Este 2024, en una misma semana, acudimos a dos eventos de alta magnitud en el plano de la diplomacia internacional: a principios de abril, el ex vicepresidente de Rafael Correa, Jorge Glas, fue secuestrado de la embajada mexicana en Ecuador violando el derecho de asilo político que había solicitado y el país azteca le había concedido. Fue un operativo vistoso, donde las imágenes mostraban cómo los miembros del ejército ecuatoriano trepaban las paredes de la embajada, golpeando incluso al propio embajador mexicano.
Pocos días antes, Israel atacó con misiles el edificio del consulado de Irán en Damasco -la capital de Siria- matando a siete personas, entre las que se destaca la presencia circunstancial de Mohamed Reza Zahedi, uno de los comandantes de mayor rango de la Guardia Revolucionaria, es decir, de las fuerzas armadas iraníes. No hay que ser detective para entender que el gobierno de Netanyahu tenía el dato fresco y decidió usarlo para darle un mensaje contundente a Irán, en medio de su cruzada para ocupar Gaza en Palestina. “Los dos casos tienen dos puntos de contacto. El primero, es que se están cruzando lo que en principio deberían ser líneas rojas. Y lo otro, que cuando pasó lo de la embajada, el presidente de México dijo: no hubieran hecho eso si no hubiera detrás un país o una potencia respaldándolo. Diría lo mismo en el caso de Israel (…) en ambos casos esa potencia cae de maduro que es Estados Unidos”, expresa el sociólogo y cronista Marco Teruggi, mientras empina una limonada recién exprimida.
Hay una pérdida absoluta de interés en mantener las formas: incluso aquellas impuestas luego de la Segunda Guerra Mundial, como la Convención de Viena sobre inmunidad diplomática, que se suponía nos encaminaban -por fin- a sociedades más civilizadas y respetuosas de los DD.HH.
Alicia Castro, quien a partir de su trayectoria diplomática tuvo la posibilidad de conocer de cerca muchos procesos políticos, y que actualmente forma parte de la Internacional Progresista, espacio que reúne a filósofos, ensayistas y políticos de la talla de Noam Chomsky (EE.UU), Yanis Varoufakis (Grecia) o Jeremy Corbyn (Reino Unido); sintetiza de un modo contundente esa sensación de desarme: “El Derecho Internacional está muerto, lo están sepultando en Occidente.” Y se explaya sobre el argumento instaurado en Occidente para avanzar sobre territorios ajenos: la idea de “proteger” la libertad a nivel mundial. “El objetivo de proteger los ´derechos humanos´ habilitaría a cualquier país del mundo a intervenir en un lugar donde supuestamente se estuvieran violando; lo cual obviamente resulta enteramente subjetivo para los patrones que se usan hoy en día, donde todavía están discutiendo si Israel está o no haciendo un genocidio en Gaza, cuando es un genocidio a cielo abierto” reflexiona Alicia, haciendo una pausa entre palabra y palabra. Su expresión cambia, sus ojos se humedecen, le cuesta nombrar lo innombrable.
De la mano de esta idea, los autores Michael Hardt y Sandro Mezzadra escribieron para el sitio Sidecar -un blog de sectores de izquierda estadounidense- una interesantísima nota donde proponen el concepto de “régimen de guerra” para describir la naturaleza del actual período: “Esto se puede ver, en primer lugar, en la militarización de la vida económica y su creciente alineación con las demandas de la «seguridad nacional». No sólo se destina más gasto público a armamentos; el desarrollo económico en su conjunto, como escribe Raúl Sánchez Cedillo, está cada vez más moldeado por lógicas militares y de seguridad. (…) Los límites entre lo económico y lo militar son cada vez más borrosos” explican.
