Tekoa’ŷva ndaipóri teko
Sin comunidad no hay vida
Por: Mario Castells
Desde hace décadas, terratenientes brasileños se han ido haciendo de terrenos fértiles en Paraguay para explotarlos y comercializar con ellos. Esto generó conflictos con el pueblo Guaraní, que además de ser oriundos de esas tierras, tienen una conexión espiritual con las mismas. Hoy en día los guaraníes son perseguidos y viven la violencia ocasionada por las tensiones sociales y políticas que avanza en la región. La concentración de tierras en manos de brasiguayos ha llevado a la expulsión de agricultores locales, lo que sin dudas tiene importantes implicancias económicas, sociales y culturales.

Ore Páĩ Tavyetera roikóva ymaiteguive ko tekohaguasu ko’ãga ojeheróva Amambay ha Canindeyú ryepýpe. 

Rojeasojávo kóva ko yvy ári ha ipype ropytu’use ore áraguahēvove. Ko yvy kóva orereteramoguáicha, márõ ndaikatúi rojogua térã rome’ē.

Rojepy’apy Nación Páĩ Tavyeteraháicha, ojoe’ýi roiméva ocho mil mitã, kuña ha kuimba’éva, ourupi ambue ndaha’éiva orerehegua oipe’a orehegui ore yvy, ore yvyra, ore mymba ka’aguy ha ore ñemityngue. Ore reko jepeve ombovava orehegui. 

Ko’ãmba’e oipe’akuévo oipe’a orehegui ore pohã ñana ha ore resãi, ore so’o ka’aguyndive oipe’a orehegui ore rembi’u, ha ore remity ohejareívo, oipyso ore apytépe vare’a.   

Ko’ãmba’e ndaha’éi kueheguareño, ko ára kóvape imbareteveguei ohóvo. Upevarehe rojerure jepy’apypópe, toñemboetemi umi oremba’éva, taha’e yvy yvytu terã y. 

Ko’ãgarupi roikove yvy pehemimi ikuatia’ŷvape, ha ko’ã ore yvy apu’a mimi opytapáma fazenda-kuéra mbytépe, oitypámava, ha’eva’ekue ore ka’aguy. Ko’ãga katu mbaretépe imba’epotáva orejopy rome’ēhaguã avei chupekuéra ore ka’aguy pahaguemi, ko’ãgaitéramo ha’evagueteri ore rekovesã. 

Ko’ãmba’épekatu ro’e, iporãma. Ko’ápe opa […].

Nosotros, los Pãi Tavyeterã que hemos vivido desde generaciones en este hábitat (tekohaguasu) que hoy se llama Amambay y Canindeyú, nacimos en esta tierra, queremos vivir en esta tierra y morir en ella. Esta tierra es como nuestra carne que no podemos comprar ni vender. 

Estamos preocupados como Nación, como una gran familia que abarca ocho mil niños, mujeres y hombres. Gente ajena a nuestra cultura nos ha sacado la tierra, bosques, plantas, animales y hasta nuestra propia cultura. 

Y nos han sacado en consecuencia nuestras plantas medicinales y nuestra salud, nuestros animales silvestres y con nuestro sustento, nuestros pequeños cultivos y con esto han fomentado el hambre entre nosotros. 

Y esto no es un acto de ayer, sino que sigue creciendo en estos días, por eso reclamamos con una voz de quebranto, que se respete lo que es nuestro, el aire, el agua, la tierra. 

Hoy vivimos en pedacitos de tierra sin titulación, sin seguridad, estas tierras son como una isla en medio de grandes fazendas que ya han destruido nuestras riquezas forestales y ahora fuerzas interesadas nos quieren obligar también a vender nuestros últimos bosques que son base de nuestra existencia. A esto decimos no y basta […].

Colonia Nacional Indígena, Piraymi, 24 de Octubre de 1987

Tekoavy (cultura homicida)

Hacia fines de octubre volvió a ocurrir un crimen nefando en el norte paraguayo: fue asesinado a garrotazos Arnaldo Benítez Vargas, tekoaruvicha del pueblo Páĩ Tavyeterã, jefe del territorio y chamán, dirigente de las grandes fiestas rituales (equivalente a un obispo de la fe católica, siendo elegido de manera asamblearia por la comunidad), a manos de un matón al servicio de empresarios brasileños que vienen invadiendo las tierras ancestrales del pueblo guaraní desde hace años.

