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Ni Narda Lepes ni Maru Botana
¿Cuántas otras cocineras conoce usted?
Por: Maria Mandarina
Frente a tantos reels con publicidad de restaurantes, foodie influencers, recetas de cocina, algoritmos y botón de “guardar”, hoy más que nunca la comida entra por los ojos. Sin embargo, hay rincones de lo culinario que todavía parecen no saltar a la vista.

Hablemos del sexismo y la precarización laboral en la gastronomía

En Bogotá, Colombia, se encuentra una de las mejores Chefs de Latinoamérica: Leonor Espinosa. El día que recibió su premio a Mejor Chef Femenina del mundo 2022 otorgado por The World ‘s 50 Best Restaurants, pidió que se pusieran de pie todas las cocineras que se encontraban en el auditorio. Entre las más de 600 personas que se encontraban allí presentes, ellas fueron una abrumadora minoría. 

La falta de oportunidades, la discriminación y la precarización laboral son realidades que afectan todos los campos en donde nos desempeñamos las mujeres, y la gastronomía, no es la excepción. Los datos que proporciona el Ministerio de Trabajo de Argentina muestra que siendo el convenio gastronómico uno de los que cuenta con mayor participación de empleo femenino, las mujeres perciben salarios inferiores a los varones, a pesar de que ambos se encuentran amparados bajo el mismo convenio colectivo de trabajo.

A lo largo del tiempo la división social del trabajo ha ido cambiando según los momentos históricos, los contextos geográficos, sociales, culturales y tecnológicos. En esta división de actividades operan dos principios ordenadores de las tareas según Hirata y Kergoat: El principio de separación y el principio de jerarquía. El principio de jerarquía se da cuando el trabajo de un hombre es más valorado simbólicamente y económicamente que el trabajo de una mujer. En cuanto al principio de separación, es el principio por el cual existen trabajos para hombres y trabajos para mujeres basados en los estereotipos de género. La existencia de estos parámetros se explica por la construcción social de lo que es femenino y lo que es masculino. Son esas formas de asociar prácticas y saberes en función de la identidad de género binario.

Pensemos, si nuestros recuerdos más emotivos de sabores vienen de nuestras madres y abuelas, ¿por qué seguimos encontrando cocinas dominadas por chefs varones? ¿Cuántas niñas y niños han llegado a la universidad gracias a la venta de bollos, tamales o chipas cocinadas y/o vendidas por sus madres o abuelas? Yo misma recuerdo haber vendido alfajorcitos de maicena, bollos y budines en el colegio para recaudar dinero para el viaje de egresados. Nuestros roles asociados a la feminidad en la gastronomía siempre han sido evidentes: en las mujeres, la pastelería, la repostería y la limpieza, donde se busca destacar las aptitudes de delicadeza, orden y meticulosidad que se asocian con lo femenino. Por otro lado, lo masculino se asocia con el parrillero, el sushiman, el panadero, etc. Por ejemplo: mientras yo vendía alfajorcitos, mis compañeros vendían pollo asado con mandioca.

Esta construcción social es parte de un proceso de masculinización de los espacios que podrían ser ocupados por mujeres, pero que solo en los hombres implican prestigio. Parece haber una valoración del conocimiento culinario que solo es admirado en manos de los hombres. Solo hace falta recordar algunas escenas de Sydney Adamu en la serie «El Oso»: ¿cuánta validación necesitan las mujeres para ser consideradas buenas cocineras? Pareciera ser que los hombres son considerados los más aptos y capaces de llevar al máximo el arte culinario en el ámbito profesional y público, que nosotras, las mujeres. Un claro ejemplo es el reality que se acaba de estrenar Master Chef, donde los 3 jurados son hombres. ¿Por qué la producción no optó por sumar a una mujer en el jurado? ¿Acaso no tenemos chefs mujeres con prestigio?

Al referirnos a la cocina como un campo de batalla, estamos relacionándolo con la estructura de brigada que se ha establecido a lo largo y ancho del mundo. Una cultura violenta y de micromachismos cotidianos con múltiples mandatos.

El Mapa de Barmaids & Afines, una plataforma que se propone visibilizar y empoderar a las mujeres en el rubro gastronómico, a partir de su relevamiento, informaron que en Argentina el 66% de las mujeres señalaron que alguna vez sintieron que no le dieron ciertas oportunidades por ser mujer, y donde el 49,7% sostiene que hay una genderización de las tareas y los trabajos, es decir, que éstos están asignados en base al género.

Sufrir la desigualdad como lo hacen las mujeres en sus ámbitos laborales, no solamente las afecta a ellas, sino directamente en sus hogares, y más aún en esos hogares monomarentales. El informe del primer trimestre de 2022 del Observatorio de la violencia y la desigualdad por razones de género indicó que la brecha de ingresos, las mujeres ganan en promedio un 28,5% menos que los varones.

Las cocineras, campesinas, indígenas, productoras, son las portadoras y comunicadoras de la tradición y cultura de sus comunidades desde hace siglos en cada rincón del planeta. Ellas son la fuente de experiencias y saberes determinantes. Hoy, su trabajo, tal como lo indican las estadísticas, es invisible, no valorado, no remunerado, cuando son fundamentales para la seguridad y soberanía alimentaria en el planeta. 

A través del sabor, en cada mesa compartida, en cada conversación, nos podemos encontrar con ellas. Ellas, que desde el nacimiento de sus hijos tienen el alimento perfecto para cada ser humano. No debemos olvidarnos que son fundamentales en el ejercicio del derecho a la alimentación. Somos parte del aporte al estado nutricional de una población y es importante poder seguir creando espacios de visibilización y acompañamiento para todas las mujeres que hoy son fuente de alimento.

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