Los datos duros acompañan: si hay un presupuesto que en el mundo entero no ha dejado de subir, es el militar. En 2023 -según datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, SIPRI- el gasto militar mundial marcó un nuevo récord de incremento, alcanzando la impresionante cifra de 2,44 billones de dólares. Estados Unidos rankea primero en “inversión en defensa”, con un aumento del 37%, y le sigue China, con un 12%. En la lista aparecen luego Rusia, India, Arabia Saudita y Reino Unido. Teniendo en cuenta la guerra con Ucrania que se arrastra hace más de dos años, el gasto en defensa ruso representó en 2023 el 5,9% de su PBI y el 16% del presupuesto total del Estado, los porcentajes más altos desde la desaparición de la Unión Soviética en los años 90 del siglo XX, según explica Daniel Boffey para elDiario.AR. Israel no se quedó atrás y aumentó su gasto en un 24%, lo que en moneda significan 27.500 millones de dólares. Es fácil adivinar a dónde fue a parar ese arsenal. Para Teruggi, “las placas tectónicas de la geopolítica se están moviendo, y eso hace que haya una particular agresividad en casi todos los campos. La pregunta es cómo se sostiene la simultaneidad o no de conflictos”.
Ariel Duarte forma parte de la Asociación Civil Repliegue, que además de ser un medio de comunicación popular y escuela de formación (cuyo eje principal de discusión es la soberanía), llevan adelante una olla popular y solidaria en la Plaza del Congreso Nacional. También acaban de lanzar la primera historieta sobre la deuda externa argentina desde sus inicios y es alto material. Según plantea Ariel, estamos en la conformación de un poliedro, como acuñó en su momento el Papa Francisco, una “figura que tiene diferentes lados con sus particularidades pero que conforman el todo, ya no como nuevo orden mundial, sino como nuevo orden internacional. Son las naciones en armas que se empiezan a poner de acuerdo”. Ese nuevo “ponerse de acuerdo” se puede parecer, en los hechos, a la ley del más fuerte: “las naciones y sus fierros y su poderío como nación en armas tratan de delimitar cuál va a ser su lugar en el nuevo planeta que se viene”, expresa.
Mientras tanto, las instituciones globales que -a priori- abogan por la paz mundial y la prosperidad, están cada vez más desdibujadas y con menos inserción en la real politik. Cuando el embajador de la ONU de Israel, Gilad Erdan, llevó una picadora de papel a la Asamblea General de las Naciones Unidas del 11 de mayo (donde se votó mayoritariamente la integración de Palestina como Estado de pleno derecho, resolución probablemente tomada gracias a la culpa de no hacer nada para evitar la catástrofe humanitaria que se sucedía en paralelo) y picó a la vista de todos la carta fundacional de Naciones Unidas, un poco también quiso decir eso. Si no defienden los principios que nosotros defendemos, entonces sus observaciones no me interesan.
Una escena similar se vivió ante la sentencia de la Fiscalía Tribunal Penal Internacional (con sede en EE.UU) dictada a fines de mayo, que pedía el arresto a -nada más y nada menos- que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu y el ministro de Defensa israelí Yoav Gallant, por una larga lista de crímenes cometidos contra la población civil palestina. Que también lo hayan pedido contra los tres principales líderes de Hamas, o en su momento contra otros mandatarios, demuestra que lo verdaderamente novedoso es que se trate de miembros de un país poderoso y aliado de Occidente. Más allá de la esperable reacción israelí de total indignación, fue el propio EE.UU quien salió a la defensa a ultranza de su archi amigo: el presidente del Congreso norteamericano, el republicano Mike Johnson, anunció que la Cámara de Representantes buscará la opción para “castigar al Tribunal Penal Internacional”. Es decir, perseguir a la propia fiscalía que hace la denuncia; porque las normas están hechas para algunos, pero de ningún modo para todos. La pregunta se cuenta sola: ¿para qué sirven los organismos internacionales si no es para poner límites a las potencias más poderosas, cuando las limitaciones de los débiles son obvias?