Este asesinato que, por cuestiones de racismo y etnocentrismo no consideramos un magnicidio, se suma al asesinato del líder del tekoha de Jasuka Venda, Alcides Morilla Romero, acontecido en octubre del año pasado a manos de Osvaldo Villalba, jefe de la narcoguerrilla conocida como Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). En aquella oportunidad este grupo armado, caballito de Troya de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de la mafia transfronteriza, atacó al dirigente guaraní junto a su secretario, Rodrigo Gómez González y ambos fueron torturados antes de su ejecución. Lo terrible y complejo de este magnicidio en relación con aquel otro es que el asesino no es un agente foráneo; tanto el homicida como el jefe espiritual habitaban en el tekoha Yvy Pyte (Centro de la Tierra), zona sagrada de este pueblo nación, distante unos 40 kilómetros de la frontera paraguaya-brasileña, uno de los últimos reductos de bosque subtropical en la serranía del Amambay. 

El panorama no puede ser peor: una seudoguerrilla marxista-nacionalista revolucionaria que actúa política y metodológicamente contra sus propias bases de reclutamiento y aprovisionamiento, los pobres de la región. El departamento de Amambay es una zona rica en naturaleza e historia que se ha convertido en peligrosa por muchos motivos ajenos a los guaraníes: el tráfico de cocaína, los sicariatos habituales en Pedro Juan Caballero-Punta Porã, las plantaciones clandestinas de marihuana, el contrabando de automóviles, tabaco, armas y maderas preciosas, entre otras tantas cosas que involucran a grupos criminales de Brasil, como el Primer Comando da Capital (PCC) y a las autoridades judiciales, militares y policiales de ambos países.

Los Páĩ Tavyetera son unas 15.000 personas que habitan un tekoha guasu cercano al Jasuka Venda. Este es el cerro sagrado de los Páĩ. Se le llama así porque también es el lugar donde se guarda la materia primigenia: el Jasuka. Los Paï llaman también a ese cerro “Karavie guasu”; porque Karavie, uno de los dioses del Panteón Páï, hijo del Gran Abuelo (Dios Padre), había quedado allí como guardián del Jasuka. En forma más bien jocosa ellos le dicen también: “Yvy pyru’ã” (el ombligo de la tierra), mientras que los paraguayos, en el guaraní nuestro le damos el nombre de “Sérro guasu” (cerro grande). Como vemos, uno de los sostenes –el más importante- de la cultura Páĩ, pues ha mantenido erguida e incólume su cohesión comunitaria, es su religión. La interpretación de lo que nosotros denominamos “la oratura sagrada”, cuyo nombre en dialecto Páĩ es “Arakuaávy” (el conocimiento del mundo) y discurre sobre la autocreación de Dios en el cosmos, su pasión o proceso de revelación, la creación del mundo por Él, la de la tierra, de las cosas, del hombre y de la mujer. Trata también de la cuestión del alma, de su inmortalidad o mortalidad y del destino de la persona humana en este mundo; su misión, su rol y su calidad de pasajero en esta vida. Este arakuaávy despliega un relato oral que no se termina de narrar en 40 días con sus noches incluidas.

Según la cosmogonía Paï, en el principio no había absolutamente nada en el cosmos, salvo una sustancia neblinosa, impalpable, llamada “Jasuka”. Esa sustancia acuosa y transparente como fina llovizna, es la materia primigenia; y en medio del Jasuká surgió una voz humana. Esa voz era un canto que fue creciendo, desarrollándose, y atrajo sobre sí a la luz, y la luz finalmente le da forma de materia; esa materia toma forma humana. El ser que allí se revela es el primer hombre, el que fue perfeccionándose mediante su propia voz. Ese cuerpo iluminado iluminó todo su entorno y fue apareciendo cada vez más claro en medio del Jasuka. Él se revela a sí mismo mediante su propia palabra. “Ha’e ojepapa”. Él informa, da cuenta de su propia existencia al mundo, porque de otra manera nadie podía tener conocimiento de Él. Y Él hace que aparezca la tierra bajo sus pies. Para crear la tierra Él cuenta con un elemento fundamental que se denomina Mba’e Marangatu. Un objeto parecido a dos caminos en cruz que trae consigo, lo instala en el lugar donde Él aparece y sube a posarse sobre el mismo. Allí, sobre esa encrucijada, Él crea bajo sus pies la primera tierra; fue creándola con su palabra, con su voz, con su canto, su danza y su oración. Allí, en el cruce mismo de esos dos caminos es donde está el centro de la tierra y también es allí donde se construyó la primera casa del Páĩ. Allí tuvo su origen todo el universo. Allí estuvo cantando y bailando con su mbaraka (sonaja) el Creador de todas las cosas y en la medida que se movía la tierra fue ensanchándose bajo sus pies. “Oipyrira ko yvy” –dicen-, expresión que significa: “fue haciendo crecer la tierra hacia delante” y cuando Él se iba de costado, la tierra también se extendía al costado, acto que se describe diciendo: “oipyteno ko yvy”. Es así como Él hizo grande la tierra, porque habló, cantó y bailó mucho (Tadeo Zarratea, 1991).

