Recientemente tuve la oportunidad de participar de un encuentro internacional sobre género y religión en América Latina. Fue una actividad en la que participaron personas de distintos lugares del mundo, y donde se compartieron y debatieron trabajos académicos y experiencias concretas, tanto en instituciones educativas como en comunidades de fe. Esto resultó ser una experiencia muy impactante porque permitió ver, desde la teología y el diálogo interreligioso, cómo la perspectiva de género influye en todo el trabajo de la iglesia y las religiones.
A su vez, escuchando tantas realidades diferentes atravesadas por procesos similares es muy movilizador darse cuenta que el ataque contra los temas de género o el cambio climático, que son presentados como temas del “Nuevo Orden Mundial”, niegan y se oponen a la «Agenda 2030», que es uno de los últimos consensos globales entre los países del mundo desde 2015 para trabajar juntos en 17 objetivos de desarrollo. Poder ver y reflexionar cómo funciona todo ese movimiento antipolítico y antidemocrático en la región y en el mundo, es aleccionador y desolador en partes iguales.
En este contexto, estar enfrentados, quitarnos colaboración mutua por malestares propios de este escenario del cual formamos parte, colabora en la deserción de la fe y en la desarticulación comunitaria. No estamos logrando trabajar abierta y sinceramente estas temáticas sensibles, y nos dejamos llevar por militancias y partidismos, sobre todo digitales, y con alto impacto subjetivo porque se trata ni más ni menos que de dos cuestiones fundamentales y básicas: el propio cuerpo y la propia subsistencia. Estos son los temas que nos dividen y nos enfrentan en una dinámica que entorpece el diálogo ecuménico e interreligioso y desmotiva a las personas de nuestras comunidades. Y es motivo de preocupación, incluso de angustia, para cualquier persona de bien.
En muchos países puede verse que sucede lo mismo. En muchos casos con el mismo lenguaje y el mismo objetivo: mostrar que los Estados son una amenaza contra los proyectos de vida de las personas: “esos Estados que andan por el mundo firmando ‘Agendas 2030’ son un problema”. “Someten a los pobres con planes sociales y evitan las inversiones necesarias para darle trabajo a la gente”.
Es comprensible la molestia con la agenda global que protege la vida humana y la sustentabilidad del planeta. Es la primera vez que una agenda global propone un límite a las multinacionales y a los países centrales. Los países del mundo han acordado que las multinacionales deben respetar los procesos democráticos. Estas empresas ya no pueden corromper gobiernos para evadir leyes y simplemente apropiarse de los recursos naturales a costa de la vida de las personas y el ecosistema.
Lo increíble es que los sectores políticos que se oponen a esta agenda global son partidos que proponen, con lenguajes violentos, como la gran solución, políticas neoliberales extractivistas y de ajuste de los gastos del Estado en salud pública, educación pública, bienestar social. Todas políticas que no funcionaron jamás en ningún lugar del mundo.
Estos grupos económicos atacan a la política como algo sucio y corrupto acompañados incluso de pastores, pero tienen candidatos procesados y familiares de militares con penosos antecedentes en sus listas. Proponen achicar al Estado para liberar a la gente pero plantean que la gente se arregle sola. Achicar el Estado para aliviar los gastos a la gente pero que los ricos dejen de pagar impuestos. Están decididos a privatizar todos los recursos naturales para una gestión más eficiente, pero quieren eliminar todos los controles. Están proponiendo que la gente no dependa del Estado y trabaje para vivir pero quieren flexibilizar o eliminar las leyes laborales para reducir sus costos. Atribuyen la pobreza a la política, al Estado, porque no sirve, pero quieren usar los fondos públicos de la atención, el servicios y las obras públicas para financiar la actividad económica. Cuestionan la falta de actividad económica pero proponen eliminar los subsidios del Estado que le da liquidez a la gente para mover el consumo y activar la economía. En fin, cada una de las propuestas políticas no hace más que proteger los privilegios de un grupo económico concentrado y poner en peligro la vida de la mayoría de la población.