Hay territorios en disputa, hay recursos naturales en juego, hay poder militar cada vez más desarrollado técnicamente, hay economías en pugna. Cabe pensar entonces, si la pasada de rosca militarista no es realidad una nueva etapa del capitalismo. Para Hardt y Mezzadra no hay dudas: en el actual régimen “la gobernanza y las administraciones militares están estrechamente entrelazadas con las estructuras capitalistas.” Como ejemplo de este entrecruzamiento, pensemos en el equipo de fútbol profesional alemán Borussia Dortmund, que a fines de mayo dio a conocer su nuevo patrocinador: se trata de la empresa de armas Rheinmetall, la cual participó en las dos guerras mundiales y actualmente provee armamento a Ucrania. Esta inédita asociación (existen empresas de apuestas online, como en Argentina, Betsson y Codere, que visten las remeras de Boca y River respectivamente, marcando un cambio sustancial respecto a otras épocas) ya generó polémicas en muchos de los seguidores del equipo germano.
La pregunta que nos acecha sobre esa convivencia entre capitalismo y régimen de guerra permanente, es dónde quedan orbitando los sistemas democráticos: ¿es acaso compatible este nuevo escenario con la concepción de democracia moderna que se supone nos rige hasta el día de hoy? ¿Hay lugar para la disputa de ideas cuando hay tantas armas -y tanta desigualdad- dando vueltas?
Lo que sí se vislumbra es cierto vacío de imaginación, una falta de proyecto al final del túnel. Como expresa la doctora en comunicación social Natalia Romé reeditando la mundialmente conocida expresión del intelectual italiano Antonio Gramsci: “lo viejo no termina de morir. Punto”.
El fin de la metáfora: las corpos al poder
En paralelo, la reconfiguración del viejo continente también marca un rumbo: en las elecciones del Parlamento Europeo del mes de junio, ganó el espacio de las centro-derechas y conservadores, y retrocedió el abanico que unifica progresistas y socialdemócratas. Hasta aquí no tantas novedades, sino fuera por el increíble salto que dieron los grupos de extrema derecha en países como Francia y Alemania -históricos abanderados de la UE-, abonando a la tendencia de varios países con sus elecciones particulares, como el caso de Viktor Orbán en Hungría o Giorgia Meloni en Italia.
Por su parte, a nivel comunidad europea, la izquierda en general, ha obtenido el peor resultado en los últimos 40 años y en algunos países como España, siguen retrocediendo experiencias en su momento innovadoras y rupturistas, como lo fueron Podemos o Sumar.
La presunción latente de estas elecciones parlamentarias es que cada vez más los espacios de la derecha tradicional necesitan a los grupos ultras para disputar poder. Y no se trata solo de unirse y tensionar discusiones puertas adentro; sino de la adopción de sus posturas en agendas claves de la UE: la cuestión migratoria, la disolución de tratados en común, el avance de las estrategias militares. Un dato para prestarle atención: el arribo como eurodiputado del influencer español Alvise Pérez, quien logró su escaño gracias a una breve e intensa campaña cuyo slogan fue “Se acabó la fiesta”. Con mensajes de desprecio, sus propuestas se centran en reducir el Estado y el gasto público, y denunciar la corrupción de los grupos tradicionales de la política española. Sus votantes son mayormente hombres menores de 30 años y la primera propuesta fue sortear su salario. ¿Les suena familiar?
Poco a poco, las ultraderechas se comen los discursos de su hermana mayor, mientras apuestan a una mayor articulación mundial de ese espectro ideológico. Basta ver como VOX en España se volvió un acérrimo compañero de aventuras de Milei en Argentina, convirtiéndolo en invitado estrella en la Convención “Europa VIVA 2024” en Madrid. Las elecciones sorpresivas en Francia dieron un vuelco hacia la izquierda, marcando quizás una obviedad, pero también un aprendizaje: que ante el crecimiento de las derechas, hay que establecer programas que contrarresten el escenario, a partir de la convergencia de ideas y espacios políticos. No dejar esa bondad siempre al enemigo, porque la unidad parece ser el único camino a una posible victoria, o modestamente, a cierto freno en momentos de retrocesos.