 

El pueblo nación Páĩ desciende de aquellos guaraníes que las fuentes etnohistóricas recuerdan como los Itatines. Sufrieron las afrentas de la expoliación a manos de los españoles, fueron reducidos por los jesuitas (que los usaron como mano de obra para la extracción de la yerba mate en la que morían por montones), fueron diezmados por los bandeirantes cazadores de esclavos, volvieron a la selva tras la expulsión de la Orden de Loyola, fueron perseguidos por los hacendados criollos paraguayos y brasileños en tiempos ya de los estados nacionales. Su seguridad y el resguardo de su modo de ser tradicional (su ñande reko) estuvo ligada al amparo de la selva que los cobijó y les dio el mote de kaygua (selváticos) hasta que con el fin de los grandes latifundios forestales (madereros y yerbales) fueron acorralados por la civilización. 

Este pueblo viene siendo asediado hace décadas por los empresarios y terratenientes brasileños. En la actualidad, grupos de hombres armados, trasladados en camionetas 4×4, los hostigan de distintas maneras mientras el Estado le brinda total impunidad. Distintos invasores han ingresado con tractores y otras herramientas, trabajando día y noche para extraer madera de árboles nativos centenarios. Otros pistoleros se instalan en su territorio, uno de los últimos bosque vírgenes tropicales que quedan en la región, para que ellos no puedan frenar a madereros ilegales y cazadores furtivos o, incluso a presuntos pederastas, como el reciente caso de un pastor evangélico de la ciudad de Villarrica que se llevó secuestradas a cuatro niñas indígenas. Hasta disparan contra las escuelas mientras los niños están en clase. 

Lo que está ocurriendo en el territorio páĩ es, en la práctica, un exterminio silencioso”, claman desde la Articulación Nacional Indígena. Los líderes guaraníes destacan que los invasores son enviados por empresarios agropecuarios brasileños con el apoyo de miembros del gobernante Partido Colorado de Paraguay. La Articulación asegura que el Estado paraguayo ignora los reclamos, denuncias y pedidos de auxilio realizados por décadas y no aplica las leyes de consulta y consentimiento libre, previo e informado. “En lugar de proteger a las comunidades, las criminalizan”, añade su comunicado.

La saga de violencia perpetrada contra los pueblos indígenas del Paraguay debe ligarse a la violencia ejercida por el Estado y el Capital contra la lucha campesina, no son dos violencias distintas. Hay varios factores que la aúnan: el despojo, la represión estatal y paraestatal en Paraguay y Brasil, los idiomas en que pugnan los invasores y los que resisten, quienes sostienen una de las últimas fronteras agrarias del continente. Esta frontera, lejos de ser una palabra estuche para consumo académico, es una barrera vital que le oponen las naciones originarias y los campesinos paraguayos a las fuerzas destructivas del capitalismo tardío; estas personas son quienes efectivamente ponen un freno hecho de selva, vida silvestre, sangre y dolor humano a los cíclicos embates y genocidios.

Y es que hablamos de una frontera tan material como mítica, manifiesta en la niebla vivificante, el jasuka: la energía creadora de la vida para el pueblo páĩ, surgida del ombligo de la tierra ubicado en el cerro Jasuka Venda, lugar sagrado de estos guaraníes (conocidos en Brasil como Kaiowa). El hecho de encontrarse en el territorio de los Páĩ el punto de intersección de las líneas en cruz que mantienen a la tierra en equilibrio en el espacio cósmico es una gran responsabilidad para este pueblo. Así lo creen ellos, quienes se consideran por eso mismo, el pueblo encargado de velar por el equilibrio del mundo. El Creador de la tierra les ha encomendado cuidar que ella se mantenga en equilibrio sobre sus dos ejes y permanezca como morada del género humano. Es la misión sagrada del pueblo Páĩ.

