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Chico Chico: la obra y el artista
Por: Sergio Alvez
En 2019, cuando el músico Amores lanzó el disco Chico Chico, todavía era Ilan. El tiempo, es decir, las escuchas que tuvieron esas 13 canciones y su repercusión en dicha audiencia, dieron forma a un extraño fenómeno que consistió en que desde entonces, para buena parte del público, Ilan dejara de ser tal, para convertirse en Chico Chico.
febrero 2, 2021

Alguna vez, Ramón Ayala, músico y poeta eminente, dijo que creó el gualambao (género musical considerado patrimonio cultural de Misiones) por una necesidad de sintetizar los ritmos regionales en una sola especie, dando a su creación “la misión de vestir la selva, el Iguazú y los duendes de la tierra con un traje excepcional, de amplio espectro…». Así, esa sonoridad inconfundible, tuvo el designio de arropar el halo pasmoso, irrepetible, profundo, natural, conflictivo y doliente a veces, que destila todo cuanto late sobre y debajo de este rojo suelo.

Esa pretensión artística de resumir las cosas de un determinado universo con canciones, buscando dar testimonio de la alquimia de un territorio y sus circunstancias, también puede adjudicarse a un obra musical que, con idéntico espíritu pero otras cinceladas y sobre todo, en otro tiempo, le da a la región un nuevo vestido singular: Chico Chico, de Ilan Amores.

En 2019, cuando el músico Amores lanzó el disco Chico Chico, todavía era Ilan. El tiempo, es decir, las escuchas que tuvieron esas 13 canciones y su repercusión en dicha audiencia, dieron forma a un extraño fenómeno que consistió en que desde entonces, para buena parte del público, Ilan dejara de ser tal, para convertirse en Chico Chico.

“Fue algo muy loco lo que pasó porque Chico Chico es el nombre del disco; hay una historia detrás que siempre cuento, que tiene que ver con ese personaje real que fue Chico Chico, que a su vez es el nombre de un bar de Ituzaingó. Pero cuando el disco empezó a circular, la gente empezó a llamarme Chico Chico a mí, y ahora sucede eso, casi todo el mundo me dice así” relata Ilan ante un vaso de cerveza imposible de mantenerse frío con los casi 35 grados que ostenta una noche posadeña de cara al río Paraná. Detrás de la anécdota, que de algún modo rebautiza al artista a partir de su propia obra, se advierte un reconocimiento a la calidad de la misma.

Fundado en 1860, el pueblo de Ituzaingó (Corrientes) supo consolidarse por el atractivo de sus playas y el encanto de su pequeña ciudad, en un refugio idílico para la fiebre veraniega de miles de jóvenes. Separada por apenas 90 kilómetros de Posadas (Misiones), Ituzaingó fue entonces, el punto geográfico donde el álbum Chico Chico fue concebido. Aquí, entre fogones, arena y amistades, se esculpieron las letras, la melodía y el concepto de un disco que a sus historias y rítmicas (que van desde la canción desnuda al desliz electrónico pasando por diversos matices) se le fueron añadiendo detalles delicados pero sustanciosos, que el buen escucha sabrá identificar sin problemas.

En Ituzaingó precisamente, está enclavada la represa hidroeléctrica de Yacyretá, una de las más grandes del mundo. Posadas, la ciudad donde Ilan se crió y a la cual regresa siempre que su maratónico andar por los caminos del mundo lo permite, fue la que sintió el mayor impacto de esta gigantesca usina eléctrica. Río arriba, las sucesivas crecidas del río, a través de los años y en el marco de un largo y conflictivo proceso no exento de abusos a las poblaciones y negociados inmobiliarios, arrasaron con los barrios ribereños tradicionales de Posadas y su genuina cultura.