Por su parte, en materia de política exterior, Argentina asumió una alineación cuasi pornográfica y totalmente sobreactuada con Estados Unidos e Israel, entregando en bandeja el control de nuestra información estratégica y tirando leña al fuego en conflictos bélicos de territorios demasiado lejanos, geográfica y culturalmente. Y mientras más nos acercamos al eje OTAN y a los grupos de ultraderecha mundiales, más nos alejamos de posibles encuadres latinoamericanos; sin hablar del silencio sepulcral ante el reclamo histórico por Malvinas gracias al amor incondicional que el presidente declama hacia Margaret Thatcher. Estamos mucho más cerca de enviar armamento o soldados a alguna guerra ajena (abandonando la histórica posición de neutralidad), que de mandar ayuda humanitaria a Bahía Blanca tras un temporal devastador.
Hay otro peligro escondido también allí: según la interpretación de Repliegue, “la característica que tiene una guerra entre dos potencias es que el conflicto no lo dirimen en su propio territorio. Ellos tienen la capacidad suficiente para llevar la guerra a un tercer lugar que le llaman teatro de operaciones.” Ahora, de algún modo, están apostando a que esa disputa se de entre Irán e Israel y en Ucrania. “Pero si nosotros no actuamos inteligentemente nos vamos a ir construyendo como un posible teatro de operaciones de ellos”. No pareciera ser esa la mejor manera de abrirnos al mundo.
Desde que asumió, Javier Milei no solo viajó 4 veces a los EE.UU con diferentes pretextos, sino que la naturaleza de sus múltiples excursiones (hasta mediados de junio, 8 viajes al exterior que incluyeron el Foro de Davos, una visita a Israel en pleno conflicto, el ya mencionado mitin de las derechas en Madrid o el G7 en Italia), se debió principalmente a invitaciones que buscaban su propio reconocimiento como dirigente político (en ese mismo viaje a España no solo no tuvo al menos un encuentro protocolar con su par Pedro Sánchez, sino que se dedicó a hablar mal de él y de su mujer pero sin nombrarlos, cual niño de primaria; o a recibir premios de organismos ignotos, o a dar presentaciones de su libro). En definitiva, poco o nada de trabajo diplomático y de posibles intercambios comerciales que representen al país que gobierna, pero sí mucho al objetivo de apuntalar mundialmente una nueva derecha deshinibida que pretende “ir por todo”.
Mientras tanto, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania persiste, a pesar de que el bloque Europa – EE.UU apostaron a un desenlace más bien rápido, con una Rusia mediáticamente destruida y económicamente acorralada; apuesta que no salió muy bien, porque todo indica que va para largo. Según explica la revista francesa de análisis geopolítico, El Grand Continent, “Vladimir Putin está dando a entender que quiere prolongar la transformación de Rusia en una economía de guerra. Con pocas perspectivas de que se detengan los combates tras la cumbre sobre la paz en Ucrania que se celebrará en Suiza los días 15 y 16 de junio, el presidente ruso parece estar preparándose para la perspectiva de una guerra larga. Para ganarla, necesitará el apoyo industrial y económico de China.”
Y hablar de China es hablar del puto amo: si alguien sabe como jugar lento para jugar fuerte, ese es China. El gigante asiático va a otro ritmo que el exacerbado acelere del mundo occidental y entiende los tiempos históricos de otro modo, gracias evidentemente a su carácter de pueblo milenario.Todas las economías fueron cediendo tarde o temprano a su seductora billetera y tanto por su capacidad monetaria, su desarrollo tecnológico o su visión a futuro, China se aseguró invertir en áreas estratégicas de muchas partes del mundo (África está prácticamente copada por las empresas chinas). Rusia, por ejemplo, perdió terreno para colocar su producción de gas en Alemania tras embarcarse en la guerra con Ucrania (y ser Ucrania la carmelita descalza que todo Europa defiende) y ahora no puede darse el lujo de perder tantos ingresos. ¿Quién puede absorber semejante producción y que no sean ahora países enemigos? No hay muchas opciones: China, y en segunda medida, India.
