Borges tiene un cuentito muy lindo que se titula La Trama. Sería bueno ir a leerlo antes de empezar. “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”. En una pequeña lección de narrativa, el breve relato compara la muerte de Julio César con la hipotética muerte de un gaucho diecinueve siglos después en la provincia de Buenos Aires. El líder romano es asesinado por su protegido; el cuento agrega un ahijado cargándose a su padrino, quien “no sabe que muere para que se repita una escena». Borges es un maestro y con el paralelismo está enseñando que el arte no está en observar matices entre semejanzas, sino en descubrir conexiones entre elementos distantes. Esa es la asociación ilícita que funciona de verdad. A Borges le encantaba este tipo de paradojas, como se lee también en Pierre Menard, autor del Quijote, otro relato fenomenal para pensar la reminiscencia, el retorno, la repetición, y que puede servir de background para la lectura que estamos a punto de perpetrar.
Ese jueves a la noche llegaba a casa exhausto. Me adivinaba cayendo en cama. Así que me impuse un plan tranquilo de reclusión conmigo mismo y alguna cosa de Netflix. Quizás Borgen, la ficción realista sobre la política de Dinamarca, una monarquía primermundista en la que mucho no pasa y el hecho de que una mujer ocupe el rol de primera ministra no escandaliza a nadie, ni en la ficción ni en la realidad. Como con casi todas estas series, resulta ameno pasear por algo apenas diferente a la vida real, que no exija tanta capacidad de abstracción. Les guionistas no son muy imaginatives y tampoco nadie se los reclama. Basta que sinteticen, esteticen o exageren algunos rasgos del presente para entretenernos. No sé cómo se llamará técnicamente. Sobre gustos hay mucho escrito, al revés de lo que dice el refrán. Todo un anaquel de la filosofía está ocupado por la estética, que se dedica a problematizar la belleza. Otras series, como Game Of Thrones, por ejemplo -hasta donde sabemos, la preferida de Cristina-, construyen un mundo aparte para hablar de este. Lo dijo Picasso: el arte es una mentira que dice la verdad.
Al subir al ascensor un mensaje me hizo sentir fuera del mundo: “¿viste lo de CFK?”. No estaba enterado de la última noticia sobre la mujer que, para bien o para mal, no hay quien lo niegue, puede cambiar el destino del país. Qué bajón, pienso, que tantos cuerpos dependan de uno solo. Si fuera el mío ya estaríamos en la lona. ¿Será democrático que tantas cosas, tantas familias, dependan de una sola alma? ¿Cómo hará? ¿Tomará Cura Plus, también? ¿De dónde sacará tanta fuerza? La ambición de poder, como dicen, ¿para cuánto da? Por supuesto, mi plan para relajarme salió mal. ¿Estaba aburrido? Estaba, como dice el meme. ¡Qué país más interesante! ¿No? Este país también es este país porque el partido se puede dar vuelta en cualquier instante. ¿No es eso lo lindo del fútbol y de la democracia? Ninguna serie podría haber competido en ese momento con nuestro House of Cards nacional, así que abrí en la compu una pestaña de C5N, una de La Nación +, y una de TN, a ver si más o menos me podía enterar. Inmediatamente vi multiplicada la imagen del arma apuntando a la cabeza y escuché los primeros y desconcertados comentarios periodísticos: es la primera vez que pasa esto, atinaron a definir. Muy preciso. Todo ocurre por primera y última vez, en verdad. Mientras tanto, uno de los columnistas no puede contener la sonrisa nerviosa que le provoca el jaque de la realidad. La gravedad del hecho interrumpe unas horas el discurso prefabricado. Es muy grande el riesgo de quedar en orsai. Pero no pasa un día hasta que vuelve la programación habitual y cada personaje retoma su papel en el teatro de operaciones coyuntural. En esta nota vamos a pensar sobre la república atravesada por la tragedia y la locura, y sobre las formas de la repetición.
