Quien organiza una fiesta lo sabe. Ser anfitrionx te permite mostrar tu casa. Lo que vos querés que vean. ¿Muebles nuevos, habitaciones pintadas, vajilla de plata? Puede que les invitades curioseen habitaciones, abran el botiquín del baño o espíen bajo la cama. Quien organiza un mundial lo sabe, como lo supo Argentina en 1978. Ser anfitrión te permite mostrar -o intentar mostrar- lo que querés mostrar. Un mundial mueve plata, negocios, intereses, ubica a la sede en el foco de las miradas por varios años y los campos deportivos se convierten en campos de disputa económica, simbólica y geopolítica.
El primer país de Medio Oriente y primer país árabe en albergar un mundial tampoco lo desconoce. Con 11 mil kilómetros de superficie, cabría 240 veces dentro del territorio de Argentina y tiene la población de Tucumán. Como la pulga, Qatar es así de chiquito y así de enorme: con reservas de petróleo y gas natural que muchxs envidian, es uno de los países más ricos del mundo. Pero los múltiples y potentes reflectores internacionales también proyectan las sombras. La fiesta no es gratis y hoy en Qatar se agigantan los cuestionamientos sobre las persecuciones al colectivo LGBTIQ+, las violaciones a derechos fundamentales de personas migrantes y especialmente de las mujeres.
En esta oportunidad, la fiesta se hace en casa de un nuevo rico que no le cae bien a los buenos niños blancos y ricos de siempre, es decir, a algunos países occidentales enojados, que primero apoyaron que la fiesta sea en el pequeño emirato pero después, al parecer, se arrepintieron. ¡Ay, estos buenos niños blancos y ricos compradores de petróleo y gas, que le venden por millones de dólares armamento militar a Qatar, hoy promueven un boicot porque no les gusta mucho que el mundial se haga ahí! Qatar raspa en la garganta -por árabe, por islámico, por poderoso- de ellos, también. ¿Medirán, estos buenos niños blancos y ricos con la misma vara a Estados Unidos cuando sea sede del siguiente campeonato, como está previsto?
Campeonato mundial de discriminación
La semana previa al comienzo del mundial, activistas organizaron una protesta frente a la sede del museo de la FIFA en Zürich, Suiza. Arcos, pelota, cancha dibujada en la calle, banderas del orgullo y besos. Mucho beso. Esos besos que están penados en Qatar. Fue como respuesta a los dichos del ex futbolista y uno de los embajadores del mundial, Khalid Salman que, en una entrevista para un documental sobre la Copa del Mundo, había dicho: “La homosexualidad es una enfermedad mental. Si aceptan venir aquí, deberán aceptar nuestras reglas«, pasando por alto que la homosexualidad fue excluída de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1990.
Según el informe Homofobia de Estado, de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA) publicado en 2020, de los 193 Estados miembros de la ONU, 69 continúan criminalizando la identidad de género y la orientación sexual. En 34 de esos países las personas LGBTIQ+ pueden ser detenidas y condenadas a prisión o a pena de muerte. Uno de ellos es Qatar. En el artículo 296 de su Código Penal se tipifica como delito los actos sexuales consentidos entre personas del mismo sexo y se establece pena de cárcel para toda persona que “impulse, induzca o incite a un varón, por cualquier medio, a cometer un acto de sodomía”.
Nasser Mohamed nació en Qatar y desde 2011 reside en Estados Unidos, donde continuó sus estudios de medicina y vive como una persona abiertamente gay, según sus palabras. En 2015, cuando terminó sus estudios, pidió asilo político para estar más protegido. “Sólo conocía un puñado de personas LGBTIQ+ en Qatar, porque era peligroso estar conectados entre nosotros. Entonces salí públicamente del clóset, como declaración, pero también para que pudieran encontrarme. Y me encontraron”, cuenta en el articulo que escribió para La Garganta Poderosa. Para él, el régimen qatarí y la Copa del Mundo solo empeorarán la situación del colectivo LGBTIQ+, y se lamenta que una plataforma global se utilice para el encubrimiento.