Las postales que Chico Chico destila, desde una poética entre pictórica, onírica y testimonial, por momentos permiten vislumbrar reflejos de una Posadas que quizás ya no exista como tal, y nos sumerge al mismo tiempo -y como si se tratara de un solo territorio sin fronteras- en esas leyendas de madrugadas ituzaingüenses. “Acá empezó todo” sintetiza Ilan pensando en Ituzaingó, a dónde hace unos días pudo regresar para reconectar con el espíritu de Chico Chico, ya de cara a nuevas músicas que se entretejen en silencio y con paciencia.

“Magia” reza el facetat que Ilan luce en uno de sus pómulos. Ese concepto, que sugiere hechizos y sortilegios, también es una de las condiciones atribuibles al encanto del álbum bisagra en la carrera de este muchacho viajero, que antes de lanzarse a la carrera solista, recorrió buena parte del mundo como bajista de una institución del punk: Argies, y que hasta hace poco integraba el grupo multicultural radicado en Canadá, Harm and Ease.

Dice el músico: “Chico Chico cuenta historias y lugares que me parecen auténticos. Me lo imagino sonando por el mundo, representando a Misiones. Tiene la magia humilde y especial que hay en mi provincia y que recién pude valorar una vez que me fui muy lejos”.

Situado al Sudoeste de la ciudad de Posadas, el barrio Rocamora le debe su nombre su nombre a don Tomás de Rocamora, político de origen nicaragüense, que siendo gobernador interino de Misiones, en 1810 apoyó la Revolución de Mayo y resolvió que hasta la entonces Provincia Hispánica o Provincia Colonial de Misiones, pasara a denominarse Provincia Revolucionaria de Misiones. Se trata de uno de los vecindarios más tradicionales de la capital misionera, albergando en su territorio al cementerio municipal “La Piedad”.

“Rocamora se llama el barrio, entrá si querés, salí si podés” narra la canción Rocamora, segundo tema de Chico Chico, que rescata un relato barrial de fábula, sostenido por un ritmo de cumbia singular. El homenaje, sintoniza con el alma de otras canciones del álbum en las cuales aparecen personajes logrados con precisión literaria, como Pedro Mendez (el atorrante), Pérez de Souza o el mísmisimo Chico Chico. Así, la impronta barrial de antiguas calles de tierra y piedra, por donde transitaron los pasos del Ilan gurí y adolescente, se cuelan en el disco aunque llamativamente no aparece el vecindario del artista: Patotí. Spoiler alert: quizás se sepa de algo por el estilo de aquí a poco.

Dice parte de la letra de Matar la sed (track 10): Chico chico tiene la clave para la inspiración. Ilan, atrapado inevitablemente en su nuevo alter ego, fuma un cigarro y cuenta historias. Anécdotas tremendas de su devenir de músico que ha colmado el pasaporte de sellos y la vida de amigos. Durante la pandemia, que lo encontró e hizo permanecer en Canadá, compartió con sus seguidores a través de historias de Instagram algo de esa bitácora de aventuras.

La charla transcurre y la madrugada avanza. “Hay Chico Chico para rato” anuncia el artista, quien tras el lanzamiento de Chico Chico obtuvo un reconocimiento amplio, incluyendo una invitación soñada para una participación musical por parte de Su Majestad Pablo Lezcano, líder de Damas Gratis.

El nuevo año, en un mundo que dicen, nunca volverá a ser el mismo, para Amores se presenta diáfano y pleno de proyectos, cargado de nueva música para seguir, como decía el maestro Ayala, vistiendo con música los confines y encantos de este litoral hacia el mundo.
Esos sonidos, que asoman con el misterio insondable de la creación, darán continuidad a un legado identitario que bajo el sol de la obra hizo madurar al artista, quien desde entonces y para siempre lleva una marca de algo, que según dice y dicen, “no se mancha”: Chico Chico.

 

Foto: @photobyaix

Autor

  • Sergio Alvez

    Posadas
    Periodista y escritor. Nacido y criado en el barrio Patotí de Posadas. Maestrando en periodismo (UNLP). Autor de los libros de relatos Urú (2016), Toma (2018), Descubiertero (2020), El caso Dorneles (2022) y Presente (2023). Extremista de la siesta. Marco teórico: Boca Juniors.

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