Correspondencias del futuro con Virginia Woolf II
Los editores célibes y las escritoras insaciables
Por: Noelia Abraham, Rocio Frigerio
Si la literatura es una larga conversación entre unas y otras, como dejaste dicho en ese cuarto propio que es tu obra, Virginia, vuelvo a escribirte. Y me siento entre tus cosas tan a gusto como entre las mías, porque intuyo que en tus escritos dejaste abierta para siempre esa posibilidad. Si no conversamos, si no nos leemos, no hay literatura que aguante.
noviembre 13, 2023

“Respeten y amen lo mío como si fuera suyo. Entonces podrán ser mis jueces”

Marina Tsvietaieva 

 

 

Virginia, querida:

En uno de los banquitos que rodeaban el pino raquítico del patio de Puán, un editor que no sobrepasaba los 25 años, pero se ve que ya conocía ese oficio de guardián que le tocaba, ante ese edificio –por no decir local- que es una Editorial para una escritora, cuando se tiene más textos escritos que publicados me dijo: tené cuidado, que no te pase como a Emily Dickinson.

Y yo pensé: ¿que me traduzca Silvina Ocampo?

Esto, por supuesto, no pude decirlo Virginia, porque tenía 23 años y no sabía que Silvina había traducido a Dickinson pero más que nada, porque no conocía a Emily Dickinson.

Emily Dickinson. 1775 poemas escritos, 7 publicados. 1775 menos 7 que publicó en vida menos los 596 que tradujo o tradució Silvina Ocampo (Silvita, Silvett). Para ser poeta, como verás, hay que saber sumar, multiplicar y sobretodo, restar sin miedo.

Cuando asistía a la universidad, y me sentaba a leer el programa de alguna materia, me saltaba las justificaciones, los permisos pedidos, los malabares teóricos y pasaba directo a la lista de obras –que yo solo sé leer en nombres de autoras. ¿Santuario o Cementerio? de esa manera elegía.

Ese día había ido a cursar, pero no entré. ¿Por qué ir a un lugar que una misma eligió y llegada a la puerta, decidir entrar para no entrar?

Si tuviera 23 años, como ese día, esta idea me atormentaría días enteros. Hoy, 13 años después, entrar para no entrar no necesita explicación. La literatura tampoco.

¿Oís Virginia? Hace 94 años no te dejaron entrar a la Biblioteca, porque no llevabas un varón guardián. Y nosotras, un siglo después, entramos para no entrar. Aún con el derecho a entrar.

13 años después, en esa misma casa de estudios, se creó la cátedra Teoría y Estudios Literarios Feministas. Su bibliografía se puede pesar en kilos o gigas. Ya pasaron mis años de estudiante de universidad, solo puedo decirte que tu nombre, Virginia, aparece primero, y unido al de Victoria Ocampo. Y la distancia, que odiaba Victoria Ocampo, ese océano del Atlántico que consideró su enemigo, entre su voz y la tuya, y que no solo aprendimos a cruzarlo, sino que además hemos decidido que algunas de sus islas, de sus archipiélagos tengan otros nombres, otras coordenadas.

En cualquier siglo, la única preocupación de una escritora es entregarse a la labor de escribir. Escribir viva. Pero antes de llegar a ese punto, necesito restar y sumar; más y peor.

En tu cuarto propio historiaste que las mujeres en Inglaterra desde 1866 tuvieron dos colegios universitarios y a partir de 1880 una ley que les permitió ser dueñas de sus bienes y que en el año 1919 pudieron votar. Nos instaste a no ser ignorantes.

Dora Barrancos, en Mujeres en la Sociedad Argentina, deja por escrito: desde 1869 el Código Civil Argentino había aclarado que las casadas no podían administrar bienes ni trabajar, estudiar o declarar ante la ley sin autorización de sus maridos.

El Código Civil argentino lo hizo Vélez Sarfield inspirado en los romanos; en Napoleón Bonaparte (que tupé), la normativa prusiana (que no tienen nada que ver con Proust, Marcel) y un brasilero llamado Freitas en presidencia de Sarmiento -y todo esto lo digo para no ahorrarnos nombres de calles, imperios y escritores.

En 1870 se crearon las primeras Escuelas Normales, destino-maestras, pero solo las solteras.

En 1896, fundada la Facultad de Filosofía y Letras, marchen derecho las normalistas para allá.

Pero nos cuenta Dora, que en el censo de 1895 teníamos 12.000 estancieras, viudas. Si huérfana o sin fortuna –perdida o nunca tenida- la enseñanza era la opción, o la costura. En el mismo censo teníamos 120.000 costureras, 40.000 mujeres desollando ganado, esquilando, cosechando hortalizas, que primero sembraron, y todas las labores campestres que tanto se hacen en la parte rural de nuestro país ¿Eran las mismas que vendían en las ferias?  34 escultoras, 20 litógrafas, 3 tallistas, 3 grabadoras y 3 arquitectas.

No tengo los números de cocineras, mucamas y lavanderas, pero de seguro eran muchísimas, más que estancieras, más que maestras, más que escultoras. 

Por suerte entré para no entrar porque no hay nobleza que obligue. No me importa decir bien, ni saber. Soy una mujer joven, nacida de una mujer que limpiaba casas, que a su vez nació de otra mujer que limpiaba casas. Nacida a su vez de otras mujeres que escribieron antes, durante y después. 