Según cuenta Nasser, en Qatar no hay militancia, sino supervivencia. Las organizaciones civiles son ilegales y en todo el Golfo árabe no hay una sola organización LGBT, todo lo que hay son portales webs vinculados al gobierno. En octubre, Human Rights Watch publicó un informe donde denuncia distintas situaciones entre 2019 y 2022 en que las fuerzas de seguridad qataríes detuvieron arbitrariamente y maltrataron física y psicológicamente a personas LGBTIQ+ en lugares públicos. Además, en el informe advirtieron que las mujeres trans detenidas fueron obligadas a asistir a sesiones de terapia de conversión como requisito para ser puestas en libertad.
Lo cierto es que, en este contexto, los jugadores se pronunciaron: ¿salieron a decir que son putos? No, de eso ni hablar. En los planteles de las ligas más reconocidas del mundo, aparentemente, putos no hay. ¿En las selecciones nacionales, putos? Mucho menos. Aunque muchos se manifestaron a favor de los derechos de las personas LGBTIQ+, los ingleses, los alemanes, los daneses, los suizos, sobre todo (de nuestra selección no tenemos demasiado para enorgullecernos, por ahora, en este campo). Montaron campañas desde sus federaciones en redes sociales y en sus estadios. Se unieron bajo el lema One Love y pautaron salir a la cancha a disputar los partidos del Mundial con la bandera del orgullo en la cinta de capitán. la FIFA anunció sanciones económicas y deportivas a las selecciones que lo hicieran. Las federaciones europeas, entonces, decidieron dar marcha atrás con el plan original. Alemania como respuesta a la FIFA, hizo un gesto contundente: en su debut contra Japón, los jugadores se taparon la boca con sus manos en expresión de censura. También se metieron las marcas: la estadounidense Pantone preparó una bandera blanca con los colores del arcoiris para que pueda ser flameada en los estadios. Y a no meterse con la occidental tradición de hacer un negocio de la libertad.
No es la religión, es el patriarcado
La mexicana Paola Schietekat llegó a Doha -la capital de Qatar- en 2020 para trabajar en la organización de la Copa del Mundo. Después de un año y medio en el país, fue a hacer una denuncia por abuso sexual. Las autoridades la acusaron de tener “sexo extramarital”, le exigieron hacer una “prueba de virginidad” y la condenaron a cien latigazos y siete años de prisión. En la sharía (el código de conducta islámico que rige en Qatar) está tipificado el delito de adulterio (zina): cualquier acto sexual de una persona fuera del matrimonio es punible con prisión o pena de muerte. Como alternativa, le dijeron que podía casarse con su abusador (una legislación parecida regía hasta hace diez años en Argentina). Mientras el proceso judicial continúa, Paola permanece refugiada en México.
“Creo que Qatar tiene una falta de comprensión de lo que realmente son los derechos, la emancipación y el empoderamiento de las mujeres. Después de todo, ¿de qué sirve tener mujeres ministras, embajadoras y directoras ejecutivas si todas necesitan primero el permiso de un tutor masculino antes de poder trabajar en esos roles?”, escribió Yousra Imran en uno de sus últimos newsletters. Ahí mismo la autora sostiene que la opresión no surge por la religión, si no por la interpretación patriarcal de la ley islámica. Y lo dice justamente porque advirtió la islamofobia presente en las críticas a Qatar.
Yousra Imran es una periodista egipcia-británica que vivió entre sus 14 y sus 29 años en Qatar y reside actualmente en Yorkshire, Inglaterra. Autora de la novela Hijab and Red Lipstick (Hiyab y Labial Rojo), se presenta como feminista musulmana apasionada por los derechos de las mujeres y escribe frecuentemente artículos sobre el mundo árabe. En uno de ellos, cuenta que para recibir tratamiento ginecológico en Qatar se veía obligada a mentirles a los médicos que estaba casada o divorciada.
“Ciertos versos del Corán tienen un contexto histórico-social y son aplicables a la sociedad en la que fueron revelados. Muchos estudiosos de género del Islam están de acuerdo en que los versos sobre la tutela masculina son específicos de la época en la que se revelaron en la Arabia del siglo VII, donde los hombres eran los principales sostenes de la familia y protectores de las mujeres. Estas circunstancias socioeconómicas han cambiado y, por lo tanto, la necesidad de la tutela masculina es redundante. Los qataríes señalan que la tutela es una ley islámica, pero es una ley islámica que se puede revisar y volver a aplicar a la sociedad moderna”, explicó a Tierra Roja.