Debido a ello, estos guaraníes han tenido severos problemas en el pasado reciente, cuando fueron privados de la posesión del Jasuka Venda, lugar sagrado, origen del mundo para ellos, una frontera geográfica y mítica, que se encuentra en el punto de intersección de las líneas en cruz y le da a sus pobladores la misión de velar por el equilibro del mundo. En los años 70 la administración paraguaya vendió el cerro y todo su entorno a empresarios brasileños y éstos entraron a sacar madera y a depredar. La nación Páĩ se levantó en armas y lo hizo en nombre y por el bien de toda la humanidad.

Mbairy (o el país de los brasiguayos)

El stronismo legó a los distintos gobiernos de la democracia paraguaya un modus operandi en lo que hace al relacionamiento con sus vecinos de la región. Fue Stroessner quien definió, después de una histórica relación pendular del Paraguay con Argentina y Brasil, que marcaba a su vez las oscilaciones de la burguesía paraguaya para privilegiar y subordinarse a uno u otro país, el sometimiento neocolonial al Brasil. La famosa “Marcha hacia el este” que caracterizó la política exterior stronista signó un sentido único en la política entreguista del Paraguay. El infame Tratado de Itaipú, con el cual los gobiernos dictatoriales de Paraguay y Brasil establecieron las condiciones para la explotación de la represa hidroeléctrica es una muestra de cómo el crecimiento económico del Brasil de las últimas décadas está ligado a los beneficios usurarios que obtuvo y obtiene de la expoliación de los recursos naturales del Paraguay.

Es obvio que para un país como Paraguay, un proyecto faraónico de la importancia de Itaipú necesariamente iba a tener consecuencias que excederían el plano de la política energética y tendrían repercusiones de índole sociológica y estructural. Se generó una nueva burguesía al calor de la construcción de la represa pero además del monumental pacto de dependencia, el aumento de precios de las tierras en el Brasil que la construcción de la represa aparejó, provocó la mudanza de pequeños y medianos productores brasileños de la región de los estados fronterizos a la banda derecha del Paraná. Estos fazendeiros vendían sus tierras y compraban del lado paraguayo mayor cantidad de hectáreas y sin tributo, actuando colateralmente con los latifundistas bandeirantes. El emblema de este proceso lo tenemos hoy en la figura de Tranquilo Favero: O Rei da Soja

Como ya tratamos en este medio, la dictadura de Stroessner fue el primer gobierno paraguayo en legislar la Reforma Agraria en la Constitución Nacional (1967) pero paradójicamente ésta no recayó en el campesinado pobre, sino en brasileños que prontamente acapararon grandes extensiones de tierra. La creación del Instituto de Bienestar Rural (IBR) en 1963 se complementó con la reforma del Estatuto Agrario que permitió la entrega de tierras a extranjeros en zonas de frontera, que antes estaba prohibida por ley y que, con el Plan de Colonización, se aceleró. De este tiempo data también el Plan del Trigo que introdujo el capitalismo agrario en el Paraguay. Los “farmers” brasileños gozaban de un acceso a la tecnificación agrícola y a un sistema de crédito imposible para los campesinos paraguayos, lo cual repercutió en el desigual desarrollo productivo de las propiedades brasileñas respecto de los campesinos paraguayos o los indígenas.

Pero ya sea bajo una supuesta Reforma Agraria que paradójicamente consideró a latifundistas brasileños como sujetos de la reforma o bajo las otras –variadas– formas de apropiación de “tierras mal habidas” (ese robo patentizado por la dictadura stronista de otorgar tierras públicas a terratenientes y personeros de la dictadura sin titulación que prohijó una maraña de papeles falsos que sirven, sin embargo, para que la justicia dictamine desalojos de los ocupantes seculares o nuevos pobladores de esas tierras que si debieran ser sujetos de la Reforma Agraria, y que ha consagrado el reparto de tierras más desigual del continente: menos del 5% de los propietarios tiene el 80% de la tierra disponible), la posibilidad de obtener grandes extensiones de propiedad traspasando apenas la frontera con Paraguay, constituyó un factor de reanudación de la política de fronteras móviles del expansionismo bandeirante. A la vieja trama se le sumó el nuevo viejo modelo extractivista al que al beneficio se le agrega el nulo peso impositivo que existe en el Paraguay para la posesión de la tierra.