¿Y qué usan para poner a la gente en contra del Estado? El ataque a la Educación Sexual Integral, la perspectiva de género, los derechos sexuales y reproductivos. “¡Cuidado, el Estado se está metiendo con tu cuerpo! “¡Cuidado, el Estado se mete con tus hijos!” “¡Ya no se puede decir más nada, ni pagar precios de mercado, porque todo es violencia!» La igualdad de género claramente es un problema para la ideología de la libertad de mercado. El valor de las cosas en el mercado se definen por competencia. La emergencia de las mujeres como personas sujetas de derecho y su reclamo de la distribución equitativa y el reconocimiento del trabajo en los cuidados como una actividad económica reorganiza y aumenta los costos laborales. ‘No es amor, es trabajo no pago’. La igualdad pone un piso. “¿A dónde vamos a llegar?”.
Esta gente también niega el cambio climático. Esto también sería por culpa de organismos internacionales, el Estado y los ambientalistas. “¡No te dejan trabajar!”; “¡No se puede invertir!”; “¡Un país tan rico, con tanta pobreza, y no dejan que la gente salga adelante!”; “¡Cuidado!, ¿de qué vamos a vivir?». Los colectivos ambientales ponen en duda el modelo de desarrollo sobre la base del ‘extractivismo’ y la creación de ‘zonas de sacrificio’.
Estos sectores son expertos en máquinas de humo y creaciones de fantasmas que esconden la maldad y la avaricia. Son temas usados para tratar de demostrar que el Estado es perverso, miente, es corrupto, es una amenaza, y de esta manera justificar que hay que terminar con la democracia y el Estado porque el Estado sólo sirve para que la gente tenga problemas. “El Estado es un problema para hacer negocios. A los políticos solo les interesa la plata. Tenés que coimear a los funcionarios para ganar dos mangos, este país es inviable.” Solo falta que nos expliquen: “Escuchame, tenés que coimear a los políticos para aprovecharte de la gente. En la libertad de mercado sin Estado estas cosas no pasan porque no hay Estado. Las empresas se aprovechan de todo y listo”.
Quizá por eso esta gente que habla tanto de libertad sea especialista en el orden, la seguridad y la represión. La libertad de mercado no funciona sin los militares en la calle. Resulta curioso, la implementación de este modelo solamente funciona con orden, restricción de derechos y seguridad militar. Por eso, la solución que proponen es la mano dura, el autoritarismo y la violencia.
Este discurso se repite y se repite de un país a otro. Lo que es más curioso aún es que este mensaje funciona. Organizaciones sociales y religiosas fastidiadas con los estados fallidos arremeten con los mismos discursos contra las gestiones, las políticas públicas y las condiciones sociales.
Las deudas históricas de la democracia sin lugar a dudas son un motivo más que razonable y relevante para tales cuestionamientos. Mientras tanto, estos grupos económicos que logran apoyo político con el malestar social financian la gestiones de cuentas en las redes sociales y suman publicaciones particulares, alimentando diálogos privados al margen de los debates y la agenda pública. Las redes sociales se han vuelto las herramientas de comunicación más importantes en nuestra sociedad. Incluso los programas de televisión necesitan publicar en las redes los programas que sacan al aire para que la gente los vea, y comparta sus posteos, porque cada vez menos personas miran televisión.
La gran mayoría de la población participa de las redes a través de su celular y vive en su mundo. De esta manera, no logramos terminar de ver ni de dimensionar la realidad en la que nos encontramos. Es más, nos puede pasar que, de pronto, pensemos que lo que está pasando es algo que nos pasa solo a nosotros, en nuestro país, o que es algo que solo me pasa a mí, o es algo que pasa solo en mi iglesia. En realidad, esto es algo mucho más grande.
La gravedad de lo que está pasando a nivel regional y global es imperceptible para una gran mayoría de las personas porque está todo envuelto de emociones, de malestar, de odio, de sobreinformación y de algoritmos que nos mantienen en nuestros grupos de interés. Todo esto siempre dirigido a votar en contra de algo, en contra de otro, incluso apoyando a partidos que lo único que ofrecen es destruir todo lo que hemos logrado construir como pueblo después de décadas de democracia. El reto que esto significa para el trabajo religioso y pastoral es inédito.