Me invitaron a ver una obra en el Cine Teatro El Plata que queda en Mataderos y forma parte del gran Complejo Teatral San Martín. El espectáculo es una adaptación de Julio César, la clásica tragedia de Shakespeare (en esta versión, con la actuación estelar de Moria Casán y dirigida por José María Muscari). Sacamos las entradas varios días antes del atentado. La función coincidió con el sábado inmediatamente siguiente. Antes de ir me embargó el reconocimiento de mi ignorancia: no sabía mucho de la historia de Roma ni de Julio César. Aunque es algo que de algún modo uno conoce, de lo que tiene una vaga idea, porque forma parte de la cultura a la que pertenece. La mayoría de las figuras políticas nunca se convertirán en remera, pero este tipo tiene su propio mes del año, un procedimiento quirúrgico con el que se hace nacer a la gente, una ensalada y hasta un mono del Planeta de los simios. Decir Julio César, o solo César, en nuestra cultura, equivale a hablar de un gran líder político, amado y odiado. De un mito forjado al calor de la lucha por el poder, el patriotismo, la ambición, la traición y el amor. Y un evento que ocurrió hace más de dos mil años y sigue dando que hablar. El de Julio César es posiblemente el magnicidio más célebre de la historia occidental. No en vano Shakespeare le dio carta de ciudadanía en su repertorio. La obra forma parte de lo que se conoce como teatro isabelino y fue estrenada en Inglaterra alrededor de 1560. La tragedia de un líder político y militar, un dictador superpoderoso, y a la vez rodeado de lacayos chupamedias que lo convierten en una figura hiper vulnerable; ampliamente amado por su pueblo y por tanto un peligro para la república según sus colegas, que generó tal envidia en el establishment político de la época que derivó en un complot mortal.
Aprovechamos para recomendar la puesta en escena actual, que ir al teatro nunca viene mal y acá tenemos una cartelera de excelencia. Este país también es este país porque Buenos Aires es de las ciudades con la mayor tasa de dramaturgia por kilómetro cuadrado. En su representación local, la historia adquiere dosis de humor y fuerte resonancia contemporánea. Una Roma en Mataderos y un Julio César “drag-queenado”, según palabras de Moria. En una intervención trans-performática interesante -y muy Muscari- los personajes varones son interpretados por mujeres y viceversa, generando una disonancia estimulante. Me cuentan que es el mismo recurso de la obra Petróleo -del grupo Piel de Lava-, que está hace un largo tiempo sobre la calle Corrientes. ¿Se habrá usado ya en una obra de Shakespeare? Punto para el cabeza de equipo, si no. Una forma nueva de ver lo universal con ojos de criollos -y criollas-, como pedía Jauretche. La que no desentona es “La One”. ¿Quién, más que Moria, podría interpretar en esta versión al gran casi-emperador? Sin duda un hallazgo del director que la diva parece disfrutar. Y si de paralelismos se trata, qué mejor actriz que Moria, si se hubiera querido -así parece- generar una asociación con la figura de Cristina. La operación mimética que la obra insinúa -sin explicitar, porque sería muy burdo-, es que Moria, al ser Julio César, también es Cristina, es decir, que Cristina es Julio César y que, de algún modo, toda esa tragedia es también la nuestra. En un cruce entre textualidades históricas y contemporáneas, una discursividad clásica de un español anticuado se mezcla con modismos actuales que ayudan a traer los diálogos al presente, generar complicidad con la audiencia y producir momentos de comicidad que son musicalizados con canciones de Nathy Peluso. Hay un fragmento que puede servir para ilustrar nuestro punto:
-Kaska: ¡Hay que hacer mierda a Julio César!
-Casio: ¡Trato hecho, Kaska! Ya me encargué de mandarle mensajes perturbadores a Bruto. Y tengo una legión de trolls contratados creando tendencia y hashtags que darían terror a cualquiera. Tengo la certeza de que después de nuestro encuentro ese hombre se nos entregará entero.
-Kaska: Todo el mundo le tiene gran estimación al amoroso pelicorto de Bruto. Lo que en nosotros puede parecer un crímen, en él solo se ve como mérito y virtud. ¡Si logramos esta alianza, ni la grieta nos separa!