Cabe puntualizar, además, que la Reforma Agraria stronista se realizó mediante la ampliación de la frontera agrícola, entregando las tierras de los viejos obrajes y yerbales que esas explotaciones caducas habían devuelto al Estado, como así también de las selvas vírgenes que permanecían inexploradas. Este proceso se caracterizó por una fuerte penetración de capital y de nuevas tecnologías tanto a nivel productivo como en el de transformación y comercialización de productos impulsados por políticas gubernamentales y organismos internacionales. El incremento de capital y financiamiento privado de los nuevos sistemas agrarios, como se sabe, forjó una dependencia progresiva hacia una cadena compleja de producción con los centros de poder y decisión fuera y por encima de la agricultura. Se inauguraba así un sistema agroindustrial dominado por grandes empresas transnacionales y capitaneado por la burguesía brasileña. Y con esta modernización conservadora se produjo de facto una contrarreforma agraria cuyo objetivo principal fue estimular el agronegocio en detrimento de la producción de alimentos, aumentando así el volumen de las exportaciones de materias primas sin tener en cuenta los daños que sufriría abastecimiento del mercado interno. 

Fue, entonces, como vimos, la Marcha al este la que configuró una nueva relación de sometimiento económico del Paraguay hacia Brasil, siendo éste ya no meramente un auxiliar del imperialismo yanqui en el país. La estructura económica latifundista fue reactivada con verdadera agresividad de bandeirante que logró grandes incrementos de capital a costa de la desposesión de los tekoha indígenas, las comunidades campesinas y del desastre ecológico. Hace varios años ya que la economía paraguaya subsidia, por la exportación de la plusvalía, el saqueo de las riquezas naturales y las pérdidas en el intercambio, la economía del Brasil. Para los setenta, Bartomeu Melià ya consideraba la presencia de Brasil en los departamentos paraguayos que le son fronterizos como “un laboratorio de extensión colonial”. Para esta caracterización, que hoy vemos claramente, él tomaba como rasgos fundamentales:

  1. Ocupación física de tierras.
  2. Imposición de un determinado tipo de economía.
  3. Marginación creciente de la población paraguaya.
  4. Neutralización política de las fuerzas nacionales a cargo de élites apátridas.
  5. Asimilación cultural. 

Estos rasgos no solo se mantienen inalterados sino que se han potenciado. La ocupación de tierras por brasileños originó un nuevo tipo social, los brasiguayos, que ya cuentan con nuevas generaciones. Sin embargo, los hijos de los brasileños nacidos en Paraguay, oficialmente paraguayos, crecen en el marco de un Estado dentro de otro Estado, mantienen el portugués como lengua materna y se desarrollan en un hábitat cuyas pautas culturales siguen siendo brasileñas, entre ellas las que son fundamentales para la conformación del Estado Nación, la lengua pero además, la moneda. Si Melià, moderadamente, contaba 30.000 brasileños a principios de los setenta, actualmente ese número está multiplicado por diez y se habla de 300 mil brasiguayos de los cuales poco menos de 100 mil serían brasileños de nacimiento y los restantes son colonos, paraguayos de nacimiento, pero brasileños de nacionalidad. 

Desde el derrocamiento del general Stroessner no ha sido otra la política del estado paraguayo respecto del problema de la tierra que seguir propiciando el poderío del capital brasileño y de los terratenientes brasiguayos en el orden interno. Tanto el Partido Colorado como el Liberal han sido socios del despojo. Este fenómeno se ha potenciado con la construcción del corredor transoceánico que además de propiciar el ecocidio del Chaco boreal, verdadera zona de sacrificio, ha dado lugar al corredor del narcotráfico donde se han afianzado en el poder grupos mafiosos transnacionales.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no todos los brasileños se afincan en territorio paraguayo, sino que muchos lo utilizan solamente como base de producción, viviendo en su país de origen. Esto conduce a la proliferación de bandas armadas paramilitares que protegen la propiedad brasileña pero además este régimen de “propietario ausente” explica y al mismo tiempo sostiene un tipo de economía basada en la depredación indiscriminada del ecosistema, actualmente dedicada casi con exclusividad al cultivo de soja (aunque también –en algunos departamentos– a la ganadería). Bajo este tipo de economía, no es casual que la extranjerización de la tierra vaya acompañada de su concentración en pocas manos y, en consecuencia, conduzca a la aniquilación de la economía familiar campesina, base de la antigua soberanía alimentaria.