Repasemos algunos de los aspectos más significativos que nos llevan a asumir con naturalidad los hechos que ocurren y a apoyar tantas veces, hasta sin querer, esta propuesta política perversa.
En gran parte de la sociedad no tenemos formación política ciudadana, no hemos sido educados en nuestros derechos. La idea de educación cívica pública y teología, o la idea de pastoral y política, en muchos casos son asociaciones incómodas, incluso, con buenas razones. Desde un proyecto colonial genocida hasta gobiernos militares, todo avalado por religiones e iglesias. Sin embargo, esto no se estudia. ¿Qué cambió en la actualidad?
No tenemos educación digital para aprender a participar de los espacios de la realidad abordados en las plataformas y medios digitales, nos excusamos por pertenecer a otra generación. Las revoluciones tecnológicas acumulan conocimiento con una celeridad tal que una misma generación no logra terminar de actualizarse para responder a estas demandas. ¿Cómo afecta esto a instituciones con liderazgos de adultos mayores con escaso o nulo diálogo intergeneracional y resistentes a los cambios?
Las poblaciones adultas no hemos recibido Educación Sexual Integral para conocer mínimamente cómo funcionan nuestros cuerpos y nuestras relaciones humanas, entendemos que lo básico lo sabemos y que con eso nos arreglamos bien. En la práctica las personas adultas reproducimos formas de relacionamiento que para las nuevas generaciones y culturas resultan violentas e inadmisibles. ¿Qué significa en este contexto el amor al prójimo y la vida en comunidad, solo por mencionar dos ideas fundamentales de la fe cristiana?
Tanto se habla de bolsa de valores, moneda extranjera y criptomonedas, pero tampoco tenemos una educación financiera que nos permita afrontar la situación económica que vivimos con las herramientas adecuadas para poder decidir de forma responsable como operar con nuestros bienes. Esta escasa o nula educación financiera agrava la pérdida de capacidad adquisitiva, y nos llena de frustración, incluso con el país en el que vivimos, la política con la que estamos organizados, y hasta con la propia iglesia por no tener respuestas.
Gran parte de la sociedad tampoco ha recibido educación ambiental, y no se termina de entender dónde está el problema. Incluso, hasta sentimos que cualquier cambio pequeño a nivel personal y familiar es algo superfluo sin incidencia. Esto nos deja afuera de gran parte de las discusiones interculturales sobre este tema.
Notemos el carácter estratégico de estos cinco aspectos educativos para la defensa de la democracia y la vida en comunidad. En este escenario nos vemos como iglesias y religiones demandadas de respuestas por nuestras comunidades.
Todo este proceso, que nos tiene sensibilizados y divididos, ocurre en un ángulo de la cosmovisión social, teológica, eclesial y ministerial que para las religiones e iglesias es un enorme punto ciego, es como ese lugar que ninguno de nuestros espejos retrovisores consigue cubrir y no logramos verlo. Mientras grupos económicos operan para conducir a la sociedad a la conflictividad social, y profundizar el malestar con el Estado, se incrementan las violencias usando temáticas sensibles para la desinformación y la manipulación
La desestabilización del Estado a través de estas operaciones es cada vez mayor. En esta campaña política económica, nacional, regional y global, estos grupos involucran a iglesias y religiones desde la ética, la moral, la fe, condenando identidades culturales y sexuales, diversidades culturales y luchas sociales, usando ideas sagradas de las religiones y textos sueltos de la Biblia para condenar formas de ser y de vivir, al margen de la ley.