Si seguimos en la línea de eventos del año, en noviembre se desarrollarán las elecciones para presidente de EEUU y Donald Trump tiene muchos números para volver a la Casa Blanca, cual vaticinio de “Years and Years”. El intento de asesinato -o al menos, esa es la versión oficial- que solo quedó en un rasguño en la oreja, en medio de una presentación del candidato republicano, podría sumar más agua para su molino. El evento será clave para entender si habrá un giro aún más pronunciado hacia las derechas del mundo, pero además porque la hegemonía del gigante se percibe en crisis y son esos los momentos donde la cosa se pone más violenta. Y en eso los demócratas y los republicanos no son tan distintos: la guerra como método de supervivencia, como motor de la economía, no falla. “La hegemonía estadounidense ya no es tal, y hay un incremento en la capacidad económica militar diplomática y de influencia de las potencias que son una amenaza directa para los Estados Unidos, que además reconocen de forma muy explícita”, describe Marco Teruggi.
Esta hegemonía en crisis de EE.UU (aunque en el plano cultural, sigue siendo avasallante) no ubica necesariamente a otra potencia en el centro de la escena: son muchos protagonistas peleando cartel y en conflicto casi permanente, como el poliedro antes mencionado.
Pero otro dato relevante tiene que ver con el sujeto emergente detrás de ese poder: cada vez más, ya no hablamos de Estados sino de empresas o de cuerpos económicos lo suficientemente robustos como para definir sus intereses económicos por sobre cualquier otra cosa. “Este dominio de las corporaciones financieras sobre los Estados era previsible también en la medida que se debilitaron los Estados. Y creo además, que la izquierda, el progresismo en general, no supimos evaluar el impacto de la transformación comunicacional mediática, que es una semiótica completamente diferente” reflexiona Castro, apuntando al menos a dos elementos cruciales para entender el nuevo contexto internacional: el peso cada vez mayor del sector financiero -volátil y carroñero- en la economía mundial, y el rol de las redes sociales en la construcción de la subjetividad política de las sociedades.
Argentina es un exponente en ese sentido: nos convertimos en el experimento mundial de cómo un gobierno sin experiencia institucional ni formación -repleto de cantantes frustrados y cosplayers, adicto a las redes y las imágenes de IA- da rienda suelta a sus deseos de exterminio del sistema público y estatal, a lo que queda de soberanía y -en general- a todo lo que se mueva. El ajuste económico avanza, aún con resistencias mediante, mientras el nivel de articulación del campo popular -incluido organizaciones y espacios políticos “de este lado del mostrador”- muestra indudables flaquezas.
En materia legislativa, la Ley de Bases (antes llamada Ley Ómnibus) y el DNU 70/2023, fueron las puntas de lanza del proyecto mileista. Aún con las modificaciones, está claro que se afianzó con su aprobación, una política de libre mercado y entrega inmediata de recursos. En este punto, el Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones, es la frutilla del postre: “El RIGI es una política agresiva en ese sentido. Es el Estado Nación diciendo que por 30 años las grandes empresas que traigan inversiones arriba de 200 millones, van a tener una justicia en el CIADI, ergo no van a responder a la Justicia Nacional, y estarán exentas de impuestos para importar, para exportar, y las provincias y municipios no le podrán poner impuestos”, sintetiza Marco. Un “modelo aggiornado de neocolonia bastante explícito”, dirá más adelante nuestro entrevistado.
En sintonía a lo que venimos mencionando, no pasa desapercibido el siguiente evento: el día anterior a que se apruebe la Ley Bases en el Senado, se reunió la comisión de Defensa Nacional de la Cámara de Diputados, presidida por Ricardo López Murphy. Allí, el secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa, Juan Battaleme, y el jefe del «Programa F-16» desarrollaron «Doce criterios, una matriz con áreas, campos y factores, para evaluar las propuestas con datos duros para que quien tuviera que tomar decisiones, contará con todos los elementos» para que nuestro país pase a ser “Global Partner” de la OTAN. «Compartimos el 98% del equipamiento militar de la que nos nutrimos en términos educacionales, de equipamiento e inteligencia», explicó. Very good my friend.
