Quise escribir esto anteayer pero estaba agotado. Iba a empezarlo ayer pero estaba exhausto. Hoy ya estoy llorando. Este texto tenía como eje central dar cuenta de las cotidianidades de los reporteros gráficos, de los cuales sólo se tiene noción de su trabajo a través de sus imágenes publicadas en los principales portales de noticias, en algunos casos robadas. De ahí el título y la volanta que con el diario del lunes quedaron en offside. Este jueves 9 de agosto, los y las reporteros gráficos nos fuimos al sobre con la noticia del asesinato del fotoperiodista y militante Facundo Molares Schoenfeld por parte de las fuerzas de la Policía Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires.
Salir a la calle no está siendo sencillo. Una agresión o un susto ya nos desincentiva, y si lo hacemos, estamos demasiado atentos. Pero claro, como todos, los y las reporteros gráficos tenemos que salir a trabajar. Dependiendo cual sea nuestra situación laboral nos toca ir a cubrir un turno fijo, un evento específico o, en otras oportunidades salimos porque nuestro sentido arácnido no nos falla (Peter Parker, por cierto, era reportero gráfico). Freelancear es el arte de la incertidumbre. De preparar el bolso y el equipo en el momento, sin olvidarte ninguna tarjeta de memoria o batería, de no saber qué te vas a encontrar cuando salís a la calle, o cuando llegás al lugar.
Que te llamen a la madrugada para ofrecerte una cobertura en otra ciudad para seguir a un candidato que no te interesa en lo más mínimo, pero que podría ser útil para llegar un poco más holgado al fin de semana. Puede también significar despertarse muy temprano, desayunar algo que rinda y salir; esperar el tren con el rocío todavía cayendo sobre las vías. El morral carga todos los días con la responsabilidad de resguardar un equipo de trabajo que es equivalente a 30 salarios mínimos. Ir a trabajar es salir con un botín que si se nos rompe, no podemos recuperar.
FOTO/Gabriela Manzo
Detrás de cada cobertura, de cada foto que se publica para ilustrar una nota, detrás de esa publicación de instagram que se llena de comentarios tipo: ¡fotón compa!, hay mucho trabajo individual y colectivo que se desconoce. “Mirá, la propuesta es hacer una cobertura basada en gente no-orgánica. Es decir familias, pibis, abueles, toda gente más silvestre, no organizada, pero que un 24 decide ir a la plaza” es un ejemplo de consigna para fotografíar un 24 de marzo. Otra recurrente, como le sucedió a un colega, es que te pidan sangre: represión, incidentes ante los hechos en la provincia de Jujuy. Así como leen, tan gráfico como una fotografía puede llegar a ser. Sangre, represión, incidentes.
“¿Ya sale el candidato? Esto empezaba a las 6 y son casi las 8”, se escucha por las escalinatas de los auditorios. También en las calles “¿cuándo empieza el acto?”. Las coberturas están llenas de “tiempos muertos”, de esperas. Si un acto tiene inicio a las 9 de la mañana, la prensa suele estar a las 8 para conseguir un buen lugarcito donde los camarógrafos no te tapen. Pero nunca nada suele ser a horario, con actos empezando hasta 2 horas después de lo previsto. El suelo frío e incómodo nos mantiene despiertos, siguiendo las redes e intercambiando malestares con colegas. Levantarse y aflojar las piernas no es la mejor opción (menos pensar en ir al baño); hay altas chances que tu lugar no exista para cuando vuelvas. La contracara de llegar temprano es, por su parte, la de irse tarde, muy tarde.
Así, estar seis u ocho horas atento a lo que pueda suceder puede a veces ser pesado. No faltan las lecturas para pasar el tiempo entre acontecimiento y acontecimiento. También las puteadas a quienes organizan. Si está muy distendido el asunto y no te importa perder tu posición, o conseguís que un colega te la cuide, es posible alcanzar a picar algo en algún kiosko cercano. El aburrimiento es consecuencia de estas jornadas largas donde lo habitual es estar esperando. Fotografiar es esperar. Pero lo difícil es la cobertura que conmueve. Seguir ese tema o hecho que nos inquieta, que nos apasiona y al que decidimos ponerle el cuerpo. Y por más gratificante que sea el darle cobertura a un tema que nos sensibiliza, la razón por la cual es difícil cubrirlo es simple. Es muy complicado tomar fotos llorando. Y pucha que te la pasás llorando.
Llorar es humano, y los y las reporteros gráficos lo somos. Y dentro del morral no faltan los pañuelos para secarse rápido las lágrimas y seguir. Es como limpiar el lente de la cámara, solo que este no parece una catarata de desesperación ante las injusticias que ve. Delante suyo, y a través de la luz que entra por sus pupilas, le toca ver las más atroces acciones que otro ser humano puede hacer. Pesa la condena, pero también la responsabilidad de registrarlo en un sensor de 24 megapíxeles. Al mismo tiempo, y para poder hacerlo, es necesario estar ahí poniendo el cuerpo. Pero con la única y crítica diferencia de no poder dejar de sentir el dolor, que no se borra con ningún formateo de tarjeta.
Foto de portada: Bernardino Ávila