de Ilustración en FADU (UBA) “Hay un monstruo en la cocina” (Periplo) y “Una caja de libros” (Superpoder Editorial) son dos de los libros que se han publicado con sus ilustraciones. Trabaja de manera freelance. Le interesa la autoedición y la producción independiente. Cree que algún día cumplirá su utopía personal: practicar algún deporte.

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