El negocio de la hospitalidad
Como todas las grandes religiones, el Islam no está hecho solo de preceptos represivos. Entre los mandatos de la religión oficial de Qatar se encuentra la obligación de “hospitalidad”, de ancestral raigambre en todo el mundo árabe, desde que los desiertos se atravesaban con caravanas de camellos y no con jets privados. En la etapa de desarrollo económico actual, la arcaica costumbre ha tomado la forma de una inmensa inversión infraestructural para recibir al público visitante.
Que vengan tranquilxs, que los hoteles son gay-friendly, que lo único que no pueden hacer es demostrar cariño en público, que vengan, sí, sí, que no se den la mano, que no se den un beso, pero sí, que vengan, que las reglas las flexibilizamos, bueno, un poquito, quizás no tanto, pero que vengan, que nosotrxs les decimos que lxs cuidamos, que sacamos un comunicado para las fuerzas policiales, que no los van a detener, que Qatar se va a aggiornar. Los departamentos de la FIFA y las comisiones de organización del Mundial se pasaron la pelota sobre este tema, pica pica, prendida fuego. Cuando uno declaraba algo, desde el otro lado salían a contradecirlo.
Lusail es una flor fucsia que crece en Doha, la capital de Qatar. De ella toma su nombre el estadio principal, que alberga la final del Mundial y los dos primeros partidos de la selección argentina. Con capacidad para 80 mil personas, es el más grande de los ocho estadios donde se disputan los partidos y uno de los seis que se construyeron desde cero específicamente para esta Copa del Mundo. Los otros dos estadios fueron ampliados y remodelados. La construcción comenzó en 2010. Desde aquel entonces, organismos internacionales como Amnistía Internacional denunciaron distintas formas de explotación laboral: escasas medidas de seguridad e higiene, condiciones de hacinamiento, intimidaciones, pocas horas de descanso, exposición continua a temperaturas de 50 grados y amenazas de expulsión del país. The Guardian publicó el año pasado un informe donde aseguraban que más de seis mil trabajadores inmigrantes murieron como consecuencia de estas condiciones. Otras fuentes hablan de mil. Las autoridades negaron las cifras.
Qatar es uno de los países que recibe más inmigrantes del mundo. Casi un 80 por ciento de su población es inmigrante. La mayoría de India, Bangladesh y Nepal. La kafala, el sistema de trabajo hasta hace poco vigente en Qatar -como en el resto de los países del Golfo-, implicaba que el trabajador no podía cambiar de empleo ni abandonar el país sin permiso de su empleador -sí, muchas veces las empresas eran del buen niño blanco y rico, oh sí, muchas veces europeo-. En 2017 y por presión de organismos internacionales, Qatar abolió ese régimen. Sin embargo, para sorpresa de nadie, no todos lo cumplen y las autoridades no son muy estrictas para hacerlo cumplir. Uno de los sectores donde siguen existiendo estos abusos laborales es en el de las trabajadoras de casas particulares, que según Amnistía Internacional trabajan más de 18 horas al día los siete días de la semana.
Algo raspa en la garganta y a lo mejor es todo esto. A lo mejor es saber el impacto ambiental que tuvo la construcción de los estadios y que tendrá su refrigeración constante durante todo el mundial. A lo mejor es el efecto de vernos reflejados en el espejo de Qatar. A lo mejor, que al anfitrión que cuestionamos lo tengamos en casa. Tamim bin Hamad Al Thani, integrante de la familia que gobierna Qatar desde hace 150 años, es propietario de 28 mil hectáreas en la provincia de Río Negro, que compró durante el gobierno de Macri y hoy intenta alambrar para hacerse de los accesos a los cursos de agua. Ahí, en una porción de esas tierras, en la Lof Cayuano, la comunidad mapuche resiste. Algo raspa en la garganta y debe ser todo esto. Además, claro, de la posiblemente última oportunidad de Lionel.