Ver la obra en el contexto del intento de magnicidio vicepresidencial resulta impactante. Más allá de los detalles que diferencian los acontecimientos, como que Julio César (JC) haya sido embestido a traición por sus propios colaboradores y la intercesión del milagro que evitó la conclusión fatal en nuestro caso, la coyuntura política y la retórica tendiente a justificar (o minimizar) el crímen son notoriamente analogables. Habría que leer a Shakespeare, ir a ver a Moria, o googlear la historia del magnicidio romano para acceder a los detalles, pero hay demasiados paralelismos, incluso antes del atentado en cuestión. Por eso, al salir del teatro pensé: alguien ya habrá desarrollado la comparación. Busqué. Pero no. Ninguna nota.
Ambas figuras, JC y CFK, representan, al menos en parte y en sus propios contextos, una misma cosa. Pero ¿qué cosa? Necesitaba algo que me explique ese hipervínculo histórico que juzgué tan nítido al asistir al espectáculo. Comentando la perplejidad, me recomendaron bucear en el pensamiento de Eduardo Rinesi. Quizás nadie esté más autorizado para hablar al mismo tiempo de filosofía política y de la obra de Shakespeare que el ex Rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Este país también es este país porque hay tipos como él que casi nadie conoce y te pueden salvar de un intríngulis político así. Uno de esos intelectuales de verdad que tenemos por acá, que revisitan creativamente el pensamiento universal y que si publicaran en inglés serían una sensación planetaria; autor de un libro reciente que se titula ¡Qué cosa, la cosa pública!.
Hablé con un investigador de la escuela rinesiana para que me explique si era válida mi apreciación y, más o menos, esto fue lo que me dijo: para la interpretación oficial, Julio César se convierte en un tirano y es muerto a manos de una confabulación para “salvar la república”. Pero es dudoso a priori, y conceptualmente poco ajustado, hablar de una conspiración en una república. No puede haberlas porque se supone que uno de los elementos del republicanismo es el consenso construido a partir de razones públicas. En aquel caso las razones se dan después, en los funerales de César. La interpretación no oficial, heterodoxa, más novedosa, inspirada en una perspectiva popular del republicanismo, es distinta. No es que a JC lo matan para salvar la república, sino porque es el último obstáculo republicano para el inminente advenimiento del imperio, ya que la Roma republicana no podía abarcar tantos territorios. El republicanismo anti-cesarista es el republicanismo más conocido: el republicanismo representante de intereses de sectores privilegiados y antipersonalista. Pero no es republicano por ser anti-cesarista, sino que es anti-cesarista porque es un republicanismo minoritarista y antipueblo.
“Hoy no hay posibilidad de diálogo político en el país porque el objetivo último de una de las partes es, ni más ni menos, violar el sistema que garantiza la posibilidad de diálogo. Es decir, quebrar los principios republicanos que habilitan la convivencia democrática y el reconocimiento del otro.”
Héctor Guyot, director del suplemento “Ideas” del diario La Nación, publicado el 10-09-2022
El trabajo de Rinesi se inscribe en una corriente revisionista de la tradición republicana que distingue entre republicanismo aristocrático y popular. Sería infinita la cantidad de disclaimers necesarios para emprender una lectura comparada rigurosa de la historia de Roma y la actualidad. Pero no pretendemos un ensayo académico. Baste mencionar que usar algunos conceptos de la antigüedad en un marco actual es toda una tarea arqueológica que se presta a un sinnúmero de anacronías. Las palabras república, dictadura y democracia, por ejemplo, no siempre tuvieron la misma connotación. De eso se ocupa una disciplina de la teoría de las ideas que se llama historia conceptual.
Lo que esta nueva perspectiva republicana viene a poner en duda es que a Julio César lo hayan matado por ser un tirano en el sentido aristotélico de la palabra: el gobierno de uno por el bien de sí mismo. Es la misma discusión a la que nos enfrenta la figura de Cristina, que mientras para gran parte de la población parece reducirse a una mujer ambiciosa, avara, desequilibrada o delincuente, para otra parte no menos convencida la trama se explica en el temor a una lideresa que se funda en un desprecio al pueblo.
