desde el Río de la Plata al río Ouse
Virginia, mi querida:
No sé si tendrás tiempo -te imagino escribiendo en los alrededores de la Biblioteca de Oxbridge- o si yo tendré tiempo ¿tan tarde es? Pero nuestras conversaciones -las de las que escribimos, me dijo una escritora- son siempre del futuro. La verdadera guerra, como se sabe entre nosotras, es epistolar y anacrónica. Si no conversamos, si no nos leemos, no hay literatura que aguante.
Yo vivo en un país de escritoras acorraladas o ahogadas.
Victoria Ocampo tenía no un cuarto -digo miles, digo Europa entera- pero la obra es siempre un departamentito alquilado. Victoria es mi escritora aristocrática preferida. Como mujer rica funda su propia revista y editorial, como mujer rica no deja de ser pobre, como toda escritora. A mí siempre me interesó la pobreza de las escritoras ricas. Y al revés también.
Vivo en un país de escritoras de cuartos de pensión, de poetas que tuvieron –no una habitación, digo un mar entero- un mar propio. Por eso, también vivo en un país de escritoras ahogadas.
Yo vivo en un continente que fue descubierto -que digo descubierto, digo desnudado- y si vos conocieras los cuartitos que tenemos las escritoras latinoamericanas, te preguntarías ¿cómo puede algo tan sobrecargado ser también lo desnudo?
Vos también fuiste una escritora ahogada. Pienso, rapidito -como se piensa siempre- sirenas no pueden ser vos y Alfonsina, porque las sirenas son muy europeas y porque en la Edad Media les sacaron las alas y le pusieron cola de pez. Sabrán por qué.
Archipiélagos sí, nuestra nacionalidad es la isla y desde el fondo de todos los ríos y mares que nos reúnen, recitamos, como dejo dicho Marina Tsvietáieva, como alguien que se ahoga, no, como un pez que se atraganta con su propio mar.
El verdadero cuarto propio de poeta, su emancipación, siempre fue la escritura Virginia, se haga donde se haga, como se pueda. Casi siempre atragantadas.
En este país a las poetas se las lee llegadas a muertas.
Y con más de 300 poemas escritos -si es que están reunidos y son insistidos por alguna editorial- o con 300 papeles arrugados, mudados, varias veces perdidos, arruinados y salvados, con todo eso, da igual. Con un departamento en el centro o una casita en el interior o un cuarto de pensión, en este país de Ocampos y Pizarnik y Storni las poetas siempre son del siglo anterior -que se entienda, cualquiera que sea el siglo anterior. A veces una entrevista perdida, una nota discreta a pie de página, un obituario chiquito y sentido, un titular que dice: “murió fulanita, la poeta de una generación”. Entonces anotamos los nombres, los poemas de las poetas que los programas de universidades, la crítica literaria oficial y el ministerio de la Literatura decidieron ignorar.
Con los años, el desafío más grande es leernos en otra cronología. Leernos en el tiempo de la obra, siempre del futuro -yo en el siglo XX, vos en el XXI. No leer por generaciones, nosotras, que fuimos las ramas escondidas, ahogadas, infértiles, de la genealogía de cierta, alguna, literatura.
Leernos es una continuidad inaudita.
En la historia oficial de la literatura –todas infértiles, nuestras hijas no son la hermana de Shakespeare, o la de Borges, o la de Vallejos. Son nuestras madres y entre ellas, todas primas.
Victoria Ocampo, Pizarnik, Sor Juana, Susana Thénon, no tuvieron hijos.
Mistral y Tsvietáieva los vieron morir.
Victoria Ocampo recibió en su cuarto propio al comisario que la encarceló. Y tomo maté en la cárcel, cebado por una mujer que había matado a su amante y por otra que era monja.
No se puede crear lo creado, se crea solamente hacia el futuro, copio de Marina Tsvietáieva, la rusa, mi rusa, la más amada de todas mis muertas.
En la Literatura, nuestras ramas vienen del futuro. Ellas no pueden engendrarnos a nosotras, porque ya fuimos engendradas, solo pueden parirnos hacia el futuro. En esta teoría desconocida del tiempo y las genealogías, como Gabriela Mistral a Victoria Ocampo en una carta, solo te pido: prometa y cumpla y no nos olvide demasiado.
No es falta de tradición.
La tradición es la risa de Mistral: Yo me cansé hace rato y me suicidé hace rato. Mi risa no se lo deja ver a Ud.
O el fantasma sonriente que creía Victoria Ocampo que era para vos, cuando le preguntaste: «Cuénteme qué hace, con quién se encuentra, cómo es el país y también la ciudad, su cuarto, su casa, incluso la comida y los gatos y los perros y el tiempo que pasa haciendo esto o aquello«.
La tradición es la librera Sylvia Beach recomendándole a Victoria Tu/Un cuarto propio. Es Victoria editando tus obras en Sur.
Es la madre de Borges traduciendo tu obra, ante la impaciencia de su hijo frente al feminismo.
La tradición son las alumnas de la escuela normal de lenguas vivas, a las que Storni enseñó lectura y declamación. Son las cartas de Pizarnik a Silvina Ocampo, su deseo: Silvina, chérie, escribí mucho: si no lo hacés vos ¿quién lo hará, entonces?
Virginia, escribo y fumo, fumo y escribo. Soy de las que no quedan, ya nadie fuma en esta época, mucho menos con esta edad. Un día me voy a morir de las ganas de vivir que tengo. Y de fumar. Y de escribir. Por eso te escribo una carta apuradita, para medirnos con el tiempo, el tiempo que hace y el tiempo impronosticable de nuestros frutos, que hará.
Atentamente, lxs que escriben sin cuarto.