En ese marco de alineación con el afuera, el concepto de unidad nacional puertas adentro sufre un vacío existencial. Más de uno, teme que Argentina entre en un proceso de balcanización a lo criollo: gobernadores y fuerzas provinciales que apuestan a sus localismos y utilizan el tablero legislativo para rosquear fondos para sus territorios, sin ponderar lo que implica ese cambio de favores en los intereses del país todo. Los ejemplos del cordobesismo o el misionerismo como construcciones de sujetos políticos identitarios; la propuesta surgida en 2020 de que Mendoza se “independice”; o las recientes alianzas de los gobernadores de la Patagonia y del Norte Grande, sirven como antecedentes para ver en este miedo irracional, algo de posibilidad. “El modelo federal que hoy tenemos sirve más para la fragmentación nacional. La provincialización de los recursos te deja desprotegido a la hora de negociar y eso hace que se genere una mayor desigualdad en las relaciones de las provincias”, explican desde Repliegue.
Para Marco Teruggi “habría un estado previo a la desintegración, que sería el debilitamiento”, en relación a esta problemática de la concepción nacional. “Hay un debate a nivel mundial, debate que China no tiene de esta manera, ni Rusia tampoco porque construyeron política al respecto, que es el crecimiento de las grandes empresas multinacionales que pasan progresivamente a tener más poder económico y político que algunos estados-nación”, expresa. Quizás no sea esa la forma que tome -una estricta fragmentación por provincias-, pero la sola posibilidad de que las regiones argentinas respondan a divisiones realizadas por el mercado transnacional, debería ser causa de alerta. La zona del litio, la del petróleo, la de la soja: una nueva distribución económica del territorio (y del trabajo asociado).
Para Repliegue, “ser teatro de operaciones de una guerra internacional es una forma de que te balcanicen”. Eso implica la estrategia repetida por EE.UU (y puntualmente por los demócratas: Hillary Clinton lo desarrolló como especialista en Egipto y Libia, entre otros) de llevar adelante guerras no declaradas como tales, que genera fricciones y luchas intestinas. En ese contexto, Argentina tiene poco margen para defenderse. “Los británicos en 1806, 1807 aprendieron que ellos pueden invadir, pero no se pueden quedar. Solo en el escenario de una guerra civil Argentina es posible que se ocupe y se fragmente territorialmente. El imperio te incluye en lo cultural, y te fragmenta en el plano civilizatorio”, sentencian los compañeros.
¿Cómo llegamos hasta acá?
“Hubo un tiempo que fue hermoso”, canta Sui Generis, y para Alicia Castro está claro cuándo fue: “la construcción de un mundo multipolar sin hegemonías, de naciones iguales y soberanas y de personas iguales todas y cada uno con derecho a la felicidad, nosotros la transitamos 20 años atrás. Eso fue la construcción del bloque latinoamericano y caribeño: la Unasur. Y eso fue la CELAC, que se fundó el 3 de diciembre del 2011 en Caracas.” Aquella época, signada por la presencia de referentes como Hugo Chávez, Lula Da Sila, Néstor Kirchner -los primeros años- y Cristina Fernández, y con la presencia aún viva de Fidel Castro, llevó en sus entrañas algo aún casi tan interesante como la experiencia en sí: no sólo la existencia por primera vez de un bloque americano con Cuba y sin EE.UU, sino la posterior derrota del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), que fue, según varios analistas, la más importante derrota de EE.UU en términos estratégicos luego de Vietnam.
Pero el tiempo pasó, las distintas experiencias mostraron sus propias limitaciones y sobre todo el martilleo constante no solo de las potencias del norte, sino de los sectores más concentrados de la economía -nacionales y transnacionales- hicieron su propio trabajo.
Ahora es tiempo de reconfiguraciones, en un escenario que se mueve a otra velocidad. La versión light del actual gobierno de Lula contiene altas dosis de status quo, aunque intenta mantener una impronta internacional íntegra, jugando un peso importante en los BRICS y apostando a crear vínculos más estrechos con los países de América Latina, como con la Colombia de Petro. El panorama no lo ayuda al ex y actual mandatario brasilero: el mundo ya no es el mismo, cambió todo el equipo de la región y el paso de Jair Bolsonaro y su requiem de la triple B – bala, biblia, buey- dejaron profundas huellas en una sociedad fragmentada y profundamente desigual. Tampoco puede descartarse que JB vuelva a intentar disputar una nueva presidencia, teniendo en cuenta el favorable panorama derechoso del continente.