Hugo Pereira explica este proceso en el Departamento norteño de Concepción, limítrofe con el de Amambay, para exponer el fenómeno del EPP que, de pequeño grupo marxista que utilizara con fines de financiamiento como de propaganda la violencia revolucionaria, deviniera en un agente de las mafias trasnacionales y sus estrategias de disciplinamiento social: 

«El avance de la agricultura mecanizada, consumidora de grandes extensiones de tierra y poca mano de obra, sobre un espacio en que reside un importante número de personas cuyo sustento depende de su terreno, y la fumigación de agroquímicos en los sojales, son factores que han dado lugar a importantes conflictos como el que se originó en la localidad de Kuruzú de Hierro, ubicada en el distrito de Horqueta, donde los pobladores fueron relacionados con el Ejército del Pueblo Paraguayo.

Se trata, para Pereira, de una enajenación del derecho a decidir sobre el propio hábitat, fomentada por los mismos gobiernos paraguayos: “la entrega ‘de hecho’ al capital extranjero de la gestión territorial implica la pérdida paulatina de soberanía y la escasa o nula influencia del nivel local en las decisiones de ‘ocupación ambiental, económica y socialmente razonable’ de su espacio geográfico”. Esto que Pereira desentraña de su Departamento, se extiende a toda la frontera nor-noreste del Paraguay, incluyendo el Chaco boreal, que este modelo productivo ha convertido en la región más talada del mundo. Como destacan Marielle Palau y Regina Kretschmer:

«Estas transformaciones conducen a un proceso de reestructuración y desterritorialización que afecta a la sociedad paraguaya en su conjunto. En el corto plazo, acarrea una serie de implicancias directas: las mejores tierras del Paraguay, como la margen derecha del río Paraná, se dedican al monocultivo de soja; los pocos montes que quedan corren el peligro de desaparecer; comunidades enteras están despoblándose y convirtiéndose en sojales; las escuelas cierran por falta de alumnos; pueblos enteros se intoxican y padecen de enfermedades crónicas; arroyos y pozos de agua se convierten en focos de intoxicación; animales domésticos mueren; y las cosechas de los pequeños agricultores se ven fuertemente afectadas, todo a causa del avance de los sojales y de las masivas fumigaciones de los monocultivos. Éstas son algunas de las consecuencias visibles de la plantación masiva de soja. 

(…) 

Sin dudas, el cultivo masivo de soja ha agravado la situación del sector campesino poniendo en peligro no solamente su integridad física sino también su permanencia como sector social.«

Estos rasgos no identifican simplemente un emprendimiento privado de latifundistas brasileños que extienden la frontera agrícola continuando con un modelo implementado en su propio país, sino que el territorio paraguayo se ofrece, para ellos, como tierra libre para una depredación amparada por los dos estados: la connivencia del estado paraguayo y el total apoyo del estado brasileño que llegó incluso a movilizar su ejército a la frontera, con el fin de proteger los intereses de sus ciudadanos aun en territorio paraguayo cuando se produjo, en 2011, un proceso de grandes ocupaciones. Altamente recomendable es el documental “Invasión silenciosa. Extranjerización del territorio paraguayo”, del antropólogo Marcos Glauser, que analiza la tenencia de la tierra en manos extranjeras en el Paraguay y su impacto en las poblaciones campesinas e indígenas ubicadas en dichas áreas, testigos y víctimas de la profunda desigualdad y explotación que genera la expansión global del sistema capitalista. Es tan fehaciente la contingencia que uno no puede más que maravillarse tristemente de la lucidez del lingüista y etnohistoriador Bartomeu Meliá que además de hablar de la saña genocida del capitalismo extractivista en la región habló isócronamente de deforestación lingüística.

Py’aguasu (el valor de los imprescindibles)

La historia de la vulneración de los derechos territoriales de los guaraníes y de los levantamientos que protagonizó este pueblo es una saga de muerte que tiene su propio listado de mártires. Sin dudas esta nación ha prohijado una gran cantidad de líderes y movimientos, desde aquellos sacudones mesiánicos registrados por jesuitas y crónicas de la colonia (Oberá, por ejemplo), hasta los acontecimientos que motivan este artículo. Y la forma (hablamos de arte y pensamiento) en que ellos pudieron reflexionar –a través de sus cantos y mitos– sobre el destino trágico de su gente les ha otorgado mayor atención por parte de medios e intelectuales extranjeros que otras naciones tan apremiadas y valerosas como ellos.