“Si definimos el republicanismo como un antipersonalismo, entonces sí, claro, cada vez que veamos un líder personalista tendremos, en nombre de la república, que ir mandando al afilador nuestros puñales. Si en cambio elegimos definir al republicanismo como una apuesta por la res publica, por la cosa pública […] lo que deberíamos hacer, al revés, es preguntarnos cuánto ha favorecido –o cuánto ha perjudicado– a la defensa y a la promoción de esa cosa pública la existencia de ese tipo de líderes.”
Eduardo Rinesi en ¡Qué cosa, la cosa pública! (pag. 224)
No es tan difícil llegar a la conclusión de que, así como la oposición a Julio César no se basó en última instancia en un reproche institucionalista, la persecución a Cristina no se sustenta en su responsabilidad en hechos delictivos, nunca corroborada, sino en el escollo que representa para el desarrollo ilimitado de específicos sectores económicos. Lo que molestó de Cristina no fueron sus “formas” y no es su supuesta participación en la administración fraudulenta del erario público, que ocurrió y ocurre en todos los gobiernos. Si así fuera, existiría alguna fuerza política que proponga representar los mismos intereses que Cristina y que no la respalde. Pero sucede que los espacios que se le oponen proponen una política casi opuesta, lo que revela el proceso en su contra como una judicialización ilegítima de una orientación política económica para la cual es necesario romper consensos democráticos básicos y la institucionalidad republicana por la que se dice abogar.
Me pregunto, no obstante, otra vez, si será sensato que de un solo hombre o una sola mujer, de una sola alma dependan tantas más. Es la inquietud que válidamente plantea la historia de Roma y es una tragedia la respuesta, que recuperó Shakespeare y Muscari presenta ahora en la figura de Moria Casán. El resultado de matar a un potencial tirano redunda en una sucesión de tiranías mayores. Se reemplaza a un dictador (recordemos que esa palabra no sonaba entonces como ahora) muy querido por el pueblo para desatar una guerra civil y desarrollar el imperio. La consecuencia de la conflagración pseudo republicana no fue más república, sino menos. Bruto, que actuó con honestidad por lo que entendía el bien de la república, aunque un tanto perturbado por la incitación de sus pares, se da cuenta al día siguiente lo que realmente había hecho, desatando la furia de Roma y debiendo exiliarse finalmente en Atenas.
En el texto que Mauricio Macri habrá encargado que le redacten para que se exprese por lo sucedido, se menciona un episodio de 1991 en el que el entonces presidente Raúl Alfonsín sufrió un ataque similar por parte de una persona, luego declarada mentalmente incapaz y por tanto inculpable. El objetivo del texto es el de distinguir la “sabiduría” de Alfonsín para procesar lo sucedido “sin victimizarse”, en contraste con la actitud oficialista actual de “responsabilizar a la prensa de haber incitado al atacante”. En la expresión loquito suelto, que ha circulado ampliamente, se adivina una clave para interpretar los acontecimientos. La revista Crisis lo definió en una publicación así: “Lo que sabemos es que fue un acto ‘individual’, pero que está articulado con tendencias ideológicas de corte fascista que tienen cada vez más fuerza. En este sentido es un hecho de violencia de tipo ‘posmoderno’, cuya composición es psiquiátrico política”. La caracterización es alarmante porque tiende a inscribir, en parte, la disputa política en un discurso médico, patologizando al adversarie e impidiendo encauzar racionalmente la conflictividad, de una manera más sofisticada pero parecida a la que no hace mucho tiempo un periodista con título en medicina utilizaba al diagnosticar cotidianamente en TV que Cristina padece el síndrome de “Hubris”. A esta altura de una pandemia que nos desequilibró en mayor o menor medida a todes, sería interesante tomarnos en serio la salud mental, incluyendo las estrategias de desquicio que forman parte del arsenal en la disputa psico-política: acoso de trolls, intentos de quiebre emocional, promoción de escraches, incitación al pánico moral. Sin ir demasiado lejos ni responsabilizar a nadie en particular, al menos es válido formular la siguiente pregunta: ¿Hasta qué punto los desequilibrios psíquicos son una afección individual y aislada de la trama social, política y comunicacional en base a la que formamos nuestras concepciones de la realidad? Análisis más osados, en base a los datos trascendidos de la causa, se alejan de la idea de simple incitación, para asegurar una organización altamente planificada.