Algunos analistas proponen pensar este escenario de pos pandemia, endeudamiento estructural, inflación y pobreza, en comparación con el contexto cultural, político y económico de descomposición de la República de Weimar. En algunos países se viene dando el caso de que ante la exacerbación del conflicto social y la incertidumbre, y ante la escasa capacidad de respuesta del Estado, la sociedad elige partidos de extrema derecha o directamente avalan golpes de Estado, concluyendo que para su bienestar son necesarias estas propuestas de orden y seguridad. El resultado, sin embargo, es la profundización de las incertidumbres, las violencias y la pobreza, con el agravante de que la ciudadanía no cuenta con los instrumentos del Estado mínimos y necesarios para poder defender su vida.
Este desplazamiento de un Estado fallido a un estado mínimo o un estado de facto desconcierta a las religiones e iglesias que siempre han planteado la separación de Iglesia y Estado. Las demandas sociales incrementan la demanda y el conflicto social. ¿Qué se supone que tiene que hacer una Iglesia cuando no hay Estado? ¿Las personas de fe debemos «obedecer a las autoridades», como dice la Biblia, cuando violan los derechos humanos, o gobiernan al margen de la Constitución Nacional, o cuando directamente son gobiernos inconstitucionales?
Son preguntas que están comenzando a ser debatidas en la ecumene, a nivel regional y mundial, y nos estamos viendo en un escenario similar a nivel local. El ataque a las temáticas de género está siendo usado como una herramienta contra la democracia, la política y el Estado. Esta estrategia cultural de polarización social, articulada con golpes de mercado y la judicialización de referentes políticos desestabiliza el sistema social de forma estructural. El costo de estas operaciones conduce a un incremento de los índices de violencia contra mujeres, especialmente jóvenes, y crímenes de odio contra personas de la diversidad sexual. Todas estas personas están pagando un costo altísimo, con sus vidas, por un proyecto regional y global de enriquecimiento y saqueo mientras desgastamos la palabra «corrupción» y «dictadura» usándolas para cualquier cosa.
Las estadísticas de algunos observatorios sociales muestran datos alarmantes y detectan subregistros, porque también existen gestiones de gobierno con debilidades de registro y gestión de la información pública que no logran dimensionar la situación y el destino de las personas afectadas por estos temas. Estas modalidades de gestión no condicen con la complejidad de las realidades en las que vivimos.
La discusión sobre la veracidad del cambio climático mientras son devastadas y explotadas zonas con flora y fauna autóctona, incluyendo territorios indígenas, es utilizada del mismo modo que la educación sexual integral para mostrar la incompetencia del Estado. Las responsabilidades de distintos niveles y áreas de gobierno del Estado en el ecocidio en curso son innegables, pero el Estado así concebido es una figura jurídica pública. El problema de los análisis globales y abstractos es que sostienen una permanente invisibilización de los actores responsables de la corrupción en el sector privado y una lectura parcial o sesgada de la trama social en la cual ocurren los hechos.
Esto pone en discusión el paradigma político o el modelo de gestión sin avanzar en su configuración histórica. Sin embargo, decir «el Estado es responsable» no es claro, ni preciso, ni estrictamente cierto. La justicia, uno de los tres poderes del Estado, sistemáticamente tiene dificultades para esclarecer los hechos y las responsabilidades. Las medidas políticas, que eximen de responsabilidad penal a los responsables de la gestión pública, se amparan en la figura de acciones políticas no judiciables por ser un gobierno elegido por una mayoría popular en democracia, aún cuando estas acciones jamás hayan sido descriptas en sus plataformas políticas ni hayan sido de conocimiento de la población, y menos aún consultadas. Si esta situación es irregular en democracia, ¿cómo va a evolucionar esto en contextos de democracias e instituciones públicas restringidas?
Todas estas operaciones ponen en discusión la legitimidad del Estado. Sin embargo, el Estado es la institución pública por excelencia. ¿Sin Estado, creemos que vamos a ser libres? Sin Estado no hay Democracia.