Pero está claro también que los derrotados arrastramos con nosotros una teoría de la derrota y en esas catástrofes de recuerdos un intento de exorcismo. El libro perdido en la selva murmura su relato de supervivencia. Nos cuenta de sus héroes y mártires. Uno de los líderes continentales de la nación guaraní fue el activista indígena de la nación Ñandéva, Marçal Souza. Su militancia, signada por el discurso mesiánico guaraní, a la vez que su vinculación con las instituciones del Estado brasileño del que tomó los pocos beneficios que le otorgaba la legalidad para llevar adelante las reivindicaciones fundamentales para su pueblo, lo erigieron como un dirigente extraordinario. Esta magnitud lo hizo converger con otros colectivos que se oponían a la maquinaria voraz del capitalismo agrario brasileño, distintas corrientes ecosocialistas y del campesinado. Pero ese afán también lo llevó a pelear desde una concepción transnacional, debido sobre todo a su propia razón identitaria, como miembro de un pueblo preexistente a los Estados Nacionales. De ahí que el diálogo con otros guaraníes fuera una actividad permanente del avezado orador revolucionario.

El asesinato impune de Marçal a manos de un sicario de su propia comunidad al servicio de los terratenientes devino también una escena cíclica; se ha repetido en el meollo del tiempo histórico y la lucha de clases, se ha repetido en el infructuoso espacio de la ficción con el asesinato del cacique Nadio en Terra Vermelha (2007) película del director italo-argentino Marcos Bechis (director de Garage Olimpo) en el que los kaiowa actúan de sí mismos, en su propia lengua, para mostrar la amenaza que el agronegocio supone para sus modos de ser, en fechas en que el suicidio protagonizado por jóvenes representaba un trauma social cada vez más constante. En esta película además, el líder kaiowa Ambrósio Vilhalba que interpreta al cacique Nadio es ultimado de manera similar a como lo sería en la realidad, profetizando su muerte, y ahora lo han sido también los líderes espirituales páĩ, acaso últimos opositores tenaces al exterminio de su forma de vida, del tekoha y del teko guaraní, de la misma manera en que lo fueron otros tantos guaraníes de su nación en las décadas de los 70 y los 80.

Aún reinterpretando como utopía –una posible alternativa a la barbarie- el mesianismo guaraní al igual que el socialismo (y quizás religado uno al otro) sigue desplegando una retórica vital, movilizando saberes en pos de un objetivo que orienta y construye un movimiento emancipatorio. El movimiento campesino, también vencido y disgregado, construye esa especie de memoria del futuro de la que hablan marxistas como Vincent Geoghengam o de un referente del Grupo Expa, jesuitas de izquierda, como Bartomeu Melià. 

Aunque la violentísima ofensiva capitalista en el campo aumenta en saña y temeridad aún el campesinado sigue siendo un sector capaz de poner en discusión la función social de la tierra y está lejos de ser una cultura condenada. Las consignas del movimiento campesino, reelaboradas por sus intelectuales, de las de los pueblos originarios, definen mucho más que lo que expresan económicamente. Producir alimentos, reforestar y recuperar los montes, comprender el valor del agua, recuperar el valor de las semillas nativas en contra de las genéticamente modificadas que trae el veneno y la destrucción en sí mismas, abre otras perspectivas a la lucha de los pueblos de la región. No es todo derrota lo que signa este presente derrotista.

 

Arte de portada: @elcarteldesuarez

 

Autor

  • Mario Castells

    Tigre
    Nació en Rosario en 1975. Escritor y traductor. Forma parte del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP-UBA). Publicó Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal, en 2010 (con Carlos Castells); Fiscal de sangre, en 2011; El mosto y la queresa, en 2012; Trópico de Villa Diego, en 2014; Lenguajes, poesía en idiomas indígenas americanos (con Liliana Ancalao, Juan Chico y Lecko Zamora) en 2016; Aparatchikis en 2017; Bala pombero, en 2018; Diario de un albañil, en 2021; La selva migrante. Carlos Martínez Gamba y el exilio de la lengua guaraní, en 2022. Resumen identitario: “No soy un aculturado”. Kurepiwayo, troskotelúrico e hincha de Newell’s.

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