Después del asesinato de Julio César la historia de Roma dio un giro. Después del ataque a Cristina todas las tendencias parecen agudizarse. Lo que hizo el atacante fue materializar una fantasía inconfesa pero ampliamente extendida en el inconsciente colectivo. La idea -Baby Etchecopar dixit en la mesa de Mirtha Legrand- de Cristina como un cáncer a extirpar, sembrada tenaz y cotidianamente con pedagógica crueldad por los incontables pero nada diverses generadores de opinión pública que pueblan las pantallas. El pistolero neonazi es un bruto literal, pero farsesco. A diferencia del Bruto histórico, el nuestro no pudo conducirnos hacia la tragedia cesariana, pero nos hundió aún más en nuestra propia trama. El partido de la equidistancia debería ser el primero en reconocerlo como la punta de un iceberg. Después de las reaccionarias y las tímidas respuestas al grave atentado contra el orden institucional está más demarcado que nunca cada bando. En este punto del camino es demasiado angosta la avenida del medio y demasiado modesto el grado cero de la ética ciudadana y el compromiso con la paz.
Perón, que empezó su carrera escritural como dramaturgo y se enamoró de una actriz, decía que la política no se aprende, sino que se comprende. Me pregunto sobre la eficacia de denunciar o describir el funcionamiento de los discursos de odio. ¡Se me hace una expresión tan abstracta y conceptual! La puedo entender. Lo que no puedo es evitar dudar de su impacto real en la parte de la población a la que la categoría está destinada a esclarecer. ¿Se trata acaso de una lucha de datos? ¿O más bien de sensibilidades? En cualquier caso, los conceptos seguramente también pueden convertirse en afectos. Como los nombres. Como los mitos. Pero hay nombres y mitos y conceptos y gestos que convocan, persuaden, estimulan y ordenan, y otros que no.
En los días anteriores al atentado, en la nota Toda imagen representa un guión, Ezequiel Adamovsky se refería a los cánticos a favor y en contra de Cristina en los grandes escenarios del recital de Rosalía y la cancha de Boca, respectivamente. “La hegemonía –decía el autor, criticando la atmósfera de ruido enloquecedor que nos envuelve– cuando funciona, es silenciosa, casi imperceptible. Se abre camino sin que nadie lo note…”. Después del feriado decretado por el presidente para el día siguiente al del tiro que no salió, una amiga me contó una anécdota familiar que merece quedar en la historia como episodio microfísico en el que se cifra un poco de todo esto que venimos hablando. Transcribo:
-La empleada de mi mamá el viernes temprano le mandó un mensaje por wasap: señora hoy no voy porque quisieron matar a mi presidenta. Mi mamá, después de un rato, me dijo: le autoricé a María a no venir por la lluvia que no para.
La cita de Perón antes mencionada termina así: “La política es una sucesión de hechos concretos, en cada uno de los cuales las circunstancias varían diametralmente. Hay cosas que son semejantes y que pueden dar inspiración, pero igual no hay nada». Entender y reproducir consignas es lo más sencillo. Lo difícil es intervenir eficazmente en un juego de representaciones que es de largo plazo. Operar sobre pasiones y sensibilidades primarias y cotidianas sobre las que se fundan la racionalización, el cálculo y la decisión. Y comprender rápido, en nuestro caso, antes de morirnos de literalidad. Porque la violencia se reproduce demasiado velozmente. Quizás el gesto de voltear hacia el pasado y promover el teatro haga un aporte a la reflexión sobre el papel que cada quien interpreta en este escenario. No hacía falta gran poder de adivinación para anticiparse a nuestros idus de marzo. Aunque no haya ocurrido nada más que una grotesca exhibición de lo que ya pasaba tras bambalinas.