Esto vuelve a traer debates teológicos y religiosos de principios de la modernidad y la creación de los estados modernos. ¿Qué vamos a hacer las comunidades cristianas con versículos bíblicos tales como «a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César«? (Mateo 22,21) Aún en tiempos de imperios y pueblos gobernados por teocracias y gobernantes que ostentaban el ejercicio del derecho divino estaba claro que una cosa era la ley y otra cosa era la gestión de gobierno. Una larga tradición profética en la Biblia deja bien clara la diferencia entre la justicia de Dios y la impunidad de quienes abusan del poder, interpretan el derecho como mejor les conviene, y despliegan una violencia descomunal contra la vida del pueblo por pura avaricia para sostener sus ambiciones y sus lujos. Incluso Pablo habla de respeto a la autoridad porque la autoridad viene de Dios (Romanos 13,1). ¿Qué pasa cuando el ejercicio del poder público no contempla aspectos básicos de respeto por la vida de las personas como establece la autoridad de Dios (Ezequiel 34, Juan 10)?
¿Qué significa en estos escenario con Estados de excepción «oren por sus autoridades» (1 Timoteo 2,2)? Las oraciones en los tiempos bíblicos eran acciones públicas afirmativas de valores colectivos, de reclamo de derechos, de demanda pública, desde la fe del pueblo, como los salmos, oraciones cantadas públicamente. En la actualidad es común escuchar en la vía pública y en los templos las oraciones demandando, desde la fe, mejores condiciones de vida para la población. Quizá a modo de ejemplo, una de las oraciones más sentidas de nuestro pueblo, en estos tiempos, sea “Solo le pido a Dios”, de León Gieco. Una canción, que no casualmente, ha sido versionada en el mundo entero.
Las personas con responsabilidades en las iglesias estamos a cargo de la comunicación pública de La Palabra de Dios. Estamos viviendo un nuevo kairós, un nuevo tiempo de cambios profundos, un cambio de época, para el cual necesitamos volver a prepararnos, educarnos y organizarnos.
Como en el caso de tantas religiones que esperan y aspiran a un momento de realización total y profunda de toda la realidad, así la comunidad cristiana espera la realización plena de toda la creación en el reino de Dios. ¿Acaso en este contexto existen expresiones de fe que piensan que el reino de Dios es igual a la toma del poder público por las religiones e iglesias? La asociación de iglesias y partidos políticos para acceder a los gobiernos en la historia de América Latina está bautizada de sangre. Las gestiones públicas de las teocracias actualmente existentes en el mundo están lejos de los estándares internacionales de derechos humanos fundamentales. La calidad democrática de los estados confesionales no resulta en mayor calidad de vida para toda la población por igual.
Nunca resultaron tan claras las palabras de Jesús cuando dice: “entre ustedes no debe ser así”, diferenciando de forma tajante su evangelio, su propuesta del Reino de Dios de los proyectos sanguinarios de los imperios vecinos y sus secuaces. El reino de Dios es de Dios. El evangelio es de Cristo. De la iglesia es la fe y la tarea, la esperanza activa, el testimonio público, el compromiso social, la lucha por más derechos, el cuidado de la gente.
La historia nos conduce a un tiempo de enorme relevancia para las religiones e iglesias y para nuestros pueblos. La denuncia pública de Jesús, indignado hasta las tripas por el sufrimiento del pueblo, dice sin ambages, el pueblo anda a la deriva como ovejas sin pastor. En la actualidad hablamos de Estado ausente En las teocracias, pastor era el término popular para hablar de líderes sociales y políticos. En América Latina los líderes sociales y políticos son perseguidos y asesinados por multinacionales que dan cátedra de civismo a fuerza de torturas y desapariciones y pretenden salvar a los pueblos en desarrollo de la ideología, la corrupción y el Estado.
Este tiempo, que pretende presentarse como un apocalipsis revolucionario, sin embargo, se revela opaco, cruel y oscuro, para la salvación de los pueblos. Si la propuesta de salvación del pecado y la muerte (Apocalipsis 21,4) que predican las iglesias son modelos económicos que ya han conducido a los pueblos a estallidos sociales estamos lejos de un cambio espiritual profundo y de la promesa del mundo nuevo de la esperanza cristiana (Apocalipsis 21,1-27). La iglesia cristiana no predica gobiernos, predica el evangelio de Jesucristo.