Lo que está claro es que el proyecto de unidad latinoamericana con mirada estratégica de soberanía, hoy en día, está lejos. García Linera dice que “no hay, por ahora, hegemonías largas” y que “por un tiempo, no las habrá”. Tampoco sabemos cuales son los detonantes que hacen que un contexto cambie radicalmente, cual es la chispa que enciende el fuego. Por eso siempre hay que estar preparados.
Lo que también es bueno recordar es que el nivel de dependencia propuesto ahora no es tan distinto del ensayado décadas atrás: bien a principios de los 90, el llamado Consenso de Washington -encarnado por Carlos Menem en Argentina, Carlos Salinas de Gortari en México y Alberto Fujimori en Perú, principalmente- mostraba el auge del neoliberalismo. Como ahora, las prédicas contra los sindicatos “corruptos”, la concepción de un Estado chico y lo menos participativo posible, y el mantra de la “necesidad de abrirse al mundo” calaron en el diálogo social y fueron el camino a seguir durante años. También como ahora, la entonces derecha tenía un slogan, un latiguillo repetido que los exoneraba de cualquier consecuencia social: “Es lo que hay que hacer” decían, como si no hubiese otra salida o modelo posible. Ellos no eran malos, hacían lo que había que hacer porque eran buenos. Por momentos, tan parecido es, que hasta tenemos muchos personajes de entonces, repetidos en la actual estructura de gobierno.
Repensar los hechos con perspectiva histórica, ayuda a entender los ciclos de cada proceso. El tratado del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) -redactado en Miami en 1994- era el toque final del Consenso de Washington, e implicaba la reducción de las barreras arancelarias para dar lugar a un espacio común de libre comercio, que beneficiaba a las empresas más grandes o con mayor capacidad, que ¡adivinen en qué país del norte se encontraban! El ALCA fue enterrado en Mar del Plata en 2005 de la mano de una ola popular emancipatoria que sacudió la pachorra social de los 90 y del rol fundamental y la impronta contestataria del entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. ¿Qué enseñanza podría dejarnos este pequeño recordatorio? Que América Latina fue y sigue siendo un territorio en disputa. Como sugiere Teruggi, los nacionalismos pueden surgir en cualquier lado y de muchas formas, pero “para pensar nacionalismos emancipatorios, de democracia participativa, de ruptura del modelo, creo que hay que buscarlos en América Latina.”
Para Castro, hay por lo pronto una dirección de búsqueda: “la verdad y la memoria, saber de dónde venimos para ver dónde podemos estar y a dónde nos podemos proyectar.” Este autoconocimiento implica levantar la autoestima como pueblos, valorando nuestras victorias, que no son pocas: “recuperar ese tono de que no somos cualquier pueblo; somos el pueblo que venció a las invasiones inglesas en 1806 y 1807 tirando aceite de las terrazas. Somos el pueblo que derrotó al ALCA”. Somos incluso, un pueblo que supo encerrar y ver morir a sus dictadores en cautiverio.
La famosa pregunta del ¿Qué hacer? formulada como tratado político en 1901 por Vladimir Lenin, sigue siendo la pregunta de todos los días para enfrentar un escenario más deprimente que esperanzador. Pero en la búsqueda de claves, es importante recalar en algo que nos diferencia sustancialmente del modelo del “sálvese quien pueda”, y de la búsqueda de guita como único propósito de realización. “Volver a lo analógico. Volver a todas las herramientas que permitan el encuentro entre las personas” dicen desde Repliegue. Quizás esto haga sentido con nuestro empeño de salir de las pantallas y volver al papel, tratando de abrir un espacio de tiempo que nos permita elaborar pensamientos y mirar de frente a esta época. Mirarla para poder, una vez más, darla vuelta.
Publicado originalmente en La Carlos N° 1: «Jinetes del derrumbe» – Invierno 2024.