Fue como un virus: Camila Sosa Villada publicó “Las Malas” en 2019, y al poco tiempo, todo el mundo estaba hablando del libro. Circulaba, nos lo prestábamos, se regalaba en cumpleaños. Aparecía en las casas de muchísimas personas que pertenecen a la generación de lxs que “no lee libros en la cama”, pero que con Camila hacían una excepción. Algunos, lxs más sabiondxs, dejaban en claro que conocían a la autora de antes, que la habían ido a ver al teatro, o que leían su blog.
Poco tiempo después el libro fue premiado internacionalmente. Se traducía a lenguas, se vendía en el extranjero. Camila ya no solo actuaba, dirigía, escribía; daba charlas, conferencias, sostenía posiciones sobre la literatura y la práctica de la escritura, irrumpiendo con su cuerpo travesti sin pedir permiso.
El éxito de “Las Malas” es innegable. El libro se sostiene solo, con un ritmo fascinante. Nadie permanece indiferente a su lectura. Un retorno a sus páginas, a casi cuatro años de su publicación, trae sorpresas, espantos y suspiros, mientras se intenta digerir una voz que arrasa con todo a su paso, en el mejor de los sentidos.
Un parque y un bebé entre las ramas
“La infancia y las travestis son incompatibles” sentencia en algún momento la voz que construye Las Malas. La historia parte de desafiar ese principio: un grupo de travestis que levantan clientes en el Parque Sarmiento de Córdoba Capital escucha en la noche el llanto de un bebé. La Tía Encarna, quien a lo largo del relato va a pasar por todos los pasos del clásico “Camino del héroe”, sigue el llanto, y encuentra al bebé entre ramas y basura. Sin pensarlo dos veces decide acogerlo en su casa, como antes acogió a todas las travestis que llegaban a la ciudad.
A partir de esa escena iniciática, el libro se ramifica: aparece tarde (¡recién en la página 22!) una primera persona: “Yo voy muerta de miedo” dice, sobre la caminata de regreso a la casa de la Tía Encarna con el bebé en brazos. Ahí entendemos que la voz que observa y cuenta también es parte del relato. Aparece el personaje de Camila, quien va a dar testimonio de las historias que atraviesan a la manada travesti. Atentxs con ese gesto: el primer personaje que aparece es la manada, que funciona como “un mismo organismo” y de ahí se desprende el “yo” que nos acompaña. No viceversa.
Pero las ramas son muchas y con distintos tamaños, formas, y colores. El texto pivotea entre la infancia de ese “yo” enigmático, que cuenta las miserias de ser un mariconcito en el interior de córdoba, la crianza del bebé a quien la manada llama “El brillo de los ojos”, y las historias de las demás travestis del grupo. Por ahí desfilan desamores, violencias por parte de la policía y los clientes, el fantasma siempre presente del bicho, e incluso licencias fantásticas que trasvisten a la propia Córdoba gris, caliente y triste, y la presentan como un mundo donde las travestis pueden convertirse en pájaros, o ser lobizonas las noches de luna llena.
Observando entre las ramas
El texto no pasea solamente por los numerosos argumentos que desfilan por “Las Malas”. Es un libro bastardo en su contenido, pero también en su forma. La narración se interrumpe siempre en el momento justo para hacer observaciones agudas. De esta forma, la literatura no queda resguardada de la reflexión: quizás la más presente sea sobre la existencia travesti. Para la voz que construye “Las Malas”, ser travesti puede querer decir “irse de todos los lugares”, o “ser una fiesta”. El cuerpo travesti es enunciado como “nuestra patria”. Las reflexiones también entran por la boca de algunos personajes, como la Tía Encarna, que señala que “a toda travesti se le da, en el reparto de dones, el poder de la transparencia y el arte del deslumbramiento” (Sosa Villada, pg. 143). A estas reflexiones se le adosan también ideas sobre la prostitución.:
“Toda prostituta debe hacer lo que quiere; no cuenta el deseo del cliente. Una puta que se precie nunca cede. Es el momento de hacer que el cliente se pliegue al deseo de la puta y crea que ese es su deseo. Y hacerlo pagar por eso.”
Pero no encontramos en Las Malas una mirada inocente sobre la comunidad que busca narrar. Tampoco hay una metafísica Disney del bien oprimido contra el mal opresor. Por el contrario, hay conflictos internos y externos: de un lado, la ciudad llena de violencias y desigualdades puede ser tomada por asalto. Las travestis no son ni buenitas, ni impotentes. Su furia puede, algún día, arrasar con todo.
“Terminar de una vez con todo aquel mundo fuera de nuestro mundo, el mundo legítimo. Envenenarles la comida, destrozar sus jardines de césped bien cortado, hervir el agua de sus piscinas, destrozar a mazazos esas camionetas de mierda, arrancarles del cuello esas cadenas de oro, tomar sus preciosas caras de gente bien alimentada y rallarlas contra el pavimento hasta dejar expuestos sus huesos.”
Agresividad hacia afuera, pero también hacia adentro. La comunidad de huérfanas que orbita en torno a la Tía Encarna no es armónica ni está libre de problemas. Hay diferencias de clase y origen que las separan; agresiones que no pueden contenerse, envidias que explotan cuando una intenta quitarle un cliente a la otra. También hay travestis chetas, que pueden vivir en el mundo diurno con tranquilidad, y que son vistas con desconfianza y envidia por la protagonista de la historia. En definitiva, los personajes que narra Sosa Villada tienen densidad, ambivalencias y conflictos. No son la manifestación cerrada y perfecta de una buena víctima que estamos acostumbradxs a ver en Netflix.
«Te envidio la voz»
Como si todo esto fuera poco, por detrás de las marcas singulares del cuerpo travesti, existe un murmullo a lo largo del texto sobre la palabra dicha y escrita. La protagonista dice que las otras travestis le envidian la voz. Agrego que muchos escritores podemos envidiarle su voz, en un sentido narrativo.
Esa voz se arma desde un lenguaje con ornamentos y maquillajes, pero que no llega a ser pretensioso ni rimbombante. Como una silicona que agranda lo justo y necesario. Podría decirse que da en el punto justo entre la simpleza y el exceso, y que, aún así, se atreve a reflexionar sobre él mismo:
“El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo.”
Una travesti puede hacer más que reflexionar sobre cosas de travestis; ahí una de las tantas lecciones de Las Malas. Su voz no vale solamente por su aspecto testimonial, sino que explora la reflexión, la teorización, la observación mordaz.
Como dije un poco más arriba, no se sale ilesx de la lectura de “Las Malas”. Su voz arrasa con todo a su paso y nos deja en la intemperie. Abre un mundo infinito de posibilidades en la tarea literaria. La maestría con que la voz pasea por distintos registros, historias y tiempos, sin descuidar ninguna de sus ramas es realmente envidiable. La conjunción entre la narración cruenta y fantástica, la reflexión, los recuerdos de la niñez, y el discurso final que engloba qué se entiende por lenguaje y por la tarea de escribir acaba teniendo un efecto casi narcótico para el lector, que no puede soltar el texto hasta su asfixia final.