La universidad siempre estuvo ahí y sin embargo que difícil era llegar, los colectivos, los trenes, los trabajos mal pagos, los apuntes que no alcanzaba a comprar. Pero la mayor dificultad fue tragar literatura. La mayor alegría -los banquetes escondidos, encontrados en librerías de usados, en blogs, en papeles fotocopiados. Esa literatura que no es santuario, ni cementerio ni escultura-monumento.

Las verdaderas obras se hacen por fuera de las editoriales y los premios consagrados, por fuera de las universidades, a contramano de las editoriales y las viejas novedades.

Recuerdo una reunión con editoras. Dirimíamos un tema central. A las convocatorias que lanzábamos, recibíamos un 70% de escritos de varones. No era difícil de explicar, ¿pero de resolver?

¿Qué habían estado haciendo nuestras madres para no tener bienes que dejarnos? le dijiste a Mary Seton, con ironía: ¿maquillarse, mirar vidrieras?

Yo estoy en el punto exacto donde el Río de la Plata se mezcla con el mar Atlántico. Alucino los barcos ¿o las naves? de los conquistadores. Reconozco en la playa, en las pequeñas olas que tapan los pastizales, en el cielo gris que se pierde en el rio, la certeza que pierdo cuando escribo.

Para Victoria Ocampo el Atlántico es su gran enemigo, así lo declara en “La mujer y su expresión”, escrito en 1936. Matar la distancia es su guerra.

Alucino resistencias guaraníes, el festín de la carne santa. Devorar al otro en la Isla Martín García.

Alucino matar el tiempo con alegría, un excedente alucinante.

Cuando se es escritora, el capitalismo es i nol vi da ble.

¿Por qué Virginia hablás de las cenas, los cantos antes de la guerra, los gatos sin cola? ¿No ves acaso que el tiempo es un bien escaso, que vas a impacientar?

No es necesario apresurarse. No es necesario brillar. No es necesario ser nadie más que uno mismo.

Poblar de riqueza la pobreza de las escritoras. Eso hace una poeta para otra poeta. Esa es la herencia clave.

A Saer le escribieron Zama de nuevo. Lucrecia Martel. Dicen que desde la categoría de género. Pero la teoría (cito a Meschonicc de memoria) es la reflexión sobre lo desconocido, y el trabajo de reconocimiento de todo lo que una no sabe que una oye, de que el lenguaje hace mucho más de lo que dice.

Como en Zama de Lucrecia Martel, a orillas del Paraná, desnudas, matar el tiempo con alegría en el río, en las casas de los conquistadores, en la casa de Saer, el encomendado. En bicicleta perseguir a Manuela, y todo el tiempo para ver las estrellas con la María en el trigal.

Matar el tiempo con alegría, en los cines, en los teatros, en las noches de poesía.

Matar el tiempo con alegría, como las indias en La cautiva de Aira.

Fabricar una máquina de billetes alucinantes. Una herencia hecha de versos, de oficio, de vida vivida. Y que otros fabriquen el capitalismo que queremos destruir.

No ser indolentes, ¿cómo no amar aquello que se nos disputa?

Mis amigas, las artistas, son empleadas de comercio, trabajadoras sexuales, incluso algunas empresarias, psicólogas, antropólogas, visualistas, docentes, músicas, actrices, modelos. Algunas tuvieron hijos, otras gatos y perros, algunas nada de eso. Viven en cuartos alquilados, galpones, monoambientes. Han hecho de la precariedad una fortuna o un lamento.

Se drogan, militan en causas, son peronistas o de izquierda –con la derecha no se juntan, debido a su profunda ignorancia, Tsvietaieva dixit. Se sacan selfies beboteando, se preservan de todo amor tóxico o se hunden sin reparos en historias que las dejan culo para arriba.

Son generosas con las que tuvieron herencia, con las que no alquilan. No le pisan la cabeza a ninguna, pero reconocen la diferencia. Militan la diferencia. No tienen contactos ni conocidos. Entran para no entrar. Salen para quedarse.

La riqueza que dejaremos, las herencias que disfrutarán otras, serán sobretodo simbólicas y no materiales. Ya ni hablo de un libro publicado, hablo de sobrevivir, hablo de escribir.

Quizás no suficientes para un mundo que se pierde cada cuarto de hora, para la naturaleza explotada, el clima estallado del planeta y de nuestra época.

De vos Virginia no heredé ni una pensión, ni un cuarto. Heredé tu voz, tu mirada, tu escritura y una cronología estallada. Esa es la única herencia que nos podemos permitir las escritoras.

 

Atentamente, lxs que escriben sin cuarto.

Autores

  • Noelia Abraham

    CABA
    Del ’86, nacida en el Oeste y criada por la literatura. Recibida de Lic. y Prof. en Letras con (des)orientación en Teoría Literaria en la FFyL (UBA) -para las amigas, Puán. Escribe riéndose de los géneros, pero si la apuran, es poeta. Enseña a amar lo que ama. Edita. Investiga. Y anota la vida, para notarla.

  • Rocio Frigerio

    CABA
    Diseñadora gráfica graduada de FADU y experimentada fotógrafa de bandas. Su pasión por lo analógico se refleja en el trabajo digital, y su estética siempre tiene un toque oscuro incluso cuando no es intencional.

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